¡LA GRAN POLÉMICA CONTINÚA!
DISCURSOS Y REPERCUSIONES DE LA DISPUTA
ENTRE CECILIO BÁEZ Y JUAN O'LEARY
SOBRE LA GUERRA DEL PARAGUAY
Ensayo de: LILIANA M. BREZZO
(Enlace a datos biográficos y obras
En la GALERÍA DE LETRAS del
En la GALERÍA DE LETRAS del
En Paraguay, 1902 fue un año crucial desde la perspectiva historiográfica al saltar a la palestra la primera polémica sobre la guerra contra la Triple Alianza. Entre el 16 de octubre de aquel año y el 14 de febrero de 1903 el joven periodista Juan O’Leary, de poco más de veinte años y el prestigioso abogado Cecilio Báez mantendrán desde las páginas de los diarios La Patria y El Cívico una controversia historiográfica inigualada. Este artículo da cuenta del contexto, de las epistemologías y de los argumentos que sustentaran uno y otro polemista; a continuación se examinan las consecuencias de la disputa en relación a la construcción de la memoria histórica paraguaya y de la actual práctica de la historia en ese país.
From a historiographical perspective, 1902 was for Paraguay a crucial year as it was then that the first controversy about the war against the Triple Alliance took place. The young journalist Juan O’Leary, just over 20 years old, and the renowned lawyer Cecilio Báez, would keep an unparalleled historiographical controversy published in two newspapers La Patria and El Cívico from October 16th to February 14th of the said year. This article exposes the context, the epistemologies and the explanations sustained by both polemicists. Next, the consequences of the dispute are examined in relation to the construction of the Paraguayan historical memory, and the current historical practice in that country.
TABLA DE CONTENIDOS
*. INTRODUCCIÓN
*. EL ESTALLIDO
INTRODUCCIÓN
1.- Es inocultable que en Paraguay el historiador ha jugado a lo largo de la centuria pasada y hasta hoy, un papel que en muchas ocasiones se extiende más allá del puramente “profesional”, adentrándose en otras esferas de la vida, como son la política y la mediática. En ese sentido 1902 fue un año crucial, al saltar a la palestra una polémica –la primera sobre la guerra contra la Triple Alianza- que ilustra la pasión con que se ha vivido tradicionalmente la historia en el país. Entre el 16 de octubre de aquel año y el 14 de febrero de 1903 el joven periodista Juan O’Leary, de poco más de veinte años y el prestigioso abogado Cecilio Báez mantendrán desde las páginas de los diarios La Patria y El Cívico una controversia historiográfica inigualada, cuyas consecuencias han sido tan rotundas que llegan hasta el presente, aunque esto último no sea necesariamente motivo de entusiasmo.
2.- Si los argumentos que Báez sostuviera en el transcurso de la disputa fueron inmediatamente compilados en el tomo titulado La tiranía en el Paraguay (1903), no ocurrió lo mismo con los 37 artículos que produjera su joven contrincante. Esta exposición pretende recoger, en forma resumida, los resultados del relevamiento de los textos de Juan O’Leary diseminados en el diario La Patria, de su posterior estudio y del cotejo con los de Báez, con el propósito de analizar los contenidos de ese intercambio y ofrecer una relación sobre las actuales repercusiones en la memoria colectiva y en la práctica historiográfica en el Paraguay.
EL ESTALLIDO
3.- La controversia no comenzó, como suele ocurrir en estos casos, por una cuestión intelectual o por distintos modos de concebir el pasado sino en relación con el clima político, social y económico que soportaba la sociedad paraguaya a comienzos del siglo veinte. Cecilio Báez y Juan O’Leary no polemizan en un restringido ámbito académico, sino que ventilan sus diferencias historiográficas a través de la prensa, en medio de la crisis del modelo socioeconómico impuesto en la posguerra y de la agonía del régimen colorado. El Estado paraguayo aparecía, al comenzar el siglo XX, débil, con agudos problemas de corrupción y había agotado sus mecanismos de generación de ingresos, fuera de la imposición al comercio exterior. Los recursos de la venta de tierra realizada a mediados de la década del 80, se habían gastado o dilapidado. Como es conocido, casi dieciséis millones de hectáreas de tierras públicas se vendieron en Paraguay a compradores en su mayoría extranjeros –argentinos y brasileños- entre 1885 y 1888. Los únicos ausentes fueron los obreros y los agricultores paraguayos, que con sus familias integraban casi el noventa por ciento de la población. Por otra parte, los ingresos del exterior eran imposibles, puesto que ni siquiera podía el gobierno cumplir sistemáticamente con el servicio de la deuda británica. Todo esto explica que para el año 1902 la distribución del ingreso que la actividad económica del país generaba era extremadamente desigual. La concentración desproporcionada de sus beneficios en un reducido número de comerciantes y exportadores y la marginación de la mayoría de la población a niveles de precaria subsistencia eran características salientes del comportamiento de la economía.
4.- Es en este contexto en el que debe situarse el artículo titulado Optimismo y Pobreza. Las ganancias de los bancos. Males y Remedios, que Cecilio Báez publicó en el diario El País el 16 de octubre de 1902 y que desencadenaría la agria disputa con Juan O’Leary.
5.- Pero si bien las condiciones socioeconómicas sirvieron de detonante, parece conveniente remarcar, a su vez, que Báez y O’Leary discutirán teniendo como telón de fondo un interesante clima cultural caracterizado por la eclosión de la primera élite de intelectuales paraguayos que se dedicarán a la Historia –que pasa a convertirse en disciplina erudita aunque no científica- en el marco de un sistema de relaciones personales y de la creación de un espacio institucional que fomentará la investigación del pasado.
6.- En la penuria posbélica se irá conformando un grupo de jóvenes, primero en el Colegio Nacional de Asunción, a partir de 1877 y luego en la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional, fundada en 1889, que iría asumiendo un rol decisivo en la cultura paraguaya. Nacidos en su mayoría en la primera década siguiente al cataclismo bélico, entre los principales exponentes de la que sería llamada la Generación del 900, estaban Blas Garay (1873-1899), Juan O’Leary (1879-1969), Manuel Domínguez (1868-1935), Fulgencio Moreno (1872-1933), Arsenio López Decoud (1867-1945), Ignacio Pane (1879-1920), Eligio Ayala (1879-1930) y Manuel Gondra (1871-1927).
7.- Pues bien, los últimos años del siglo XIX encuentran al joven O’Leary en su trayecto intelectual iniciático. En 1898 figuraba ya entre los socios del Instituto Paraguayo, primer espacio de sociabilidad intelectual de la posguerra; poco después, cuando la institución organizó una peregrinación en homenaje al general José E. Díaz y una campaña para auxiliar a los veteranos de la guerra, el joven periodista estuvo entre los participantes más activos. (Revista del Instituto Paraguayo en el número 4 del año 1901) Paralelamente, comenzó a trabajar, junto a Enrique Solano López en la redacción de La Patria. O’Leary había nacido en Asunción el 13 de junio de 1879 y era hijo del argentino Juan O’Leary y de Dolores Urdapilleta, paraguaya. Hizo sus estudios secundarios en el Colegio Nacional y, aunque se matriculó en la Facultad de Derecho, no culminó la carrera. Con poco más de veinte años, pasó a dedicarse a la enseñanza de la Historia en el Colegio Nacional y a las actividades periodísticas en el diario La Prensa y luego en La Patria. En este último, a partir del 2 de mayo de 1902, principió la publicación de una serie de 26 textos sobre la guerra con la Triple Alianza bajo el título general de Recuerdos de Gloria (Se publicaron en La Patria entre el 2 de mayo de 1902 y el 7 de febrero de 1903. Su contenido se concentraba en los hechos de armas y batallas libradas durante la guerra con la Triple Alianza. Puede leerse su reciente compilación: Juan O´Leary, Recuerdos de Gloria, Asunción, Servilibro, 2008.)
Considerados sus primeros escritos de índole histórica, tenían el propósito, en sus palabras, “de exaltar el heroísmo del pueblo vencido en una lucha desigual” y “exponer a las nuevas generaciones las hazañas de los héroes de la Guerra del Paraguay contra la Triple Alianza”.
8.- Justamente cuando se divulgaban las primeras entregas de Recuerdos de Gloria, Cecilio Báez regresaba a Paraguay luego de su participación como delegado en la Segunda Conferencia Internacional Americana celebrada en México. Casi con cuarenta años, a diferencia del joven redactor, Báez era, en 1902, uno de los referentes intelectuales más destacados. Perteneciente a una antigua familia del país, había nacido el 1 de febrero de 1862 y cursado sus estudios secundarios en el Colegio Nacional. El 15 de julio de 1893, con 31 años de edad, obtuvo el doctorado en Derecho y Ciencias Sociales por la Universidad Nacional de Asunción. Para el año 1902 había ya publicado una serie importante de monografías desde el campo jurídico sobre cuestiones como La libertad civil, La ciudadanía y el pacto social, Derecho de familia. Había ejercido, asimismo, altas funciones públicas en el Parlamento como diputado, en 1896 y senador, en 1901.
9.- Pues bien, hasta ese año, Báez había contado con el reconocimiento y la admiración del jovencísimo Juan O’Leary, quien además coincidía en su adhesión al mismo partido político.
10.- Como apuntáramos, el 21 de mayo de 1902 Báez arribó desde México al puerto de Asunción; una delegación nutrida de representantes del gobierno y de instituciones culturales esperó su llegada y fue el joven periodista Juan O’Leary quien pronunció el discurso de bienvenida en nombre de los allí reunidos. De inmediato, el prestigiado diplomático se reincorporó a su actividad periodística en las columnas de El Cívico en las que divulgaría en los meses siguientes una serie de artículos sobre temas económicos; y, como ya adelantase, sería uno de ellos el que desencadenaría la agria disputa con O’Leary.
11.- En efecto, a raíz de la difusión en la prensa del balance anual del Banco Territorial y de los consiguientes elogios por parte de algunas hojas periodísticas por las “significativas ganancias obtenidas”, el 16 de octubre Báez publica en el diario El País el artículo ya mencionado Optimismo y Pobreza. Las ganancias de los bancos. Males y Remedios. “Escribo, comenzaba diciendo Báez, bajo la penosa impresión que me produce la pobreza extrema del país”. Luego, en el desarrollo del artículo, se dedicaba a señalar la “desinformación” y la desigual mirada que ofrecían los diarios, en cuyas páginas “parecen querer reflejar que el Paraguay es el mejor de los mundos, porque todos prosperan y todo marcha bien” y, paralelamente, no cesan de denunciar “la carencia de alimentos o dan cuenta de agricultores que emigran por la miseria, la falta de justicia y de garantías”. Tal situación, sostenía, era compartida por los bancos, cuyas ganancias eran más ficticias que reales; de hecho la mayor parte de su capital estaba constituido por inmuebles o tierras, con lo cual operaban con un capital en numerario muy pequeño. Así, concluía:
12.- En medio de un pueblo pobre, nadie puede prosperar en realidad. Por eso, al contemplar la pobreza del país, yo digo que todas las ganancias que se ostentan, son aparentes, máxime si se tiene en cuenta que entre nosotros no circula más que papel moneda, bastante despreciado.
13.- Frente a éste estado social se proponía, a partir de esa entrega periodística, decir la verdad, “único medio para reconocer los defectos y vicios colectivos y luego corregirlos”. Y la verdad consistía, sobre todo, en denunciar las causas de esa postración:
14.- Necesitamos la verdad en el gobierno, la verdad en la justicia distributiva, la verdad en el sufragio, la verdad en la apreciación de las cosas, la verdad en la instrucción, la verdad en todo. El Paraguay es un pueblo cretinizado por secular despotismo y desmoralizado por treinta años de mal gobierno. Cinco años de titánica lucha pudieron retemplar sus adormecidas fibras por el opio del despotismo. Por eso el pueblo paraguayo desplegó cualidades cívicas en los comicios, a raíz de la conclusión de la guerra; pero la disolución de las cámaras vino de nuevo a matar el naciente espíritu público y he aquí que el pueblo sigue siendo semejante a un cretino, a un ser sin voluntad ni discernimiento.
15.- Como se lee, no es sólo el pasado, sino también la situación presente la que lleva a Báez a estas tremendas expresiones, es decir, el pueblo “cretinizado” es el resultado del despotismo francista y de los López, pero también de treinta años de gobierno colorado.
16.- Al día siguiente, el diario La Patria, en un artículo sin firma titulado Habla el doctor Báez. El cretinismo paraguayo, criticó esas opiniones procurando mostrar, con datos y cifras, que la ganancia del Banco Territorial no era ficticia para dedicarse luego, mediante un acopio de pruebas, a demostrar la contradicción del actual discurso de Báez con los contenidos de artículos escritos en los pasados meses en los que se mostraba complaciente con las instituciones bancarias. Por supuesto, como era de esperar, las expresiones sobre el cretinismo paraguayo ocuparon el núcleo principal de la contestación, sobre las cuales, el autor se pronunció terminantemente:
17.- Nos da vergüenza el reproducir estas palabras escritas por un ciudadano a quien, no hace mucho, hemos recibido con vítores, a quien hemos saludado como el representante legítimo de la juventud paraguaya. Pero éste título ya no le pertenece porque no puede una ilustración eximia, un personaje de la importancia del Dr. Báez, ser representante de cretinos, de seres sin voluntad ni discernimiento. Nosotros, que somos paraguayos, nosotros que para paraguayos escribimos, protestamos en nombre de todos nuestros conciudadanos indignados por las palabras del doctor Báez, a quien no concedemos derecho ninguno de llamarnos cretinos y cretinizados.
18.- Así, en el contexto intelectual brevemente descrito y con estos antecedentes inmediatos, estalló la polémica.
LOS ARGUMENTOS
19.- En respuesta a los cuestionamientos de La Patria, el 18 de octubre aparece en El Cívico el primero de los artículos de Báez de la serie sobre “La Educación” con el que inicia los escritos compilados luego en La Tiranía en el Paraguay en los que irá desarrollando un discurso histórico sobre el carácter y los resultados de la tiranía paraguaya con el terminante propósito de “advertir a la juventud y al pueblo sobre los peligros del patrioterismo y la mistificación/adoración del pasado”.
20.- Respecto a la guerra con la Triple Alianza, Báez la explicará como un efecto del propio sistema tiránico, que tuvo su origen en la época colonial y se consolidara durante los gobiernos de Francia y de los dos López:
La guerra se hizo de exterminio para el Paraguay, no solamente por obra de los aliados, sino también por obra del mismo López. Los déspotas siempre quieren aparecer como intérpretes de la voluntad nacional o sirviendo los intereses de la Nación. Cualquier hombre de sentido común comprenderá que López ni debió intervenir en el conflicto uruguayo-brasilero ni mucho menos provocar la guerra. Tal fue el desenlace de la tiranía paraguaya. Fue el sacrificio de todo un pueblo. El país quedó arruinado y desmembrado. Toca a la nueva generación reparar lo perdido, por la educación, por el trabajo, por la práctica de la libertad, por el concurso del elemento extranjero, pero principalmente por la educación, para que al rebaño humano lo reemplace un pueblo consciente de sus derechos, que haga imposible la vuelta de las omnímodas y embrutecedoras dictaduras.
21.- Por su parte, O’Leary lo enfrentará con un discurso completamente opuesto desde las columnas de La Patria, centrado en un pasado heroico y glorioso, en el que la sociedad paraguaya vivía feliz y próspera hasta que una serie de causas exógenas la condenaron a su actual postración. Dedicará a cada episodio del acontecimiento bélico un artículo completo en un esfuerzo hermenéutico dirigido a mostrar “quien fue la mano negra que arrojó, sobre el Plata y el Paraguay, el huracán de muerte que hizo añicos de nuestra pasada grandeza y poderío”:
Diremos que la intervención brasileña en el Uruguay y la guerra de 1865 fue el lógico desenlace de la política absorbente, de las miras ambiciosas del Imperialismo. En efecto, no de otro modo podían concluir las añejas pretensiones del único imperio de la América del Sud -verdadero parásito adherido al suelo del nuevo mundo- que en todos los momentos de su historia amenazó a sus vecinos y más que amenazó, asaltó con invasiones verdaderamente bárbaras, como las de sus mamelucos que han dejado triste memoria en los países limítrofes ¿Con qué país vecino no tuvo disensiones seculares por la cuestión de límites? ¿A qué país vecino no arrebató el Brasil inmensas zonas de territorio? (La Patria, 21 de enero de 1903.)
22.- A lo largo de este extenso tramo, O’Leary fue desplegando un conjunto de argumentos eficaces para mostrar que la guerra tuvo su origen en las maquinaciones del Imperio del Brasil y en la complicidad del gobierno argentino de Bartolomé Mitre.
23.- Las repercusiones que tuvieron los respectivos discursos históricos entre la sociedad asunceña pueden medirse, entre otros modos, a través de las solidaridades que en el transcurso de la polémica fueron sumando uno y otro protagonista. Las páginas de El Cívico muestran, por ejemplo, que además de los responsables de dicha hoja y de afiliados al Partido Liberal, Báez contó con manifestaciones de adhesión por parte de un sector de la “juventud universitaria” y de la “juventud estudiosa” quienes le expresaron su admiración “porque ha tenido el patriotismo de sacar a relucir las causas de nuestro abatimiento presente, como único medio de comenzar la obra de la dorada regeneración nacional” a la vez que no dejaban pasar la ocasión para protestar contra la propaganda de La Patria hacia el doctor Báez, a quien definían como “espejo de la generación presente” y a quien aquella hoja pretendía “arrancar la radiante diadema de la popularidad”.
24.- También O’Leary mereció adhesiones de otro sector de la “juventud universitaria”. Sin embargo, según hemos podido constatar hasta el momento, el más fuerte y eficaz respaldo lo recibió de parte del joven vicepresidente del Paraguay, Manuel Domínguez, quien el 29 de enero de 1903, en plena efervescencia dialéctica, dictó una conferencia en el Instituto Paraguayo titulada Causas del heroísmo paraguayo, con el propósito de sumarse a la refutación contra Báez. En su exposición, Domínguez desarrolló un discurso a partir de un apriorismo nacionalista que penetrará en la cultura histórica paraguaya a lo largo de todo el siglo veinte. Hará referencia, por ejemplo, a la estatura del habitante del Paraguay como algo digno de destacar, adjudicándole una estatura media de 1,72 centímetros. Basándose en juicios de Buffon y Demersay, Rengger, Du Graty y Thompson, aseguraba que la del paraguayo “es a menudo superior a la de los europeos, que los habitantes pertenecen a una raza superior por su estatura y por su capacidad mental y […] es superior a los vecinos en lo intelectual y en lo físico”. El Paraguay era, por lo tanto, una nación con sello original y castizo, que se había adelantado a sus hermanos en ser una cosa aparte; “desde el primer paso de la independencia, existió el alma de la patria”. El joven vicepresidente sostiene en su conferencia la imagen histórica de la Edad de Oro correspondiente al período de 1844-1865, rebosante de bienestar, riqueza y poder militar:
¿Cuál era la situación del Paraguay en 1864? Era la edad de oro de la agricultura y la ganadería. Paraguay producía más que cualquier otro pueblo americano. Había llegado al maximum de producción con el minimum de consumo. El pueblo, sin necesidades superfluas era feliz en su sencillez. No había miseria ni pobreza. Le llamaban el pueblo más feliz de la tierra. Y en un pueblo así, ¡cuidado con poner a la patria en peligro! porque en ella está el hogar. Hasta las criaturas y la mujer bella y suave han de empuñar bayonetas.
25.- Y se concentra luego en argumentar que fue la guerra que llevó la Triple Alianza al Paraguay la que destruyó esa arcadia:
El Paraguay era superior a cada aliado como Nación. No era como la República Argentina, una amalgama heterogénea de porteños y provincianos, federales y unitarios, que se odiaban a muerte; no estaba como el Brasil fraccionado en republicanos e imperialistas, en señores y millones de esclavos. El Paraguay era una unidad política, quizás la más compacta y homogénea que se vio jamás, con una sola voluntad, con un solo sentimiento: en el momento del peligro común se levantaría como un solo hombre.
26.- En resumen: “El Paraguay era superior al invasor como raza y en las energías que derivan de esa raza: en inteligencia natural, en sagacidad, en generosidad, en carácter hospitalario, hasta en estatura. (La Patria, Asunción, 3 de Enero de 1903. ) Pero lo que realmente Domínguez deseaba demostrar era que el heroísmo paraguayo, sobre todo durante la guerra, se sustentó no en la insensibilidad al dolor como producto de la barbarie o en el miedo al tirano, sino, precisamente, en la raza del paraguayo que “fue mestizo pero fue haciéndose blanco en la cruza sucesiva, blanco sui generis en quien hay mucho de español, bastante del indígena y algo que no se encuentra ni se ve ni en el uno ni en el otro separados”. (La Patria, Asunción, 3 de Enero de 1903.)
27.- En respuesta, Cecilio Báez le dedicó a Domínguez un texto titulado Rectificaciones a la conferencia del Dr. Domínguez a fin de demostrar que el vicepresidente había faltado a la verdad científica y a la verdad histórica. En primer lugar, estaba lo que sostuviera respecto a la superioridad del paraguayo en estatura debido sobre todo a la alimentación y al clima. Aunque Báez coincide en lo que a ese promedio se refería, le recordaba “que no necesariamente un hombre alto es superior a otro; al contrario, en los países más civilizados, la altura tiende a disminuir”. Luego estaba la afirmación según la cual “el paraguayo es superior a sus vecinos en lo intelectual”; Báez argumentaba, por su parte, la total ausencia de producción intelectual ¿qué obra literaria o científica ha producido hasta ahora un paraguayo?; tal nulidad debía atribuirse a que el cerebro paraguayo nunca “ha podido pensar a causa de la tiranía, ni el alma paraguaya ha sentido a causa del terror”.
28.- Mientras que Domínguez se complacía en recostarse en la felicidad en que vivía el pueblo paraguayo durante el gobierno de Carlos Antonio López, Báez se preguntaba ¿Se puede ser feliz bajo el terror, en ausencia de toda garantía, y de toda libertad? Y mientras que el vicepresidente hablaba de la fecundidad de la mujer, de la potencia nutritiva de la mandioca y otras cosas por el estilo para explicar las causas del heroísmo paraguayo, el experimentado abogado le endilgaba no haber dicho ni una sola palabra sobre los funestos efectos de la tiranía que trajo la guerra del Paraguay.
29.- Lo que sí puede afirmarse, según los testimonios disponibles, es que la polémica traspasó los límites de los ámbitos académicos y universitarios, enfrentando a quienes apoyaban, a su manera, a uno y otro. Natalicio González refiere que “las discusiones se prolongaban en el hogar. En los cafés, los concurrentes defendían sus ideas a botellazos, con tazas y sillas. Grandiosas manifestaciones populares recorrieron las calles, aclamando a uno y otro bando, a uno y otro de los polemistas”. (Natalicio González, Letras Paraguayas, Asunción, 1988)
LAS CONTRADICCIONES
30.- Los últimos textos –del 13 y del 14 de febrero de 1903- de O’Leary en esta “ardiente polémica”, como él mismo la calificara, traen a colación una cuestión por demás espinosa y sobre la cual apenas se puede añadir, por el momento, algo que no sean consideraciones frágilmente fundadas. Como la punta de un iceberg surgen las contradicciones discursivas y las mutaciones en las posiciones intelectuales e ideológicas de Cecilio Báez pero también, aunque de forma indirecta, en las de O’Leary. Este último se dedica a demostrar en sus últimos artículos contra Báez, el giro discursivo de su experimentado contrincante mediante la reproducción parcial de un conjunto de trabajos de índole histórica que aquél divulgara tiempo antes de la polémica en la prensa asunceña en los que había argumentado que el Brasil y Buenos Aires siempre habían mantenido una política de usurpación y absorción respecto del Paraguay y del Uruguay. Luego de hacer un recorrido por los intríngulis diplomáticos paraguayo-brasileños durante el siglo diecinueve hasta la guerra, Báez concluía que: “arruinado y consumadas las usurpaciones, he aquí que argentinos y brasileros pretenden convencernos de que son nuestros amigos, que nos quieren mucho, que nos desean todo bien, etc., etc. Aquellos hechos y estas sangrientas burlas provocan, naturalmente, la indignación y el odio de todo buen paraguayo”.
31.- ¿Cómo compaginar sus ideas de ayer con las de hoy? ¿Cuándo decía la verdad?, preguntaba O’Leary. En los siguientes artículos que transcribe - El Paraguay en peligro, Rectificación histórica, Guerra aduanera, El Paraguay y Chile,El porvenir del país. La política del Río de la Plata, Consideraciones sobre la política del doctor Francia y El Paraguay y Mitre- se mostraba la misma línea discursiva del anterior; Báez sostenía que el verdadero pueblo paraguayo jamás podría estar de parte de la Argentina, “nuestra pérfida enemiga”, mientras “conservase en su poder un palmo de los inmensos territorios que nos ha usurpado y que si no usurpó más fue gracias a la oposición del Brasil, nuestro franco enemigo”, aunque hubiese sido este último el que “trajo la guerra al Paraguay”. Báez calificaba a la Triple Alianza como “la más infame coalición de que se tenga memoria en los anales del mundo… plan de asesinato de un pueblo, bajo el pretexto de liberarle de un tirano”, que “la ambición del Brasil y de la República Argentina fue siempre poseer tierras del Paraguay para cosechar los mismos productos que los nuestros, de manera de hacernos ventajosa competencia y reducirnos a triste extremidad” y que los gabinetes de Buenos Aires y de San Cristóbal se entendieron a lo largo de la primera mitad del siglo diecinueve más de una vez para conquistar el Paraguay y el Uruguay.(En las transcripciones que ofrece O’Leary de estos artículos de Báez no se indica la procedencia ni la fecha en que fueron difundidos. Datos disponibles permiten asegurar que, en efecto, Báez había divulgado, antes de 1902, en diversas publicaciones, sus ideas históricas. Entre los textos anteriores a ese año, figuran los ya citados artículos sobre Francia en La Ilustración paraguaya (1888), conferencias dictadas en el Ateneo Paraguayo sobre la independencia paraguaya en los años 1885 y 1886, artículos insertos en el diario La Democracia, en 1891 y en periódicos de la provincia argentina de Formosa como El Combate, en la que estuvo exiliado por algún tiempo luego del fracaso de la revolución de 1891. Véase el listado que se anexa en Cecilio Báez, Política Americana, Asunción, 1925)
32.- ¿A qué había obedecido este giro historiográfico? El mismo O’Leary había sostenido en el inicio de la polémica que “los viajes, el trato con la gente más civilizada (léase no cretina) el espectáculo de pueblos cultos e instituciones grandiosas, variaron totalmente su personalidad. Después de su primer viaje a Buenos Aires volvió amigo de Mitre y partidario de la Argentina. Después del segundo viaje volvió enemigo del Paraguay, aunque quiera disimularlo”.
33.- Pero si Báez había argumentado en el pasado que la nacionalidad paraguaya había sido muy combatida desde los albores de su independencia y que a no ser por “la fuerza enérgica de los dos primeros dictadores, no se salvaría tal vez de las asechanzas de sus tradicionales enemigos” para desdecirse luego, en 1902, al sostener que “la guerra se hizo de exterminio para el Paraguay, no solamente por obra de los aliados, sino también por obra del mismo López”, la posición intelectual y política de O’Leary también quedaría, a partir de la polémica, en entredicho.
34.- Como se conoce, el joven bachiller adhirió al comienzo de su vida pública al Partido Liberal, mostrando diferencias con el coloradismo. En el texto que dedicara a la batalla de Acayuazá en la serie Recuerdos de Gloria, además de resaltar el heroísmo de Bernardino Caballero, explicando que “las sombras de su vida de político no impedirían que incluya su nombre en estos recuerdos dedicados a los días gloriosos de nuestra historia guerrera”, declara explícitamente lo siguiente:
Milito en las filas de la oposición. Mi partido tiene sus mártires que cayeron combatiendo a la agrupación política que preside el general Caballero. Pero esto no impedirá que en este día lo presente a nuestros compatriotas como un bravo, como una hermosa reliquia de ese pasado en que se destacan gigantescas las figuras de tantos y tantos héroes. Me lo impone un deber de gratitud. (La Patria, Asunción, 17 de julio de 1902. Reproducido en Juan O’Leary, Recuerdos de Gloria…cit., página 49.)
35.- Pero si a mediados de 1902 sostenía esta adhesión política, poco tiempo después pasaría a constituirse en una de las figuras más destacadas del Partido Colorado, que lideraran los jefes militares de López durante la guerra, y a dedicar el resto de su vida a la exaltación del Mariscal Francisco Solano López. Esta campaña intelectual no le impediría, sin embargo, la aceptación, en los años siguientes a la polémica, de cargos públicos importantes durante los gobiernos Liberales (1904-1936), identificados, según el propio O’Leary, con el legionarismo, que tanto combatiera. Por ejemplo, en 1911 aceptaría la designación del presidente Albino Jara para el cargo de Director del Colegio Nacional. Asimismo, cuando en 1925 debió interrumpir su tarea docente por razones de salud, el joven presidente liberal Eligio Ayala, lo salvaría, según sus propias palabras, de un incierto futuro, designándolo primeramente cónsul en Madrid y más tarde Encargado de Negocios en España.
36.- Existen otras pruebas que muestran también la conversión intelectual de O’Leary. En 1898 había publicado en un periódico estudiantil un texto dedicado a describir las penurias que su madre padeció durante la guerra a causa de Francisco Solano López. En efecto, acusada de traición a la patria, había sido condenada al destierro perpetuo en los extremos del país. Durante ese peregrinaje sus hijos habían fallecido de hambre. El recuerdo de estos padecimientos le hicieron estampar a O’Leary en aquel tiempo, un juicio lapidario:
¡Ah, madre querida, tú me enseñaste a perdonar! Tú no guardas rencores para nadie. Pero a pesar de todo, siento agigantarse el odio inmenso que llena mi alma: odio hacia el tirano y odio hacia los lobos hambrientos que se desparramaron en nuestra tierra e hicieron añicos de nuestra nacionalidad… Para tus verdugos y para los verdugos de nuestra patria, perdóname madre mía, mi odio es eterno.
37.- Sin embargo, veinte años después, en 1918, en un artículo que publicara con su firma en La Patria, explicaría –de manera poco convincente- que aquel texto no había sido sino un “ingenuo salmo infantil” en el que hablaba el sentimiento, sin reflexión. Sostenía ahora que “ese grito de odio es falso”:
Es el ambiente el que gravita en mi alma infantil poniendo en mis palabras lo que sólo es realidad en el alma atormentada de los que necesitaban justificar su traición, de los que vinieron con el invasor, de los patricidas que le ayudaron en el degüello de cinco años. Ese odio es el odio de los vencedores que aniquilaron al Paraguay, pero no pudieron arrebatarle su gloria, que acabaron con el Héroe, pero no pudieron suprimir su grandeza. Ese odio no era mío, no era yo el que condenaba, yo que desconocía los misterios de nuestra historia y que no podía entrever la verdad en medio de la mistificación triunfante. Ese odio era un odio reflejo que venía de los que acababan de poner fuera de la ley al Mariscal López, figurándose, arbitristas de la historia, que con un decreto se hace el juicio de la posteridad y que una ley rencorosa ha de absolverlos para siempre. Cuando escribí estas líneas aún no había despertado del todo la conciencia nacional, aún seguíamos condenándonos, repitiendo los anatemas de la Alianza… Debo decirlo con algún orgullo, aún no se habían publicado los Recuerdos de Gloria”. El hombre tacha también esas y otras palabras del niño. En el tirano que abomina confunde la tiranía, vuelvo a repetirlo. El tirano que decretó el éxodo y que mató de hambre a mis hermanos en las inclementes serranías, no era un hombre. Ese hombre, enloquecido por un delirio patriótico, en medio del estrépito de las batallas, no supo siquiera del dolor de mi madre y de sus incontables penurias. El tirano no era él, era la guerra y eran los tiempos duros que se vivían. Él mismo era una víctima, sufría lo que sufría su patria, como habría de sucumbir con él. (“A mi madre” en La Patria, Asunción, 28 de enero de 1918)
38.- Y acababa el texto exculpando a López de los sufrimientos de su madre y borrando lo que había escrito dos décadas atrás.
LAS REPERCUSIONES
39.- En la disputa quedó planteada, además, una cuestión de fondo –aunque no de manera explícita- que interesa mucho resaltar por su influencia en la actual práctica de la historia en Paraguay: el papel de la historia y del historiador en la sociedad. Juan O’Leary endilgará a Báez, en sus escritos, de haberse convertido en enemigo del Paraguay luego de “dos viajes a la Argentina que cambiaron su personalidad” y que habrían transformado su posición ante el pasado: “ahora defiende a los legionarios, a los traidores de Paraguay convirtiéndose en prototipo del legionarismo y entusiasta de la Legión paraguaya”. Y acabará por calificarlo, por este nuevo discurso, como un “traidor”. Así, por ejemplo, al recordarle que, mientras en un enfrentamiento que había tenido años atrás con el argentino Adolfo Carranza,biógrafo del granadero paraguayo coronel Bogado, en respuesta a un artículo en el que Carranza había menospreciado a la nacionalidad paraguaya,se había puesto como un demonio, en esos momentos había cambiado radicalmente su discurso. O’Leary explica que “en aquella época [a Báez] le daba por fingirse muy patriota, muy enemigo de brasileños y argentinos, muy partidario de los tiranos, muy admirador de Alberdi, etc., etc.”. Parece sostener entonces que si ser patriota contenía tales adhesiones, quien admitiera simpatías hacia los brasileños y los argentinos, cuestionase a los tiranos y asumiera una posición crítica sobre Alberdi sería considerado entonces un ¿traidor a la patria?
40.- Si se leen unos y otros artículos de la polémica es posible distinguir, sin embargo, que ambos contrincantes inscriben su campaña sobre el pasado a favor de la construcción de una historia patriótica y de la verdad histórica. En el artículo del 14 de febrero de 1903 titulado “La historia como arma de combate”, O’Leary dirá, por ejemplo:
Vamos a seguir todavía presentando nuevos argumentos para que al fin de esta campaña la verdad histórica, triunfando definitivamente se afiance en la conciencia nacional, poniéndose a cubierto, para siempre, de las irrupciones de los bárbaros del interior, de los que, a cada momento, amenazan ahogarnos bajo el peso de sus pasiones desbordadas […] el peor de nuestros enemigos reconocerá, por lo menos, que don Cecilio es un refinado farsante, para el cual la historia es un arma de combate y de venganza baja y rastrera.
41.- También Báez asumía su campaña a favor de una historia patriótica pero a la vez postulaba una “historia sincera”, un concepto que se refiere, en este caso, a una mirada hacia el pasado en la que, junto a lo positivo, se hace examen sobre los errores. Sinceridad sería aquí opuesto a mistificación. En su Carta a la Juventud, dirigida a responder las solidaridades que recibiera a lo largo de la disputa, ofrece pistas que amplían este concepto y la función que le otorga a la Historia:
El estudio de la historia es pues el medio más idóneo para despertar el espíritu cívico de los ciudadanos [...] La verdad debe decirse a toda costa, porque solo la verdad es edificante. Sin embargo, no faltan falsos patriotas que enseñan que no debemos decir la verdad contra el crédito del propio país […] ¿Qué mal hay en decir que el despotismo ha embrutecido al pueblo paraguayo, anulando su sentido moral y su sentido político? ¿Qué mal hay en decir que el tirano López ha acometido al Brasil y a la Argentina sin causa justificada, acarreando al país su ruina y el exterminio de sus habitantes.
42.- Estas definiciones no pueden ocultar, sin embargo, las fuertes polarizaciones de que adolecen ambos discursos históricos. Si Báez mostraba un pasado lleno de infelicidad y servidumbre que había que superar mediante una enseñanza de la historia que ayudara a asumir los errores, O’Leary sólo veía heroísmo, sacrificio, grandeza moral y eterna gloria sin cuestionamiento alguno.
43.- Como es conocido, Juan O’Leary venció a Cecilio Báez y ambos acabaron enemistados luego de la disputa. No hemos hallado pruebas de que, en adelante, mantuvieran una relación cordial no obstante sus diferencias historiográficas.
44.- Báez continuó en los años siguientes hasta su muerte, el 18 de junio de 1941, al frente de sus cátedras de Revista de la Historia y de Sociología en la carrera de Derecho de la Universidad Nacional de Asunción, en la que también ejerció el cargo de rector. Desempeñó, asimismo, importantes funciones oficiales: fue canciller con los presidentes Gaona (1904), Ferreira (1906), Jara (1911) y Paiva (1937) y presidente provisional del Paraguay entre 1905-06, luego que fuera depuesto Juan B. Gaona y. sobre todo, seguiría escribiendo y publicaría más de cincuenta libros, conferencias, artículos, opúsculos; una extensa producción entre las que figuran: Cuadros históricos y descriptivos (1906),Resumen de la historia de Paraguay (1910),Ensayo sobre el Dr. Francia y la dictadura en Sudamérica (1910), Principios de sociología (1921),Política americana (1925),Curso de Derecho Internacional Público Americano (1926),Curso de Derecho Internacional Privado (1926), Historia diplomática de Paraguay (1931).
45.- O’Leary, por su parte, se convertirá en el favorito de Clío. Su primera obra monográfica sería La guerra de la Triple Alianza publicada en el Álbum Gráfico de la República del Paraguay, en 1911, de la que se desprenderían posteriores interpretaciones históricas recogidas en Nuestra Epopeya (1911),El Mariscal Solano López (1920),El libro de los héroes (1922)y en 1929 El Centauro de Ybycui. Vida heroica de Bernardino Caballero en la guerra del Paraguay.
46.- Toda la escritura de la memoria colectiva en Paraguay, hasta el presente, está impregnada de las orientaciones provistas por Juan O’Leary a lo largo de la polémica.
47.- Pues bien, según entiendo, el éxito de O’Leary ha conducido, sin embargo, a la historia en Paraguay, a un verdadero atolladero del que parece no poder zafar aún, prisionera de una serie de apriorismos y de rígidos moldes que determinan aún su práctica en el país. En primer término he de insistir en algo ya dicho: a diferencia de lo que suele ocurrir en los debates entre historiadores, el debate entre Báez y O’Leary no contribuyó a la consolidación de la disciplina histórica en el sentido que ninguno basó sus argumentaciones en experiencia en los archivos.
48.- Los planteamientos nacionalistas para hacer historia identificados con O’Leary no han permitido, por otra parte, una renovación temática y metodológica suficiente. Por supuesto, es necesario adentrarse en el espíritu de la época en la que el historiador y quienes compartían sus supuestos –Manuel Domínguez, Ignacio Pane, Arsenio López Decoud- comenzaron la práctica historiográfica, circunstancias socioeconómicas y culturales que favorecieron la eclosión de un tipo de historiador comprometido no sólo con su oficio sino también con su Nación. Su labor fue, en ese sentido, una labor constructiva, de reparación o restitución de la memoria colectiva. Mas éste empuje no devino luego en nuevas vías para el conocimiento del pasado, profundidad en las técnicas de investigación y enriquecimiento de las metodologías. Al contrario, esta motivación nacionalista produjo la proliferación de planteamientos simplistas o lo que suele denominarse un victimismo historiográfico, es decir, un modo de hacer historia en la que se exaltan o se enaltecen todos aquellos aspectos que se identificaban con la esencia de la Nación. Esa tendencia de exaltación de lo propio y recelo ante lo foráneo ha conducido, repito, a la historiografía paraguaya, a un callejón sin salida: la consideración de la propia nación como algo específico, especial, absolutamente original.
49.- De aquí deviene una cuestión crucial que quizás sea necesario afrontar con urgencia: la función del patriotismo en la historiografía. ¿Hasta qué punto debe influir el amor por la propia nación en el ejercicio de la historia? ¿Deben los historiadores analizar el hecho histórico partiendo de unos presupuestos nacionales? ¿Tiene el historiador una especial responsabilidad en la formación y la consolidación de una nación, de una patria, de un país?
50.- Parece oportuno entonces, comenzar el debate –siempre enriquecedor- que se produce en la búsqueda del equilibrio entre nacionalismo y rigor histórico, entre patriotismo y libertad.
Referencia electrónica : LILIANA M. BREZZO, « ¡La gran polémica continúa! », Nuevo Mundo Mundos Nuevos, Coloquios, 2009, [En línea], Puesto en línea el 13 enero 2009. URL : http://nuevomundo.revues.org/48832 . Consultado el 28 octubre 2010.
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