EL COMERCIO EXTERIOR
EN LA ANTIGUA PROVINCIA DEL PARAGUAY
Autor: MARIANO ANTONIO MOLAS
(Enlace a datos biográficos y obras
EN LA ANTIGUA PROVINCIA DEL PARAGUAY
Autor: MARIANO ANTONIO MOLAS
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en la GALERÍA DE LETRAS del
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EL COMERCIO EXTERIOR
Regularmente en cada un año, se sacaban y extraían de esta provincia, sin incluir los pueblos de Misiones, trescientas veinte mil arrobas de yerba, que se distribuían por las provincias del Río de la Plata, Chile y el Perú, como se ha dicho, no siendo poca la que se consumía en el país, que ascendería poco más o menos a cuarenta mil arrobas. Don Antonio de Ulloa, en su "Relación Histórica", de su viaje a la América Meridional, segunda parte, tomo 3º, dice: "que siendo el consumo de la yerba-mate, de los mejores que se hacen en todo el Perú y Chile, bastaría este sólo renglón a hacer grandioso el comercio de esta provincia; por ser ésta, la única donde se produce". Pero este sabio viajero se engañó en esta última parte, pues la yerba es también producción natural de Brasil, y su uso, cuando él escribió, estaba corriente en aquel país. Durante el tiránico gobierno del Dictador, subió la yerba en Buenos Aires, a veinticinco pesos por arroba, y en Chile a cincuenta, por cuya razón se prohibió su introducción en aquel reino, y en el Perú dejó de usarse enteramente. En vista de haber cerrador el Dictador la navegación del Río y de consiguiente la extracción de los frutos del país para las Provincias Argentinas, dieron los brasileños en trabajar la Yerba en los montes del Brasil, que abundan de ella, e introducirla en Buenos Aires. De este modo pareciéndole al Dictador perjudicar a los habitantes de los pueblos de abajo, causó el mayor daño a los del Paraguay y al Erario Nacional; pudiendo haberlos enriquecido a aquéllos, y llenado éste con sólo la permisión del comercio franco con dichos pueblos, sin perjuicio de la independencia y neutralidad de esta provincia. Pero como sus miras no se dirigían sino a embrutecer y empobrecer para gobernar esclavos, quiso más bien preferir a los brasileños. En efecto, abrió y entabló comunicación mercantil con ellos por a vía del pueblo de Itapúa, que dista poco más de ochenta leguas de la Asunción. Pero un comercio tan mezquino y tan lleno de trabas a nadie podía adelantar. No solamente no iban a aquel mercado, hombres de alguna tintura o de conocimientos mercantiles, sino que ni los ignorantes y del estado común, que alcanzaban licencia a fuerza de tiempo y paciencia, podían conducir a Itapúa, Yerba o Tabaco, que hubiesen comprado, ni en calidad de habilitados, sino que habían de llevar la Yerba o Tabaco, que ellos mismos hubieren trabajado personalmente. Tampoco concedía licencia a todos los que la pedían, sino a los que él quería, no con la cantidad de frutos que tenían, sino con la que él les asignaba; v. gr., el que solicitaba licencia para 200 arrobas de Yerba o Tabaco, no la conseguía más que de 100 arrobas; el que intentaba conducir a dicho mercado sus frutos había de presentar o acompañar su Memorial con dos certificados del juez de su partido; el uno, de ser el interesado blanco de linaje; el otro, que la hacienda manifestada, era de su propia cosecha. También había de especificarse la calidad de los peones, si eran adictos a la independencia de la República, y afectos a su persona. De este modo los vecinos de la ciudad estaban excluidos de este tráfico; por que no siendo agricultores, no podían adquirir los artículos predichos, sino comprándolos a los labradores y perberos (sic). Estaban también excluidos los que no eran de linaje blanco; en suma, no iban a Itapúa los parientes, o de un mismo apellido de los que él tenía aherrojados y encerrados en los calabozos; tampoco aquellos a quienes odiaba sin causa, o sospechaba que podían no ser adictos a su despotismo y tiranía.
La forma en que se hacía este comercio, que causó no pocos pesares, trabajos, pérdidas y prisiones a los que lo practicaban, era la siguiente: Llegado el Brasileño a Itapúa se le registraban los zapatos, botas, sombrero y todo el vestido que traía puesto, para ver si ocultaba cartas, gacetas u otros papeles que contuviesen los sucesos y el estado de Buenos Aires, de donde procedían aquellos mercaderes. Luego se desarrollaban y desdoblaban los géneros, pieza por pieza, y se le entregaban vareados. Después de esta operación se remitía al Dictador la nota de ellos, con la licencia y guía, y de cada género o efecto un retacito por muestra. Entre tanto, no podía el mercader abrir tienda ni vender una aguja, hasta que regresase el chasque, y escogiera el Dictador los renglones que quería, que siempre eran de los mejores, los que entregados al Receptor, fuera de los que se le regalaban, podía el mercader proceder a la venta de los restos.
El Dictador tomaba los géneros a los precios que él quería imponerles, y se conducían a la Capital con los auxilios de los vecinos, que contribuían con bueyes, caballos, carretas, reses para el gasto del camino, y con sus personas, escoltando las carretas. De manera que sobre tomar baratos los géneros nada le costaba su conducción, pues todo se hacía a expensas de los pobres vecinos, sin embargo, de abundar, el Estado de bueyes, caballos, ganado y de todo. Los estancaba en la Aduana, de allí los hacía sacar a la tienda del Estado de vez en cuando, a vender a un ciento cincuenta sobre el uno que le costaba de principal. Si no se vendían por caros, volvían a la Aduana y allí se inutilizaban y se pudrían de polilla. (44) Se cansa la pluma de referir, tanta extravagancia, que aun el oír fastidia: pero es conveniente referirles, para que la posteridad llegue a saber, que la República del Paraguay, gimió veinticinco años, bajo la férula férrea de un dictador pulpero y monopolista, que para mandar vender agujas, cintas, pimienta, avellanas, etc., primero se ocupaba en varear sólo las piezas de cinta, y contar las agujas y demás cosas.
EL ALGODÓN Y EL TABACO
Vuelvo a seguir el hilo de mi descripción.
El algodón, es uno de los ramos de no poco incremento para la Provincia, el cual aunque antiguamente se extraía mucho para Buenos Aires, Santa Fe y Corrientes, cesó la saca de él; porque apenas sufraga para el consumo de aquí, en el tejido de los lienzos, de que por lo común se visten los naturales de los pueblos y gente de la campaña, y aun toda la ciudad, y también los indios bárbaros, los cuales tejen unas mantas, principalmente, los Guanáes, Mbayáes y Payaguáes, que sirven para sobrecamas y otros fines, mayormente para defenderse del agua, pues por su consistencia no las pasa. Este fruto es contingente, o porque hay seca o por abundancia de agua, en cuyo caso pica la planta un gusano que la tala y seca, de modo que pierde la mayor parte. Sucede lo mismo con la mandioca o yuga.
En los pueblos de indios, hacían hilar los comerciantes y otros muchos particulares, considerables arrobas de algodón y lo reducían a lienzo. Pero la insaciable codicia y monopolio del Dictador, privó hasta de este recurso a los habitantes de la República, y durante su despótico gobierno, muchos de los comerciantes que antes manejaban gruesos capitales se vieron reducidos a la mendicidad y otros a hilar, para comer y vestir, porque no tenían en qué ocuparse." (45)
La caña dulce es también otro ramo a que se aplican mucho los naturales, para beneficio de la miel y azúcar que se elabora de tres calidades: blanca, terciada y rubia, que se consume en la Provincia. Antes se extraía para los pueblos de Misiones de la otra banda del Paraná y Uruguay. La miel, no toda la que se cosecha es buena para azúcar, mucha parte de ella se destina para mazacotes y aguardiente o caña que se exportaban para Buenos Aires, donde se vendían con estimación.
El tabaco es el fruto principal a que generalmente se dedican los labradores. Desde el año de 1780, lo había estancado el Rey de España, cuyo estancamiento duró hasta el de 1811, en que con motivo de la emancipación de América, cesó y se declaró por de libre comercio en un Congreso General de la Provincia, celebrado el 21 de junio de 1811. Hasta este tiempo se cosechaba tabaco exquisito en color, olor y fortaleza. Los cosecheros introducían su tabaco en la factoría, donde había dos reconocedores que lo examinaban; si era bueno, lo recibían y romaneaban; y se les pagaba por el de hoja, a dos pesos, y por el de pito, a doce reales.
Se recolectaban al año 31.755 arrobas del de pito, y 20.756 del de hoja. Ascendía su valor a 89.104 pesos 4 reales, que era el dinero que salía de la Caja Real, al principio del estanco; después se fue aumentando. Las 52.491 arrobas de tabaco se remitían a la Dirección General de Buenos Aires, y de allí se distribuían a los demás pueblos de su dependencia para su venta.
El tabaco mejor era el de Villa-Rica, en donde se recolectaban y entregaban en el real estanco, doce mil arrobas. El de los valles de Capiatá, Itauguá e Ibicuí [Ybycuí o Yvyku'i], no era nada inferior, como también el de Tebicuarí [Tebicuary], Quiquió [Quyquhó], Carapegüá [Carapeguá] y la Villeta. Es de advertir que a los principios no estaban obligados los cosecheros a entregar cantidad fija de tabaco; cada uno entregaba las arrobas que quería, y otros muchos no entregaban nada, para venderlo en más precio, dentro de la Provincia, donde era permitida su venta libre, y no tenía precio fijo; así es, que por lo común, el de hoja bueno se vendía a cuatro pesos la arroba, y aun a más cuando había escasez. Después se obligaron por contrata con la factoría, los labradores, y otros muchos vecinos, a entregar cantidad fija de arrobas desde veinticinco a cincuenta. Estos contratantes quedaban exceptuados del servicio postal.
El tabaco torcido, negro, que igualmente se beneficiaba en esta provincia, ascendía a 10.272 arrobas del que se recolectaba en la Real Factoría. La mayor porción se fabricaba en los pueblos de indios, y el de San Joaquín era el mejor. El Rey pagaba 27 reales por la arroba de tabaco torcido, para cuya fábrica se trajeron algunos brasileños, quienes lo trabajaban, y ellos enseñaron a los paraguayos. (46)
No hay fábrica ni ingenio en la provincia, pues no puede llamarse tal el beneficio del azúcar, que se hace en trapiche de madera.
Minas, no se conocen porque no se han buscado, aunque en el año 1779, se descubrieron unas, a distancia de cuarenta leguas al sur de la Asunción, en el Cerro de San Miguel, estancia que fue del partido de Santa María. Resultaron de azogue (47), según el experimento que se practicó de cuatro zurrones de piedras, que se remitieron a Buenos Aires. Pero posteriormente no se ha elaborado nada. El año de 1812 se descubrieron en el barrio de San Roque, unas piedras ferruginosas, de las que, habiéndolas puesto en calda, un herrero vizcaíno, sacó una pieza de hierro de muy buena calidad.
Minas de cal y de yeso hay abundantes; de la primera, en el territorio de Concepción, y de la segunda en la Villa Franca. En las inmediaciones del pueblo Santa Ana, que hoy está destruido, en la otra banda del Paraná, hay minas de cobre de superior calidad. De ella se ha elaborado alguna corta cantidad.
La sal se elabora en esta provincia, por destilación y cocimiento en los parajes de las Salinas, de Tapúa, de Lambaré, Ibiraí [Yvyrai], Salado y en otros varios. De ella se abastece suficientemente a Provincia, hasta el Paraná, y antes se sacaba también para Corrientes y pueblos de Misiones, hasta el Uruguay. A la banda del norte del río Aquidabánigui [Aquidabán Nigui], hay también salinas, y antes de la despoblación de aquellos lugares se trabajaba en ellos muy buena sal, y de ella se proveían los vecinos de Concepción.
En Misiones de esta banda del Paraná, se encuentran Canterías, de donde se sacan piedras, largas y cuadradas, que sirven en los pórticos, corredores y patios de los colegios; por lo común tienen vara y media en cuadro, aunque hay algunas de doble tamaño. Hay otras, de que se forman pilares de tres, cuatro y más varas de alto. Recién sacadas son blandas y fácil de labrarlas, y hacer molduras de ellas de buena vista. En los pueblos de San Cosme, Trinidad y Jesús, se ven muchas colocadas en los edificios y templos. En los distritos de la Emboscada, hay también canteras, de las que se extraen piedras largas, lisas y blancas, hasta de dos varas de largo y una de ancho, de dos, tres, cuatro y más pulgadas de grueso. En las inmediaciones del pueblo de Yuti [Yuty] y en otras varias partes, se encuentra con abundancia la piedra imán. Así también la de amolar, de todas clases.
En uno de los dos cerros de Yariguáa [Jarigua’a], se encontró una gran losa o piedra bien cuadrada, grabada toda de un lado a cincel con caracteres griegos o hebreos, pues nadie pudo comprender el sentido o significado de la inscripción, aunque se transcribió con puntualidad y exactitud en papel; está a la falda del cerro. Induce a creer que es un monumento de la más remota antigüedad. Al presente debe estar cubierta de tierra.
Regularmente en cada un año, se sacaban y extraían de esta provincia, sin incluir los pueblos de Misiones, trescientas veinte mil arrobas de yerba, que se distribuían por las provincias del Río de la Plata, Chile y el Perú, como se ha dicho, no siendo poca la que se consumía en el país, que ascendería poco más o menos a cuarenta mil arrobas. Don Antonio de Ulloa, en su "Relación Histórica", de su viaje a la América Meridional, segunda parte, tomo 3º, dice: "que siendo el consumo de la yerba-mate, de los mejores que se hacen en todo el Perú y Chile, bastaría este sólo renglón a hacer grandioso el comercio de esta provincia; por ser ésta, la única donde se produce". Pero este sabio viajero se engañó en esta última parte, pues la yerba es también producción natural de Brasil, y su uso, cuando él escribió, estaba corriente en aquel país. Durante el tiránico gobierno del Dictador, subió la yerba en Buenos Aires, a veinticinco pesos por arroba, y en Chile a cincuenta, por cuya razón se prohibió su introducción en aquel reino, y en el Perú dejó de usarse enteramente. En vista de haber cerrador el Dictador la navegación del Río y de consiguiente la extracción de los frutos del país para las Provincias Argentinas, dieron los brasileños en trabajar la Yerba en los montes del Brasil, que abundan de ella, e introducirla en Buenos Aires. De este modo pareciéndole al Dictador perjudicar a los habitantes de los pueblos de abajo, causó el mayor daño a los del Paraguay y al Erario Nacional; pudiendo haberlos enriquecido a aquéllos, y llenado éste con sólo la permisión del comercio franco con dichos pueblos, sin perjuicio de la independencia y neutralidad de esta provincia. Pero como sus miras no se dirigían sino a embrutecer y empobrecer para gobernar esclavos, quiso más bien preferir a los brasileños. En efecto, abrió y entabló comunicación mercantil con ellos por a vía del pueblo de Itapúa, que dista poco más de ochenta leguas de la Asunción. Pero un comercio tan mezquino y tan lleno de trabas a nadie podía adelantar. No solamente no iban a aquel mercado, hombres de alguna tintura o de conocimientos mercantiles, sino que ni los ignorantes y del estado común, que alcanzaban licencia a fuerza de tiempo y paciencia, podían conducir a Itapúa, Yerba o Tabaco, que hubiesen comprado, ni en calidad de habilitados, sino que habían de llevar la Yerba o Tabaco, que ellos mismos hubieren trabajado personalmente. Tampoco concedía licencia a todos los que la pedían, sino a los que él quería, no con la cantidad de frutos que tenían, sino con la que él les asignaba; v. gr., el que solicitaba licencia para 200 arrobas de Yerba o Tabaco, no la conseguía más que de 100 arrobas; el que intentaba conducir a dicho mercado sus frutos había de presentar o acompañar su Memorial con dos certificados del juez de su partido; el uno, de ser el interesado blanco de linaje; el otro, que la hacienda manifestada, era de su propia cosecha. También había de especificarse la calidad de los peones, si eran adictos a la independencia de la República, y afectos a su persona. De este modo los vecinos de la ciudad estaban excluidos de este tráfico; por que no siendo agricultores, no podían adquirir los artículos predichos, sino comprándolos a los labradores y perberos (sic). Estaban también excluidos los que no eran de linaje blanco; en suma, no iban a Itapúa los parientes, o de un mismo apellido de los que él tenía aherrojados y encerrados en los calabozos; tampoco aquellos a quienes odiaba sin causa, o sospechaba que podían no ser adictos a su despotismo y tiranía.
La forma en que se hacía este comercio, que causó no pocos pesares, trabajos, pérdidas y prisiones a los que lo practicaban, era la siguiente: Llegado el Brasileño a Itapúa se le registraban los zapatos, botas, sombrero y todo el vestido que traía puesto, para ver si ocultaba cartas, gacetas u otros papeles que contuviesen los sucesos y el estado de Buenos Aires, de donde procedían aquellos mercaderes. Luego se desarrollaban y desdoblaban los géneros, pieza por pieza, y se le entregaban vareados. Después de esta operación se remitía al Dictador la nota de ellos, con la licencia y guía, y de cada género o efecto un retacito por muestra. Entre tanto, no podía el mercader abrir tienda ni vender una aguja, hasta que regresase el chasque, y escogiera el Dictador los renglones que quería, que siempre eran de los mejores, los que entregados al Receptor, fuera de los que se le regalaban, podía el mercader proceder a la venta de los restos.
El Dictador tomaba los géneros a los precios que él quería imponerles, y se conducían a la Capital con los auxilios de los vecinos, que contribuían con bueyes, caballos, carretas, reses para el gasto del camino, y con sus personas, escoltando las carretas. De manera que sobre tomar baratos los géneros nada le costaba su conducción, pues todo se hacía a expensas de los pobres vecinos, sin embargo, de abundar, el Estado de bueyes, caballos, ganado y de todo. Los estancaba en la Aduana, de allí los hacía sacar a la tienda del Estado de vez en cuando, a vender a un ciento cincuenta sobre el uno que le costaba de principal. Si no se vendían por caros, volvían a la Aduana y allí se inutilizaban y se pudrían de polilla. (44) Se cansa la pluma de referir, tanta extravagancia, que aun el oír fastidia: pero es conveniente referirles, para que la posteridad llegue a saber, que la República del Paraguay, gimió veinticinco años, bajo la férula férrea de un dictador pulpero y monopolista, que para mandar vender agujas, cintas, pimienta, avellanas, etc., primero se ocupaba en varear sólo las piezas de cinta, y contar las agujas y demás cosas.
EL ALGODÓN Y EL TABACO
Vuelvo a seguir el hilo de mi descripción.
El algodón, es uno de los ramos de no poco incremento para la Provincia, el cual aunque antiguamente se extraía mucho para Buenos Aires, Santa Fe y Corrientes, cesó la saca de él; porque apenas sufraga para el consumo de aquí, en el tejido de los lienzos, de que por lo común se visten los naturales de los pueblos y gente de la campaña, y aun toda la ciudad, y también los indios bárbaros, los cuales tejen unas mantas, principalmente, los Guanáes, Mbayáes y Payaguáes, que sirven para sobrecamas y otros fines, mayormente para defenderse del agua, pues por su consistencia no las pasa. Este fruto es contingente, o porque hay seca o por abundancia de agua, en cuyo caso pica la planta un gusano que la tala y seca, de modo que pierde la mayor parte. Sucede lo mismo con la mandioca o yuga.
En los pueblos de indios, hacían hilar los comerciantes y otros muchos particulares, considerables arrobas de algodón y lo reducían a lienzo. Pero la insaciable codicia y monopolio del Dictador, privó hasta de este recurso a los habitantes de la República, y durante su despótico gobierno, muchos de los comerciantes que antes manejaban gruesos capitales se vieron reducidos a la mendicidad y otros a hilar, para comer y vestir, porque no tenían en qué ocuparse." (45)
La caña dulce es también otro ramo a que se aplican mucho los naturales, para beneficio de la miel y azúcar que se elabora de tres calidades: blanca, terciada y rubia, que se consume en la Provincia. Antes se extraía para los pueblos de Misiones de la otra banda del Paraná y Uruguay. La miel, no toda la que se cosecha es buena para azúcar, mucha parte de ella se destina para mazacotes y aguardiente o caña que se exportaban para Buenos Aires, donde se vendían con estimación.
El tabaco es el fruto principal a que generalmente se dedican los labradores. Desde el año de 1780, lo había estancado el Rey de España, cuyo estancamiento duró hasta el de 1811, en que con motivo de la emancipación de América, cesó y se declaró por de libre comercio en un Congreso General de la Provincia, celebrado el 21 de junio de 1811. Hasta este tiempo se cosechaba tabaco exquisito en color, olor y fortaleza. Los cosecheros introducían su tabaco en la factoría, donde había dos reconocedores que lo examinaban; si era bueno, lo recibían y romaneaban; y se les pagaba por el de hoja, a dos pesos, y por el de pito, a doce reales.
Se recolectaban al año 31.755 arrobas del de pito, y 20.756 del de hoja. Ascendía su valor a 89.104 pesos 4 reales, que era el dinero que salía de la Caja Real, al principio del estanco; después se fue aumentando. Las 52.491 arrobas de tabaco se remitían a la Dirección General de Buenos Aires, y de allí se distribuían a los demás pueblos de su dependencia para su venta.
El tabaco mejor era el de Villa-Rica, en donde se recolectaban y entregaban en el real estanco, doce mil arrobas. El de los valles de Capiatá, Itauguá e Ibicuí [Ybycuí o Yvyku'i], no era nada inferior, como también el de Tebicuarí [Tebicuary], Quiquió [Quyquhó], Carapegüá [Carapeguá] y la Villeta. Es de advertir que a los principios no estaban obligados los cosecheros a entregar cantidad fija de tabaco; cada uno entregaba las arrobas que quería, y otros muchos no entregaban nada, para venderlo en más precio, dentro de la Provincia, donde era permitida su venta libre, y no tenía precio fijo; así es, que por lo común, el de hoja bueno se vendía a cuatro pesos la arroba, y aun a más cuando había escasez. Después se obligaron por contrata con la factoría, los labradores, y otros muchos vecinos, a entregar cantidad fija de arrobas desde veinticinco a cincuenta. Estos contratantes quedaban exceptuados del servicio postal.
El tabaco torcido, negro, que igualmente se beneficiaba en esta provincia, ascendía a 10.272 arrobas del que se recolectaba en la Real Factoría. La mayor porción se fabricaba en los pueblos de indios, y el de San Joaquín era el mejor. El Rey pagaba 27 reales por la arroba de tabaco torcido, para cuya fábrica se trajeron algunos brasileños, quienes lo trabajaban, y ellos enseñaron a los paraguayos. (46)
No hay fábrica ni ingenio en la provincia, pues no puede llamarse tal el beneficio del azúcar, que se hace en trapiche de madera.
Minas, no se conocen porque no se han buscado, aunque en el año 1779, se descubrieron unas, a distancia de cuarenta leguas al sur de la Asunción, en el Cerro de San Miguel, estancia que fue del partido de Santa María. Resultaron de azogue (47), según el experimento que se practicó de cuatro zurrones de piedras, que se remitieron a Buenos Aires. Pero posteriormente no se ha elaborado nada. El año de 1812 se descubrieron en el barrio de San Roque, unas piedras ferruginosas, de las que, habiéndolas puesto en calda, un herrero vizcaíno, sacó una pieza de hierro de muy buena calidad.
Minas de cal y de yeso hay abundantes; de la primera, en el territorio de Concepción, y de la segunda en la Villa Franca. En las inmediaciones del pueblo Santa Ana, que hoy está destruido, en la otra banda del Paraná, hay minas de cobre de superior calidad. De ella se ha elaborado alguna corta cantidad.
La sal se elabora en esta provincia, por destilación y cocimiento en los parajes de las Salinas, de Tapúa, de Lambaré, Ibiraí [Yvyrai], Salado y en otros varios. De ella se abastece suficientemente a Provincia, hasta el Paraná, y antes se sacaba también para Corrientes y pueblos de Misiones, hasta el Uruguay. A la banda del norte del río Aquidabánigui [Aquidabán Nigui], hay también salinas, y antes de la despoblación de aquellos lugares se trabajaba en ellos muy buena sal, y de ella se proveían los vecinos de Concepción.
En Misiones de esta banda del Paraná, se encuentran Canterías, de donde se sacan piedras, largas y cuadradas, que sirven en los pórticos, corredores y patios de los colegios; por lo común tienen vara y media en cuadro, aunque hay algunas de doble tamaño. Hay otras, de que se forman pilares de tres, cuatro y más varas de alto. Recién sacadas son blandas y fácil de labrarlas, y hacer molduras de ellas de buena vista. En los pueblos de San Cosme, Trinidad y Jesús, se ven muchas colocadas en los edificios y templos. En los distritos de la Emboscada, hay también canteras, de las que se extraen piedras largas, lisas y blancas, hasta de dos varas de largo y una de ancho, de dos, tres, cuatro y más pulgadas de grueso. En las inmediaciones del pueblo de Yuti [Yuty] y en otras varias partes, se encuentra con abundancia la piedra imán. Así también la de amolar, de todas clases.
En uno de los dos cerros de Yariguáa [Jarigua’a], se encontró una gran losa o piedra bien cuadrada, grabada toda de un lado a cincel con caracteres griegos o hebreos, pues nadie pudo comprender el sentido o significado de la inscripción, aunque se transcribió con puntualidad y exactitud en papel; está a la falda del cerro. Induce a creer que es un monumento de la más remota antigüedad. Al presente debe estar cubierta de tierra.
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Fuente:
DESCRIPCIÓN HISTÓRICA
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