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martes, 27 de julio de 2010

GREGORIO BENÍTEZ - LA REVOLUCIÓN DE MAYO 1814 – 1815 / Fuente y edición digital: www.independenciaparaguaya.com


LA REVOLUCIÓN DE MAYO
1814 – 1815
Autor: GREGORIO BENÍTEZ
(Enlace a datos biográficos y obras
En la GALERÍA DE LETRAS del
www.portalguarani.com )
Asunción, 1906.
Edición digital:
www.independenciaparaguaya.com

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INTRODUCCIÓN
LA REVOLUCIÓN DE MAYO 1814 – 1815

Los diferentes Estados de Sud-América eran gobernados por el monarca español, de quien recibieron sus instituciones y la democracia de su respectiva jurisdicción territorial. Desaparecido este soberano, cuya autoridad acataban, quedó de hecho roto el vínculo de unión que los sujetaba a la obediencia de una autoridad común. Cada Estado o pueblo americano quedó IPSO FACTO emancipado de la tutela extraña, conservando la posesión jurisdiccional que les había adjudicado el monarca español.
Como era natural, la autoridad española que había caducado, fue reemplazada por la de los pueblos que constituyeron su propia soberanía, dentro de sus respectivos límites territoriales. De manera que las provincias, o Estados, que formaban el antiguo Virreinato del Rio de la Plata, conservaron los límites jurisdiccionales que les había asignado la autoridad del soberano de la madre patria.
Varias provincias del extinguido Virreinato se sometieron al dominio de la ex metrópoli; mientras que el Paraguay lo resistió constantemente, a veces con armas en la mano, hasta acabar por constituirse en República libre y soberana, de todo poder extraño.
De ahí el encono irreconciliable de la República Argentina contra el Paraguay, que lo ha exteriorizado en varias formas, sea haciéndole la guerra, sola, y en alianza con otras naciones vecinas, o ya imponiendo onerosos impuestos aduaneros a los productos paraguayos.
Desde la época colonial existían pendientes entre España y Portugal diferencias territoriales, que sus ex colonias heredaron, al emanciparse de su respectiva metrópoli. Así, el Paraguay se separó del Virreinato español del Plata, estando, como provincia española, en posesión gubernativa de los treinta pueblos de misiones guaranís, de la orilla izquierda del Río Paraná, según se justifica por el tenor de la Cédula Real de 1806 que inserta integra el virrey Marqués de Sobre Monte, en su oficio de 21 de Marzo 1806, dirigido a Lázaro de Rivera, Gobernador Intendente del Paraguay, que dice así:
El Rey, conformándose con la consulta de la junta de fortificaciones y defensa de Indias, ha resuelto REUNIR EL GOBIERNO DE LOS TREINTA PUEBLOS DE GUARANÍS AL DEL PARAGUAY, poniendo así su cabeza al coronel don Bernardo de Velazco.
No existe ninguna disposición posterior, en el periodo de 1806 a 1810; de la metrópoli española que haya derogado o modificado la Cedula en referencia. De manera que cuando el Paraguay hizo su revolución en Mayo 1811. el gobernador del Paraguay Velazco, ejercía jurisdicción administrativa en los treinta pueblos de las misiones guaranís. Posteriormente, el Paraguay, ya después de su emancipación política, continuó la ocupación de los departamentos de Candelaria, San Cosme, Loreto y otros puntos, hasta la invasión de la triple alianza, en Abril 1866.
En cuanto al Brasil, independizado de la corona de Portugal, queda también con la herencia de las cuestiones territoriales, que su metrópoli tenía pendientes con España al norte del Paraguay. Por consiguiente, al emanciparse ambas provincias, el Paraguay y el Brasil, de sus respectivas metrópolis, asumieron de hecho, los derechos y las responsabilidades correspondientes a las últimas. El nuevo imperio brasilero no ha cesado de reclamar a la República el dominio del territorio que se extiende entre el Río Apa y el Río Blanco, más de 30 leguas. Los gobiernos que se sucedieron en el poder del Paraguay, desde su independencia, rechazaban constante y enérgicamente, a veces por las armas, las pretensiones del imperio, según se podrá apreciar por el tenor de los documentos oficiales de la época, que extractamos en las páginas del opúsculo, a que preceden estas líneas.
Por los antecedentes establecidos arriba, se ve a las claras que la causa originaria, determinante de la malquerencia y hostilidad permanentes de Buenos Aires hacia el Paraguay, proviene del hecho de haber este país proclamado su emancipación política desde el 17 de Junio 1811, de hecho y de derecho, de todo poder extraño, separándose del dominio de la ex metrópoli del Virreinato del Plata, y resistiendo constantemente a sus exigencias de ingresar en el seno de la Confederación de las ex provincias españolas.
El Paraguay, en el curso de su vida independiente, ha tenido la desgracia de ser suelo ensangrentado por dos invasiones extranjeras, procedentes, las dos, de la Confederación Argentina. La primera, en 1810, mandada por la Junta gubernativa de Buenos Aires, a las órdenes del general Manuel Belgrano; y la última, traída en persona, en 1866, por el presidente de la República Argentina, don Bartolomé Mitre, con la cooperación del emperador del Brasil Pedro II, y del caudillo oriental, general Venancio Flores.
Ambas invasiones tenían la misma causa y obediencia a un mismo fin: la conquista del Paraguay.
Más, las dos empresas fracasaron, habiéndose estrellado contra el baluarte de la decisión del pueblo paraguayo, de no pertenecer ni a porteños, ni a españoles, ni a portugueses, según la expresión del patriota oriental, general José Artigas.
El ejercito de Belgrano, derrotado en Paraguarí, capitulo en Tacuarí. En cuanto a la campaña del generalísimo, presidente Mitre, se frustró igualmente, bajo la intimación que le hiciera, oficialmente, uno de sus aliados, el Brasil, que no pensase en lesionar la independencia de la República del Paraguay, so pena de obligarse a tomar las armas en su defensa.
Los antecedentes de esas dos campañas invasoras, de 1810 y 1866, especialmente las verdaderas causas que han producido la triple alianza de 1865 contra el Paraguay, son poco y mal conocidas entre la nueva generación paraguaya, en razón de que no existen textos, o libros de historia nacional, en que los ciudadanos pudieran instruirse en el conocimiento de la historia de su país. Y sin embargo, siendo, como es, desgraciadamente, positiva nuestra ignorancia en materia de historia nacional, quien creyera que ciertos hombres jóvenes, que recién ingresan en la vida pública, tuvieran, sea por propia inspiración, o ya por sugestión ajena, la retrógrada idea, expresada en plena sesión del senado paraguayo, a saber: que “no es atribución del Estado el fomento de la literatura, es decir, del estudio y conocimiento de la historia patria; que “no era oportuno el momento para premiar a los que escriban la historia del Paraguay; que en vez de discernir ese premio, el gobierno debe invertir esa suma en la fundación de una cárcel correccional, o en otras obras más útiles a la humanidad, como ser en premiar al que descubra el remedio del cáncer; que nada se podrá sacar de obras de esa naturaleza (de historia nacional); y que por tanto el Congreso no se debe preocupar de esa cosas, superfluas, extemporáneas, y perjudiciales para los intereses del Estado!!”
Es todo un jurisconsulto, graduado en la Universidad de Buenos Aires, el que se ha expresado en esos términos!
Pretender que la ilustración de los ciudadanos, por medio del estudio de la historia nacional, sea superflua, extemporánea y perjudicial a los intereses del Estado, es el colmo de la herejía; es propender a la degeneración de la nacionalidad paraguaya, no a su regeneración!.
No obstante, con el fin de contribuir con m pequeño grano de arena a la difusión del conocimiento de los antecedentes de la emancipación política del Paraguay y de las verdaderas causas de las desavenencias y rivalidades de las antiguas provincias del Virreinato español que poseo en mi colección de documentos históricos, me permito ofrecer esta breve compilación a los que con más caudal intelectual y mejor preparación literaria, quieran dedicarse a escribir la historia de la República del Paraguay.
La estudiosa juventud hallará en las páginas de este pequeño opúsculo, el resumen de los puntos más culminantes de la historia de la revolución libertadora del Paraguay, así como la información verídica de las múltiples y graves dificultades que nuestros antepasados han tenido que allanar, ya sea por las armas o sea por la diplomacia para establecer y conservar la independencia y soberanía de la nacionalidad paraguaya.
Sucede, empero, quizás por efecto de la condición inestable de nuestro tiempo, que se notan ciertas tendencias vacilantes en los espíritus de la nueva generación, que está destinada a conservar incólume la sagrada reliquia que nos han legado nuestros padres: la libertad e independencia de la patria.
Algunos, al parecer, embragados del nuevo día que resplandece sobre ellos, pretenden no ver en los tiempos anteriores, sino tinieblas, desorden, opresiones, materias de indignación e indiferencia. Un soberbio desdén por el pasado se apodera de su espíritu novelero. Este desdén lo erigen en sistema, que tiene el carácter de una verdadera impiedad.
Leyes, sentimientos, ideas, costumbres, en fin, todo lo que había pertenecido a otra generación son miradas con indiferencia o desprecio. Se diría que la razón, la necesidad del bien, el amor a la verdad, todo lo que honra y conserva el mundo, fuese un descubrimiento del día, un invento de la generación recién nacida.
Al desconocer de esa manera los méritos de sus antepasados, la nueva generación parece olvidar que tiene que ir a “reunírseles en la tumba, y que, a su vez, dejaría descendientes que la representen en el mundo de los vivos.
Ese orgullo, es contrario a la verdad de las cosas, y fatal a la sociedad que lo sufre. Nuestros antepasados poseen títulos legítimos al respeto de sus descendientes, por cuanto aquellos tomaron parte en la gran lucha del bien contra el mal, de la verdad contra los errores, de la libertad contra la opresión; y no sólo sostuvieron esa lucha laboriosa, sino que han trasmitido a sus sucesores, los beneficios que han podido conseguir con su constante abnegación y virtudes cívicas.
El terreno en que hemos nacido, lo debemos a nuestros padres; ellos lo han preparado y murieron en él, después de haber conquistado su libertad y soberanía. Hay, por tanto, una ingratitud culpable en el menosprecio que se aparenta de los tiempos anteriores, pues, nosotros recogemos los frutos de sus labores y sacrificios. Les debemos, pues, legitima gratitud.
Si los que fingen esa indiferencia impía por nuestros antepasados, los conocieran mejor por sus antecedentes históricos, se verían forzados a juzgarlos de una manera distinta. En efecto, cuando se indaga la causa de esa anomalía de los sentidos, no se encuentra una sola explicación nacional.
En épocas de regeneración social, de reformas necesarias, de ambiciones y de esperanzas, no se puede desdeñar la autoridad del pasado, con el mero pretexto de iniciar el mejoramiento del presente estado de coas. Hay que tener presente que los errores y los abusos, no son únicamente de los tiempos anteriores. Son vicios de todas las épocas. De manera que la especia de aversión por todo lo que sea del pasado, que se apodera de ciertos espíritus prevenidos, es gratuita y sin fundamento racional, sobre todo cuando se la proclama como elemento redentor de los destinos de una nación ya fuertemente constituida por anteriores generaciones.
Tales pretensiones son, pues, inadmisibles.
La verdad es, que la entidad del pasado posee títulos indiscutibles e imperecederos a la gratitud del porvenir, que ningún capricho, o conveniencia artificial podrá invalidad.
El estudio del pasado nada tiene que pueda deslustrar a los amigos de la verdad y de lo justo; al contrario, en él encontrarán los títulos de los más caros intereses generales, y las lecciones de la experiencia.
El injusto desdén por lo pasado, extravagante designio de prescindir de los elementos de los tiempos anteriores y la protección de formar una nueva sociedad, expuesta a todos los azares de una situación frágil, por su naturaleza, no son, sin embargo, el patrimonio exclusivo de las generaciones americanas. E uno de aquellos parlamentos efímeros de Inglaterra, bajo Cromivel, se propuso destinar el fuego todos los archivos conservados en la célebre Torre de Londres, y la destrucción de todos los monumentos históricos que representaban las glorias de la vieja Inglaterra. Aquellos energúmenos pretendían abolir el pasado, haciéndose la ilusión de que de este modo, dominarían con más facilidad el porvenir. Más, designios tan criminales fueron rechazados por la sensata mayoría del parlamento.
Los comunistas franceses procedieron de la misma manera en 1871, derribando e incendiando los monumentos más notables de París, que consagraban la grandeza y las glorias imperecederas de la Francia.
Más, desembargadas del poder transitorio de los anarquistas, la Inglaterra y la Francia, volvieron con nuevas libertades a ejercer su respeto por su pasado, prosiguiendo en nuestros días su marcha de progreso y prosperidad, al frente de las naciones civilizadas, mereciendo el respeto y la admiración del mundo.
La manía que induce a ciertos hombres a oponerse al estudio y conocimiento de las épocas pasadas, echando sobre su historia una mirada desdeñosa, se ha visto aparecer en todas las nuevas eras, con más o menos extravagancia apasionada. Con esto, la impiedad provoca la superstición.
El pasado, que los maniáticos aparentan desdeñar, llega siempre a ser el culto idólatra de los cuerdos. Así, los que intentan mutilar la sociedad, decapitan la vida anterior de la patria; es decir, aspiran a volver a su cuna y permanecer en ella inmóviles e impotentes. No tienen en cuenta que el respeto al pasado no lleva ni la aprobación ni el silencio de lo que es culpable, falso y funesto.
No; la justicia se debe a lo bueno del pasado, como a los del presente.
No se puede regatear nuestra deferencia y gratitud al pasado, por la verdad que ha conocido, y por los beneficios que ha producido y nos ha legado.
El tiempo no tiene la misión impía de condenar el bien y lo justo, y de consagrar los errores. Al contrario, recuerda y venera a los primeros y anatematiza a los últimos, en cualquiera época.
En efecto, recordar y reconocer los beneficios de los tiempos, no es respetar ni acatar sus defectos, menos es ofender a la verdad, que es más antigua que el mundo; pero la imparcialidad, que es el símbolo de la justicia en todos los tiempos, es la vocación entusiasta del nuestro; no sea imparcialidad fría y estéril, que nace de la indiferencia preconcebida, pero si la imparcialidad enérgica y fecunda, que inspira la vista de la verdad y el amor a la sociedad.
La fuerza expansiva de la verdad, que las evoluciones o vicisitudes de los tiempos, ponen siempre en evidencia, es respetable en todas las épocas, regulares o anormales; por eso la ley nos impone la obligación de acatarla y de rendirla culto homenaje en cualquier parte o tiempo en que se la encuentre; de manera que reconociendo ella la integridad de nuestros sentimientos, pueda prestar el apoyo de su fuerza a nuestros derechos.
Están ya caducas en la moderna sociedad humana las prevenciones apasionadas, y las declamaciones demagógicas en los parlamentos, así como han desaparecido del mundo político, las iniquidades de la inquisición, sofocadas por la luz de la civilización.
El estado actual del Paraguay, reconoce la tendencia del espíritu de la moderna época; por lo que se empeña en abandonar ese reposo indolente, en que yacen las sociedades pusilánimes o corrompidas, bajo un horizonte invariable. Por eso habría de parte de las nuevas generaciones del Paraguay, claudicación e ingratitud si decayesen de ánimo, en presencia de los obstáculos tradicionales, que pudieran reaparecer en el curso de la existencia soberana, y del desarrollo de la prosperidad del pueblo paraguayo. Mayores fueron los escollos que han desaparecido bajo la presión de la constancia y del heroico civismo de nuestros padres.
Se debe tener presente que en todas partes y en todas las épocas, donde armonizan la verdad, la justicia, el orden legal y los derechos, prosperan, a la vez, los gobiernos y los pueblos. El poder de la autoridad se ennoblece por su respeto a las leyes y por la dignidad de la obediencia que se le tributa.
Cuando el hombre honra al hombre, a la autoridad y a la verdad, se otorga recíprocamente ese respeto mutuo, que es el único circulo durable que les pueda garantir la prolongación de si armonía. Esta alianza tutelara es de necesidad imperiosa en la sociedad sin la cual todo poder público puede llegar a ser efímero.
Los tiempos pasados han experimentado veleidades peligrosas, con la apariencia de la silueta de tiranías calamitosas. El noble pueblo paraguayo ha sido, más de una vez, victima, inmerecidamente, de esas situaciones violentas; pero así también ha visto derrumbarse los poderes despóticos unos tras otros, bajo el peso de si propia naturaleza insubsistente.
Ahora, la República del Paraguay, prosigue airosa su marcha, en un orden de cosas, que ya no admite, ni usurpación exterior, ni opresión impune de la fuerza bruta de ningún poder omnímodo.
G.B.
Villa Rica, Junio 1905.
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Enlace a la edición digital del libro (pdf):
LA REVOLUCIÓN DE MAYO 1814 – 1815
Autor: GREGORIO BENÍTES
Asunción, 1906.
Edición digital:
www.independenciaparaguaya.com
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