en la GALERÍA DE LETRAS del
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LA NOTA DEL 20 DE JULIO A BUENOS AIRES
Quedando pues instalada la Junta Gubernativa, y entrando en posesión del mando, al día siguiente dio principio al ejercicio de la autoridad que se la confió la Provincia, eligiendo los nuevos alcaldes y Regidores que reemplazasen los removidos, que por disposición de la Junta General estaban privados de sus oficios, y permanecían reclusos, en el cuartel de la Unión; pero se les puso en libertad a los ocho días de la nueva elección, menos al ex-Gobernador don Bernardo Velazco y su sobrino, director don Benito Velazco, quienes permanecieron reclusos e incomunicados. (1)
Ya que se han demostrado los grandes motivos y causas que impulsaron a la Provincia del Paraguay, para extinguir el Gobierno Español Europeo, y declarase independiente de toda autoridad suprema o superior extranjera, así como de la dominación Portuguesa a que el Gobernador Español don Bernardo Velazco, intentaba sujetarla, para separarla de la unión y confederación con las provincias argentinas, que formaban el Virreinato del Río de la Plata, es consiguiente, que también se trate de los actos administrativos de la Junta de Gobierno.
Como el primer acto de jurisdicción de un Gobierno, legítimamente establecido es la institución de Magistrados, jueces y ministros de justicia; la Junta, empezó a ejercer su jurisdicción eligiendo los Alcaldes, Regidores, y demás ministros, como queda dicho; en seguida tomó y dio las providencias convenientes a su propia seguridad, tranquilidad y defensa de la Provincia; y en este estado, a los once días de su instalación recibió pliegos del Sr. Marqués de Casa-Irujo, embajador y ministro Plenipotenciario de España, cerca de su Alteza el Príncipe Regente de Portugal, en el Río Janeiro: el conductor de los pliegos, era un mulato oficial que había militado en los ejércitos de España, contra los franceses; venían dirigidos al gobernador don Bernardo Velazco. Inmediatamente procedió la Junta a comunicar al Pueblo lo contenido en esos pliegos, por el siguiente manifiesto, publicado por Bando.
MANIFIESTO AL PUEBLO
"Deseando esta Junta no omitir medio de manifestar la fuerza de sus intenciones, en el ejercicio del grave y delicado encargo que se le ha confiado, ha hecho un deber de su oficio, y al mismo tiempo consiguiente a la confianza que ha debido al público, noticiar sincera y francamente aquellas ocurrencias o sucesos, que al paso de ser interesantes a la Provincia, pueden ser especialmente conducentes para disipar el error en unos, destejer la equivocación de otros, y contener la malicia de los mal intencionados, que aprovechándose diestramente de cualquier accidente o anuencia, por ignorado que sea su objeto, tratan de inducir la desconfianza, para sembrar la discordia y fomentar un concepto menos favorable al Gobierno y al estado actual de las cosas. Ya anteriormente se demostró por parte del Cuartel General de esta plaza, que al presente no había motivo de recelar invasión alguna de los Portugueses contra nuestro territorio. Efectivamente la menor reflexión podía bastar para deducir que de una nación culta, con quien hemos estado en buena paz, y a cuyo Jefe se ha declarado y protestado en el momento mismo de nuestra revolución, el deseo de conservar y continuar la misma amistad y buena armonía, no debemos esperar un rompimiento inopinado, sin causa ni motivo antecedente, con infracción de los más fuertes y recomendables derechos, que siempre han respetado todas las naciones.
"Pero lo que en este particular ha llenado de satisfacción a la Junta, y debe darla a toda la Provincia, es la carta que acaba de recibir, escrita por el Exmo. Sr. Marqués de Casa Irujo, embajador de España en el Río Janeiro, en que después de felicitar a este Gobierno por las victorias de la Provincia, y de manifestar que la reunión anterior de tropas portuguesas en el pueblo de San Borja, había sido dispuesta por el Capitán General del Río Grande, con motivo del auxilio de doscientos hombres que de aquí se había pedido, para cortar en su retirada el resto del ejército de Buenos Aires, se contrae a dar a saber a este Gobierno las órdenes estrechas y terminantes que tiene de España, para no consentir, y antes bien reclamar y protestar, (como expresa haberlo ya verificado), contra la entrada de tropas portuguesas a cualquier territorio Español, y esto aun cuando se intente bajo el pretexto de sujetar la razón política de esta determinación. Nuestro Embajador citado, tenía a bien dejar al buen juicio y discreción de este Gobierno, su ejecución completa o parcial, según lo requieran las circunstancias, y decidir, si este es uno de los casos en que por razón de la inmensa distancia, es permitido violar las órdenes del Gobierno, para realizar sus intenciones, que no son, ni pueden ser otras, que las del bien general de la monarquía; encargando finalmente que en cualquier evento se despidan de aquí las tropas portuguesas, con toda la prontitud que permitan la seguridad de la provincia y las ventajas ulteriores que las circunstancias puedan presentar, si en ello no se prevén inconvenientes o malas inconsecuencias. Este, y no otro ha sido el contenido del pliego que ha conducido el oficial enviado por el embajador a esta ciudad, y la actual Junta, se encargará de manifestar y declarar esto mismo a los jefes y comandantes portugueses de las tropas y establecimientos fronterizos a esta provincia, cuando el caso y la necesidad lo exijan. Así se da a saber al público, para que con este conocimiento nunca pueda ser sorprendido por las falsas voces de los que habiendo perdido la esperanza de subyugarnos, pretenden introducir la inquietud, suponiendo noticias inventadas y figurando cuidados y temores vanos, y aun despreciables para un pueblo de hombres libres, que antes morirían que dejar de serlo. Y para que llegue a noticia de todos se publicará este Manifiesto por bando en la forma ordinaria; y sacándose las copias correspondientes, se fijarán en los lugares acostumbrados. Hecho en la Asunción, a tres de Julio de mil ochocientos once – Fulgencio Yegros – Dr. José Gaspar Francia – Pedro Juan Caballero – Dr. Francisco Bogarín – Fernando de la Mora, vocal secretario.
La Junta de Gobierno, en cumplimiento de lo acordado y resuelto por la General de la provincia, remitió a la Exma. Junta de Buenos Aires en testimonio, los autos de la revolución y de su resultado, con el siguiente oficio.
LA NOTA
Oficio de la Junta Gubernativa del Paraguay, a la de la ciudad de Buenos Aires.
"Exmo. Sr. – Cuando esta provincia opuso sus fuerzas a las que vinieron dirigidas de esa ciudad, no tuvo ni podía tener otro objeto, que su natural defensa. No es dudable, que abolida y deshecha la representación del poder Supremo, recae éste o queda refundido naturalmente en toda la nación. Cada pueblo se considera entonces en cierto modo participante del atributo de la soberanía, y aun los ministros públicos, han menester su consentimiento o libre conformidad para el ejercicio de sus facultades. De este principio tan importante, como fecundo en útiles consecuencias, y que V. E. sin duda lo había reconocido, se deduce ciertamente que resumiendo los pueblos sus derechos primitivos, se hallan todos en igual caso, y que igualmente corresponde a todos velar sobre su propia conservación. Si en este estado se presentaba el Consejo llamado de Regencia, no sin alguna apariencia de legitimidad, ¿qué mucho es que hubiese pueblos, que buscando una áncora de que asirse en la general borrasca que los amenaza, adoptasen diferentes sistemas de seguridad, sin oponerse a la general de la nación?
"Es verdad que esta idea para el mejor logro de su objeto, podía haberse rectificado. La confederación de esta provincia con las demás de Nuestra América, y principalmente con la que comprendía la demarcación del antiguo Virreinato, debía ser de un interés más inmediato, más asequible y por lo mismo más natural, como de pueblos no sólo de un mismo origen, sino que por el enlace de particulares recíprocos intereses, parecen destinados por la naturaleza misma a vivir y conservarse unidos. No faltaban verdaderos patriotas que deseasen esta dichosa unión en términos justos y razonables: pero las grandes empresas requieren tiempo y combinación, y el ascendiente del gobierno, y desgraciadas circunstancias que ocurrieron por parte de esa y de esta ciudad, de que ya no conviene hacer memoria, la habían dificultado. Al fin, las cosas de la provincia llegaron a tal estado, que fue preciso que ella se resolviese seriamente a recobrar sus derechos usurpados para salir de la antigua opresión, en que se mantenía, agravada con nuevos males, de un régimen sin concierto, y para ponerse al mismo tiempo a cubierto del rigor de una nueva esclavitud de que se sentía amenazada.
"No fueron precisos grandes esfuerzos para conseguirlo; tres compañías de infantería, y otras tres de artillería, que en la noche del 14 de mayo último, ocuparon el cuartel general, y parque de artillería, bastaron para facilitarlo todo. El gobernador y sus adheridos, hubieron de hacer alguna oposición, con mano tímida, pero presintiendo la intención general, y viendo la firmeza y resolución de nuestras tropas, y que otras de la campaña podían venir en su auxilio, le fue preciso ceder, y al día siguiente acceder a cuanto se le exigió, luego que aquellas se presentaron en la plaza.
"El principal objeto de ellas, no era otro sino allanar el paso para que la provincia, reconociendo sus derechos, libre del influjo y poderío de sus opresores, deliberase francamente el partido que juzgase conveniente. Con este fin se convocó a una Junta General, que se celebró felizmente, no sólo con suficiente número de sus principales vecinos, y de todas las corporaciones independientes, mas también con asistencia y voto de los diputados de las villas y poblaciones de esta jurisdicción. En ella, se creó la presente Junta Gubernativa, que ha sido reconocida generalmente, y se tomaron otras diferentes providencias, que su seguridad, el conocimiento íntimo, y remedio de los males que padece, y la conservación de sus derechos, han hecho necesarios e indispensables. De todas ellas y de otros incidentes que antecedieron, instruirán a V. E. los autos de esta revolución, que la actual Junta, consiguiente al encargo de la Provincia, tiene la satisfacción de acompañar en testimonio.
"Este ha sido el modo como ella por sí misma, y a esfuerzos de su propia resolución, se ha constituido en libertad, y en el pleno goce de sus derechos; pero se engañaría cualquiera que llegase a imaginar que su intención había sido entregarse al arbitrio ajeno, y hacer dependiente su suerte de otra voluntad. En tal caso nada más habría adelantado, ni reportado otro fruto de su sacrificio, que el cambiar una cadena por otras, y mudar de amo. Ni nunca V. E., apreciador justo y equitativo, extrañará que en el estado a que han llegado los negocios de la nación, sin poderse divisar el éxito que puedan tener, el pueblo del Paraguay desde ahora, se muestre celoso de su naciente libertad, después que ha tenido valor para recobrarla. Sabe muy bien que si la libertad puede a veces adquirirse o conquistarse, una vez perdida, no es igualmente fácil, volver a recuperarla. Ni esto es recelar que V. E. sea capaz de abrigar en su corazón intenciones menos justas y equitativas, muy lejos de esto, cuando la Provincia no hace más que sostener su libertad y sus derechos, se lisonjea esta Junta que V. E. aplaudirá estos nobles sentimientos, considerando cuanto en favor de nuestra causa común, puede esperarse de un pueblo grande, que piensa y habla con esta franqueza y magnanimidad.
"La Provincia del Paraguay, Exmo. Sr., reconoce sus derechos, no pretende perjudicar aún levemente los de ningún otro pueblo; y tampoco se niega a todo lo que es regular y justo. Los autos mismo manifestarán a V. E., que su voluntad decidida es unirse con esa ciudad, y con las demás confederadas, no para conservar solamente una recíproca amistad, buena armonía, comercio y correspondencia, sino también para formar una sociedad fundada en principios de justicia, de equidad y de igualdad; a este fin ha nombrado ya su diputado, para que asista al Congreso General de las Provincias, suspendiendo, como desde luego queda aquí suspendido hasta su celebración y suprema decisión, el reconocimiento de las Cortes y Consejo de Regencia de España y de otra cualquiera representación de la autoridad suprema de la nación, bajo la declaración siguiente:
Primera. Que mientras no se forme el Congreso general, esta provincia se gobernará por sí misma, sin que la Exma. Junta de esa ciudad, pueda disponer y ejercer jurisdicción sobre su forma de gobierno, régimen, administración, ni otra alguna causa correspondiente a ella.
Segunda. Que restablecido el comercio, dejará de cobrarse el peso de plata que anteriormente se exigía en esa ciudad, aunque a beneficio de otras, por cada tercio de yerba, con nombre de sisa y arbitrio; respecto a que hallándose esta provincia, como fronteriza a los portugueses, en urgente necesidad de mantener alguna tropa, por las circunstancias del día, y también de cubrir los presidios de la costa del río contra la invasión de los infieles, aboliendo la insoportable pensión de hacer los vecinos a su costa este servicio, es indispensable a falta de otros recursos, cargar al ramo de la yerba aquel a otro impuesto semejante.
Tercera. Que se extinguirá el estanco del tabaco, quedando de libre comercio, como otros cualesquiera frutos, y producciones de esta provincia: que la partida de esta especie existente en la Factoría de esta ciudad, comprada con el dinero perteneciente a la Real Hacienda, se expenderá de cuenta de la misma provincia, para el mantenimiento de sus tropas, y de la que ha servido en la guerra pasada y se halla aun mucha parte de ella sin pagarse.
Cuarta. Que cualquier reglamento, forma de gobierno o constitución, que se dispusiese en dicho Congreso general, no deberá obligar a esta provincia, hasta tanto se ratifique en Junta plena y general de sus habitantes y moradores. – Algunas otras providencias relativas al régimen interior han sido puramente provisionales hasta la disposición del mismo Congreso.
"Tal fue la voluntad y determinación libre de dicha Junta general, explicada francamente sin concurso de don Bernardo Velazco, ni individuo de su cabildo, que en justa precaución de cualquier influencia contra la libertad de la patria, por graves causas que precedieron, de que instruyen los mismos autos, se mantuvieron suspensos y aún reclusos, y sin que a ella tampoco hubiesen asistido más que cuatro ancianos europeos españoles. La provincia no podía dar una prueba más positiva de sus sinceros deseos de accesión a la Confederación General, y defender la causa común del señor don Fernando VII y de la felicidad de todas las provincias que tan heroicamente promueve V. E. Podía aun decirse que en las presentes circunstancias ha hecho cuanto debía, y estaba de su parte; pues aun siendo incalculables los daños que les ha ocasionado la pasada guerra civil, todo lo olvida, todo lo pospone por el amor del bien, y prosperidad general. De V. E. pende ahora dar la última mano a esta grande obra, y aumentar el regocijo y contento general de todo este pueblo.
"Así, confía esta Junta en la prudencia y moderación que caracteriza a V. E. que habiendo sido su principal objeto, el más importante, el más urgente y necesario, la reunión de las provincias, prestará su adhesión y conformidad a la modificación propuesta por esta provincia, a fin de que uniéndose todas con los vínculos más estrechos e indisolubles que exige el interés general, indique: "Ecce confederatio resoluta ab hac Provintia non anutat" proceda a cimentar el edificio de la felicidad común, cual es, el de la libertad.
"V. E. estaría ya anteriormente informado que inmediatamente al buen suceso de nuestra revolución, y aun antes de celebrarse la Junta General de la provincia, se evacuó la ciudad de Corrientes por disposición de nuestro interino gobierno asociado. Posteriormente hizo presente el comandante de aquella ciudad, los temores que le acompañaban, con la noticia de venir arribando y acercándose varios buques armados de Montevideo, solicitando se le mandase dar algunos auxilios de la Villa del Pilar. En su inteligencia, por orden de esta Junta, ha pasado a Corrientes el comandante don Blas José Rojas, con algunos fusileros y dos cañones de a 4, considerando ser bastante para impedir cualquier insulto, en caso de intentarse algún desembarco de cuyo incidente ha creído también oportuno esta Junta comunicarlo a V. E. Dios guarde a V. E. muchos años. Asunción, y julio veinte de mil ochocientos once. – Fulgencio Yegros. – Dr. José Gaspar Francia. – Pedro Juan Caballero. – Dr. Francisco Javier Bogarín. Fernando Mora, Vocal Secretario".
Con la noticia que del gobierno de Corrientes se le había comunicado a la Exma. Junta de Buenos Aires, de nuestra revolución, había ella determinado enviar sus representantes plenipotenciarios cerca de la Junta de Gobierno de esta provincia, con el objeto de acordar las providencias convenientes a la unión de ambas provincias, y demás confederadas que formaban antes el virreinato extinguido del Río de la Plata, como en efecto envió a don Manuel Belgrano y a don Vicente Anastacio Echevarría. Llegados éstos a la ciudad de Corrientes, avisaron de su arribo, pidiendo permiso para su entrada en ésta, a cumplir y llenar la misión que traían. La Junta de Gobierno, les contestó en los términos siguientes:
"Si para el adelantamiento de la sagrada causa en que tan justamente nos hallamos empeñados, y afianzar de una vez para siempre nuestros comunes derechos, no puede haber medio más eficaz ni arbitrio tan importante y necesario, como si de una sincera y estrecha unión fundada sobre principios sólidos y estables, pueden Uds. inferir de aquí, cuan satisfactorio nos habrá sido el aplauso y complacencia con que Uds. nos manifiestan haberse recibido en Buenos Aires, la noticia de nuestra feliz revolución, y la digna elección que se ha hecho de las personas de Uds. para conducirse a hacer a esta provincia las proposiciones convenientes a tan justificado objeto. Pero habiendo esta Junta dirigido en veinte de julio último, su oficio a la Exma. Junta de aquella ciudad, cuya copia acompañamos, con testimonio íntegro de las actas de nuestra revolución citada en que se contiene las deliberaciones tomadas por la misma provincia en Junta General, nos hallamos en circunstancias de no haber aun recibido la contestación directa que aguardamos.
"Por otra parte, consideramos que lejos de sernos facultativo inducir alteración alguna sustancial, en cuanto a dichas deliberaciones, es un deber preciso de nuestro ministerio, observar y sostenerlas eficazmente. Por eso es, que entre tanto la Exma. Junta, por si misma no reconozca expresa y formalmente nuestra independencia de ella en los términos propuestos y acordados por nuestra provincia; cree que esta Junta no obstante lo agradable que le sería la vista de Uds. no es llegado el caso de entrar oportunamente en tratado alguno relativo a esta misma provincia; pues que su indicada independencia, como su derecho incontestable debe asentarse por preliminar de toda ulterior determinación.
"La Junta protesta a Uds. que sólo el deseo de una entera y feliz terminación de las pasadas diferencias, es el que la impele a proceder con esta detención, a fin de que afirmada nuestra unión, sin nuevos cuidados y dificultades de la provincia, pueda dirigir sus atenciones al mejor progreso de nuestros empeños sagrados, que son y deben ser unos mismos. Protesta también una amistad sincera, deferencia y lealtad con los pueblos hermanos; valor generoso contra los enemigos armados; desprecio y castigo para los traidores. Estos son los sentimientos del Pueblo Paraguayo y de su Gobierno, los mismos que reclama y espera también de parte de Buenos Aires; bajo de este concepto pueden Uds. estar seguros, de que si ahora nos es sensible no acceder desde luego a la solicitud de Uds., al instante que por la contestación de la Exma. Junta, seamos cerciorados de su adhesión a nuestras primeras anteriores proposiciones, tendremos un motivo de particular satisfacción, de facilitar cuando sea de nuestra parte para el tránsito, y pronta dirección de Uds. a esta ciudad. – Dios guarde a Uds. muchos años. – Asunción, y setiembre nueve de mil ochocientos once". – Firma del Presidente y Vocales.
Quedando pues instalada la Junta Gubernativa, y entrando en posesión del mando, al día siguiente dio principio al ejercicio de la autoridad que se la confió la Provincia, eligiendo los nuevos alcaldes y Regidores que reemplazasen los removidos, que por disposición de la Junta General estaban privados de sus oficios, y permanecían reclusos, en el cuartel de la Unión; pero se les puso en libertad a los ocho días de la nueva elección, menos al ex-Gobernador don Bernardo Velazco y su sobrino, director don Benito Velazco, quienes permanecieron reclusos e incomunicados. (1)
Ya que se han demostrado los grandes motivos y causas que impulsaron a la Provincia del Paraguay, para extinguir el Gobierno Español Europeo, y declarase independiente de toda autoridad suprema o superior extranjera, así como de la dominación Portuguesa a que el Gobernador Español don Bernardo Velazco, intentaba sujetarla, para separarla de la unión y confederación con las provincias argentinas, que formaban el Virreinato del Río de la Plata, es consiguiente, que también se trate de los actos administrativos de la Junta de Gobierno.
Como el primer acto de jurisdicción de un Gobierno, legítimamente establecido es la institución de Magistrados, jueces y ministros de justicia; la Junta, empezó a ejercer su jurisdicción eligiendo los Alcaldes, Regidores, y demás ministros, como queda dicho; en seguida tomó y dio las providencias convenientes a su propia seguridad, tranquilidad y defensa de la Provincia; y en este estado, a los once días de su instalación recibió pliegos del Sr. Marqués de Casa-Irujo, embajador y ministro Plenipotenciario de España, cerca de su Alteza el Príncipe Regente de Portugal, en el Río Janeiro: el conductor de los pliegos, era un mulato oficial que había militado en los ejércitos de España, contra los franceses; venían dirigidos al gobernador don Bernardo Velazco. Inmediatamente procedió la Junta a comunicar al Pueblo lo contenido en esos pliegos, por el siguiente manifiesto, publicado por Bando.
MANIFIESTO AL PUEBLO
"Deseando esta Junta no omitir medio de manifestar la fuerza de sus intenciones, en el ejercicio del grave y delicado encargo que se le ha confiado, ha hecho un deber de su oficio, y al mismo tiempo consiguiente a la confianza que ha debido al público, noticiar sincera y francamente aquellas ocurrencias o sucesos, que al paso de ser interesantes a la Provincia, pueden ser especialmente conducentes para disipar el error en unos, destejer la equivocación de otros, y contener la malicia de los mal intencionados, que aprovechándose diestramente de cualquier accidente o anuencia, por ignorado que sea su objeto, tratan de inducir la desconfianza, para sembrar la discordia y fomentar un concepto menos favorable al Gobierno y al estado actual de las cosas. Ya anteriormente se demostró por parte del Cuartel General de esta plaza, que al presente no había motivo de recelar invasión alguna de los Portugueses contra nuestro territorio. Efectivamente la menor reflexión podía bastar para deducir que de una nación culta, con quien hemos estado en buena paz, y a cuyo Jefe se ha declarado y protestado en el momento mismo de nuestra revolución, el deseo de conservar y continuar la misma amistad y buena armonía, no debemos esperar un rompimiento inopinado, sin causa ni motivo antecedente, con infracción de los más fuertes y recomendables derechos, que siempre han respetado todas las naciones.
"Pero lo que en este particular ha llenado de satisfacción a la Junta, y debe darla a toda la Provincia, es la carta que acaba de recibir, escrita por el Exmo. Sr. Marqués de Casa Irujo, embajador de España en el Río Janeiro, en que después de felicitar a este Gobierno por las victorias de la Provincia, y de manifestar que la reunión anterior de tropas portuguesas en el pueblo de San Borja, había sido dispuesta por el Capitán General del Río Grande, con motivo del auxilio de doscientos hombres que de aquí se había pedido, para cortar en su retirada el resto del ejército de Buenos Aires, se contrae a dar a saber a este Gobierno las órdenes estrechas y terminantes que tiene de España, para no consentir, y antes bien reclamar y protestar, (como expresa haberlo ya verificado), contra la entrada de tropas portuguesas a cualquier territorio Español, y esto aun cuando se intente bajo el pretexto de sujetar la razón política de esta determinación. Nuestro Embajador citado, tenía a bien dejar al buen juicio y discreción de este Gobierno, su ejecución completa o parcial, según lo requieran las circunstancias, y decidir, si este es uno de los casos en que por razón de la inmensa distancia, es permitido violar las órdenes del Gobierno, para realizar sus intenciones, que no son, ni pueden ser otras, que las del bien general de la monarquía; encargando finalmente que en cualquier evento se despidan de aquí las tropas portuguesas, con toda la prontitud que permitan la seguridad de la provincia y las ventajas ulteriores que las circunstancias puedan presentar, si en ello no se prevén inconvenientes o malas inconsecuencias. Este, y no otro ha sido el contenido del pliego que ha conducido el oficial enviado por el embajador a esta ciudad, y la actual Junta, se encargará de manifestar y declarar esto mismo a los jefes y comandantes portugueses de las tropas y establecimientos fronterizos a esta provincia, cuando el caso y la necesidad lo exijan. Así se da a saber al público, para que con este conocimiento nunca pueda ser sorprendido por las falsas voces de los que habiendo perdido la esperanza de subyugarnos, pretenden introducir la inquietud, suponiendo noticias inventadas y figurando cuidados y temores vanos, y aun despreciables para un pueblo de hombres libres, que antes morirían que dejar de serlo. Y para que llegue a noticia de todos se publicará este Manifiesto por bando en la forma ordinaria; y sacándose las copias correspondientes, se fijarán en los lugares acostumbrados. Hecho en la Asunción, a tres de Julio de mil ochocientos once – Fulgencio Yegros – Dr. José Gaspar Francia – Pedro Juan Caballero – Dr. Francisco Bogarín – Fernando de la Mora, vocal secretario.
La Junta de Gobierno, en cumplimiento de lo acordado y resuelto por la General de la provincia, remitió a la Exma. Junta de Buenos Aires en testimonio, los autos de la revolución y de su resultado, con el siguiente oficio.
LA NOTA
Oficio de la Junta Gubernativa del Paraguay, a la de la ciudad de Buenos Aires.
"Exmo. Sr. – Cuando esta provincia opuso sus fuerzas a las que vinieron dirigidas de esa ciudad, no tuvo ni podía tener otro objeto, que su natural defensa. No es dudable, que abolida y deshecha la representación del poder Supremo, recae éste o queda refundido naturalmente en toda la nación. Cada pueblo se considera entonces en cierto modo participante del atributo de la soberanía, y aun los ministros públicos, han menester su consentimiento o libre conformidad para el ejercicio de sus facultades. De este principio tan importante, como fecundo en útiles consecuencias, y que V. E. sin duda lo había reconocido, se deduce ciertamente que resumiendo los pueblos sus derechos primitivos, se hallan todos en igual caso, y que igualmente corresponde a todos velar sobre su propia conservación. Si en este estado se presentaba el Consejo llamado de Regencia, no sin alguna apariencia de legitimidad, ¿qué mucho es que hubiese pueblos, que buscando una áncora de que asirse en la general borrasca que los amenaza, adoptasen diferentes sistemas de seguridad, sin oponerse a la general de la nación?
"Es verdad que esta idea para el mejor logro de su objeto, podía haberse rectificado. La confederación de esta provincia con las demás de Nuestra América, y principalmente con la que comprendía la demarcación del antiguo Virreinato, debía ser de un interés más inmediato, más asequible y por lo mismo más natural, como de pueblos no sólo de un mismo origen, sino que por el enlace de particulares recíprocos intereses, parecen destinados por la naturaleza misma a vivir y conservarse unidos. No faltaban verdaderos patriotas que deseasen esta dichosa unión en términos justos y razonables: pero las grandes empresas requieren tiempo y combinación, y el ascendiente del gobierno, y desgraciadas circunstancias que ocurrieron por parte de esa y de esta ciudad, de que ya no conviene hacer memoria, la habían dificultado. Al fin, las cosas de la provincia llegaron a tal estado, que fue preciso que ella se resolviese seriamente a recobrar sus derechos usurpados para salir de la antigua opresión, en que se mantenía, agravada con nuevos males, de un régimen sin concierto, y para ponerse al mismo tiempo a cubierto del rigor de una nueva esclavitud de que se sentía amenazada.
"No fueron precisos grandes esfuerzos para conseguirlo; tres compañías de infantería, y otras tres de artillería, que en la noche del 14 de mayo último, ocuparon el cuartel general, y parque de artillería, bastaron para facilitarlo todo. El gobernador y sus adheridos, hubieron de hacer alguna oposición, con mano tímida, pero presintiendo la intención general, y viendo la firmeza y resolución de nuestras tropas, y que otras de la campaña podían venir en su auxilio, le fue preciso ceder, y al día siguiente acceder a cuanto se le exigió, luego que aquellas se presentaron en la plaza.
"El principal objeto de ellas, no era otro sino allanar el paso para que la provincia, reconociendo sus derechos, libre del influjo y poderío de sus opresores, deliberase francamente el partido que juzgase conveniente. Con este fin se convocó a una Junta General, que se celebró felizmente, no sólo con suficiente número de sus principales vecinos, y de todas las corporaciones independientes, mas también con asistencia y voto de los diputados de las villas y poblaciones de esta jurisdicción. En ella, se creó la presente Junta Gubernativa, que ha sido reconocida generalmente, y se tomaron otras diferentes providencias, que su seguridad, el conocimiento íntimo, y remedio de los males que padece, y la conservación de sus derechos, han hecho necesarios e indispensables. De todas ellas y de otros incidentes que antecedieron, instruirán a V. E. los autos de esta revolución, que la actual Junta, consiguiente al encargo de la Provincia, tiene la satisfacción de acompañar en testimonio.
"Este ha sido el modo como ella por sí misma, y a esfuerzos de su propia resolución, se ha constituido en libertad, y en el pleno goce de sus derechos; pero se engañaría cualquiera que llegase a imaginar que su intención había sido entregarse al arbitrio ajeno, y hacer dependiente su suerte de otra voluntad. En tal caso nada más habría adelantado, ni reportado otro fruto de su sacrificio, que el cambiar una cadena por otras, y mudar de amo. Ni nunca V. E., apreciador justo y equitativo, extrañará que en el estado a que han llegado los negocios de la nación, sin poderse divisar el éxito que puedan tener, el pueblo del Paraguay desde ahora, se muestre celoso de su naciente libertad, después que ha tenido valor para recobrarla. Sabe muy bien que si la libertad puede a veces adquirirse o conquistarse, una vez perdida, no es igualmente fácil, volver a recuperarla. Ni esto es recelar que V. E. sea capaz de abrigar en su corazón intenciones menos justas y equitativas, muy lejos de esto, cuando la Provincia no hace más que sostener su libertad y sus derechos, se lisonjea esta Junta que V. E. aplaudirá estos nobles sentimientos, considerando cuanto en favor de nuestra causa común, puede esperarse de un pueblo grande, que piensa y habla con esta franqueza y magnanimidad.
"La Provincia del Paraguay, Exmo. Sr., reconoce sus derechos, no pretende perjudicar aún levemente los de ningún otro pueblo; y tampoco se niega a todo lo que es regular y justo. Los autos mismo manifestarán a V. E., que su voluntad decidida es unirse con esa ciudad, y con las demás confederadas, no para conservar solamente una recíproca amistad, buena armonía, comercio y correspondencia, sino también para formar una sociedad fundada en principios de justicia, de equidad y de igualdad; a este fin ha nombrado ya su diputado, para que asista al Congreso General de las Provincias, suspendiendo, como desde luego queda aquí suspendido hasta su celebración y suprema decisión, el reconocimiento de las Cortes y Consejo de Regencia de España y de otra cualquiera representación de la autoridad suprema de la nación, bajo la declaración siguiente:
Primera. Que mientras no se forme el Congreso general, esta provincia se gobernará por sí misma, sin que la Exma. Junta de esa ciudad, pueda disponer y ejercer jurisdicción sobre su forma de gobierno, régimen, administración, ni otra alguna causa correspondiente a ella.
Segunda. Que restablecido el comercio, dejará de cobrarse el peso de plata que anteriormente se exigía en esa ciudad, aunque a beneficio de otras, por cada tercio de yerba, con nombre de sisa y arbitrio; respecto a que hallándose esta provincia, como fronteriza a los portugueses, en urgente necesidad de mantener alguna tropa, por las circunstancias del día, y también de cubrir los presidios de la costa del río contra la invasión de los infieles, aboliendo la insoportable pensión de hacer los vecinos a su costa este servicio, es indispensable a falta de otros recursos, cargar al ramo de la yerba aquel a otro impuesto semejante.
Tercera. Que se extinguirá el estanco del tabaco, quedando de libre comercio, como otros cualesquiera frutos, y producciones de esta provincia: que la partida de esta especie existente en la Factoría de esta ciudad, comprada con el dinero perteneciente a la Real Hacienda, se expenderá de cuenta de la misma provincia, para el mantenimiento de sus tropas, y de la que ha servido en la guerra pasada y se halla aun mucha parte de ella sin pagarse.
Cuarta. Que cualquier reglamento, forma de gobierno o constitución, que se dispusiese en dicho Congreso general, no deberá obligar a esta provincia, hasta tanto se ratifique en Junta plena y general de sus habitantes y moradores. – Algunas otras providencias relativas al régimen interior han sido puramente provisionales hasta la disposición del mismo Congreso.
"Tal fue la voluntad y determinación libre de dicha Junta general, explicada francamente sin concurso de don Bernardo Velazco, ni individuo de su cabildo, que en justa precaución de cualquier influencia contra la libertad de la patria, por graves causas que precedieron, de que instruyen los mismos autos, se mantuvieron suspensos y aún reclusos, y sin que a ella tampoco hubiesen asistido más que cuatro ancianos europeos españoles. La provincia no podía dar una prueba más positiva de sus sinceros deseos de accesión a la Confederación General, y defender la causa común del señor don Fernando VII y de la felicidad de todas las provincias que tan heroicamente promueve V. E. Podía aun decirse que en las presentes circunstancias ha hecho cuanto debía, y estaba de su parte; pues aun siendo incalculables los daños que les ha ocasionado la pasada guerra civil, todo lo olvida, todo lo pospone por el amor del bien, y prosperidad general. De V. E. pende ahora dar la última mano a esta grande obra, y aumentar el regocijo y contento general de todo este pueblo.
"Así, confía esta Junta en la prudencia y moderación que caracteriza a V. E. que habiendo sido su principal objeto, el más importante, el más urgente y necesario, la reunión de las provincias, prestará su adhesión y conformidad a la modificación propuesta por esta provincia, a fin de que uniéndose todas con los vínculos más estrechos e indisolubles que exige el interés general, indique: "Ecce confederatio resoluta ab hac Provintia non anutat" proceda a cimentar el edificio de la felicidad común, cual es, el de la libertad.
"V. E. estaría ya anteriormente informado que inmediatamente al buen suceso de nuestra revolución, y aun antes de celebrarse la Junta General de la provincia, se evacuó la ciudad de Corrientes por disposición de nuestro interino gobierno asociado. Posteriormente hizo presente el comandante de aquella ciudad, los temores que le acompañaban, con la noticia de venir arribando y acercándose varios buques armados de Montevideo, solicitando se le mandase dar algunos auxilios de la Villa del Pilar. En su inteligencia, por orden de esta Junta, ha pasado a Corrientes el comandante don Blas José Rojas, con algunos fusileros y dos cañones de a 4, considerando ser bastante para impedir cualquier insulto, en caso de intentarse algún desembarco de cuyo incidente ha creído también oportuno esta Junta comunicarlo a V. E. Dios guarde a V. E. muchos años. Asunción, y julio veinte de mil ochocientos once. – Fulgencio Yegros. – Dr. José Gaspar Francia. – Pedro Juan Caballero. – Dr. Francisco Javier Bogarín. Fernando Mora, Vocal Secretario".
Con la noticia que del gobierno de Corrientes se le había comunicado a la Exma. Junta de Buenos Aires, de nuestra revolución, había ella determinado enviar sus representantes plenipotenciarios cerca de la Junta de Gobierno de esta provincia, con el objeto de acordar las providencias convenientes a la unión de ambas provincias, y demás confederadas que formaban antes el virreinato extinguido del Río de la Plata, como en efecto envió a don Manuel Belgrano y a don Vicente Anastacio Echevarría. Llegados éstos a la ciudad de Corrientes, avisaron de su arribo, pidiendo permiso para su entrada en ésta, a cumplir y llenar la misión que traían. La Junta de Gobierno, les contestó en los términos siguientes:
"Si para el adelantamiento de la sagrada causa en que tan justamente nos hallamos empeñados, y afianzar de una vez para siempre nuestros comunes derechos, no puede haber medio más eficaz ni arbitrio tan importante y necesario, como si de una sincera y estrecha unión fundada sobre principios sólidos y estables, pueden Uds. inferir de aquí, cuan satisfactorio nos habrá sido el aplauso y complacencia con que Uds. nos manifiestan haberse recibido en Buenos Aires, la noticia de nuestra feliz revolución, y la digna elección que se ha hecho de las personas de Uds. para conducirse a hacer a esta provincia las proposiciones convenientes a tan justificado objeto. Pero habiendo esta Junta dirigido en veinte de julio último, su oficio a la Exma. Junta de aquella ciudad, cuya copia acompañamos, con testimonio íntegro de las actas de nuestra revolución citada en que se contiene las deliberaciones tomadas por la misma provincia en Junta General, nos hallamos en circunstancias de no haber aun recibido la contestación directa que aguardamos.
"Por otra parte, consideramos que lejos de sernos facultativo inducir alteración alguna sustancial, en cuanto a dichas deliberaciones, es un deber preciso de nuestro ministerio, observar y sostenerlas eficazmente. Por eso es, que entre tanto la Exma. Junta, por si misma no reconozca expresa y formalmente nuestra independencia de ella en los términos propuestos y acordados por nuestra provincia; cree que esta Junta no obstante lo agradable que le sería la vista de Uds. no es llegado el caso de entrar oportunamente en tratado alguno relativo a esta misma provincia; pues que su indicada independencia, como su derecho incontestable debe asentarse por preliminar de toda ulterior determinación.
"La Junta protesta a Uds. que sólo el deseo de una entera y feliz terminación de las pasadas diferencias, es el que la impele a proceder con esta detención, a fin de que afirmada nuestra unión, sin nuevos cuidados y dificultades de la provincia, pueda dirigir sus atenciones al mejor progreso de nuestros empeños sagrados, que son y deben ser unos mismos. Protesta también una amistad sincera, deferencia y lealtad con los pueblos hermanos; valor generoso contra los enemigos armados; desprecio y castigo para los traidores. Estos son los sentimientos del Pueblo Paraguayo y de su Gobierno, los mismos que reclama y espera también de parte de Buenos Aires; bajo de este concepto pueden Uds. estar seguros, de que si ahora nos es sensible no acceder desde luego a la solicitud de Uds., al instante que por la contestación de la Exma. Junta, seamos cerciorados de su adhesión a nuestras primeras anteriores proposiciones, tendremos un motivo de particular satisfacción, de facilitar cuando sea de nuestra parte para el tránsito, y pronta dirección de Uds. a esta ciudad. – Dios guarde a Uds. muchos años. – Asunción, y setiembre nueve de mil ochocientos once". – Firma del Presidente y Vocales.
NOTA (1) : El ciudadano Peña, recordando estos hechos, refiere lo siguiente en sus Apuntes antes mencionados:
El general don Manuel Atanasio Cabañas era primo hermano de mi madre, la señora doña Josefa Hurtado de Mendoza y Cabañas, esposa del vizcaíno don Pío Ramón de Peña (j).
El general don Juan Manuel Gamarra era casado con una parienta de los Cabañas, por cura razón don Pío tenía su parentesco político con ambos generales, y por consiguiente, íntima relación con ellos, y especialmente con el último, que le hizo su mayor general para la guerra contra Belgrano, pues Gamarra era para don Pío el más fiel realista, por lo que le servía y dirigía con sumo gusto.
Cuando las capitulaciones de Cabañas con Belgrano, Gamarra y don Pío eran opuestos a que se le dejase salir del país con las armas al enemigo, pero como no lo consiguieron, don Pío quebró enteramente con su primo político Cabañas, y desde entonces cortaron toda relación de parentesco y amistad, hasta que a los catorce años, el año de 1825, en que dirigiéndose don Pío a su estancia en el partido de San José de Los Arroyos, llegó de paso a visitar a Cabañas, retirado por el dictador Francia en su estancia de la cordillera en el Barrero Grande.
Recuerdo haber oído a Cabañas decir a don Pío que en esta visita se reconciliaron y volvieron a su antigua relación, sucediendo esto el sufrir; hemos pagado la chapetonada".
Como don Pío Ramón de Peña había servido en esa guerra, tanto en Paraguarí, como en Tacuarí, y era vecino de la Asunción, adquirió amistad con muchos oficiales que pertenecían a la tropa formada entonces; y aunque la mayor parte eran patricios, y varios de ellos enemigos ocultos de los españoles, especialmente después de las entrevistas que tuvieron con el general Belgrano; no dejaban de participarle los proyectos que tenían entre manos para la revolución que estalló el 14 de mayo de 1811.
El Cabildo de la Asunción, compuesto la mayor parte de españoles, no se hallaba unísono con el espíritu del pueblo; hacía una resistencia tenaz a la idea surgida de Buenos Aires; se negaba abiertamente a reconocer los actos emanados de la Junta Revolucionaria, y se ponía de acuerdo con el gobernador de Montevideo para su sostenimiento y conservación.
El gobernador se consideraba como impotente, notando el fermento de los patricios; no olvidaba los acontecimientos ocurridos en el Paraguay durante y después de la gobernación de don Diego de los Reyes y Balmaceda, y sabía la altura en que podía colocarse el pueblo de la Asunción al recobrar sus derechos. (k).
Preveía que se presentaba la ocasión de revivir el germen sofocado por tantos años pues notaba que la idea no se había extinguido, y parecía que los paraguayos despertaban con la revolución del 25 de Mayo de 1810, y comenzaban a reflexionar sobre sus deberes: estaban como impregnados de la justicia y de la verdad que se proclamaban en aquella época en nombre de la libertad.
Don Pío tuvo conocimiento de la actitud que asumían los patricios, y anticipadamente participó a Velasco, y éste le contestó que ya todo lo sabía, pues que el teniente coronel don José Antonio Zavala le había puesto presente el proyecto comunicado por el patriota clérigo Molas, y ya había dado su contestación.
El mismo obispo Panés era sabedor, pues así lo afirmaba don Francisco Antonio Caballero, hermano del comandante don Pedro Juan, cabeza principal del movimiento revolucionario, quienes le consultaron, y hallaron acogida; de suerte que a su vez el obispo, y el mismo Velazco estaban convencidos, y como dice el doctor don Pedro Somellera:
"Creían inoficiosos los esfuerzos de las juntas instaladas en España" para contener por más tiempo la decrépita Monarquía, y su acción en esta parte de América.
Sólo el Cabildo y sus adeptos se hallaban obcecados, hacían oposición abierta al sistema que se proclamaba, y declaraban persecución y guerra al que se denominase porteñista.
El R. P. Fray Fernando Caballero, hombre recto y sabio, que había venido a capítulo a Buenos Aires, y se había encontrado en la revolución acá, se mostraba entusiasmado por ella; y sus voces propaladas en la Asunción se unían de un modo poderoso a las ya inoculadas en la oficialidad y jefes del ejército del Paraguay por el general Belgrano.
Recuerdo que oía decir a mi padre años después que en vano había sido querer privar a los verdaderos patricios del pensamiento y voluntad que expresaron: que hicieron traslucir su proyecto; que buscaron su apoyo en la voluntad pública que fue mucho lo que bullía en aquellos espíritus la idea de la soberanía del pueblo: que simpatizaron enteramente con los propósitos de Buenos Aires, que les abrumaba el centralismo: que su aspecto no los asustaba, ni temían la cólera y aborrecimiento de los absolutistas cabildantes.
Estos estaban alarmados, veían que la actividad porteña se extendía, que hallaba eco en el Paraguay, y que el ideal de los Comuneros del año de 1724 germinaba, pero depurado de los errores de entonces, pues ya se tenia por guía y auxilio a un pueblo hermano que le llenaba sus aspiraciones antiguas, y a quien no se podía contrarrestar con estos antecedentes, afirmo, apoyado en la opinión de Núñez y Mitre que el alma de la revolución del año de 1811 fue el doctor don Pedro Somellera (l) que los promotores fueron los Caballeros, los Yegros, los Iturbes, los Montieles, los Zarcos, los Recaldes, los Troches, etc.; que el doctor Francia fue propuesto por el doctor Somellera, éste lo llamó y entró a cosa hecha, correspondiéndole con la mayor ingratitud, hasta el punto de hacerlo aprisionar, y últimamente eliminarlo del país.
No quiero que quede en olvido que don Benigno Somellera, hermano del doctor don Pedro, que aún vive en Buenos Aires, y que padeció juntamente con su hermano, tuvo parte en dicha revolución. Estuvo al pie de un cañón la noche del 14 de mayo en la plaza de la Asunción, abocándole a la casa de gobierno, en donde acercándosele al obispo Panés, le preguntó que, ¿qué posición era aquélla? Y contestó don Benigno Somellera: Nada más exigimos que se nos entreguen las llaves de las puertas de esta capital.
Cuando el general Gamarra, don Pío Ramón de Peña, y otros españoles se ofrecieron retomar el cuartel, de que se habían apoderado los revolucionarios, el Asesor de gobierno doctor Somellera, el gobernador Velazco y el Obispo los disuadieron y calmaron, dejando triunfar tranquilamente la revolución, sin obligarla a hacerla cruenta.
Así se produjo este hecho en el Paraguay, y así pasó a la dirección del doctor Francia, que robusteció la idea preconcebida del gobernador Velazco, y declarada el año anterior, de no unión con Buenos Aires, y tener gobierno propio democrático e independiente, nacido sólo del pueblo, como lo invocaban los Comuneros noventa años antes.
El 15 de mayo fue llamado Francia por Somellera por medio de una esquela, de que fue portador don José T. Isasi a su chacra de Ybyrai, como legua y cuarto de la ciudad. Así que llegó al cuartel, le recibió el doctor Somellera, y le introdujo en el bufete o despacho que se había dispuesto, dejándole con el comandante Caballero, y otros oficiales, entre éstos el porteño don Marcelino Rodríguez, que se hallaba arrestado en el cuartel.
Parado estaba aún Francia, cuando preguntó a Caballero: ¿Qué se ha dispuesto, qué se hace? Y contestó el comandante: "Se determina mandar de expreso a don José de María en una canoa, dando parte a la exma. Junta de Buenos Aires, cuyo oficio está ya redactado y puesto en limpio, y es el que se halla a la vista sobre la mesa".
Francia, sonriéndose y haciendo ademán de sentarse en la misma silla en que había estado sentado don Marcelino Rodríguez, y separando los faldones del fraque, dijo: "Si tal se hace, sería dar el mayor alegrón a los orgullosos porteños... Nada de eso".
Después tomando aparte a Caballero, lo felicitó por su obra, encareciéndosela y repitiéndole: Grande y muy es la que ha hecho usted; pero le prevengo que esta sea la primera y la última.
Esa misma tarde, cuando el doctor Somellera volvió de su casa (adonde había ido a descansar de la fatiga de la noche del 14), a visitar a los amigos del cuartel, ya Francia al despedirlo, le dijo: Que había llegado el tiempo en que cada uno sirviera a su patria, que él estaría mejor en Buenos Aires que no allí.
Desde entonces trabajó Francia, porque el comandante Caballero prendiera a Somellera, y cuando Caballero le replicaba diciendo que: ¿Cómo quería que procediera así con el hombre a quien debía todo el buen éxito de la revolución? Contestaba Francia: Si usted me lo prende a Somellera, le aseguro sacarle como en andas en las palmas de las manos.
Consiguió esto cuando Francia entró a ser uno de los vocales de la Junta Gubernativa que se creó. Pero viendo que la revolución había sido incruenta, él la quiso ensangrentar para infundir terror, y hacer imperar su idea de hacerse independiente y absoluto, todo con refinada e infame astucia, paliando sus intenciones con la más acendrada hipocresía y el mayor disimulo.
De esta manera embaucó a los Paraguayos, entretuvo a la Exma. Junta de las Provincias Unidas del Río de la Plata, y paulatinamente se fue colocando en tal posición que cuando acordaron los patriotas, ya no hubo remedio, se hizo Cónsul de la República del Paraguay, y después desenmascarado enteramente, se convirtió en Dictador Perpetuo.
Sin embargo de que lo que hasta aquí decimos, nos es comunicado por el ciudadano paraguayo Peña, agregamos las siguientes noticias que nos ha pasado, unidas con las que ha escrito el señor doctor don Pedro Somellera, revelando el procedimiento del doctor Francia al principiar a influir en la Junta Gubernativa, creada el año de 1811. Dice así:
"Inventó Francia una contrarrevolución, haciendo aparecer como fraguada por los españoles, para que éstos quedaran aterrorizados, y Francia tuviera el placer de derramar sangre. Óigase al mismo señor Somellera.
"Es el caso; en la mañana del 29 de setiembre de 1811, salió del cuartel un grupo de soldados con algunos de los presos, capitaneados por el oficial don Mariano Mallada; sacaron dos cañones, que los mandaban los oficiales presos don Juan B. Zavala y don Francisco Guerreros; salieron con mucha algazara, tocando cajas y gritando: "Viva el rey, viva nuestro gobernador, y mueran los traidores". A la bulla, como era regular, se juntaron algunas gentes en la plaza, donde había hecho alto la asonada. Algunos de los concurrentes fueron presos por los mismos alborotadores, y por otros soldados que salieron del cuartel. Entre los que fueron presos se hallaba un fraile dominico, Padre Taboada, un mozo que había sido criado del gobernador, natural de Villadiego, en Castilla, no recuerdo su nombre, y un catalán llamado Martín, que tenía pulpería en la casa de don Juan Francisco Decoud. Estos fueron en el acto fusilados y colgados en la horca; algunos fueron obligados a pasar por debajo de ella, entre estos el padre Taboada.
"Después de pasar por debajo de la horca al padre Taboada y otros, se levantó un grito de: "Viva la Junta", y se retiraron todos al cuartel, llevándose los dos cañones. Yo no pude menos que recordar el cuento de la revolución de los españoles, que en principio de setiembre me llevó el patrón de la garandumba, en que estaba yo preso, y de que he hecho mención en la nota 7 del capítulo anterior.
Este lamentable suceso que refiere el doctor Rengger para alabar la humanidad del doctor Francia, es un testimonio de su inicua barbaridad. Esa contrarrevolución de los españoles, ese movimiento del 29 de setiembre, fue una infame trama urdida por el doctor Francia. Las pruebas que hay de ello, son las más convincentes.
En primer lugar, en el mes de setiembre de 1811, no existía en el Paraguay alguno capaz de empresa contra el nuevo orden de cosas. El sargento mayor don Carlos Genovés, y el capitán Fournier, habían pasado a Montevideo; los cabildantes estaban presos; el gobernador Velazco lo estaba también, y a más no era hombre de quien pudiera temerse. El coronel don Pedro Gracia, enemigo declarado de la revolución del 25 de mayo, ligado íntimamente con los cabildantes, y partidario de los españoles, no estaba ya en la provincia.
En segundo lugar, ese movimiento del 29, capitaneado por Mallada, es el mismo que en principios de setiembre me había anunciado el patrón de la garandumba, el mismo que yo había denunciado al doctor Francia desde mi arresto. Este hombre cobarde, desconfiado, suspicaz, no se cuidó de mi aviso: él no trató de tomar noticia alguna, de investigar el origen del cuento del patrón de la garandumba; el oficial Mallada siguió con el mismo servicio que hacía en el cuartel.
"En tercer lugar: los oficiales de artillería Zavala y Guerrero, que estaban presos, y se presentaron en la plaza dirigiendo los cañones, que sacaron en la asonada, eran sin duda los más culpados en ella: parece que en ellos debía ejercerse el rigor; pues no fue así: ellos en vez de ser castigados fueron premiados, se les pagaron los sueldos, que habían devengado en tiempo del gobierno español, y fueron puestos en libertad. Zabala pasó a Montevideo al servicio de los españoles, y después que tomamos esta plaza en 814, estuvo conmigo muchas veces en Buenos Aires, y me refirió la fantástica revolución de Mallada, los secretos avisos que él había dado de la trama, el fin que él y Guerrero se propusieron, y el pago de los sueldos.
"Las razones que me dio Zavala para haber él y Guerrero entrado en la trama de Mallada, fueron las siguientes: primera, haber sabido que la cosa se hacía con beneplácito del gobierno: segunda, que si se negaba, quedaban expuestos a ser asesinados en sus calabozos, ya por el enojo que su negativa causaría, ya por enterrar el secreto: tercera, que mostrándose condescendientes, podían avisar a los españoles, para que no concurriesen a la asonada, como lo hicieron; y por cuyos avisos ninguno de los principales vecinos asistió a la plaza: me añadió que Velazco y los cabildantes, presos en el cuartel, lo pasaron tranquilos, porque estaban puestos de la fingida contrarrevolución.
"Tan cierto es esto, que se sabe de positivo que don Pío Ramón de Peña, prevenido del movimiento proyectado, corrió toda la ciudad de la Asunción la noche del 8 de setiembre, avisando secretamente a todos los españoles el intento diciéndoles: "si son llamados por orden del gobernador Velazco, no obedezcan; pero si el mandato es a nombre de la Junta, comparezcan inmediatamente".
Ya que en virtud de la asonada ningún español se apersonó a la plaza, más que los dos infelices a quienes no se les previno, porque no se les encontró oportunamente en sus casas, y fueron fusilados y colgados en la horca: se les llamó a los otros a nombre de Velazco, y viendo que no comparecían, fueron llamados a gobierno por orden de la Junta.
Reunidos allí, a muchos se le hicieron varias preguntas, y enseguida se les ordenaba que se confesasen en el acto con capellanes que se habían llevado allí exprofeso. Después de estas ceremonias fueron todos sacados a la plaza y conducidos a pasar por debajo de la horca. Sólo don Pío Ramón de Peña no pasó por debajo de ella, porque hasta media plaza dio tres gritos, dirigiéndose al gobierno, y diciendo estas palabras: ¿Por qué me van a quitar la vida sin hablar una palabra?
Entonces el mismo doctor Francia lo llamó, y haciéndole ciertos cargos, de haber estado esa mañana en una de las esquinas de la plaza, y de haberse andado paseando en la azotea de su casa, los satisfizo, y fue despedido.
Los otros españoles fueron también puestos en libertad, después de haber pasado como queda dicho por debajo de la horca.
Seguidamente corrió la voz que todos los miembros de la Junta habían querido que fuesen fusilados, menos Francia, y que por él se libraron, y que aún había dicho, haciéndose el horrorizado por el espectáculo de los dos ahorcados – "Bajen esos cadáveres y basta de sangre."
Esta noticia causó odiosidad a los demás compañeros, y Francia se adquirió el nombre y fama de humano. Todos los españoles se deshacían en alabarle y reconocerle por su libertador.
Un fraile mercedario, el Padre Cañete, tenido por Santo, sabedor del suceso, se presentó a la puerta del cuartel, indignado del hecho, llamó a don Pedro Juan Caballero, y le increpó en presencia de la tropa, presagiándole un fin igualmente funesto, ya que de esa manera daba principio a su gobierno.
El fanatismo produjo su efecto, la imprecación del santo varón infiltró en todos los espíritus, y el mismo Caballero se dejó impresionar tanto del anatema, que desde aquel momento su alma no permaneció tranquila y sólo veía sombras. (m) El justo y santo criterio del sacerdote, hacía eco en aquellos corazones.
El Reverendo Padre Cañete, colmó de bendiciones al hipócrita Francia por haber sabido contener a sus compañeros".
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El general don Manuel Atanasio Cabañas era primo hermano de mi madre, la señora doña Josefa Hurtado de Mendoza y Cabañas, esposa del vizcaíno don Pío Ramón de Peña (j).
El general don Juan Manuel Gamarra era casado con una parienta de los Cabañas, por cura razón don Pío tenía su parentesco político con ambos generales, y por consiguiente, íntima relación con ellos, y especialmente con el último, que le hizo su mayor general para la guerra contra Belgrano, pues Gamarra era para don Pío el más fiel realista, por lo que le servía y dirigía con sumo gusto.
Cuando las capitulaciones de Cabañas con Belgrano, Gamarra y don Pío eran opuestos a que se le dejase salir del país con las armas al enemigo, pero como no lo consiguieron, don Pío quebró enteramente con su primo político Cabañas, y desde entonces cortaron toda relación de parentesco y amistad, hasta que a los catorce años, el año de 1825, en que dirigiéndose don Pío a su estancia en el partido de San José de Los Arroyos, llegó de paso a visitar a Cabañas, retirado por el dictador Francia en su estancia de la cordillera en el Barrero Grande.
Recuerdo haber oído a Cabañas decir a don Pío que en esta visita se reconciliaron y volvieron a su antigua relación, sucediendo esto el sufrir; hemos pagado la chapetonada".
Como don Pío Ramón de Peña había servido en esa guerra, tanto en Paraguarí, como en Tacuarí, y era vecino de la Asunción, adquirió amistad con muchos oficiales que pertenecían a la tropa formada entonces; y aunque la mayor parte eran patricios, y varios de ellos enemigos ocultos de los españoles, especialmente después de las entrevistas que tuvieron con el general Belgrano; no dejaban de participarle los proyectos que tenían entre manos para la revolución que estalló el 14 de mayo de 1811.
El Cabildo de la Asunción, compuesto la mayor parte de españoles, no se hallaba unísono con el espíritu del pueblo; hacía una resistencia tenaz a la idea surgida de Buenos Aires; se negaba abiertamente a reconocer los actos emanados de la Junta Revolucionaria, y se ponía de acuerdo con el gobernador de Montevideo para su sostenimiento y conservación.
El gobernador se consideraba como impotente, notando el fermento de los patricios; no olvidaba los acontecimientos ocurridos en el Paraguay durante y después de la gobernación de don Diego de los Reyes y Balmaceda, y sabía la altura en que podía colocarse el pueblo de la Asunción al recobrar sus derechos. (k).
Preveía que se presentaba la ocasión de revivir el germen sofocado por tantos años pues notaba que la idea no se había extinguido, y parecía que los paraguayos despertaban con la revolución del 25 de Mayo de 1810, y comenzaban a reflexionar sobre sus deberes: estaban como impregnados de la justicia y de la verdad que se proclamaban en aquella época en nombre de la libertad.
Don Pío tuvo conocimiento de la actitud que asumían los patricios, y anticipadamente participó a Velasco, y éste le contestó que ya todo lo sabía, pues que el teniente coronel don José Antonio Zavala le había puesto presente el proyecto comunicado por el patriota clérigo Molas, y ya había dado su contestación.
El mismo obispo Panés era sabedor, pues así lo afirmaba don Francisco Antonio Caballero, hermano del comandante don Pedro Juan, cabeza principal del movimiento revolucionario, quienes le consultaron, y hallaron acogida; de suerte que a su vez el obispo, y el mismo Velazco estaban convencidos, y como dice el doctor don Pedro Somellera:
"Creían inoficiosos los esfuerzos de las juntas instaladas en España" para contener por más tiempo la decrépita Monarquía, y su acción en esta parte de América.
Sólo el Cabildo y sus adeptos se hallaban obcecados, hacían oposición abierta al sistema que se proclamaba, y declaraban persecución y guerra al que se denominase porteñista.
El R. P. Fray Fernando Caballero, hombre recto y sabio, que había venido a capítulo a Buenos Aires, y se había encontrado en la revolución acá, se mostraba entusiasmado por ella; y sus voces propaladas en la Asunción se unían de un modo poderoso a las ya inoculadas en la oficialidad y jefes del ejército del Paraguay por el general Belgrano.
Recuerdo que oía decir a mi padre años después que en vano había sido querer privar a los verdaderos patricios del pensamiento y voluntad que expresaron: que hicieron traslucir su proyecto; que buscaron su apoyo en la voluntad pública que fue mucho lo que bullía en aquellos espíritus la idea de la soberanía del pueblo: que simpatizaron enteramente con los propósitos de Buenos Aires, que les abrumaba el centralismo: que su aspecto no los asustaba, ni temían la cólera y aborrecimiento de los absolutistas cabildantes.
Estos estaban alarmados, veían que la actividad porteña se extendía, que hallaba eco en el Paraguay, y que el ideal de los Comuneros del año de 1724 germinaba, pero depurado de los errores de entonces, pues ya se tenia por guía y auxilio a un pueblo hermano que le llenaba sus aspiraciones antiguas, y a quien no se podía contrarrestar con estos antecedentes, afirmo, apoyado en la opinión de Núñez y Mitre que el alma de la revolución del año de 1811 fue el doctor don Pedro Somellera (l) que los promotores fueron los Caballeros, los Yegros, los Iturbes, los Montieles, los Zarcos, los Recaldes, los Troches, etc.; que el doctor Francia fue propuesto por el doctor Somellera, éste lo llamó y entró a cosa hecha, correspondiéndole con la mayor ingratitud, hasta el punto de hacerlo aprisionar, y últimamente eliminarlo del país.
No quiero que quede en olvido que don Benigno Somellera, hermano del doctor don Pedro, que aún vive en Buenos Aires, y que padeció juntamente con su hermano, tuvo parte en dicha revolución. Estuvo al pie de un cañón la noche del 14 de mayo en la plaza de la Asunción, abocándole a la casa de gobierno, en donde acercándosele al obispo Panés, le preguntó que, ¿qué posición era aquélla? Y contestó don Benigno Somellera: Nada más exigimos que se nos entreguen las llaves de las puertas de esta capital.
Cuando el general Gamarra, don Pío Ramón de Peña, y otros españoles se ofrecieron retomar el cuartel, de que se habían apoderado los revolucionarios, el Asesor de gobierno doctor Somellera, el gobernador Velazco y el Obispo los disuadieron y calmaron, dejando triunfar tranquilamente la revolución, sin obligarla a hacerla cruenta.
Así se produjo este hecho en el Paraguay, y así pasó a la dirección del doctor Francia, que robusteció la idea preconcebida del gobernador Velazco, y declarada el año anterior, de no unión con Buenos Aires, y tener gobierno propio democrático e independiente, nacido sólo del pueblo, como lo invocaban los Comuneros noventa años antes.
El 15 de mayo fue llamado Francia por Somellera por medio de una esquela, de que fue portador don José T. Isasi a su chacra de Ybyrai, como legua y cuarto de la ciudad. Así que llegó al cuartel, le recibió el doctor Somellera, y le introdujo en el bufete o despacho que se había dispuesto, dejándole con el comandante Caballero, y otros oficiales, entre éstos el porteño don Marcelino Rodríguez, que se hallaba arrestado en el cuartel.
Parado estaba aún Francia, cuando preguntó a Caballero: ¿Qué se ha dispuesto, qué se hace? Y contestó el comandante: "Se determina mandar de expreso a don José de María en una canoa, dando parte a la exma. Junta de Buenos Aires, cuyo oficio está ya redactado y puesto en limpio, y es el que se halla a la vista sobre la mesa".
Francia, sonriéndose y haciendo ademán de sentarse en la misma silla en que había estado sentado don Marcelino Rodríguez, y separando los faldones del fraque, dijo: "Si tal se hace, sería dar el mayor alegrón a los orgullosos porteños... Nada de eso".
Después tomando aparte a Caballero, lo felicitó por su obra, encareciéndosela y repitiéndole: Grande y muy es la que ha hecho usted; pero le prevengo que esta sea la primera y la última.
Esa misma tarde, cuando el doctor Somellera volvió de su casa (adonde había ido a descansar de la fatiga de la noche del 14), a visitar a los amigos del cuartel, ya Francia al despedirlo, le dijo: Que había llegado el tiempo en que cada uno sirviera a su patria, que él estaría mejor en Buenos Aires que no allí.
Desde entonces trabajó Francia, porque el comandante Caballero prendiera a Somellera, y cuando Caballero le replicaba diciendo que: ¿Cómo quería que procediera así con el hombre a quien debía todo el buen éxito de la revolución? Contestaba Francia: Si usted me lo prende a Somellera, le aseguro sacarle como en andas en las palmas de las manos.
Consiguió esto cuando Francia entró a ser uno de los vocales de la Junta Gubernativa que se creó. Pero viendo que la revolución había sido incruenta, él la quiso ensangrentar para infundir terror, y hacer imperar su idea de hacerse independiente y absoluto, todo con refinada e infame astucia, paliando sus intenciones con la más acendrada hipocresía y el mayor disimulo.
De esta manera embaucó a los Paraguayos, entretuvo a la Exma. Junta de las Provincias Unidas del Río de la Plata, y paulatinamente se fue colocando en tal posición que cuando acordaron los patriotas, ya no hubo remedio, se hizo Cónsul de la República del Paraguay, y después desenmascarado enteramente, se convirtió en Dictador Perpetuo.
Sin embargo de que lo que hasta aquí decimos, nos es comunicado por el ciudadano paraguayo Peña, agregamos las siguientes noticias que nos ha pasado, unidas con las que ha escrito el señor doctor don Pedro Somellera, revelando el procedimiento del doctor Francia al principiar a influir en la Junta Gubernativa, creada el año de 1811. Dice así:
"Inventó Francia una contrarrevolución, haciendo aparecer como fraguada por los españoles, para que éstos quedaran aterrorizados, y Francia tuviera el placer de derramar sangre. Óigase al mismo señor Somellera.
"Es el caso; en la mañana del 29 de setiembre de 1811, salió del cuartel un grupo de soldados con algunos de los presos, capitaneados por el oficial don Mariano Mallada; sacaron dos cañones, que los mandaban los oficiales presos don Juan B. Zavala y don Francisco Guerreros; salieron con mucha algazara, tocando cajas y gritando: "Viva el rey, viva nuestro gobernador, y mueran los traidores". A la bulla, como era regular, se juntaron algunas gentes en la plaza, donde había hecho alto la asonada. Algunos de los concurrentes fueron presos por los mismos alborotadores, y por otros soldados que salieron del cuartel. Entre los que fueron presos se hallaba un fraile dominico, Padre Taboada, un mozo que había sido criado del gobernador, natural de Villadiego, en Castilla, no recuerdo su nombre, y un catalán llamado Martín, que tenía pulpería en la casa de don Juan Francisco Decoud. Estos fueron en el acto fusilados y colgados en la horca; algunos fueron obligados a pasar por debajo de ella, entre estos el padre Taboada.
"Después de pasar por debajo de la horca al padre Taboada y otros, se levantó un grito de: "Viva la Junta", y se retiraron todos al cuartel, llevándose los dos cañones. Yo no pude menos que recordar el cuento de la revolución de los españoles, que en principio de setiembre me llevó el patrón de la garandumba, en que estaba yo preso, y de que he hecho mención en la nota 7 del capítulo anterior.
Este lamentable suceso que refiere el doctor Rengger para alabar la humanidad del doctor Francia, es un testimonio de su inicua barbaridad. Esa contrarrevolución de los españoles, ese movimiento del 29 de setiembre, fue una infame trama urdida por el doctor Francia. Las pruebas que hay de ello, son las más convincentes.
En primer lugar, en el mes de setiembre de 1811, no existía en el Paraguay alguno capaz de empresa contra el nuevo orden de cosas. El sargento mayor don Carlos Genovés, y el capitán Fournier, habían pasado a Montevideo; los cabildantes estaban presos; el gobernador Velazco lo estaba también, y a más no era hombre de quien pudiera temerse. El coronel don Pedro Gracia, enemigo declarado de la revolución del 25 de mayo, ligado íntimamente con los cabildantes, y partidario de los españoles, no estaba ya en la provincia.
En segundo lugar, ese movimiento del 29, capitaneado por Mallada, es el mismo que en principios de setiembre me había anunciado el patrón de la garandumba, el mismo que yo había denunciado al doctor Francia desde mi arresto. Este hombre cobarde, desconfiado, suspicaz, no se cuidó de mi aviso: él no trató de tomar noticia alguna, de investigar el origen del cuento del patrón de la garandumba; el oficial Mallada siguió con el mismo servicio que hacía en el cuartel.
"En tercer lugar: los oficiales de artillería Zavala y Guerrero, que estaban presos, y se presentaron en la plaza dirigiendo los cañones, que sacaron en la asonada, eran sin duda los más culpados en ella: parece que en ellos debía ejercerse el rigor; pues no fue así: ellos en vez de ser castigados fueron premiados, se les pagaron los sueldos, que habían devengado en tiempo del gobierno español, y fueron puestos en libertad. Zabala pasó a Montevideo al servicio de los españoles, y después que tomamos esta plaza en 814, estuvo conmigo muchas veces en Buenos Aires, y me refirió la fantástica revolución de Mallada, los secretos avisos que él había dado de la trama, el fin que él y Guerrero se propusieron, y el pago de los sueldos.
"Las razones que me dio Zavala para haber él y Guerrero entrado en la trama de Mallada, fueron las siguientes: primera, haber sabido que la cosa se hacía con beneplácito del gobierno: segunda, que si se negaba, quedaban expuestos a ser asesinados en sus calabozos, ya por el enojo que su negativa causaría, ya por enterrar el secreto: tercera, que mostrándose condescendientes, podían avisar a los españoles, para que no concurriesen a la asonada, como lo hicieron; y por cuyos avisos ninguno de los principales vecinos asistió a la plaza: me añadió que Velazco y los cabildantes, presos en el cuartel, lo pasaron tranquilos, porque estaban puestos de la fingida contrarrevolución.
"Tan cierto es esto, que se sabe de positivo que don Pío Ramón de Peña, prevenido del movimiento proyectado, corrió toda la ciudad de la Asunción la noche del 8 de setiembre, avisando secretamente a todos los españoles el intento diciéndoles: "si son llamados por orden del gobernador Velazco, no obedezcan; pero si el mandato es a nombre de la Junta, comparezcan inmediatamente".
Ya que en virtud de la asonada ningún español se apersonó a la plaza, más que los dos infelices a quienes no se les previno, porque no se les encontró oportunamente en sus casas, y fueron fusilados y colgados en la horca: se les llamó a los otros a nombre de Velazco, y viendo que no comparecían, fueron llamados a gobierno por orden de la Junta.
Reunidos allí, a muchos se le hicieron varias preguntas, y enseguida se les ordenaba que se confesasen en el acto con capellanes que se habían llevado allí exprofeso. Después de estas ceremonias fueron todos sacados a la plaza y conducidos a pasar por debajo de la horca. Sólo don Pío Ramón de Peña no pasó por debajo de ella, porque hasta media plaza dio tres gritos, dirigiéndose al gobierno, y diciendo estas palabras: ¿Por qué me van a quitar la vida sin hablar una palabra?
Entonces el mismo doctor Francia lo llamó, y haciéndole ciertos cargos, de haber estado esa mañana en una de las esquinas de la plaza, y de haberse andado paseando en la azotea de su casa, los satisfizo, y fue despedido.
Los otros españoles fueron también puestos en libertad, después de haber pasado como queda dicho por debajo de la horca.
Seguidamente corrió la voz que todos los miembros de la Junta habían querido que fuesen fusilados, menos Francia, y que por él se libraron, y que aún había dicho, haciéndose el horrorizado por el espectáculo de los dos ahorcados – "Bajen esos cadáveres y basta de sangre."
Esta noticia causó odiosidad a los demás compañeros, y Francia se adquirió el nombre y fama de humano. Todos los españoles se deshacían en alabarle y reconocerle por su libertador.
Un fraile mercedario, el Padre Cañete, tenido por Santo, sabedor del suceso, se presentó a la puerta del cuartel, indignado del hecho, llamó a don Pedro Juan Caballero, y le increpó en presencia de la tropa, presagiándole un fin igualmente funesto, ya que de esa manera daba principio a su gobierno.
El fanatismo produjo su efecto, la imprecación del santo varón infiltró en todos los espíritus, y el mismo Caballero se dejó impresionar tanto del anatema, que desde aquel momento su alma no permaneció tranquila y sólo veía sombras. (m) El justo y santo criterio del sacerdote, hacía eco en aquellos corazones.
El Reverendo Padre Cañete, colmó de bendiciones al hipócrita Francia por haber sabido contener a sus compañeros".
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NOTA DE LA TERCERA EDICION. – A la extensa nota que Carranza dedica a la revolución del 14 y 15 de mayo cabe hacer las siguientes observaciones fundamentales:
1º) No es posible negar la intervención del Dr. Francia en los acontecimientos del 14 y 15 de mayo. Ella surge evidente de la afirmación de Molas, y del juicio de los actores, y de documentos que el comentarista no conoció. A mayor abundamiento puede verse: Julio César Chaves, El Supremo Dictador. Biografía de José Gaspar de Francia. Capítulo VII.
2º) Es imposible aceptar a Somellera como héroe de la noche del 14 de mayo. Somellera quiso adjudicarse este papel en sus Notas a Rengger y Longchamp, pero la publicación de los Autos de la revolución del 14 y 15 de mayo, y modernos trabajos historiográficos destruyen por completo tal pretensión. Esto no implica desde luego negar la importante colaboración que desde su cargo de asesor letrado de la gobernación prestó a los revolucionarios en la gestación del movimiento. Somellera no fue un director, fue un colaborador.
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1º) No es posible negar la intervención del Dr. Francia en los acontecimientos del 14 y 15 de mayo. Ella surge evidente de la afirmación de Molas, y del juicio de los actores, y de documentos que el comentarista no conoció. A mayor abundamiento puede verse: Julio César Chaves, El Supremo Dictador. Biografía de José Gaspar de Francia. Capítulo VII.
2º) Es imposible aceptar a Somellera como héroe de la noche del 14 de mayo. Somellera quiso adjudicarse este papel en sus Notas a Rengger y Longchamp, pero la publicación de los Autos de la revolución del 14 y 15 de mayo, y modernos trabajos historiográficos destruyen por completo tal pretensión. Esto no implica desde luego negar la importante colaboración que desde su cargo de asesor letrado de la gobernación prestó a los revolucionarios en la gestación del movimiento. Somellera no fue un director, fue un colaborador.
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Notas de la nota 1:
j) El actual publicista Peña, nació en la Asunción el 7 de Junio de 1809.
Francia le tuvo preso desde el mes de diciembre 1827 hasta su muerte, en 1840, a consecuencia de una calumnia levantada por un peón, en la que se le atribuía haber dicho: "Hemos salido al campo por no poder estar en la ciudad, por que aquel hombre, nos pone en una cárcel perpetua, nos quita nuestros bienes o nos mata". En los 13 años que duró su reclusión tuvo la santa paciencia de estudiar y aprender de memoria el Diccionario de la Academia Española !!! Está versado en la historia de su país y se distinguen sus escritos por el estilo original que los caracteriza.
k) Ensayo Histórico sobre la Revolución de los Comuneros del Paraguay – cap. III. por el discreto e ilustrado joven argentino don José Manuel Estrada – Buenos Aires 1865.
l) El número 101 de "El Paraguayo Independiente" cuya redacción se atribuye con fundamento al ilustrado doctor José Antonio Pimenta Bueno, Ministro residente del Brasil en aquella época – refutó extensamente la Memoria del doctor Somellera, de la que nos hemos ocupado ya en otra nota – llevando su audacia hasta negar la participación de este en los sucesos de 14 de mayo 1811! A. J. C.
m) Funesto presentimiento de la triste suerte que le deparaba el porvenir. – En efecto, en el mes de junio de 1821, gemía este patriota, víctima como tantos otros, de la tormenta de crímenes desencadenada sobre su país por el genio sombrío de Francia. – Desesperado de la vida, imita a Catón de Utica y con la sangre de sus venas escribe en la pared de su prisión: "El suicidio es reprobado por las leyes divinas y humanas, pero el tirano de mi patria no se saciará con mi sangre". A. J. C.
j) El actual publicista Peña, nació en la Asunción el 7 de Junio de 1809.
Francia le tuvo preso desde el mes de diciembre 1827 hasta su muerte, en 1840, a consecuencia de una calumnia levantada por un peón, en la que se le atribuía haber dicho: "Hemos salido al campo por no poder estar en la ciudad, por que aquel hombre, nos pone en una cárcel perpetua, nos quita nuestros bienes o nos mata". En los 13 años que duró su reclusión tuvo la santa paciencia de estudiar y aprender de memoria el Diccionario de la Academia Española !!! Está versado en la historia de su país y se distinguen sus escritos por el estilo original que los caracteriza.
k) Ensayo Histórico sobre la Revolución de los Comuneros del Paraguay – cap. III. por el discreto e ilustrado joven argentino don José Manuel Estrada – Buenos Aires 1865.
l) El número 101 de "El Paraguayo Independiente" cuya redacción se atribuye con fundamento al ilustrado doctor José Antonio Pimenta Bueno, Ministro residente del Brasil en aquella época – refutó extensamente la Memoria del doctor Somellera, de la que nos hemos ocupado ya en otra nota – llevando su audacia hasta negar la participación de este en los sucesos de 14 de mayo 1811! A. J. C.
m) Funesto presentimiento de la triste suerte que le deparaba el porvenir. – En efecto, en el mes de junio de 1821, gemía este patriota, víctima como tantos otros, de la tormenta de crímenes desencadenada sobre su país por el genio sombrío de Francia. – Desesperado de la vida, imita a Catón de Utica y con la sangre de sus venas escribe en la pared de su prisión: "El suicidio es reprobado por las leyes divinas y humanas, pero el tirano de mi patria no se saciará con mi sangre". A. J. C.
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