EL SEMINARIO CONCILIAR
DE LA POSGUERRA 1880 - 2010
Artículo de
MARGARITA DURÁN ESTRAGÓ
(Enlace a datos biográficos y obras
En la GALERÍA DE LETRAS del
www.portalguarani.com )
.DE LA POSGUERRA 1880 - 2010
Artículo de
MARGARITA DURÁN ESTRAGÓ
(Enlace a datos biográficos y obras
En la GALERÍA DE LETRAS del
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El pasado 4 de abril se cumplieron 130 años
de la reapertura del Seminario Conciliar de Asunción.
Sus orígenes los debemos buscar en el
Real Colegio Seminario de San Carlos (1783 – 1823)
y en su reapertura (1859 – 1869).
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edificio reconstruido sobre una propiedad
de los Yegros e inaugurado en 1859.
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Durante el obispado de Basilio López (1845-1859) el Colegio Seminario permaneció cerrado para evitar la ingerencia del Estado en el gobierno interno de la Institución.
Al mes del fallecimiento del prelado diocesano, el obispo auxiliar Juan Gregorio Urbieta recibió del presidente de la República, Carlos Antonio López, el decreto del 14 de marzo de 1859 por el que se erigía un Seminario Conciliar Clerical, al norte de la iglesia Catedral.
El padre Fidel Maíz fue llamado desde su pueblo natal, Arroyos y Esteros, para inaugurar el Seminario Conciliar el 1º de abril de 1859.
Recordemos que en ese mismo local —actual Museo Monseñor Sinforiano Bogarín— venía funcionando desde hacía varios años la Escuela de Latinidad. Se trataba, dice Blujaki, de “un bajo cuadrilátero de gruesas paredes de adobe y estrechas ventanas enrejadas, techo de tejas y su pequeño patio central, a modo de cortil, convertido después en primoroso jardín”.
El régimen interno del seminario era estricto. Los alumnos se levantaban a las cuatro de la mañana en verano, y a las cinco, en invierno. No obstante, las horas de estudio resultaban mínimas, de siete a nueve, a la mañana y de dos y treinta a cuatro y media, a la tarde. Solo se permitía salir de la institución ante el “llamamiento de los superiores, la caridad para con el prójimo y una necesidad racional y ostensible. Nadie se presentará al público —señalan las reglas del seminario— sino vestido de ropa talar, manteo y sombrero grande; se recomienda toda moderación y porte en consonancia con los principios de urbanidad y buena educación, sin detenerse por las calles a trabar conversaciones, que roban inútilmente el tiempo”.
En octubre de 1860 el obispo Urbieta fue reconocido como diocesano, y en su carácter de Obispo del Paraguay, López le ordenó que declarara al Seminario Conciliar como tal y así lo hizo. A pesar de las presiones de Roma, el Gobierno paraguayo siguió interviniendo en la marcha del Seminario. En setiembre de 1862 falleció Carlos Antonio López, y un mes después, el 16 de octubre accedió al mando presidencial su hijo Francisco Solano López. Este exigió al Obispo un informe detallado de la marcha del seminario debido a las “quejas repetidas que le llegaban acerca de la falta de atención y esmero que debía observarse en ese establecimiento”. Días después envió a la cárcel al rector Fidel Maíz por haber manifestado este su desacuerdo con su designación para el cargo de Presidente de la República.
El 2 de marzo de 1863 lo destituyó de la rectoría y de la cátedra de Teología Moral, lo mismo que al padre José del Carmen Moreno, catedrático del aula de Latinidad. Nombró en reemplazo de Maíz al padre Eugenio Bogado, y para Latinidad, al presbítero José Mariano Aguiar.
El obispo Urbieta acató la orden gubernamental con total sumisión y envió al seminario a su notario eclesiástico, Nicasio Isasi, para que diera lectura del decreto de destitución. Este exhortó a los alumnos a que desterrasen para siempre “el abuso criminal que había ocasionado consecuencias tan funestas y desagradables”.
Urbieta murió poco antes de la declaración de la Guerra contra la Triple Alianza; quedó en su reemplazo monseñor Manuel Antonio Palacios que se desempeñaba como coadjutor desde 1863.
En el campamento de Paso Pucú, en febrero de 1868, el obispo Palacios ordenó a los últimos sacerdotes, alumnos del Seminario Conciliar. Al año siguiente, y por orden de López, fue fusilado el Obispo del Paraguay junto con el rector del seminario, Eugenio Bogado y otros sacerdotes; también cayeron muchos militares y civiles nacionales y extranjeros, sepultados todos en una fosa común el 21 de diciembre de 1869.
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actual Museo de Arte Sacro "Monseñor Juan Sinforiano Bogarín"
(Paseo Comuneros).
Situación del clero
La Guerra contra la Triple Alianza fue vaciando las aulas del seminario. Los claros dejados por los capellanes caídos en combate obligaron al Obispo a conceder las órdenes del diaconado y el sacerdocio a los alumnos de los últimos cursos. El templo de Humaitá y las capillas castrenses de Paso de Patria y Paso Pucú fueron escenarios de las últimas ordenaciones, antes del apresamiento y muerte de monseñor Manuel Antonio Palacios y el Rector del Seminario, del deán Eugenio Bogado. “De esta manera —dice Silvio Gaona— aquellos jóvenes sacerdotes iniciaban su ministerio en las mismas fosas de las trincheras, imponiéndoseles desde el principio el sentido heroico de la existencia”.
Antes del inicio de la guerra, la Iglesia contaba con más de un centenar de sacerdotes de los cuales solo sobrevivieron treinta y tres; del resto, 17 murieron en batalla, 39 desaparecieron sin dejar rastros —muertos de hambre o escondidos en los montes—, 24 sacerdotes y el Obispo fueron ajusticiados con la acusación de “traidores a la patria”. De los sobrevivientes, ocho cayeron prisioneros en Cerro Corá.
En los años de guerra, el edificio del Seminario se convirtió en un centro de beneficencia conocido como “Asilo Fe”.
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El seminario de la posguerra
Durante la estadía en Asunción del delegado pontificio, monseñor Di Pietro en 1878, el Congreso Nacional promulgó la ley de creación del Seminario Conciliar. El vicepresidente de la República, en ejercicio del mando, Higinio Uriarte, la sancionó con fuerza de ley el 24 de noviembre de 1878.
De acuerdo a la misma, la nueva institución se dedicaría a la educación de los jóvenes que quisieran llegar al sacerdocio. El Congreso autorizó al Poder Ejecutivo invertir hasta la cantidad de tres mil pesos fuertes para reparar el local del antiguo seminario donde tendría su sede.
Es de suponer el estado deplorable en que se encontraría aquel histórico edificio luego del traslado de la cárcel o “calabozo” en que se había convertido posiblemente desde la ocupación del ejército aliado en 1869.
Las autoridades eclesiásticas iniciaron una campaña de difusión a través de las parroquias de todo el país a fin de seleccionar a los mejores niños y jóvenes que ingresarían en el Seminario Conciliar. En noviembre de 1879 el secretario de la diócesis, Blas Ignacio Duarte, envió a los párrocos una circular que contenía las condiciones para la obtención de las ocho becas. Estas eran las siguientes:
“1º- Que no tengan menos de 12 años ni más de 16 cumplidos.
2º- Que sean nacidos de legítimo matrimonio.
3º- Que puedan comprobar su buena conducta, honestas costumbres.
4º Que sepan a lo menos leer y escribir.
5º Que no tengan enfermedad habitual o congénita, ni defecto físico que les haga deformes y sean vacunados.
“La fe de bautismo y otros documentos en comprobación de las dichas condiciones podrán ser exhibidas hasta el día 15 de diciembre del corriente año en la Curia Eclesiástica, en la cual se presentarán los concurrentes el día miércoles 31 del mismo mes para el examen en el mismo local.
“A más de las becas habrá en el Seminario alumnos a propias cuentas. La pensión pagadera con anticipación será de ocho patacones mensuales para alimentos, enseñanzas, habitación y todos los otros cuidados de la educación. Estos alumnos se admitirán de ocho a diez y seis años, comprobando las tres últimas condiciones expresadas para los que gocen de beca”.
Como se puede apreciar por el tenor del llamado a concurso, las exigencias para acceder a las becas resultaban insalvables para aquellos niños o jóvenes nacidos de madres solteras, no así para los que podían pagarse los estudios, incluso podían ingresar niños de primero o segundo grado.
El país se estaba levantando de su postración tras la cruenta guerra y, al parecer, no tenía fondos ni para reparar un modesto edificio, como lo era aquel cuadrilátero ubicado al costado de la Catedral. Aun así, el tesón de los padres lazaristas sumado al aporte estatal y la colaboración de las familias menos pobres, hicieron posible su inauguración el 4 de abril de 1880.
Presidieron el acto el nuevo obispo Pedro Juan Aponte, el ministro de Culto Antonio Bazarás y el rector Julio Montagne. Entre las damas de la sociedad asuncena asistió la esposa del presidente de la República Cándido Bareiro, doña Atanasia Escato de Bareiro, y su hermana Ana Escato, quienes desde entonces y durante mucho tiempo se convertirían en las principales bienhechoras del Seminario.
Con esta ceremonia se abría una nueva etapa de la historia eclesiástica del Paraguay tras la hecatombe del 70. Tres lazaristas franceses se hicieron cargo del Seminario: José Birot, José María Cellerier y Julio C. Montagne; este último fue Rector durante cuarenta años.
Las clases comenzaron con doce alumnos, y muchas dificultades se tuvieron que sortear desde el inicio ya que “era tal la estrechez y la pobreza en toda su anchura” —al decir del padre Bauden— que ciertas familias acomodadas como las Escato, Aceval, Bedoya, Iturburu, García, Haedo y Recalde, ayudaban con el sustento del “magro régimen alimenticio de la casa”.
En julio de 1881 el secretario de la diócesis escribió un informe a la Nunciatura Apostólica en Río de Janeiro, en que manifestaba que el Seminario Conciliar “era la niña de los ojos del Prelado, que no omite esfuerzo ni sacrificio para mejorarlo, habiendo ya conseguido —señalaba— duplicar el terreno de su ubicación y estando ya próximo el momento de aumentar la capacidad del edificio, para alojar diez o doce jóvenes más”.
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Ampliación del Seminario Conciliar
A la muerte del obispo Aponte en 1891 le sucede uno de los primeros egresados del Seminario Conciliar, Juan Sinforiano Bogarín. Al mes siguiente de su ordenación episcopal, en marzo de 1895, este manifiesta al Gobierno la penosa situación por la que atravesaba el seminario debido al estado ruinoso del edificio y las limitaciones de su espacio.
Con la ayuda de los benefactores y el socorro del Gobierno, Bogarín pudo al fin levantar una “fracción del edificio, la que ha venido a disminuir la estrechez en que vivía el personal docente del Seminario”. Se trataba del pabellón construido al oeste del cuadrilátero, sobre la calle Comuneros. De esto y otros proyectos, el Obispo informó al Papa en su visita “Ad Límina” en 1899.
Una constante amenaza pesaba sobre el Seminario Conciliar, la cercanía de las barrancas del río no permitía mantener en pie por mucho tiempo los muros de contención levantados para el efecto. También corrían peligro la sala de estudios, cocina y despensa, fracción oeste de la antigua casa que perteneció al capitán Pedro Juan Caballero. Hasta los cimientos del nuevo edificio necesitaron socorro en 1902 debido a las lluvias torrenciales que minaron sus bases.
A pesar de todas las dificultades que desde sus inicios tuvo que sortear el Seminario Conciliar, para 1925 ya habían egresado 71 sacerdotes. Los alumnos sumaban 43, cuando a comienzos del noveciento oscilaban entre 16 y 19 seminaristas. Este aumento en el número de alumnos animó al Obispo a pensar en la construcción de una segunda planta y para el efecto fundó la “Obra Diocesana Pro Seminario”, en 1924. Fueron directores de la misma los padres Juan Meyer, apodado Pa’i Planilla, y José Kübler, quienes a su vez encargaron a Isidro Gavilán la tesorería y a Agustín Bogarín la secretaría.
A fines de 1925, cuando la obra ya estaba en sus inicios, dice Blujaki, llegó a la capital un sacerdote del Verbo Divino que conocía mucho de construcciones. Este aconsejó la continuación de la obra de los pabellones ya construidos y la edificación de una segunda planta. Sugirió, además, aprovechar el desnivel de la barranca para levantar criptas y subsuelos.
“Pero a pesar de que la ubicación del seminario era inmejorable, tan próxima a la Catedral, con vista panorámica encantadora, suavemente azotada por la brisa diaria de la bahía —dice Blujaki— el terreno que restaba para patios y campos de deporte era sumamente estrecho”. Esta situación hizo que se cambiaran los planes y se comenzara a buscar otro sitio más adecuado. Se decidió adquirir un terreno ubicado sobre la calle Olimpo (Kubischek) y el camino a San Lorenzo. En 1927 se firmó la escritura de compra-venta y se encomendaron los planos al arquitecto Tomás Romero Pereira.
Con el propósito de aumentar los fondos para la nueva construcción, monseñor Bogarín ofreció en venta o permuta al intendente municipal Baltasar Ballario los terrenos del Seminario kue. La propuesta fue hecha aprovechando la resolución municipal de diciembre de 1927 que disponía el ensanchamiento de la plaza Constitución desde el antiguo cuartel de artillería hasta el Seminario Kue. El área ofertada medía aproximadamente 42 metros sobre la calle Comuneros, por 94 de fondo que iba hasta la barranca del río Paraguay.
Los trabajos se iniciaron en abril de 1930, y antes de cumplirse un año la obra fue entregada a la Curia. Los terrenos del seminario no llegaron a venderse y la construcción igual siguió adelante. En julio de 1931, alumnos y profesores abandonaron el antiguo local de la calle Comuneros para estrenar la nueva sede, aunque inconclusa. El Seminario Metropolitano se inauguró con toda solemnidad, el 15 de mayo de 1932.
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Margarita Durán Estragó
10 de Abril de 2010
.10 de Abril de 2010
Fuente: SUPLEMENTO CULTURAL del diario ABC COLOR del domingo, 11 de abril de 2010.
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