DEL PARAGUAY COLONIAL
Autor: HIPÓLITO SÁNCHEZ QUELL
Editorial: CASA AMÉRICA,
Asunción-Paraguay, 1972. 244 pp.
Versión digital:
HIPERVINCULOS
PRIMERA Y SEGUNDA PARTES (293 Kb.)
TERCERA Y CUARTA PARTES (183 Kb.)
TODO EL LIBRO (477 Kb.)
CONTENIDO del LIBRO
Un moderno Libro sobre el Paraguay Colonial
PRIMERA PARTE
Los litigios hispano-lusitanos
I. – La búsqueda de especias.
II.– Bula de Alejandro VI y tratado de Tordesillas.
III. – Carabelas en el Río de la Plata.
IV. – "Trayendo los palos a cuestas"
V. – La primera rebelión.
VI. – Ganado, trigo y vino.
VII. – Bandeirantes y diplomáticos ensanchan el mapa.
SEGUNDA PARTE
El Paraguay y Buenos Aires
I. – Segregación de Amazonas y de Cuyo.
II. – Sembrando ciudades a los cuatro vientos.
III. – La pérdida del litoral Atlántico.
IV. – Jesuitas y comuneros.
V. – La era de resurgimiento.
VI. – Transformaciones territoriales de las misiones.
VII. – Cooperación en la defensa contra los invasiones inglesas.
TERCERA PARTE
El Chaco en el control administrativo
I. – Fundación de Santa Cruz de la Sierra.
II. – El río Parapití en los documentos oficiales.
III. – Confines de Charcas y Chiquitos.
IV. – Expediciones y fuertes.
V. – La evangelización.
VI. – El esfuerzo colonizador.
VII. – Los límites étnicos, geográficos y jurídicos.
CUARTA PARTE
La Revolución
I.– El alud napoleónico rueda a la Península.
II.– Intrigas en Río y Revolución en Buenos Aires.
III.– Una amalgama difícil.
IV.– Expedición de Belgrano.
V.– Asunción colonial.
VI.– Propagación del espíritu revolucionario.
VII.– ¡Alboroto en la plaza!
Fuentes consultadas.
Bibliografía.
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UN MODERNO LIBRO SOBRE
EL PARAGUAY COLONIAL
Por el Dr. J. M. Alvarez de Toledo
EL PARAGUAY COLONIAL
Por el Dr. J. M. Alvarez de Toledo
** De las naciones que surgieron bajo el impulso del genio hispánico, en las tierras promisorias del nuevo mundo, hay una de ellas, que nace bajo un signo especial y que desarrolla una historia de caracteres profundamente diferenciados: este nación es el Paraguay. Su historia tiene una unidad tal, que para explicar el proceso contemporáneo, es preciso conocer bien su raigambre primera: su vida colonial.
Natalicio González, el magistral autor, de "Proceso y formación de la cultura paraguaya", analiza la forma cómo se desenvuelve el espíritu humano en estas tierras, modificando el medio, perfeccionando los métodos, influenciándose a veces por lo externo, pero progresando siempre. En la forma brillante que su talento y cultura la permiten, González estudia social y psicológicamente el hombre colonial. Su estudio, hecho con criterio moderno y científico, dejaba sin embargo una laguna: el estudio del desenvolvimiento político y diplomático de los hombres de ese período que él tan talentosamente analizara.
El profesor de Historia Diplomática del Paraguay en la Universidad de Asunción, doctor H. Sánchez Quell, ha completado el vacío que dejara el maestro González. En su libro recién aparecido, titulado "Estructura y función del Paraguay Colonial", estudia con agudeza histórica, método, concisión y erudición la realidad de entonces. Así como González hace el "proceso de la cultura", Sánchez Quell realiza el "proceso de la política". Sin embargo, sus páginas presentan suficientemente "lo humano", como pare que lo político y diplomático no salga deshumanizado.
Diversos autores paraguayos, como ser, Moreno, Domínguez, Garay, Báez, para citar sólo algunos, han estudiado eruditamente la historia de la nación. Estos preceden e Sánchez Quell en el tiempo y lo superan muchas veces en la minuciosidad de estudios localizados. Sánchez Quell, con un criterio de síntesis y con el concepto moderno del ensayo histórico, realiza una labor paralela a los autores nombrados, pero pensando y escribiendo en "moderno".
Nuestra época, que lo puede fabricar todo menos el tiempo, necesita para la juventud obras claras, humanes y sintéticas. No olvidemos que la síntesis es la etapa última y más difícil, de la evolución del pensamiento. Por tanto, creemos que este último libro sobre la historie paraguaya, es de importancia excepcional, pues permite a paraguayos y sudamericanos, conocer con exactitud histórica, la historia del Paraguay Colonial. A los primeros les ayudará a explicarse y e amar la evolución de su patria y a los segundos, es decir a los sudamericanos, les servirá para comprender y conocer un emocionante capítulo de la historia de una nación americana, que desde el corazón de un continente, se perfila legendaria, heroica y brumosa.
El profesor Sánchez Quell, haciendo honor a su cátedra, presenta y ubica con claro sentido didáctico el "leít-motiv" de su obra: Paraguay. Comienza por explicar en sus primeros capítulos, las razones que impulsaron a los navegantes europeos a escudriñar los mares. Después de descubierto el continente americano, nos presenta las negociaciones diplomáticas con que Portugal y España se parten el nuevo mundo. Continúa con el estudio de los viajes de exploración y las delimitaciones de las gobernaciones concebidas por los reyes españoles.
Continuando con los capítulos siguientes, nos encontramos con la fundación de la ciudad de Asunción y las primeras rebeliones comuneras. Después se leen las diversas segregaciones del Paraguay y la irradiación de ciudades y de hombres, "a los cuatro vientos" como lo señala el autor, que hace esa capital situada en el plexo cardíaco de la América del Sur. Los problemas que derivan de las misiones jesuíticas y de las actividades económicas y políticas de "la Compañía" y de la revolución de los comuneros, campean bien vívidos en las páginas de estos capítulos.
Llegado a este punto de la lectura, surge la explicación espontánea de un hecho que es esencialmente paraguayo aunque con menor escala se presente en otros países sudamericanos: la manutención del espíritu de los comuneros de Villalar. De los españoles que saltaron el Gran Charco, vinieron de preferencia, en el primer período de la Colonia, hombres salidos de las huestes de Padilla y vencidos en Villalar, por las "banderas" imperiales. En las otras colonias americanas, la sed de oro o de gloria, es decir la miseria y las guerras, hicieron olvidarse al conquistador del ideal comunero, olvido fácil, puesto que la distancia de la Corona permitía mayores libertades que en la Península. Los conquistadores avecindados en el Paraguay, habiendo fracasado en su búsqueda del oro y no teniendo guerras continuadas, mantuvieron vivo el recuerdo de la causa que tal vez los hiciera emigrar. El bergantín construido en Asunción y llamado "Comuneros", comprueba este aserto. Posteriormente la política económica de los jesuitas en combinación con los gobernadores, reavivó fácilmente la llama de este ideal de libertad. Así fue como lo que pudiéramos llamar el espíritu del hombre de la calle de entonces, llega a la etapa de la independencia americana con un criterio perfectamente definido y sentido. Este espíritu, continúa latente en la vida paraguaya.
El "cómo" y el "por qué" de la revolución de la independencia americana, desde las invasiones de los ingleses, pasando por los motines de la Península, hasta el golpe contra el gobernador Velasco encabezado por el capitán Pedro Juan Caballero, son explicados con método y técnica histórica. Las causas inexplicables del fracaso de Belgrano, para un sudamericano, surgen claramente en estos últimos capítulos que concluyen con la declaración de la independencia del Paraguay.
Una parte de su obra el autor la dedica al Chaco. Esta parte la quita unidad a la obra y no tiene relación de continuidad histórica con el Paraguay Colonial. Pero es explicable que un paraguayo que ha vivido los problemas de la guerra del Chaco sienta espiritualmente ese continuidad y la necesidad de explicar los derechos de su nación sobre esa región. [1]
Continuando con el "fondo" diremos, que en lo que tiene relación con la técnica histórica, Sánchez Quell ha abandonado las líneas clásicas. Explicaremos esto.
La historia como ciencia no es el simple estudio erudito y exposición fría de los hechos. El hombre es la base del hecho histórico y los documentos y las otras fuentes de la historia que tienen un valor integral, no son toda la historia. Sobre este material el historiador moderno plasma con los buriles de la psicología, de la biología, de la filosofía, de la economía, de la sociología, la reproducción del pasado, hecha con sentido de unidad y a la que anima con el fuego creador de su talento de artista. El historiador contemporáneo es un zahorí que al soplo mágico de esta creación hace revivir épocas viejas; desfilan audaces por sus páginas hombres de criterio diferente del actual, a veces grandes, a veces pequeños. Con costumbres y sensibilidades diferentes y con un fondo económico distinto del que nosotros podemos concebir. A veces hechos económicos cambian trascendentalmente la faz de los acontecimientos, otras, hombres históricamente grandes doblan los hechos e imponen las actividades de su espíritu por encima de lo económico y lo material. Las pasiones humanas también contribuyen con sus exageraciones e enmarañar el pasado histórico. Todo el que quiere poner a lo humano la ley rígida de lo documental, de lo económico o de lo espiritual, no hace la historia del hombre, puesto que este, profundamente maleable, es movido por todas las posibilidades que la mente contempla. El eminente filósofo Jacques Maritain, en sus clases de la Universidad de Lovaina, planteaba en 1933 este concepto, que es la síntesis del pensamiento actual. Sin interpretar exactamente este criterio, el profesor Sánchez Quell lo usa como ruta y método.
En resumen, la obra "Estructura y función del Paraguay Colonial" es un oportuno y estudioso aporte al acervo cultural del país; que por su método, claridad y síntesis servirá a propios y extraños, especialmente a la juventud paraguaya y sudamericana, a tener un concepto preciso de este periodo de la historia del Paraguay.
Natalicio González, el magistral autor, de "Proceso y formación de la cultura paraguaya", analiza la forma cómo se desenvuelve el espíritu humano en estas tierras, modificando el medio, perfeccionando los métodos, influenciándose a veces por lo externo, pero progresando siempre. En la forma brillante que su talento y cultura la permiten, González estudia social y psicológicamente el hombre colonial. Su estudio, hecho con criterio moderno y científico, dejaba sin embargo una laguna: el estudio del desenvolvimiento político y diplomático de los hombres de ese período que él tan talentosamente analizara.
El profesor de Historia Diplomática del Paraguay en la Universidad de Asunción, doctor H. Sánchez Quell, ha completado el vacío que dejara el maestro González. En su libro recién aparecido, titulado "Estructura y función del Paraguay Colonial", estudia con agudeza histórica, método, concisión y erudición la realidad de entonces. Así como González hace el "proceso de la cultura", Sánchez Quell realiza el "proceso de la política". Sin embargo, sus páginas presentan suficientemente "lo humano", como pare que lo político y diplomático no salga deshumanizado.
Diversos autores paraguayos, como ser, Moreno, Domínguez, Garay, Báez, para citar sólo algunos, han estudiado eruditamente la historia de la nación. Estos preceden e Sánchez Quell en el tiempo y lo superan muchas veces en la minuciosidad de estudios localizados. Sánchez Quell, con un criterio de síntesis y con el concepto moderno del ensayo histórico, realiza una labor paralela a los autores nombrados, pero pensando y escribiendo en "moderno".
Nuestra época, que lo puede fabricar todo menos el tiempo, necesita para la juventud obras claras, humanes y sintéticas. No olvidemos que la síntesis es la etapa última y más difícil, de la evolución del pensamiento. Por tanto, creemos que este último libro sobre la historie paraguaya, es de importancia excepcional, pues permite a paraguayos y sudamericanos, conocer con exactitud histórica, la historia del Paraguay Colonial. A los primeros les ayudará a explicarse y e amar la evolución de su patria y a los segundos, es decir a los sudamericanos, les servirá para comprender y conocer un emocionante capítulo de la historia de una nación americana, que desde el corazón de un continente, se perfila legendaria, heroica y brumosa.
El profesor Sánchez Quell, haciendo honor a su cátedra, presenta y ubica con claro sentido didáctico el "leít-motiv" de su obra: Paraguay. Comienza por explicar en sus primeros capítulos, las razones que impulsaron a los navegantes europeos a escudriñar los mares. Después de descubierto el continente americano, nos presenta las negociaciones diplomáticas con que Portugal y España se parten el nuevo mundo. Continúa con el estudio de los viajes de exploración y las delimitaciones de las gobernaciones concebidas por los reyes españoles.
Continuando con los capítulos siguientes, nos encontramos con la fundación de la ciudad de Asunción y las primeras rebeliones comuneras. Después se leen las diversas segregaciones del Paraguay y la irradiación de ciudades y de hombres, "a los cuatro vientos" como lo señala el autor, que hace esa capital situada en el plexo cardíaco de la América del Sur. Los problemas que derivan de las misiones jesuíticas y de las actividades económicas y políticas de "la Compañía" y de la revolución de los comuneros, campean bien vívidos en las páginas de estos capítulos.
Llegado a este punto de la lectura, surge la explicación espontánea de un hecho que es esencialmente paraguayo aunque con menor escala se presente en otros países sudamericanos: la manutención del espíritu de los comuneros de Villalar. De los españoles que saltaron el Gran Charco, vinieron de preferencia, en el primer período de la Colonia, hombres salidos de las huestes de Padilla y vencidos en Villalar, por las "banderas" imperiales. En las otras colonias americanas, la sed de oro o de gloria, es decir la miseria y las guerras, hicieron olvidarse al conquistador del ideal comunero, olvido fácil, puesto que la distancia de la Corona permitía mayores libertades que en la Península. Los conquistadores avecindados en el Paraguay, habiendo fracasado en su búsqueda del oro y no teniendo guerras continuadas, mantuvieron vivo el recuerdo de la causa que tal vez los hiciera emigrar. El bergantín construido en Asunción y llamado "Comuneros", comprueba este aserto. Posteriormente la política económica de los jesuitas en combinación con los gobernadores, reavivó fácilmente la llama de este ideal de libertad. Así fue como lo que pudiéramos llamar el espíritu del hombre de la calle de entonces, llega a la etapa de la independencia americana con un criterio perfectamente definido y sentido. Este espíritu, continúa latente en la vida paraguaya.
El "cómo" y el "por qué" de la revolución de la independencia americana, desde las invasiones de los ingleses, pasando por los motines de la Península, hasta el golpe contra el gobernador Velasco encabezado por el capitán Pedro Juan Caballero, son explicados con método y técnica histórica. Las causas inexplicables del fracaso de Belgrano, para un sudamericano, surgen claramente en estos últimos capítulos que concluyen con la declaración de la independencia del Paraguay.
Una parte de su obra el autor la dedica al Chaco. Esta parte la quita unidad a la obra y no tiene relación de continuidad histórica con el Paraguay Colonial. Pero es explicable que un paraguayo que ha vivido los problemas de la guerra del Chaco sienta espiritualmente ese continuidad y la necesidad de explicar los derechos de su nación sobre esa región. [1]
Continuando con el "fondo" diremos, que en lo que tiene relación con la técnica histórica, Sánchez Quell ha abandonado las líneas clásicas. Explicaremos esto.
La historia como ciencia no es el simple estudio erudito y exposición fría de los hechos. El hombre es la base del hecho histórico y los documentos y las otras fuentes de la historia que tienen un valor integral, no son toda la historia. Sobre este material el historiador moderno plasma con los buriles de la psicología, de la biología, de la filosofía, de la economía, de la sociología, la reproducción del pasado, hecha con sentido de unidad y a la que anima con el fuego creador de su talento de artista. El historiador contemporáneo es un zahorí que al soplo mágico de esta creación hace revivir épocas viejas; desfilan audaces por sus páginas hombres de criterio diferente del actual, a veces grandes, a veces pequeños. Con costumbres y sensibilidades diferentes y con un fondo económico distinto del que nosotros podemos concebir. A veces hechos económicos cambian trascendentalmente la faz de los acontecimientos, otras, hombres históricamente grandes doblan los hechos e imponen las actividades de su espíritu por encima de lo económico y lo material. Las pasiones humanas también contribuyen con sus exageraciones e enmarañar el pasado histórico. Todo el que quiere poner a lo humano la ley rígida de lo documental, de lo económico o de lo espiritual, no hace la historia del hombre, puesto que este, profundamente maleable, es movido por todas las posibilidades que la mente contempla. El eminente filósofo Jacques Maritain, en sus clases de la Universidad de Lovaina, planteaba en 1933 este concepto, que es la síntesis del pensamiento actual. Sin interpretar exactamente este criterio, el profesor Sánchez Quell lo usa como ruta y método.
En resumen, la obra "Estructura y función del Paraguay Colonial" es un oportuno y estudioso aporte al acervo cultural del país; que por su método, claridad y síntesis servirá a propios y extraños, especialmente a la juventud paraguaya y sudamericana, a tener un concepto preciso de este periodo de la historia del Paraguay.
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I PARTE
LOS LITIGIOS HISPANO LUSITANOS
Capítulo I
LA BUSQUEDA DE ESPECIAS
LOS LITIGIOS HISPANO LUSITANOS
Capítulo I
LA BUSQUEDA DE ESPECIAS
** Todo comenzó por la búsqueda de especias. Los grandes descubrimientos marítimos de los siglos XV y XVI, reconocen en ella una de sus causas principales. Pero no fueron solamente fruto de mera ambición materialista. Se apoyaban, también, en el anhelo espiritual de difundir un credo religioso. Y en el credo cívico de extender el señorío de la patria y el vasallaje de sus reyes. Mucho hubo, también, de la instintiva tendencia del hombre a descifrar lo incógnito y a jugar con el azar que va orillando su destino. Esos descubrimientos, seguidos de la conquista y la colonización, originaron a su vez los seculares litigios que España y Portugal sostuvieron por el dominio y posesión de las nuevas tierras. El desconocimiento que los europeos tenían de la geografía de América, fue un factor que vino a enmarañar aún más esas discusiones. Por otra parte, no pocas fueron las innovaciones que la Corona de España introducía frecuentemente en la división administrativa de sus colonias. Los litigios hispano-lusitanos constituyen así los antecedentes de las cuestiones de límites que, con el transcurso del tiempo, sostuvo el Brasil, sucesor de Portugal, con los Estados que heredaron el patrimonio territorial de España en América. Asimismo, las divisiones administrativas de las colonias españolas son la causa de los innúmeros pleitos que entre sí mantuvieron los nuevos Estados hispanoamericanos.
Sí, todo comenzó por la búsqueda de especias. "Desde los lejanos días – dice Stefan Zweig en "Magallanes" – en que los romanos comenzaron a gustar de los picantes condimentos del Oriente, el mundo occidental no pudo ya prescindir de ellos. Muy atrás, por allá en la Edad Media, los manjares de Europa eran indeciblemente insípidos. Algunas frutas hoy comunes no se conocían entonces. No había limones, ni tomates, ni maíz; no se sabía del azúcar, del té ni del café; aun en la mesa del rico nada había que aliviara la monotonía de los alimentos, como no se consiguieran especias.
Estas sólo podían obtenerse de las Indias; y las rutas comerciales para ir y volver eran tan largas y peligrosas; tan infectadas de bandas de salteadores y caciques rapaces, que cuando lograba llegar a Europa la codiciada mercancía su costo la hacía exageradamente cara. El jengibre y la canela, por ejemplo, se pesaban en balanzas de farmaceutas; la pimienta se contaba grano por grano, y valía su peso en plata".
La audacia que inspiró los viajes de Bartolomé Dias, Cristóbal Colón, Vasco da Gama, Pedro Alvares Cabral y demás grandes exploradores de la época fue, ante todo, resultado del anhelo de hallar nuevas y desembarazadas rutas para llegar hasta las Islas de la Especiería.
El Cabo Bojador, situado en la costa occidental de Africa, era el punto neurálgico de la navegación. Los productos que se adquirían en la India, constituían para los hombres de Occidente un codiciado artículo de comercio. Pero "el acceso a los países de la India – dice Konrad Kretschmer – era intervenido por las potencias musulmanas, especialmente por los sultanes de Egipto, con objeto de aprovechar por su cuenta los beneficios mercantiles y explotar el activo comercio de tránsito. Como el camino por Alejandría estaba cerrado, fue necesario recurrir a otras rutas practicables. A pesar de sus inconvenientes, era la mejor la del Tana (Tanais) y desembocadura del Don, siguiendo hasta la pequeña Armenia y luego hacia el interior del Asia. Ya desde muy antiguo se pensó que podía llegarse a la India navegando alrededor del Africa, y en la Edad Media se reconocieron de nuevo las costas occidentales del continente; pero nadie había pasado del Cabo Bojador, que por este motivo se designaba como "Caput finis Africae". Las fuertes tormentas que allí soplaban generalmente, habían constituido hasta entonces obstáculo insuperable para la navegación".
La intervención del Príncipe Don Enrique el Navegante, quinto hijo del Rey Juan I de Portugal, impulsó y aceleró enérgicamente el descubrimiento de las costas occidentales de Africa. Don Enrique el Navegante fundó en el Cabo de San Vicente, junto a Sagres, un observatorio y escuela náutica, realizando ingentes gastos para su mantenimiento. Reunió allí los más renombrados cosmógrafos de la época y dirigió hasta su muerte, ocurrida en l460, la obra de los descubrimientos. Los más célebres navegantes de aquellos días fueron alumnos de la Escuela de Sagres. De allí salieron los que fueron a descubrir las islas Madeira, Azores, del Cabo Verde y las costas de Sierra Leona, Guinea, Congo, eteétera.
El viaje de Bartolomé Dias tuvo en Europa una enorme repercusión. Iba este navegante orillando las tierras africanas, cuando una tempestad lo arrojó lejos de la costa, hacia el sur. Luego de poner su rumbo al este, reconoció que debía haber doblado el extremo meridional de Africa. A la vuelta tocó por primera vez en esta punta sur, que a causa de su carácter tempestuoso denominó Cabo Tormentoso. Al regreso de Dias, el Rey rebautizó el lugar con el nombre de Cabo da Boa Esperança. En efecto, este descubrimiento era una esperanza de que se llegaría más pronto a la India. Los antiguos mapas representaban a Africa como extendiéndose hasta pasar el límite meridional del Asia. Ahora quedaba demostrado que Africa tenía al sur un límite preciso.
La idea de que desde las costas occidentales de Europa se podían alcanzar las orientales de Asia, es antiquísima.
Igualmente tenía un origen muy antiguo la sospecha de que entre el Occidente europeo y el Oriente de Asia debía existir una parte desconocida de la tierra. Del problema se habían ocupado ya Aristóteles, Eratóstenes, Posidonio, Estrabón, Séneca, Crates de Mallo y otros sabios de la antigüedad.
Hasta finales de la Edad Media no se trató seriamente del problema de la posibilidad de una ruta marítima a la India; pero, de las consideraciones científicas se pasó, por fin, a su realización. "Al lado – dice Kretschmer – del verdadero descubridor del Nuevo Mundo, Cristóbal Colón, cuyo nombre estará revestido en todo tiempo de una imperecedera corona de gloria, se debe honrar también al descubridor intelectual de América, el florentino Paolo dal Pozzo Toscanelli , (1397-1482). En una carta (25 de junio 1474), dirigida al confesor de los reyes portugueses, Fernando Martines, exponía Toscanelli detalladamente cómo se podía llegar con facilidad al "País de las Especias" siguiendo la ruta occidental. Posteriormente envió a Colón una copia de esta carta y del mapa adjunto (hacia 1479).
La epístola de Toscanelli a Fernando Martines no produjo ningún efecto. El Rey rehusó el ofrecimiento. No fue más afortunado Colón (hacia 1483), quien, desalentado, abandonó Portugal y se encaminó a España. Sus exageradas pretensiones para el caso de obtener éxito en su empresa, estuvieron a punto de hacerla fracasar. En el prior (Fray Juan Pérez) del convento de Santa María de la Rábida, junto a Palos, encontró quien supiera comprender su plan en todos los detalles y la indispensable protección y mediación para que sus peticiones llegaran a la Corte. Se eligió una ocasión favorable, pues había caído en manos de los Reyes Católicos la ciudad de Granada (1492), hasta entonces en poder de los moros, y los ambiciosos proyectos de Colón no fueron esta vez rechazados. El Tesorero de la Reina, Santángel, adelantó la suma de 1.140.000 maravedises".
No vamos a extendernos en la narración de los viajes de Colón, por ser éstos sobradamente conocidos. Sólo diremos que habiendo partido del Puerto de Palos el 8 de agosto de 1492 tres carabelas da "Santa María", capitaneada personalmente por Colón; la "Pinta" y la "Niña", comandadas por los hermanos Pinzón), llegaron después de dos meses de navegación, el 12 de octubre, a una isla que los indígenas llamaban Guanahaní y que el descubridor bautizó con el nombre de San Salvador (muy verosímilmente la actual isla de Watling, en las Bahamas). Colón siguió navegando y descubrió las islas de Cuba (que denominó Juana) y Haití (que llamó Hispaniola), regresando después a España. Estaba firmemente convencido de que había llegado a la costa oriental de Asia. En realidad, su hazaña había sido de mucha mayor trascendencia; había descubierto la más codificable de las especias: todo un nuevo mundo. Ese nuevo mundo que, por una ocurrencia del cosmógrafo alemán Martín Waltzemüller, comenzó a ser llamado no con el nombre de su descubridor, como hubiera sido justo, sino con el de un navegante que llegó a estas tierras diez años más tarde: Américo Vespucci.
Sí, todo comenzó por la búsqueda de especias. "Desde los lejanos días – dice Stefan Zweig en "Magallanes" – en que los romanos comenzaron a gustar de los picantes condimentos del Oriente, el mundo occidental no pudo ya prescindir de ellos. Muy atrás, por allá en la Edad Media, los manjares de Europa eran indeciblemente insípidos. Algunas frutas hoy comunes no se conocían entonces. No había limones, ni tomates, ni maíz; no se sabía del azúcar, del té ni del café; aun en la mesa del rico nada había que aliviara la monotonía de los alimentos, como no se consiguieran especias.
Estas sólo podían obtenerse de las Indias; y las rutas comerciales para ir y volver eran tan largas y peligrosas; tan infectadas de bandas de salteadores y caciques rapaces, que cuando lograba llegar a Europa la codiciada mercancía su costo la hacía exageradamente cara. El jengibre y la canela, por ejemplo, se pesaban en balanzas de farmaceutas; la pimienta se contaba grano por grano, y valía su peso en plata".
La audacia que inspiró los viajes de Bartolomé Dias, Cristóbal Colón, Vasco da Gama, Pedro Alvares Cabral y demás grandes exploradores de la época fue, ante todo, resultado del anhelo de hallar nuevas y desembarazadas rutas para llegar hasta las Islas de la Especiería.
El Cabo Bojador, situado en la costa occidental de Africa, era el punto neurálgico de la navegación. Los productos que se adquirían en la India, constituían para los hombres de Occidente un codiciado artículo de comercio. Pero "el acceso a los países de la India – dice Konrad Kretschmer – era intervenido por las potencias musulmanas, especialmente por los sultanes de Egipto, con objeto de aprovechar por su cuenta los beneficios mercantiles y explotar el activo comercio de tránsito. Como el camino por Alejandría estaba cerrado, fue necesario recurrir a otras rutas practicables. A pesar de sus inconvenientes, era la mejor la del Tana (Tanais) y desembocadura del Don, siguiendo hasta la pequeña Armenia y luego hacia el interior del Asia. Ya desde muy antiguo se pensó que podía llegarse a la India navegando alrededor del Africa, y en la Edad Media se reconocieron de nuevo las costas occidentales del continente; pero nadie había pasado del Cabo Bojador, que por este motivo se designaba como "Caput finis Africae". Las fuertes tormentas que allí soplaban generalmente, habían constituido hasta entonces obstáculo insuperable para la navegación".
La intervención del Príncipe Don Enrique el Navegante, quinto hijo del Rey Juan I de Portugal, impulsó y aceleró enérgicamente el descubrimiento de las costas occidentales de Africa. Don Enrique el Navegante fundó en el Cabo de San Vicente, junto a Sagres, un observatorio y escuela náutica, realizando ingentes gastos para su mantenimiento. Reunió allí los más renombrados cosmógrafos de la época y dirigió hasta su muerte, ocurrida en l460, la obra de los descubrimientos. Los más célebres navegantes de aquellos días fueron alumnos de la Escuela de Sagres. De allí salieron los que fueron a descubrir las islas Madeira, Azores, del Cabo Verde y las costas de Sierra Leona, Guinea, Congo, eteétera.
El viaje de Bartolomé Dias tuvo en Europa una enorme repercusión. Iba este navegante orillando las tierras africanas, cuando una tempestad lo arrojó lejos de la costa, hacia el sur. Luego de poner su rumbo al este, reconoció que debía haber doblado el extremo meridional de Africa. A la vuelta tocó por primera vez en esta punta sur, que a causa de su carácter tempestuoso denominó Cabo Tormentoso. Al regreso de Dias, el Rey rebautizó el lugar con el nombre de Cabo da Boa Esperança. En efecto, este descubrimiento era una esperanza de que se llegaría más pronto a la India. Los antiguos mapas representaban a Africa como extendiéndose hasta pasar el límite meridional del Asia. Ahora quedaba demostrado que Africa tenía al sur un límite preciso.
La idea de que desde las costas occidentales de Europa se podían alcanzar las orientales de Asia, es antiquísima.
Igualmente tenía un origen muy antiguo la sospecha de que entre el Occidente europeo y el Oriente de Asia debía existir una parte desconocida de la tierra. Del problema se habían ocupado ya Aristóteles, Eratóstenes, Posidonio, Estrabón, Séneca, Crates de Mallo y otros sabios de la antigüedad.
Hasta finales de la Edad Media no se trató seriamente del problema de la posibilidad de una ruta marítima a la India; pero, de las consideraciones científicas se pasó, por fin, a su realización. "Al lado – dice Kretschmer – del verdadero descubridor del Nuevo Mundo, Cristóbal Colón, cuyo nombre estará revestido en todo tiempo de una imperecedera corona de gloria, se debe honrar también al descubridor intelectual de América, el florentino Paolo dal Pozzo Toscanelli , (1397-1482). En una carta (25 de junio 1474), dirigida al confesor de los reyes portugueses, Fernando Martines, exponía Toscanelli detalladamente cómo se podía llegar con facilidad al "País de las Especias" siguiendo la ruta occidental. Posteriormente envió a Colón una copia de esta carta y del mapa adjunto (hacia 1479).
La epístola de Toscanelli a Fernando Martines no produjo ningún efecto. El Rey rehusó el ofrecimiento. No fue más afortunado Colón (hacia 1483), quien, desalentado, abandonó Portugal y se encaminó a España. Sus exageradas pretensiones para el caso de obtener éxito en su empresa, estuvieron a punto de hacerla fracasar. En el prior (Fray Juan Pérez) del convento de Santa María de la Rábida, junto a Palos, encontró quien supiera comprender su plan en todos los detalles y la indispensable protección y mediación para que sus peticiones llegaran a la Corte. Se eligió una ocasión favorable, pues había caído en manos de los Reyes Católicos la ciudad de Granada (1492), hasta entonces en poder de los moros, y los ambiciosos proyectos de Colón no fueron esta vez rechazados. El Tesorero de la Reina, Santángel, adelantó la suma de 1.140.000 maravedises".
No vamos a extendernos en la narración de los viajes de Colón, por ser éstos sobradamente conocidos. Sólo diremos que habiendo partido del Puerto de Palos el 8 de agosto de 1492 tres carabelas da "Santa María", capitaneada personalmente por Colón; la "Pinta" y la "Niña", comandadas por los hermanos Pinzón), llegaron después de dos meses de navegación, el 12 de octubre, a una isla que los indígenas llamaban Guanahaní y que el descubridor bautizó con el nombre de San Salvador (muy verosímilmente la actual isla de Watling, en las Bahamas). Colón siguió navegando y descubrió las islas de Cuba (que denominó Juana) y Haití (que llamó Hispaniola), regresando después a España. Estaba firmemente convencido de que había llegado a la costa oriental de Asia. En realidad, su hazaña había sido de mucha mayor trascendencia; había descubierto la más codificable de las especias: todo un nuevo mundo. Ese nuevo mundo que, por una ocurrencia del cosmógrafo alemán Martín Waltzemüller, comenzó a ser llamado no con el nombre de su descubridor, como hubiera sido justo, sino con el de un navegante que llegó a estas tierras diez años más tarde: Américo Vespucci.
Capítulo II
BULA DE ALEJANDRO VI Y EL TRATADO DE TORDESILLAS
Sorpresa sumamente desagradable fue la experimentada por la Corona de Portugal al enterarse de que Colón había llegado a tierras orientales del Asia. Este descubrimiento – de ser exacta la noticia – venía a anular la vía de acceso que, dando una larga curva por el litoral africano, había sido explorada por Portugal. Además, el acervo de conocimientos atesorados y avaramente ocultados por Portugal sobre tierras e islas del Occidente, corría ahora el peligro de ser totalmente divulgado.
Pero algunos cautivos de aspecto extraño, unos pocos papagayos y raras preciosidades, no eran pruebas suficientes de que las nuevas tierras fuesen las Indias de tradicionales opulencias. Esto llamó la atención del monarca lusitano.
"Cumplía aclarar el misterio – dice Joao Pandiá Calogeras – y verificar si no habría errado el genovés, dando así, por su engaño, mayor brillo y mayor precio al pensamiento lusitano: no ser la India; propiamente dicha, la costa descubierta, sino alguna tierra interpuesta.
Y ordenó, oídos sus consultores técnicos, se aprestase la expedición de Francisco de Almeida, enviado a reconocer y verificar las aseveraciones de Colón.
Los Reyes Católicos, informados del desagrado lusitano, apresuráronse en obtener la misma consagración de sus conquistas, que acostumbraban solicitar, tanto ellos como sus vecinos, en casos tales. Redoblaron sus esfuerzos al saber que una flota de Portugal recibiera orden de seguir para el Occidente. Al mismo tiempo, enviaron a Don Juan II mensajes y afirmaciones de cómo sus derechos serían respetados, y que habrían ciertamente las dos coronas de llegar a entendimiento amistoso. Consiguieron paralizar y después anular la orden de salida de la escuadra de don Francisco de Almeida. Iría a comenzar la discusión diplomática".
Entretanto, en Roma se seguía tramitando el proceso que aseguraría el derecho castellano a la nueva conquista.
Ocupaba el papado en aquellos días Alejandro Borgia, el famoso Alejandro VI (padre de César y Lucrecia Borgia), cuya vida privada, duplicidad y nepotismo, hicieron de el un príncipe del Renacimiento más bien que un verdadero papa.
El 4 de mayo de 1493 Alejandro VI dictaba su famosa bula, cuya parte principal dice así: "Y para que tornéis mas libres y francamente una provincia de tanta importancia, siéndoos esto concedido por gracia apostólica, nós de motu proprio, sin ser por instancia vuestra, o de otros por vos en petición sobre esto ofrecida...; os damos, concedemos y asignamos para siempre a Vos, y a vuestros herederos y sucesores (Reyes de Castilla y León), con todos los dominios, ciudades, castillos, lugares, derechos, jurisdicciones y demás pertenencias, todas las islas y tierras firmes halladas o que se hallaren, descubiertas o que se descubrieren para el Occidente y Mediodía, tirando y trazando una línea del Polo Artico o Norte al Polo Antártico o Sur; sea que estas tierras firmes e islas halladas o que se hallaren estén para el lado de la India, sea para otra parte, la cual línea distará de cualquiera de las islas que vulgarmente se llaman de las Azores y Cabo Verde, cien leguas para el Occidente y Mediodía".
La bula de Alejandro VI procuraba, así, repartir el mundo para las coronas ibéricas. Una vez conocido su contenido, se produjeron dudas entre los glosadores sobre su alcance; si la bula daba solamente poder espiritual a los pueblos contendores, o si la decisión pontificia tenía carácter atributivo de dominio. El fraile dominico Francisco de Vitoria, profesor de la Universidad de Salamanca y verdadero fundador del Derecho Internacional, que se destacaba por su sabiduría, imparcialidad e independencia de conceptos, combatió la segunda hipótesis, esto es, la del carácter atributivo de dominio. En su dialéctica, Vitoria sostenía lo siguiente: 1º El Papa no es señor temporal o civil, en el sentido justo, de todo el mundo. 2º Si el Papa tuviese el poder temporal universal, no podría cederlo a los príncipes seculares, con perjuicio propio y de sus sucesores. 3º El Papa goza solamente del poder temporal necesario a la vasta administración de la orden espiritual. 4º El Papa no tiene poder temporal de especie alguna sobre los bárbaros e infieles, porque sobre éstos no ejerce poder espiritual.
Aparte de ser discutible en su alcance, la bula ofrecía dificultades técnicas de aplicación, no solucionando por consiguiente el problema. En efecto, no fijaba el origen del contaje de las leguas para el meridiano demarcador, pues eran diversas las longitudes del archipiélago de Cabo Verde y de las Azores. No definía la legua, cuyo valor variaba desde 14 1/6 hasta casi 22 leguas por cada grado geográfico. No definía el paralelo en que se contaría la medida.
Era forzoso, por tanto, que los interesados se entendiesen directamente sobre el caso.
Convencido estaba el Rey de Portugal de que eran suyas, por anteriores actos internacionales, las tierras que habían tocado las carabelas colombinas. Tenía dudas, eso sí, de si se trataba de Asia, o de región próxima a ella. En su concepto, el camino para las Indias era el que contorneaba el Cabo da Boa Esperança. Mantendría a todo costo su posesión, rubricando en esta forma el secular empeño lusitano. Fronteros a Africa, hacia el oeste, se encontraban largos trechos de tierra firme, según evidenciaban viajes no divulgados y relaciones de pilotos.
De tales elementos de convicción, surgía la necesidad de impugnar la legitimidad del dominio castellano en las playas ahora halladas por Colón y presentar sus propios títulos. Además, había que resguardar cautelosamente para Portugal el itinerario para el sudoeste y el sur, hasta el cabo y el mar oriental, ya vencidos por Bartolomé Dias.
Las cortes de Madrid y Lisboa resolvieron iniciar negociaciones, las cuales cristalizaron finalmente en el tratado de Tordesillas, signado el 7 de junio de 1494. Dicho pacto establecía lo que sigue: "Que se haga y señale por el dicho mar Océano una raya o línea derecha de polo a polo, a saber, del Polo Artico al Polo Antártico, que la tal raya se haya de dar, como dicho es, a trescientas setenta leguas de las islas del Cabo Verde, hacia la parte del Poniente, por grados o por otra manera, como mejor y más presto se pueda dar, de manera que no sean más y que todo lo que hasta aquí se ha hallado y descubierto, y de aquí adelante se hallare y descubriese por el dicho señor Rey de Portugal y por sus navíos, así islas como tierra firme, desde la dicha raya y la línea dada en la forma susodicha, yendo por la dicha parte del Levante dentro de la dicha raya a la parte del Levante, o del norte, o del sur de ella, tanto que no sea atravesando la dicha raya, que esto sea, y finque y pertenezca al dicho señor Rey de Portugal, y a sus sucesores, para siempre jamás; y que todo lo otro, así islas como tierra firme, halladas por los dichos señores Rey y Reina de Castilla y de Aragón, y por sus navíos, desde la dicha raya dada en la forma susodicha, yendo por la dicha parte del Poniente, después de pasada la dicha raya hacia el Poniente, o el norte, o el sur de ella, que todo sea, y finque y pertenezca a los dichos señores Rey y Reina de Castilla y de Aragón, y sus sucesores, para siempre jamás".
Determinada la distancia del archipiélago a que pasaría la línea demarcadora, eliminábase uno de los errores de la bula que citando Cabo Verde y Azores, pareciera admitir que por ellas corriera el mismo meridiano, cuando que, en realidad, casi tres grados mediaban entre los meridianos medios de los dos sistemas de islas.
Quedaba, sin embargo, en duda de qué punto insular preciso del Cabo Verde se iniciaría el contaje. Desde la más oriental a la más occidental de las islas del Cabo Verde había casi tres grados de longitud.
Surgió también la cuestión de la legua. ¿Eran leguas de 14 1/6 o dé 22 por grados? Según que se adoptase una u otra, se producía una variación de casi nueve grados.
El tratado de Tordesillas era, pues, un nuevo germen de interminables polémicas entre las coronas ibéricas.
A los portugueses se hacía necesario sondar nuevamente los problemas conexos de la navegación para el este y de la navegación para el oeste. Un doble sistema de viajes fue instituido, como veremos en seguida.
Para la India, por el Cabo da Boa Esperança siguió en 1497 Vasco da Gama. Partiendo de Lisboa, por orden del Rey, con tres navíos, pasó el cabo citado, continuó a lo largo de la costa africana por Mozambique y llegó a Calicut, en el litoral occidental de la India. Siete meses después, partió de regreso con un rico cargamento hacia su patria.
Para la tierra desconocida, pero sospechada, del sudoeste, fue enviado Duarte Pacheco Pereira en 1498, en misión secreta. Dos años más tarde, esto es, en 1500, partió al frente de una fuerte flota Pedro Alvares Cabral. Una vieja leyenda, cuya falsedad ha sido ya demostrada, sostiene que Cabral se dirigía a la India y que, al seguir la ruta de Africa, fue desviado en su camino por la corriente ecuatorial del sur e impelido por ésta hacia el oeste, descubriendo de este modo involuntario, el Brasil. Por el contrario, la ruta de Cabral fue dirigida de una manera deliberada. Él se dirigía al Brasil (nombre que viene do palo brasil, árbol tintóreo abundante, en esa región). El camino del descubrimiento oficial ya estaba preparado.
Surge de aquí un problema histórico: ¿por qué no fue divulgada de inmediato la nueva del descubrimiento? "Tal vez – opina Calogeras – se encuentre la clave del enigma en el pensamiento que dictó la empresa. Por más convencido que estuviese Don Juan de la existencia de una tierra firme al sudoeste, y lo afirmase con insistente tenacidad en el decurso de la discusión tordesillana, la convicción no era una certeza. La expedición de 1498 salió, por tanto, ya por orden de Don Manuel, para averiguar si era real, y hasta qué punto lo era, lo que el príncipe su antecesor afirmara. De ahí que fue clandestina y oculta al conocimiento público. Volvió, revelando la exacta visión de los cosmógrafos y pilotos portugueses. Si divulgase el resultado y se envaneciese por ello, equivaldría a confesar que la actitud oficial ante Castilla, en 1493 y 1494, era gesto de jugador, y no la tranquila seguridad de quien sabe lo que dice. Quiebra de prestigio para la autoridad moral, científica y política de la corona de Aviz. Y, verificando la existencia del continente occidental, después de Tordesillas, estaba garantido para Portugal el dominio de la nueva costa, por estar aquende el meridiano lindero, y mayor gloria se tributaría a la flota descubridora, que, en rumbo predeterminado, iría al sudoeste a probar la verdad de cuanto Don Juan aseverara a los reyes de España.
Ese es el origen de todas las consecuencias que, por no conocerse en forma corriente el viaje de reconocimiento de Duarte Pacheco, asombran y tornan perplejos a los estudiosos de la ruta de Pedro Alvares Cabral, y que son simples y lógicas, cuando se las considera como resultado del balizamiento previo del precursor.
Ida directa a Porto Seguro, sin escala para reabastecerse, en Madeira o en Cabo Verde; el tono de la narrativa como si se tratase de cosa conocida y prevista; la remisión del mapa de Bisagudo, en la misiva del Maestre João; la alusión "así seguimos nuestro camino por este mar de largo" de la carta de Vaz de Caminha; todo esto, mucho parece significar la ejecución de plan ya establecido de acuerdo con un primer y verdadero descubridor, que, además, iba en la misma flota encargada de la divulgación oficial".
El mismo Duarte Pacheco Pereira, en su libro "Esmeraldo, de situ orbis", que dedicó a Don Manuel, expresa: "Hemos sabido y visto, cómo en el tercer año de vuestro reinado, del año de Nuestro Señor de 1498, donde Vuestra Alteza mandó descubrir la parte occidental, pasando allende la grandeza del mar Océano, donde es hallada y navegada una gran tierra firme..., que tanto se dilata su grandeza y corre con mucha extensión, que de una parte ni de la otra no fue visto ni sabido el fin y cabo de ella..., y yendo por esta costa sobredicha..., he hallado en ella mucho y fino brasil con otras muchas cosas de que los navíos en estos reinos vienen grandemente cargados".
Como se ve, después de esta descripción, hecha por el descubridor, al propio Rey que ordenara la investigación, no se puede sostener ya la casualidad del viaje de Cabral.
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II PARTE
EL PARAGUAY Y BUENOS AIRES
Capítulo I
SEGREGACION DE AMAZONAS Y DE CUYO
EL PARAGUAY Y BUENOS AIRES
Capítulo I
SEGREGACION DE AMAZONAS Y DE CUYO
** Hemos visto cuáles fueron los primitivos límites de la Provincia del Paraguay o Río de la Plata, según la capitulación tomada con Don Pedro de Mendoza el 21 de Mayo de 1534. Las capitulaciones de Alvar Núñez y de Domingo de Irala, efectuadas posteriormente, se ajustaron a esos mismos límites.
Averigüemos ahora si la capitulación tomada con el Adelantado Juan Ortiz de Zárate el 10 de julio de 1569, confirma o no los límites de referencia.
"Os hacemos merced – dice el documento – de la gobernación del Río de la Plata con el distrito y demarcación que su Majestad el Emperador la dio y concedió al gobernador Don Pedro de Mendoza, y después de él a Alvar Núñez Cabeza de Vaca y a Domingo de Irala..."
Esto pareciera dejar las cosas como estaban. Pero la capitulación agrega: "...sin perjuicio de las otras gobernaciones que tenemos dadas a los capitanes Serpa y Silva".
Hay que tener en cuenta que las fronteras de las posesiones españolas en América eran trazarlas, muchas veces, arbitrariamente, por la voluntad de los monarcas, en Cédulas Reales que las delimitaban con mayor o menor perfección.
La gobernación del Capitán Diego Hernández de Serpa eran las Guayanas, y la del Capitán Pedro Malaver de Silva era Venezuela.
Estas dos gobernaciones fueron creadas con posterioridad a la de Mendoza. El límite meridional de ambas pasaba más al sur del Amazonas, en el paralelo 6º 20' de latitud austral. El Paraguay no se extendía ya, por tanto, hasta la línea del Ecuador, situada al norte del Amazonas. Por eso la capitulación de Ortiz de Zárate, respetando lo adjudicado a Serpa y Silva, segregaba del Paraguay la cuenca del Amazonas, desde la línea del Ecuador hasta el paralelo citado. (Véase Mapa al final).
Por otra parte, al crearse la gobernación de Chile – posterior también a la de Mendoza – se la dio cien leguas de ancho desde la costa del océano Pacífico hacia el este. Con esto, la región de Cuyo – actuales provincias argentinas de San Juan, Mendoza y San Luis –, que pertenecía a la Provincia del Paraguay, pasó a poder de Chile.
Buenos Aires aún no existía. Pero, con el correr de los años, bajo su jurisdicción iría a parar la región cuyana. En cuanto a la hoya amazónica, pasaría en definitiva a manos del Brasil.
La capitulación de Ortiz de Zárate, al no incluir los territorios de Amazonas y Cuyo, constituyó la segunda desmembración que sufrió el Paraguay durante el coloniaje.
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Capítulo IV
JESUITAS Y COMUNEROS
JESUITAS Y COMUNEROS
** Entre las Misiones Jesuíticas del Paraguay y la Revolución Comunera que estalló en este país, existe una relación más íntima de la que generalmente se cree, ya que la política desarrollada por la primera constituyó en realidad una de las causas que originaron la segunda.
A su arribo al Paraguay, los jesuitas consiguieron atraer a los indios por medio de la mansedumbre, de abalorios y de la música. Mientras descendían en piraguas por los ríos, o abrían picadas en la selva, los misioneros iban tocando instrumentos musicales y entonando cánticos. Los indios acudían para escuchar y quedaban subyugados ante el irresistible atractivo.
Los misioneros erigieron sus reducciones en hermosas lomas, a orillas de frescos arroyos. Los treinta pueblos ofrecían el espectáculo de una edificación uniforme. En cada pueblo se levantaba la Iglesia. A un costado de ésta se hallaban el Colegio y los Talleres para diversos oficios. Al otro costado de la Iglesia estaban el Cementerio y el "Koty guasu" (habitación grande), que venía a ser el asilo-hospital de la reducción. Las cinco reparticiones citadas formaban uno de los cuatro lados de la plaza. Los otros tres lados estaban ocupados por las casas de los indios, todas igualmente blancas, de tejas y rodeadas de grandes corredores. Fuera del cacique, los jesuitas obligaban a todos, hombres y mujeres, a ir vestidos con feos camisones de dormir, como el de las criaturas de un orfanato o internado. Tal supresión de la individualidad, de la autonomía personal o de familia, fue – en opinión de Gilberto Freyre – "un régimen destructor de cuanto en los indígenas era alegría, frescura, espontaneidad, ánimo combativo, potencial de cultura. Dichos indígenas se artificializaron en una población aparte de la colonial, extraña a sus necesidades, a sus intereses y aspiraciones".
Una de las fuentes principales de recursos era la agricultura. Los jesuitas supieron dar a la labranza el carácter de una fiesta. Reunidos en la plaza, los indios se dirigían a las sementeras precedidos de la imagen de la Virgen y al son de violines, guzlas y tambores. Colocada la imagen bajo protectora enramada, los indios rezaban y luego se entregaban a sus quehaceres. Entre tanto, en los talleres del pueblo otros indios trabajaban como tejedores, carpinteros, herreros, plateros, pintores, escultores; doradores, etcétera. Los terrenos empleados en la agricultura estaban divididos en tres secciones: "Tava mba'e" (cosa del pueblo, es decir, perteneciente a la comunidad); "Ava mba'e" (cosa del indio o sea propiedad privada); y "Tupâ mba'e" (propiedad de Dios, destinada al sustento de las viudas, huérfanos, enfermos, ancianos y artesanos). "Esta destinación – dice el doctor Blas Garay – sólo era nominal y dirigida a impresionar el ánimo de los indios, pues todo lo que las reducciones producían era aportado a un fondo único, empleado en llevar adelante los planes de la Compañía, y sólo en muy exigua parte en subvenir a las necesidades de aquellos que los ganaban, gracias al sudor de su rostro, al trabajo continuo a que los sujetaron los catequistas".
Se ha dicho de las Misiones Jesuíticas que constituyeron una experiencia del régimen comunista. Esto es un error, pues – como bien lo hace notar el doctor Alberto Rojas – ni la vida en común, bajo un régimen especial de disciplina, ni la universalidad del trabajo, no son lo que caracteriza un verdadero sistema comunista. La nota saliente de esta escuela económica es la comunidad de riqueza. "El indio – agrega dicho autor – estaba sometido a un régimen de verdadera servidumbre. ¿Qué mucho que se la dieran tierras para que las cultivase para sí, estando sujeto a una disciplina rígida que señalaba de antemano el radio de su acción y el destino del fruto de su actividad? Era, en verdad, nada más que un instrumento de producción al servicio de la Compañía. La Orden retribuía su trabajo, es cierto, dándole alimento, vestuario y vivienda, pero el hecho que marea el carácter específico del sistema es que el remanente de lo que se consumía ingresaba en las arcas de la Compañía allende el mar. No puede darse nada más contradictorio con el comunismo".
Los jesuitas cultivaban en Europa todos los ramos del saber. Descifraban inscripciones latinas, observaban los movimientos de los astros, publicaban bibliotecas enteras, libros de controversia, casuística, historia, tratados de óptica, ediciones de los Padres de la Iglesia, madrigales y sátiras. A ellos se debió la primera imprenta que funcionó en el Río de la Plata; fue la establecida en 1700 en Santa María la Mayor, pueblo de las Misiones del Paraguay situado en la margen occidental del río Uruguay. Ochenta años después se fundó en Buenos Aires la primera imprenta. De la tosca prensa tipográfica de las Misiones, construida con maderas de sus selvas vírgenes, salieron obras voluminosas como el Vocabulario del P. Ruiz de Montoya, el Flos Sanctorum del P. Rivadeneira, la Diferencia entre lo temporal y lo eterno del P. Nierenberg, etcétera. Correcta la impresión, limpias y nítidas sus páginas, estaban ilustradas con bellas láminas, viñetas y xilografías, grabadas por los indios Tilcará, Yaparí y otros.
Se colmó de música la vida de los catecúmenos. Los indios despertaban de mañana cantando. Los jesuitas combinaron hábilmente el estilo religioso o católico de letanía con las formas de canto indígenas. En la poética colonial, los padres de la Compañía ensayaban las formas que más se asemejaban a los cantos de los guaraníes, con estribillo y refranes, para atraer así a los indios y convertirlos a la fe católica. De las estrofas escritas por los jesuitas para los neófitos de las reducciones, se conoce hoy la siguiente:
¡Oh, Virgen María
Tupâsy eté,
ava pe ara porâ
oikó nendive jave!
Que traducida, quiere decir, según Affonso de Taunay: "¡Oh, Virgen María, – madre de Dios verdadero –, los hombres de este mundo – están bien contigo!"
Pero que en realidad significa: ¡"Oh, Virgen María –, verdadera madre da Dios –, para el indio es lindo el día – cuando va en tu compañía!".
Lástima fue que los misioneros descuidaran la educación espiritual de los indígenas, enseñándoles sólo a leer y escribir en guaraní, para preocuparse únicamente de hacerlos laboriosos agricultores o hábiles artífices en aquellas artes de que podían obtener más pingües provechos.
Otra fuente de cuantiosas utilidades fue el laboreo de la yerba-mate. Este negocio costaba la vida a millares de guaraníes. Nos lo cuenta un jesuita, el P. Ruiz de Montoya: "Tiene la labor de esta yerba consumido muchos millares de indios... Lastima la vista el verlos... Lleva a cuestas cada uno cinco a seis arrobas, 10, 15, 20 y más leguas, pesando el indio mucho menos que su carga (sin darle cosa alguna para su sustento)... ¡Cuántos se han quedado muertos recostados sobre sus cargas!... ¡Cuántos se despeñaron con el peso por horribles barrancos!"
El desinterés de los jesuitas no fue tan grande como algunos sostienen. Afanáronse por acaparar riquezas materiales en menoscabo de su misión cristiana y civilizadora. "Ejercieron – dice J. Natalicio González – el monopolio de la tierra; de la yerba; de la riqueza ganadera; del comercio de importación y de exportación". La gran masa de indios – 160.000 –, a los que no pagaban salario, les permitían producir mucho y barato. No pagaban flete, pues transportaban sus mercaderías en embarcaciones propias, construidas por los indios. Jamás pagaron impuesto alguno. Aparte de eso, proyectaban su influencia sobre Asunción sobornando a gobernadores indignos, y negaban el derecho de visita a sus reducciones a los gobernadores y obispos que no se les sometían. Todo ello causaba una competencia ruinosa al resto de la provincia.
Los productores libres nada podían frente a esa poderosa empresa organizada, que poseía ricas estancias de ganado en Yarigua'a y otros puntos y que exportaba, sin gravamen alguno, enormes cantidades de yerba-mate, cuero, algodón, etcétera. Por el contrario, obligados a prestar servicio militar cada vez que los guaicurúes del Chaco asaltaban a las poblaciones del litoral o que los bandeirantes avanzaban por el este, careciendo de tiempo para trabajar, sufriendo gabelas y contribuciones de toda clase, los colonos españoles, criollos y mestizos, se empobrecían más y más, sin ninguna esperanza de mejoramiento. Tan pobres estaban, que "apenas tenían moderada decencia los más de ellos, vestidos de pieles de animales silvestres, porque no alcanzaban sus fuerzas a poner a sí, a sus mujeres e hijos, traje y vestuario competente".
Ya veremos luego cómo estos hechos económicos, acumulándose durante largo tiempo, desembocan finalmente en la Revolución Comunera.
Y remontémonos ahora a los antecedentes políticos de dicho movimiento.
Hemos observado detenidamente la forma en que se desarrolló la revolución que Domingo de Irala y los Oficiales Reales, con el nombre de "comuneros", efectuaron en 1544 contra Alvar Núñez, a quien remitieron preso a España a bordo de la carabela "Comuneros". Tal fue el primer jalón.
Entroncando ese suceso en la Revolución Comunera de Castilla, que en 1520 estalló contra Carlos V, escribe el doctor Viriato Díaz Pérez: "Muchos de los conquistadores pertenecían a la época "comunera" española. Algunos fueron testigos, otros actuantes, en aquella contienda. Es natural que trajesen viva a América la tradición de la protesta candente; los recuerdos trágicos de la lucha; el eco de los anhelos sofocados en Villalar. El grito de "¡Libertad!" ya representa un precoz sentimiento de autoridad local, de vida autónoma, en el núcleo originario, que ensaya oponerse al mandatario del exterior. Podría representar el vasco Irala, en el reducidísimo escenario, un aspecto del característico antagonismo íbero entre pequeñas entidades autónomas del terruño, locales, y los representantes del poder absoluto centralista, contrario a todo fuero".
El segundo jalón fue el golpe contra el Gobernador Felipe de Cáceres en 1572. Hallábase éste oyendo misa en la Catedral cuando a un grito del Obispo Fray Pedro Fernández de Latorre, todos se precipitaron sobre él. "Fue cogido por los cabellos – dice Juan Francisco Aguirre –, golpeado y llevado en volandas al Convento de la Merced, donde le encerraron, engrillaron y ataron a una cadena, que remataba en un cepo, cuya llave paraba en poder del Obispo, quien vivía en el cuarto inmediato al de la prisión". Martín Suárez de Toledo, gran amigo del Obispo, lanzóse a la calle con los partidarios de Latorre al grito de "¡Libertad!" y asumió el mando de la Provincia.
Los ecos de estos gritos continuaron repitiéndose en la historia paraguaya. Y así encontramos el tercer jalón. Fray Bernardino de Cárdenas, franciscano, era gran amigo de los indios. Siendo Obispo del Paraguay, comenzó a visitar los pueblos y reducciones del interior. Pero al intentar penetrar en las Misiones Jesuíticas, halló una tenaz resistencia de parte de la Orden. Al llegar a Yaguarón, 800 indios, incitados por los jesuitas y conducidos por el ex-Gobernador Gregorio de Hinestrosa, invadieron el pueblo para apoderarse del Obispo. Esto tuvo que huir a Asunción. Hasta allí le siguió con sus tropas Hinestrosa, que durante su gobierno había sido un dócil instrumento de los jesuitas. Se apoderaron de Cárdenas, "vendáronle los ojos, le sacaron arrastrado desnudo a la calle, y en una mala canoa le desterraron de la ciudad". Después de dos años de exilio, el Obispo Cárdenas regresó a Asunción, donde gozaba de mucho prestigio. En 1649 el pueblo de Asunción lo aclamó como gobernador. Aplicábase así la Real Cédula del 12 de Septiembre de 1537, que autorizaba a elegir popularmente gobernador interino hasta tanto que la Corona designase el titular. Poco después, a pedido del Cabildo, Cárdenas expulsó a los jesuitas, medida radican y temeraria con que se adelantó a la ordenada por Carlos III en 1767. El hecho constituía una verdadera revolución. El Virrey del Perú designó de inmediato gobernador a Andrés de León y Garabito, con un mandato expreso de someter a la rebelde provincia. Garabito, secundado por los jesuitas, armó un ejército de 4.000 indios y se dirigió hacia la capital. Asunción se aprestó a la defensa. Después de reñida batalla, Garabito entró en la ciudad; los indios cometieron crímenes de toda laya. Las familias asuncenas huyeron al Chaco. Apresado Cárdenas, fue nuevamente desterrado. Después de peregrinar muchos años en busca de justicia, la Santa Sede examinó su causa y lo eximió de toda culpa.
Y así llegamos a la época en que va a desarrollarse la Revolución Comunera. He aquí un documento que ilustra con toda precisión sobre las cansas del movimiento:
"Los religiosos de la Compañía de Jesús tienen y han tenido siempre a esta miserable provincia sujeta, abandonada y arruinada. Acosta del sudor, cuidado y desvelo de las armas de los vecinos, usufructúan todo lo pingüe de sus riquezas. Avasallan al pueblo con sus amenazas; lo tienen en suma pobreza, cogiéndose las mejores tierras de la Provincia, por ocupar las cuales pagan arrendamiento los propios que las defienden de los salvajes con su sangre y con su vida. Ocupan propiedades ajenas, quemando las casas de los vecinos. De ese modo, se apropiaron de las tierras que, partiendo del río, al sur de la ciudad, tienen de largo legua y media, y tres de ancho. A éstas siguen las tierras de San Lorenzo el Viejo y San Lorenzo el Nuevo, hasta dar en el Campo Grande; de modo que por ese lado cogen todo lo mejor de la tierra inmediata a la ciudad. De allí a 4 leguas, en el paraje Guayaiví-ty [Guajaivity], tienen otra posesión. En los campos de Pirayú [Piraju] tienen dos posesiones unidas en una, que cada una tiene dos leguas de largo, y de ancho en parte otras dos leguas; las sigue otra que llaman Paraguarí; otra incorporada en la cordillera arriba, que llaman los Naranjos; otra en Yarigua-á-guazú, en Yarigua-á-mí, en Tapytanguá, en Guazutay, hasta las cabezas del río Caañabé [3]. Todas estas últimas, juntas e incorporadas, como lo están, tienen de circunvalación más de 5 leguas, siendo la mejor de toda la Provincia en pastos, aguadas, montañas y abrevaderos, habiendo adquirido todo este dominio por sola su autoridad. Fundando su derecho en una merced, que dicen les hizo don Gregorio de Hinestrosa, mudan sus lindes, como hoy lo han hecho, extendiéndose desde el arroyo Ibembí e [Ivembi'e] hasta el Pirayubí [Pirajuvi], introduciéndose y quitando tierras de su estancia a los indios de Yaguarón, de unas seis leguas de longitud; por otro costado, desde el dicho Ibembiré [Ivembire] hasta Ybytimiré [Ybytumire], se han apropiado de otras cinco leguas; además de unas 16 leguas que pretenden de otros vecinos. Todas estas tierras son para un colegio que nunca mantiene más de 5 ó 6 sujetos, cuando bien pueden acomodarse en ella más de 200 familias que andan vagando, sin tener un palmo de tierra en el Real Servicio, después de haber conquistado esta tierra a costa de sus vidas. No siendo menos perjudicial esto, por el atajo que hacen de los caminos públicos en todo lo que dicen ser suyo, causando a los vecinos de esta Provincia innumerables trabajos, y pérdidas de hacienda y vidas, por los rodeos que les obligan a hacer por los caminos y arroyos crecidos. No es menos el daño que esta Provincia experimenta de dichos religiosos por el modo con que se tienen abarcado el comercio del río y de la tierra a título de Misiones y Bienes Eclesiásticos, sin pagar la Real alcabala, derecho de estanco a la ciudad ni los diezmos a la iglesia, alzándose con los yerbales de que esta ciudad es dueña, enviando a sus indios tapes para que echasen, despojasen y matasen a los beneficiadores españoles de dichos yerbales y a beneficiar grandísimas cantidades cada y cuando quieren, por su propia autoridad, sin licencia ni noticia de los señores Gobernadores, como lo hacen y ejecutan los españoles y los demás pueblos de indios de esta Provincia". (Arch. Nac., Acta Capitular citada por J. Natalicio González").
Por su parte, Matías Anglés y Gortari dio su informe en los siguientes términos: "Con toda verdad se puede afirmar, que estos pocos sujetos del Colegio tienen excesivamente más en el Terreno del Paraguay, que lo que gozan y les resta a todos los vecinos del Paraguay, y su Provincia, que se compondrá de diez mil españoles capaces de llevar armas, y lo menos cincuenta mil españoles.
A los vecinos no les han quedado, ni tienen más tierras que las de las montañas o fronteras, que están continuamente defendiendo de tanto infiel enemigo, con riesgo de sus vidas, a su costa. Es de ponderar, que aún las más de las tierras que estos soldados españoles ocupan, son también de los padres de dicho Colegio, por las cuales pagan anualmente arrendamiento bien crecido, que cobran los dichos padres con notable rigor.
En el Colegio de la expresada ciudad de Asunción, tienen los padres dos almacenes públicos, en los cuales se venden todos los géneros de Castilla gastables en la ciudad y el país, y ropa de la tierra y paños de Quito. Y como los padres conducen estas memorias de género y ropa de la tierra desde Buenos Aires y Colonia, sin costo alguno, con sus indios y sus embarcaciones, y no pagan fletes ni alcabalas ni otros derechos ni impuestos, aunque sean muy precisos y obligatorios, bajan un poco del precio corriente a que los pueden vender los comerciantes, que pagan y contribuyen con todas estas pensiones y tienen tan crecidos gastos y costos en la conducción, y de esta suerte venden los dichos padres memorias crecidas de géneros y ropa en perjuicio considerable de los haberes Reales, y gran quebranto y atraso de los comerciantes, que se eternizan en lo que llevan.
Los padres de dicho Colegio tienen abarcado todo o la mayor parte del comercio de la Provincia, y recogen la substancia de cuanto produce. Se han adelantado de tal suerte en el manejo de todo lo que puede producir utilidad conveniencia, y son tantas y tan opulentas las estancias que tienen, tan cuantiosas las ventas que hacen, que casi penden todos los vecinos del arbitrio de sus Reverencias".
Compendiemos en lo posible el desarrollo de los acontecimientos.
En 1717 es designado Gobernador del Paraguay Diego de los Reyes Balmaceda, muy vinculado a los jesuitas. Poco después, el vecindario formula contra Reyes las siguientes acusaciones: 1º) Haber asumido la gobernación sin "dispensa de naturaleza", pues estaba casado con la asuncena Francisca Benítez, y las leyes prohibían la provisión de los cargos con vecinos de una provincia. 2º) Haber impuesto en provecho propio el servicio personal a los indios, contra lo dispuesto por las Ordenanzas de Alfaro. 3º) Injusta guerra a los payaguaes. 4º) Haber establecido impuestos nuevos sin autoridad para hacerlo. 5º) Trabas puestas al comercio. 6º) Haber interceptado los caminos a Charcas para impedir la presentación de las denuncias formuladas en contra de él. La Audiencia de Charcas designa entonces Juez Pesquisidor en la Provincia del Paraguay al doctor José de Antequera y Castro, Caballero de la Orden de Alcántara y Protector de los Indios del Perú. Este distinguido jurista panameño comprueba la veracidad de las acusaciones contra Balmaceda. Un pliego cerrado que traía le autorizaba a ejercer la gobernación en caso de resultar culpable Balmaceda. Antequera asume, pues, el gobierno del Paraguay. Balmaceda huye. Pero luego, repuesto en el cargo por el Virrey del Perú y Arzobispo de Lima Fray Diego Morcillo, vuelve a la cabeza de 6.000 indios facilitádosle por el Superior de los Jesuitas. Se detiene, sin embargo, en Tabapy [Tavapy], y luego se retira. El Virrey encarga entonces a Baltasar García Ros la reposición de Balmaceda en el gobierno. Antequera declara ante el Cabildo: "El pueblo reservó en sí una facultad, especialmente en lo que mira a las leyes del gobierno político, a las que tienen su fundamento en el Derecho Natural. El pueblo puede oponerse al Príncipe que no procede "ex acquo et bono". No todos los mandatos del Príncipe deben ejecutarse". Estamos en 1723. Comienza la Revolución Comunera. El Cabildo asunceno acuerda solemnemente no acatar ni a Balmaceda como gobernador, ni a García Ros como enviado del Virrey, y ratificar en el mando a Antequera. García Ros, auxiliado por los jesuitas, parte con 2.000 indios. El Cabildo encarga a Antequera la, jefatura del ejército y expulsa a los jesuitas de Asunción, dándoles el plazo perentorio de 3 horas. (Es la segunda expulsión, pues la primera fue realizada por el Obispo Cárdenas). Antequera marcha al encuentro del ejército invasor y lo derrota a orillas del Tebicuary. A su regreso es recibido triunfalmente por la ciudad. Todos los pueblos envían emisarios y mensajes que demuestran la popularidad de la caunsa por él defendida. Además del apoyo del Cabildo, Antequera cuenta con el de los franciscanos, cuyo espíritu liberal estuvo siempre en oposición al absorbente y dominador de los jesuitas. Pero el Virrey ordena terminantemente a Bruno Mauricio de Zabala, Gobernador de Buenos Aires y fundador de Montevideo, que se dirija al Paraguay contra Antequera. Zabala, al frente de un ejército de 6.000 guaraníes de las Misiones, se dirige a Asunción. En la imposibilidad de resistir, Antequera se ve obligado a dirigirse a Córdoba, donde se refugia en el Convento de los Franciscanos. Ramón de las Llanas, jefe interino, no puede, dada la escasez de armas, organizar la defensa en forma eficaz. Zabala entra en Asunción, repone a los jesuitas en su Colegio y nombra gobernador a Martín de Barúa. Así termina la primera etapa de la Revolución Comunera.
Estando en el Convento de San Francisco, en Córdoba, Antequera oye pregonar un bando del Virrey por el que se ofrece cuatro mil pesos de premio a quien lo entregue vivo o muerto y dos mil al que denuncie su paradero. Esperanzado en la Audiencia de Charcas, que lo había enviado al Paraguay, Antequera intenta presentarse ante ella a rendir cuenta de sus gestiones. Pero la Audiencia le hace apresar y lo envía a Lima ante el Virrey. Lo acompaña Juan de Mena, su fiel compañero de causa. En la cárcel de Lima, Antequera traba amistad con otro panameño: Fernando de Mompós, a quien entusiasma con la causa popular de los asuncenos. Mompós consigue huir de la prisión y se dirige al Paraguay. Elocuente orador, se pone a predicar públicamente en las calles de Asunción. Sostiene que "el poder del Común de cualquier República, ciudad, villa o aldea es más poderoso que el mismo Rey. En manos del Común está admitir la ley o el gobernador que gustase, porque aunque se los diese el Príncipe, si el Común no quiere, puede justamente resistir y dejar de obedecer". Son los mismos conceptos de Antequera, expuestos en diferentes términos. Se produce una honda conmoción política. Alrededor de Mompós se forma el partido "comunero". Allí están el Cabildo, los franciscanos y la inmensa mayoría del pueblo. En el partido "virreynalista" se nuclean los jesuitas y sus escasos partidarios. Los bandos representan dos fuerzas: la impulsora y la retentora. "Ambas fuerzas son – como observa Zum Felde – inherentes a la economía biológica del agregado; todo organismo social necesita de la lucha de elementos dentro de sí para conservarse y evolucionar. Un país sin partidos políticos, sin lucha de tendencias, es un país estancado, esterilizado, inánime. El sueño de la paz perfecta, del perfecto acuerdo, es contrario a la evolución orgánica, que requiere movimiento y lucha. Cuanto más turbulento y apasionado sea un pueblo joven, tanto más vigorosa y fecunda será su madurez". El gobernador Barúa se hace grato al pueblo asunceno. Pero he aquí que el nuevo Virrey, Marqués de Castelfuerte, designa Gobernador del Paraguay a un pariente suyo, Ignacio Soroeta. Los comuneros declaran que no aceptan otra autoridad que la de Barúa y el Cabildo intima a Soroeta a salir inmediatamente de la Provincia. Como Barúa se niega a continuar en el mando, los comuneros eligen una Junta Gubernativa y a José Luis Barreiro como Presidente de la misma. Por desgracia, el tal Barreiro resulta un traidor; tiende una celada a Mompós, lo apresa y lo entrega a las autoridades de Buenos Aires. Por vía Colonia do Sacramento, Mompós huye al Brasil. Estalla una revolución contra el traidor Barreiro; los jefes de los pueblos de la Cordillera marchan con gente armada sobre la capital; se apoderan de ella y eligen Presidente de la Junta Gubernativa a Antonio Ruiz de Arellano.
Después de estar en la cárcel durante cinco años, Antequera es condenado a decapitación en el cadalso. El pueblo limeño implora el perdón de la víctima. Esta es muerta camino del suplicio. Poco después es ejecutado Juan de Mena. La llegada de estas noticias causa inmensa indignación en los comuneros asuncenos; el Colegio Jesuítico es asaltado y los miembros dé la Orden expulsados por tercera vez. La hija de Juan de Mena, que llevaba luto por su esposo Ramón de las Llanas, al enterarse del suplicio de su padre, arroja las negras vestiduras y se presenta al pueblo vestida de blanco, "porque no era bien llorar vida con tanta gloria tributada a la patria".
El Virrey no cede en su pretensión de imponer gobernadores al Paraguay. Es enviado en tal carácter Manuel Agustín de Ruiloba. Éste, apenas llegado, comienza a despotricar contra los comuneros. Estalla contra él una insurrección; la gente cordillerana se concentra en Guayaibity [Guajaivity], cerca de Itá; Ruiloba sale para combatirlos y es muerto en la lucha. Los comuneros proclaman Gobernador al Obispo franciscano Fray Juan de Arregui. Éste deja poco después el gobierno.
El virrey ordena nuevamente a Bruno Mauricio de Zabala apagar la rebelión ejecutando medidas represivas. Al frente de 6.000 indios de las reducciones jesuíticas, Zabala avanza contra los comuneros, venciéndolos en Tabapy [Tavapy]. Es el año 1735. Entra en Asunción, repone a los jesuitas en su colegio, designa Gobernador a Martín José de Echauri, declara abolido el derecho de elegir gobernadores en casos de vacante – privilegio que Asunción tenía desde 1537 –, condena a muerte a los principales jefes comuneros y hace perseguir cruelmente a otros que se habían refugiado en los montes después de Tabapy. Quedaba terminada la última etapa de la Revolución Comunera.
¿En qué consistió, pues, la ideología comunera? Su contenido económico fue éste: extinción del monopolio ejercido por los jesuitas en las riquezas básicas del Paraguay. Y éste su contenido político: defensa de la autonomía regional y de las libertades públicas contra el absolutismo centralista del Virrey.
El pueblo mantuvo – dice Díaz Pérez – "vinculación inmediata, tradicional y natural con la entidad popular democrática y netamente hispana del Cabildo, en oposición a la arbitraria de las jurisdicciones políticas absolutistas representadas en cierto modo por la Audiencia y el Virreynato. Durante este período, hubo batallas en las calles y en los campos, entre comuneros y virreynalistas; vienen de luengas tierras héroes y tribunos populares que levantan en masa el país; se predica ruidosamente en las calles asuncenas la doctrina de la prioridad del Común sobre toda otra autoridad; el pueblo y el Cabildo gobernarán autónomamente; se creará con asombro de los tiempos nada menos que una Junta Gubernativa, en pleno siglo XVIII, cuando aún no se había producido la Revolución Francesa (ni la Estadounidense). Los jesuitas tocarán todos los resortes para imponerse. El Papa, el Rey, el Virrey, la Audiencia de Charcas, todas las potestades soberanas entrarán en juego, hasta que la causa de la comunidad, desmayada y agotada, en lucha contra innúmeras adversidades, venga a ser ahogada en sangre, permitiendo el triunfo del absolutismo centralista". Por eso, Díaz Pérez afirma que la causa capitular era la local y había de ser más tarde la nacional, y que los elementos populares que la secundaban anticipáronse a la actitud que, andando el tiempo, habían de asumir los revolucionarios de la Independencia.
"Los jesuitas y los comuneros – dice el doctor Justo Pastor Benítez –, fueron dos sociedades en lucha, dos organizaciones que chocaron. El Cabildo encarnó los intereses de la provincia contra los gobernadores que secundaban el predominio jesuítico y el absolutismo. Hay en el fondo de esa resistencia un fuerte apego a los fueros municipales, una tendencia a conseguir el predominio civil del Cabildo en la naciente sociedad colonial, como expresión de autonomía, de gobierno propio. La revolución compendiaba las quejas y aspiraciones de la provincia contra el absolutismo, el desamparo, los excesivos gravámenes económicos y la desigualdad de situación frente a las opulentas Misiones; la reivindicación de su tradición jurídica y de la primacía de la voluntad del Común".
Antequera fue, sin duda, la figura de mayor relieve de aquel memorable movimiento. "No rompió – dice Benítez – la imparcialidad del juez, sino que puso su autoridad al servicio de la justicia verificada. Entrevió en aquella confusa rebelión un fondo de aspiraciones legítimas; vio la preterición en que vivían los paraguayos y se puso a acaudillarlos para defenderlos. Era elocuente, ejecutivo y contagioso. Llegado del otro extremo del continente, se hizo el vocero del Cabildo, amparo jurídico éste de la sociedad civil del coloniaje. Nunca fue un demagogo. Caudillo sí y vocero eminente de la causa popular. Luchó y sufrió. Sus ideas, sus luchas, su altivez, su martirologio, hacen del doctor José de Antequera y Castro un precursor de la independencia americana".
Los paraguayos celebraban su recuerdo en coplas que cantaban al son del arpa y la guitarra:
A la puerta de mi casa
tengo una losa frontera
con un letrero que dice:
¡Viva José de Antequera!
Para que sirviese de escarmiento a la rebelde provincia, la Audiencia de Charcas expidió arbitrariamente un auto, en 1739, por el cual constituía a Santa Fe en "Puerto Preciso" para todas las embarcaciones del Paraguay, prohibiendo que éstas siguieran directamente a Buenos Aires. Los barcos, después de hacer su descarga en Santa Fe y de abonar los ruinosos impuestos de arbitrio, sisa y alcabala, no podían seguir por el río hasta Buenos Aires. El impuesto de arbitrio estaba destinado a costear 200 soldados para la defensa de Santa Fe. El de sisa, a las obras de fortificaciones de Buenos Aires y Montevideo. Y el de alcabala era el impuesto sobre las rentas y transacciones en general. Los comerciantes estaban obligados a seguir el viaje por tierra, conduciendo en carretas los frutos del Paraguay. Además, la conducción no podía ser efectuada por los forasteros, pues los santafecinos tenían por una ley el monopolio del transporte terrestre. Todo ello causaba un perjuicio terrible a la Provincia del Paraguay.
Buenos Aires, abogando "pro domo sua", pidió la revocación de aquella medida inconsulta que la perjudicaba. Alegaba "los perjuicios que de ella se le seguían y aún su total ruina y exterminio, que es forzoso se siga con el abandono de su único comercio, que es la yerba y los efectos del Paraguay". De nada sirvió esta representación, como tampoco la que a su vez hizo el Paraguay en el mismo sentido.
Sofocada la Revolución Comunera, los jesuitas continuaron en el Paraguay treintidós años más. En Europa, la Orden era muy combatida por sus maquinaciones políticas. Especialmente en Francia, Portugal, España, Holanda y Flandes. Se los fue expulsando de todos esos países. En 1767, aconsejado por su Ministro el Conde de Aranda, Carlos III los expulsó de la Península y de sus posesiones ultramarinas. Tuvieron que abandonar, pues, las Misiones del Paraguay. Los indios se dispersaron. La selva tentacular inició su avance. Y de las reducciones se adueñó el silencio. Convertidas en taparas, de ellas sólo quedaron las ruinas de sus iglesias de piedra tallada, sus retablos churriguerismos y sus frescos primorosos.
Diez años más tarde, esto es, en 1776, una Real Cédula creaba el Virreinato del Río de la Plata, con territorios que hasta entonces habían pertenecido al Virreinato del Perú. La nueva jurisdicción abarcaba Argentina, Uruguay, Paraguay y Bolivia actuales, además de Río Grande del Sur (hoy brasileña). Los motivos determinantes de la creación del nuevo virreinato fueron dos: la dificultad de administrar desde Lima tan vasto territorio, y la necesidad. de establecer a orillas del Atlántico un poder capaz de oponerse a las continuas usurpaciones portuguesas. Buenos Aires fue designada capital de la nueva entidad.
El Virreinato del Río de la Plata tuvo su andamiaje político en la Real Ordenanza de Intendentes, promulgada en 1782. Ella dividía el virreinato en 8 Intendencias y 4 Gobernaciones Militares. Así surgieron las Intendencias de Buenos Aires, Córdoba, Salta, Paraguay, La Paz, Potosí, Chuquisaca, y Cochabamba. Y las Gobernaciones Militares de Montevideo, Misiones, Mojos y Chiquitos.
De la larga y enconada lucha entre comuneros y jesuitas, sólo quedaba el recuerdo. Ya no turbaban los primeros las apacibles calles asuncenas con el rumor de sus tumultuosas asambleas. Ya no tocaban a somatén los segundos para lanzar sus indígenas milicias sobre Asunción, la díscola.
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FUENTES CONSULTADAS
Manuscritos del Archivo Nacional
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Vol. 46, Nº 15.
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Vol. 44, Nº 1.
Vol. 305 Nueva Encuad.
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Vol. 546 Nueva Encuad.
Vol. 457 Nueva Encuad.
Vol. 95, Nº 7.
Vol. 3380 Nueva Encuad.
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Vol. 256 Nueva Encuad.
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