HISTORIA DE LAS RELACIONES INTERNACIONALES DEL PARAGUAY
COLECCIÓN LA GRAN HISTORIA DEL PARAGUAY, 19
© Editorial El Lector
Director Editorial: Pablo León Burián
Coordinador Editorial: Bernardo Neri Farina
Director de la Colección: Herib Caballero Campos
Diseño de portada: Celeste Prieto
Diseño Gráfico: Joel Lezcano Aguilar
Corrección: Nidia Campos
Portada: Detalle de caricatura de la
Revista "Caras y Caretas", alusivo al acuerdo de 1929 entre Paraguay y Bolivia
Hecho el depósito que marca la Ley 1328/98
I.S.B.N. 978-99953-1-089-9
El Lector I: 25 de Mayo y Antequera. Tel. 491 966
El Lector II: San Martín c/ Austria.
Tel. 610 639 - 614 258/9
http://www.ellector.com.py/
Esta edición consta de 15 mil ejemplares
Asunción-Paraguay 2010
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Asunción-Paraguay 2010
CONTENIDO
PROLOGO
INTRODUCCIÓN
EMANCIPACIÓN POLÍTICA
El Paraguay en los tiempos de la independencia
Desconocimiento de la junta de Buenos Aires
El movimiento de mayo y el Congreso de junio de 1811
Acuerdo con Buenos Aires
La proclamación de la República en 1813
Dictadura del doctor Francia y aislamiento internacional.
RECONOCIMIENTO INTERNACIONAL Y CONTROVERSIAS DE LÍMITES
Reinserción del Paraguay en el comercio y la política del Plata
Declaración de independencia
Reconocimiento del Brasil y alianza con Corrientes
La gran alianza contra Rosas
Reconocimiento de la Confederación Argentina
Cuestiones de navegación y límites
Apertura internacional restringida
LA GUERRA DEL PARAGUAY CONTRA LA TRIPLE ALIANZA
La cuestión oriental y la intervención del Paraguay
El Tratado de la Triple Alianza
Los demás países frente a la Guerra del Paraguay
Los arreglos de paz y límites con el Brasil
El arreglo de los límites con la Argentina
Ajustes posteriores en materia de límites
La deuda de guerra
RECONSTRUCCIÓN Y NUEVA CONTROVERSIA POR EL CHACO
Empréstitos, migraciones e inversiones
Comercio exterior y relaciones vecinales
La cuestión de límites con Bolivia
Acuerdos transaccionales
La controversia por el Chaco en las primeras décadas del siglo XX
El Paraguay ante la Primera Guerra Mundial
GUERRA Y POSGUERRA DEL CHACO
Fricciones e incidentes previos a la guerra
La diplomacia paraguaya durante la Guerra del Chaco
La Conferencia de Paz y el Tratado de Límites con Bolivia
Nuevos entendimientos con Argentina y Brasil
La asistencia estadounidense, la Segunda Guerra Mundial y la Guerra Fría
LOS TIEMPOS DE STROESSNER Y LA TRANSICIÓN A LA DEMOCRACIA
Marcha hacia el Este y conflicto por el Salto del Guairá
Los aprovechamientos hidroeléctricos en el río Paraná
Anticomunismo y relaciones con los Estados Unidos de América
Transición democrática y avances en la integración regional
Nuevos y viejos temas de las relaciones vecinales
Los Autores
Fuentes Consultadas
PRÓLOGO
La Historia de las Relaciones Internacionales del Paraguay, es un enfoque novedoso que se presenta en este volumen XIX de la Gran Historia del Paraguay, y que indudablemente se constituye en un hito en la historiografía que se ocupa del tema en nuestro país.
La obra abarca desde la revolución de la Independencia hasta nuestros días, las relaciones que desplegó nuestro gobierno con los demás países. Se pueden observar claramente a lo largo de la misma como fueron cambiando los puntos de referencia, las preocupaciones y las necesidades del Paraguay en materia diplomática y comercial.
Los autores son reconocidos investigadores en la materia y ese conocimiento se vislumbra en cada comentario y en el análisis desplegado sobre los acontecimientos y procesos a lo largo de doscientos años de vida del estado paraguayo. Resalta la claridad de ideas con la que se abordan las cuestiones que hicieron al conflicto de la Guerra de la Triple Alianza, la Guerra del Chaco y otros.
Los autores estudian minuciosamente el complicado proceso por el cual el gobierno paraguayo buscó el reconocimiento internacional de su independencia política, así como la definición de los límites de la república, proceso que concluiría penosamente con la Guerra contra la Triple Alianza.
Tras aparentemente solucionar ese tipo de conflictos, la diplomacia paraguaya tuvo que desplegar todos sus talentos para lograr zanjar la controversia con Bolivia por la posesión del Chaco, proceso que nuevamente sería definido mediante un conflicto bélico. Posteriormente en el siguiente capítulo se investiga sobre las tratativas que concluyeron con la firma del tratado de Paz con Bolivia así mismo los autores se ocupan de estudiar las relaciones bilaterales del Paraguay con Argentina y el Brasil, al igual que la creciente cooperación estadounidense en el marco de la Guerra Fría, que marcaría definitivamente las relaciones internacionales paraguayas durante gran parte de la segunda mitad del siglo XX.
Finalmente, los autores investigan sobre la diplomacia durante el régimen de Stroessner y la transición a la Democracia, haciendo un claro énfasis en el proceso de integración regional, así como en lo que ellos denominan nuevos y viejos temas en las relaciones con los países vecinos.
Esta obra es más que relevante, y debemos agradecer a los autores por brindarnos la posibilidad de comprender algo más sobre las relaciones exteriores de nuestro país.
HERIB CABALLERO CAMPOS
INTRODUCCIÓN
Hasta comienzos del siglo XX, el estudio y la explicación de los eventos internacionales parecían satisfactorios con la aplicación de los presupuestos de la Historia Diplomática, que se centraba en analizar el papel desempeñado por los hombres de gobierno. Desde esa perspectiva, la evolución de las relaciones entre los Estados dependía, sobre todo, de las decisiones y la actividad de los jefes de Estado, sus ministros, representantes y agentes; se ponía un gran énfasis en desentrañar o exponer sus caracteres, sus habilidades o sus errores. Sin desconocer la importancia de tales presupuestos, los historiadores comprendieron, en el nuevo siglo, que no podían basarse exclusivamente en ellos. Algunos especialistas en el campo de la historiografía afirman que el cambio de historia diplomática a historia de las relaciones internacionales se produjo al concluir la Primera Guerra Mundial, cuando en Gran Bretaña y Estados Unidos se promovió la formación de instituciones científicas para el estudio de las relaciones internacionales. Habría que esperar, no obstante, hasta las décadas de 1940 y 1950 para observar la consolidación definitiva del estudio de las relaciones internacionales, lo cual no dejó de influir en los historiadores dedicados a estos temas.
La figura central de esa renovación, el historiador francés Pierre Renouvin, sostuvo que: "Para comprender la acción diplomática, hay que tratar de percibir las influencias que orientan su curso. Las condiciones geográficas, los movimientos demográficos, los intereses económicos y financieros, los rasgos de la mentalidad colectiva y las grandes corrientes sentimentales son las fuerzas profundas que han ido formando la urdimbre de las relaciones entre grupos humanos y en gran medida han determinado su carácter. El hombre de Estado no puede desentenderse de ellas al decidir o proyectar; está sometido a su influencia y ha de calibrar necesariamente los límites que imponen a su actividad". Atraídos por este horizonte conceptual -aunque los resultados en nuestro caso sean aún muy modestos- hemos redactado esta brevísima Historia de las Relaciones Internacionales del Paraguay.
Los estudios históricos sobre asuntos internacionales, analizados desde la perspectiva diplomática, tuvieron una atención destacada en el Paraguay. El interés por el proceso de la independencia, así como los antecedentes internacionales y las negociaciones posbélicas correspondientes a la Guerra contra la Triple Alianza y a la del Chaco concentraron una serie de esfuerzos meritorios. En el segundo tercio del siglo XX aparecieron documentadísimas investigaciones sobre esos procesos, como resultado del estudio de fuentes provenientes de archivos brasileños y argentinos, además del Archivo Nacional, de Asunción. Julio César Chaves publicó Historia de las relaciones entre Buenos Aires y el Paraguay; Hipólito Sánchez Quell, La diplomacia paraguaya de Mayo a Cerro Corá; R. Antonio Ramos, La independencia del Paraguay y el Imperio del Brasil, y Efraím Cardozo dejó dos importantes obras: Vísperas de la Guerra del Paraguay y El Imperio del Brasil y el Río de la Plata. Se publicaron también resúmenes o compendios dedicados a exponer distintos momentos de las relaciones internacionales del país, desde los presupuestos de la Historia Diplomática, como los textos de Historia Diplomática del Paraguay de Cecilio Báez, Luis G. Benítez y Antonio Salum Flecha.
A partir de 1989 y aun antes -cuando eran visibles los choques entre el régimen de Stroessner en su etapa terminal y el sistema internacional-, creció en el Paraguay el interés por los estudios sobre la política exterior y las relaciones internacionales. Por ejemplo, en esos momentos, el Centro Paraguayo de Estudios Sociológicos decidió ampliar sus actividades constituyendo un programa de Relaciones Internacionales y comenzó a editar "Perspectiva Internacional Paraguaya", la primera publicación periódica especializada en la materia que tuvo el país. Estos primeros esfuerzos estaban enmarcados, según sus iniciadores, por el empeño de superar lo que entonces conceptualizaban como mediterraneidad cultural, una situación que, señalaban, resultaba más preocupante, incluso, que el aislamiento geográfico o internacional, pues entendían que "al encerrarnos en nosotros mismos, se torna casi imposible la comprensión del mundo exterior y sus exigentes reglas de juego".
Estos condicionantes han influido para que, en el presente, nos planteemos nuevos horizontes en el estudio de la historia de las relaciones internacionales del Paraguay, en el que apenas hemos dado algunos pasos. Resulta urgente estudiar la importancia de la emigración paraguaya y las repercusiones que tuvo en la política exterior, la actitud de Paraguay ante el proceso de integración regional, el papel del Poder Legislativo, los partidos políticos, los medios de comunicación y la opinión pública como elementos de control e influencia en la elaboración y ejecución de la política exterior, la mentalidad colectiva de la sociedad paraguaya frente a las relaciones internacionales del Estado, entre muchas otras cuestiones.
Por todo lo que hemos referido hasta aquí, los seis capítulos que componen este libro conforman apenas un esbozo de la historia de las relaciones internacionales del Paraguay. El proyecto impulsado por el diario ABC Color y la editorial El Lector permite que podamos ofrecer los resultados firmes, aunque no definitivos, de investigaciones que venimos desarrollando desde hace no pocos años. Se trata en suma de un trabajo de síntesis, con propósitos de divulgación, en el que se omiten por eso mismo las notas o referencias en cuanto al origen de las informaciones proporcionadas, las que pueden hallarse en otros trabajos nuestros o en la bibliografía que se incluye al final.
La organización de este estudio es esencialmente cronológica: desde el proceso de la independencia, en los comienzos del siglo XIX, hasta la transición a la democracia, en la última década del siglo XX y primera del XXI. Tal criterio, "como cualquier otro, presenta ventajas y desventajas. Entre las primeras debe señalarse que ayuda a seguir, con claridad y sencillez, el itinerario de las cuestiones internacionales. Entre las segundas, quizás deba observarse que limita el uso de conceptos como los de aislamiento, diplomacia restringida o política pendular, de gran utilidad para caracterizar sucesivos momentos de la política exterior paraguaya, pero que demandarían una problematización que excede los propósitos de esta obra. Por igual motivo, no se ha hecho una distinción muy precisa o rigurosa entre relaciones internacionales, relaciones regionales, relaciones inter-regionales, región internacional o regionalismo.
Mucho más se podría decir con respecto a las tareas necesarias para impulsar los estudios históricos sobre las relaciones internacionales en el Paraguay: en cuanto a su objeto, en cuanto a su metodología, en cuanto a los temas a estudiar. Se trata sin duda de un reto importante. Pero el comienzo es la mitad de la tarea.
Con esta convicción, ponemos en manos de los lectores este libro.
EMANCIPACIÓN POLÍTICA
La independencia del Paraguay fue determinada o, en todo caso, precipitada por factores externos. Desde una dimensión regional e internacional, puede sostenerse que el movimiento independentista paraguayo cobró impulso en medio de una complejidad de factores y agentes: ante la crisis de la monarquía hispánica, fue preciso definirse contra José Bonaparte, el rey impuesto por Napoleón, y mantener fidelidad a Fernando VII, el rey depuesto, considerar las apelaciones de las juntas revolucionarias de España, las del Consejo de Regencia, las de Carlota Joaquina, prestar atención al expansionismo portugués y, sobre todo, a los movimientos de Buenos Aires. Los dirigentes paraguayos tuvieron en un momento que confrontarse con la existencia de dos grandes centros de poder con pretensiones hegemónicas, -Buenos Aires y Portugal-, y optaron por constituir un Estado independiente. La decisión no se formalizó de un día para otro, sino que fue revelándose o consolidándose con el tiempo. El Paraguay fue independiente de hecho desde 1811, y de pleno derecho desde 1813, pero sólo gestionó o buscó el reconocimiento internacional de su independencia a partir de 1842, desplegando para obtenerlo una acción diplomática que alcanzó su objetivo en 1852.
EL PARAGUAY EN LOS TIEMPOS DE LA INDEPENDENCIA
Desde la conquista hasta su emancipación política, el Paraguay formó parte del imperio colonial español. En 1810 era una intendencia dependiente del Virreinato del Río de la Plata, en la que, sobre todo durante el medio siglo anterior, se habían registrado grandes transformaciones administrativas, económicas y sociales. La creación del Virreinato rioplatense en 1776, el establecimiento posterior del régimen de Intendencias, la apertura del puerto de Buenos Aires y la eliminación de las restricciones internas al comercio, generaron en el Paraguay un crecimiento inusitado de las actividades productivas y del comercio con el exterior, que se dirigía principalmente hacia los puertos de Buenos Aires y Montevideo, por medio de la navegación de los ríos Paraguay y Paraná. No solamente se incrementó la extracción de la yerba mate, con la que hasta entonces había participado de manera preferente en el comercio regional, sino que nuevos productos, como las maderas, el tabaco y los cueros, adquirieron significación. Esto permitió que en las últimas décadas del siglo dieciocho se generalizara la circulación de moneda metálica y aumentara la oferta de productos manufacturados europeos en territorio paraguayo.
La población había pasado de los cerca de cuarenta mil habitantes que había en 1700, -en su mayoría indígenas y concentrados principalmente en torno a la ciudad de Asunción-, a más de cien mil habitantes, en su mayor proporción mestizos, que se distribuían en gran parte de la actual región oriental del país. Además de Asunción y de la Villa Rica del Espíritu Santo, las villas de Curuguaty y de Pilar en el nordeste y en el sur, contaban con cabildos. En el norte se había establecido la Villa Real de Concepción, y para contener el avance de los portugueses, y las incursiones de indígenas, se levantaron los fuertes Borbón en la margen derecha del Alto Paraguay y de San Carlos en la izquierda del río Apa. La protección militar facilitó la ocupación de las fronteras, y muchos paraguayos se aventuraron hacia el norte de la Villa Real y de Curuguaty en busca de yerbales para atender la demanda creciente de yerba mate.
Como territorio fronterizo con los dominios americanos de Portugal, el Paraguay había resistido por largo tiempo y con mucho esfuerzo los embates de fuerzas regulares
e irregulares que venían desde allí, las que fueron empujando a los pobladores paraguayos desde el este hacia el oeste, en dirección al río Paraguay. En el siglo dieciocho, España dejó de lado el Tratado de Tordesillas de 1494, y accedió a reconocer la realidad de la ocupación portuguesa en Río Grande, la alta cuenca del Paraná, Mato Grosso y la cuenca del Amazonas. En 1750 fue suscrito, en tal sentido, el Tratado de Madrid; y luego, en 1777, el Tratado de San Ildefonso, que fijaron los nuevos límites mediante accidentes geográficos, que debían ser ubicados y demarcados en territorios todavía muy poco conocidos. De todos modos, la demarcación de los límites no pudo concretarse, y la indefinición dio lugar a nuevos avances y conflictos, como los provocados por el establecimiento por los portugueses en 1778 y 1790, respectivamente, de los fuertes de Alburquerque y Coimbra sobre la margen derecha del río Paraguay, entre los grados diecinueve y veinte de latitud meridional.
No únicamente con Portugal la Provincia del Paraguay tenía en las vísperas de su independencia indefiniciones en cuanto a los límites. En el sur, los correntinos, cruzando el río Paraná hacia la margen derecha, se fueron asentando en lo que se dio en llamar las lomas o campos de Pedro González, y establecieron una guardia en Curupayty, con el ánimo de proteger a los nuevos pobladores de invasiones de los indígenas chaqueños. A pesar de las reclamaciones paraguayas contra esta ocupación y el poblamiento paulatino de la región del Ñeembucú, sólo se recuperó la posesión de esas tierras cuando se produjo la ruptura entre los gobiernos del Paraguay y de Buenos Aires, a raíz de la conformación de la junta bonaerense en mayo de 1810.
En cuanto al territorio ocupado por las antiguas reducciones jesuíticas, en 1803 se constituyó el Gobierno Militar y Político de Misiones con los pueblos que hasta entonces se hallaban divididos bajo la autoridad del Paraguay y Buenos Aires. Ese gobierno quedó agregado al mando del intendente del Paraguay en 1805, y así se encontraba, cuando se desencadenaron los hechos que dieron lugar a la emancipación paraguaya. No obstante, existía un comandante de armas de Misiones, con autoridad directa sobre el territorio misionero, que formalmente dependía del gobernador-intendente del Paraguay.
Además, otras materias interferían en las relaciones entre la provincia y la capital del virreinato. Estaba todavía latente el recuerdo de las cargas que en el pasado se impusieron a la producción paraguaya, como fue el privilegio de puerto preciso de la ciudad de Santa Fe, vigente a partir del siglo XVII para los artículos que procedían del Paraguay. Otra cuestión era la referida a los aranceles con que se gravaba en Buenos Aires la importación de yerba mate paraguaya. Estos asuntos se vieron actualizados -aunque no siempre de manera explícita- durante el proceso iniciado en 1810 y condicionaron la decisión en torno a la formalización de un nuevo pacto político entre Buenos Aires y Asunción.
DESCONOCIMIENTO DE LA JUNTA DE BUENOS AIRES
Estando así las cosas, se desencadenaron fuera del territorio del Paraguay los acontecimientos que provocaron su independencia. En 1808, el emperador de Francia forzó la transferencia del trono de España a su propia familia, manteniendo como prisionero al rey Fernando VII. Amplios sectores del pueblo español consideraron nula la abdicación, obtenida con violencia, y reafirmaron su reconocimiento al rey Fernando como legítimo soberano. Se constituyó una Junta Suprema Central para ejercer la dirección de los asuntos públicos en tanto el rey permaneciera detenido. En 1810, a raíz de la invasión francesa a Andalucía la junta Central pasó de Sevilla a Cádiz, donde poco después se estableció un Consejo de Regencia.
Los acontecimientos de la península provocaron diferentes reacciones en América. Predominó en principio la fidelidad al monarca y el rechazo al usurpador, pero se suscitó también la cuestión de por qué debían sujetarse los hispanoamericanos a autoridades como la junta Central o el Consejo de Regencia, establecidas sólo con peninsulares, y sin su intervención. La ausencia del rey produjo por tanto una situación de acefalía política, pues faltaba la autoridad suprema en la que se concentraban los vínculos constitutivos de la monarquía hispánica. Fue desarrollándose así una corriente que postulaba el derecho de los pueblos hispanoamericanos a gobernarse por sí mismos, en tanto el rey Fernando VII permaneciese en cautiverio, traducida en la formación de juntas que ejercerían con autonomía la autoridad en sus respectivos territorios. Las juntas americanas reemplazaron a las autoridades coloniales, y en general produjeron la división entre criollos y peninsulares en bandos opuestos, división que dio origen a la violencia y la revolución.
En este contexto, y ante la noticia de la huída de la junta Suprema Central de Sevilla a Cádiz, los vecinos de Buenos Aires desplazaron al virrey en mayo de 1810, y conformaron una junta Provisional Gubernativa, que pretendió asumir el gobierno del Virreinato del Río de la Plata en nombre y representación del rey Fernando VII. A poco de constituida, la nueva junta se dirigió a las ciudades, villas y autoridades del interior, anunciando su instalación y convocando a un Congreso General que debía resolver sobre el gobierno futuro de las Provincias del Plata.
En la ciudad de Asunción, el gobernador-intendente y el Cabildo de la ciudad, reacios a acatar la nueva autoridad, sometieron la comunicación de la junta a un cabildo abierto o junta general de vecinos, que se realizó en julio de 1810. A quienes concurrieron a esa reunión se les notificó, además de la noticia de la conformación de la junta de Buenos Aires, que con posterioridad se habían recibido informes sobre la legítima instalación del Consejo de Regencia. Ante esto, se resolvió reconocer y prestar juramento de fidelidad al Consejo de Regencia, mantener correspondencia y amistad con la junta bonaerense, sin reconocerle superioridad, y poner a la provincia en estado de defensa, alegando la amenaza portuguesa, pero precautelándola en realidad de la reacción de Buenos Aires.
Al conocer la decisión del cabildo abierto asunceno, la junta bonaerense dispuso el bloqueo del Paraguay y el envío de una expedición al mando de uno de sus vocales, Manuel Belgrano, con el propósito de controlar la provincia. En el ínterin destacó al capitán Juan Francisco Arias para que procediese a "contactarse con figuras prominentes del elemento criollo paraguayo" y les explicara que el verdadero fin de la junta instalada en Buenos Aires "era mantener íntegros los derechos del Rey y salvar a estos territorios de la suerte corrida por la desgraciada España. Que los jefes españoles de esa provincia preferían sujetarse a cualquier potencia extranjera antes que ver a los naturales en goce de los derechos concedidos por Dios y por el Rey". Se trató de una misión secreta, que no estaba dirigida a las autoridades del Paraguay, sino a las figuras políticas destacadas. Arias no pudo entrar en territorio paraguayo pero envió, desde la ciudad de Corrientes, sendas notas a dos notables de la provincia, José Antonio Zavala y Delgadillo y Fulgencio Yegros, ambos militares, que podían facilitar la divulgación del propósito de la junta bonaerense de convocar a un Congreso para "definir, por medio de sus diputados, si es o no útil este gobierno [el de la junta] y cuál sea el legítimo sistema que deba ser adoptado".
Poco después, y habiendo resuelto ya la expedición militar de Belgrano, la junta porteña comisionó al abogado paraguayo Juan Francisco Agüero, en setiembre de 1810, con el objetivo de trabajar el ánimo de la provincia para provocar un levantamiento que facilitase la tarea de Belgrano. Sus instrucciones precisaban que debía explicar y recomendar a sus paisanos "las ventajas de nuestra unión y los males a que el Paraguay quedará expuesto, si continúa dividido, pues aislado y sin comercio sufrirá una ruina sin otro término que caer en la dominación de los portugueses que se aprovecharán de su indefensión". Agüero no logró la adhesión del Paraguay, apenas llegó a Asunción fue detenido y así permaneció hasta la noche del 14 de mayo de 1811 en que sería liberado.
De igual manera, la junta de Buenos Aires intentó el sometimiento del Alto Perú y la Banda Oriental, donde surgieron resistencias a su autoridad. El gobernador del Paraguay, por su parte, aceleró los aprestos militares. Se suspendió el tráfico fluvial y se ocuparon los pasos del Paraná, con lo que el Paraguay recuperó la posesión de las lomas de Pedro González. En contrapartida, no se pudo retener más que en parte el territorio de Misiones, porque el comandante de armas del mismo, se adhirió a la revolución, disponiendo la junta Gubernativa, en setiembre de 1810, que ese territorio saliese de la jurisdicción del Paraguay, y pasara a depender de Buenos Aires.
La expedición comandada por Belgrano cruzó el Paraná en diciembre de 1810. En enero siguiente fue vencida en las proximidades de Paraguarí y obligada a retroceder hasta el río Tacuarí, en el sur, donde se libró la batalla decisiva en marzo de 1811. Derrotadas las fuerzas de Buenos Aires, los paraguayos les concedieron honrosa capitulación, y los antiguos adversarios confraternizaron amistosamente. La fuga del gobernador en los primeros momentos de la batalla de Paraguarí, los contactos entre la oficialidad y las tropas de ambos ejércitos con posterioridad a esa batalla, y los mensajes transmitidos con habilidad por Belgrano acerca de las intenciones de la junta bonaerense, permitieron que los combatientes paraguayos, en su mayor parte criollos, comprendiesen mejor el momento político por el que atravesaba el antiguo virreinato.
Probablemente comenzó a tomar cuerpo desde entonces la decisión de los oficiales que triunfaron en Paraguarí y Tacuarí de reemplazar a las autoridades españolas por un gobierno integrado con paraguayos. El gobernador-intendente de la Provincia, Bernardo de Velasco, apoyado e impulsado por los miembros del Cabildo de Asunción, buscó entonces evitar los contactos y contrarrestar las amenazas de la junta de Buenos Aires. En abril de 1811 se ocupó el puerto de Corrientes, con ese propósito y con el de facilitar las comunicaciones con Montevideo, donde se había instalado el nuevo virrey designado por el Consejo de Regencia.
Se procuró por otra parte el auxilio de los portugueses, dispuestos por su propio interés a apoyar a los españolistas del Plata. Hay que señalar en este sentido, que el Príncipe Regente de Portugal, junto con su esposa Carlota Joaquina de Borbón, hermana de Fernando VII, y su corte, se habían trasladado a América y establecido en 1808 en Río de Janeiro, a raíz de la invasión de su territorio continental por fuerzas militares francesas. Tal circunstancia, permitió que cobrase fuerza la idea de que la princesa Carlota Joaquina pudiese asumir la corona hispánica, y afirmar su autoridad sobre las colonias de América.
Ya en las primeras semanas de 1811 el gobernador Velasco había solicitado la cooperación de Portugal para evitar que las fuerzas de Belgrano apostadas en las orillas del Tacuarí recibiesen refuerzos. La ayuda no pudo concretarse, pero los contactos continuaron. En mayo de 1811 llegó a Asunción un emisario del Capitán General de Río Grande del Sur, el teniente Diego de Abreu, con instrucciones de concertar las condiciones para que tropas paraguayas se sumasen a las de Portugal a fin de accionar conjuntamente en Misiones y la Banda Oriental. La ayuda solicitada a los portugueses, pasaría así a constituirse en una alianza del Paraguay con Portugal o, más propiamente, en el sometimiento del Paraguay a Portugal. El Cabildo de Asunción y la alta burocracia provincial anunciaron que se impartirían instrucciones al comandante de las fuerzas paraguayas de la frontera para que obedeciera y siguiera las órdenes del Capitán General de Río Grande. Pero en vísperas de la partida del teniente Abreu, se desencadenaron los hechos que condujeron a la independencia del Paraguay.
EL MOVIMIENTO DE MAYO Y EL CONGRESO DE JUNIO DE 1811
El acuerdo con Portugal fue pues, si no la causa determinante, el justificativo principal de quienes se levantaron en la noche del 14 al 15 de mayo de 1811. En la intimación que el capitán Pedro Juan Cavallero, jefe de los sublevados, remitió el día 15 al gobernador Velasco, se dejó constancia de que: "En atención a que la Provincia está cierta de que habiéndola defendido a costa de su sangre, de sus vidas y de sus haberes del enemigo que le atacó, ahora se va a entregar a una Potencia Extranjera, que no la defendió con el más pequeño auxilio, que es la Potencia Portuguesa, este Cuartel, de acuerdo con los Oficiales Patricios, y demás soldados, no puede menos que defenderla con los mayores esfuerzos". En realidad, desde tiempo atrás venía preparándose la sublevación, que obedecía a causas y motivaciones más profundas, y que debió adelantarse ante la inminente partida del teniente Abreu.
Los sublevados demandaron al gobernador, entre otras cosas, que ejerciera el gobierno asociado con dos diputados del Cuartel, hasta tanto llegasen "los demás oficiales de Plana Mayor" de la provincia, en cuyo momento se trataría y establecería "la forma y modo de gobierno". Después de las incidencias conocidas, el gobernador accedió a los requerimientos de los revolucionarios, y el 16 de mayo los revolucionarios indicaron como sus diputados a José Gaspar de Francia y Juan Valeriano de Zevallos, con quienes Velasco debía disponer las providencias de gobierno, "en la inteligencia de que este régimen deberá ser puramente interino hasta tanto que este Cuartel en unión con los demás vecinos de esta Provincia arregle la forma de gobierno".
Las nuevas autoridades asumieron sus funciones el mismo 16 de mayo, y con el gobernador Velasco emitieron al día siguiente un bando por el que comunicaron su instalación y declararon que ejercerían el gobierno provincial hasta que los vecinos de la provincia estableciesen "el régimen y forma de gobierno que debe permanecer y observarse en lo sucesivo". Desmintieron por otra parte que el gobierno así constituido y los oficiales sublevados tuvieran el propósito de "entregar o dejar esta provincia al mando, autoridad o disposición de la de Buenos Aires, ni de otra alguna y mucho menos el sujetarla a ninguna potencia extraña"; pretendían en cambio "sostener y conservar los fueros, libertad y dignidad" de la provincia, "reconociendo siempre al desgraciado Soberano [Fernando VII] bajo cuyos auspicios vivimos, uniendo y confederándose con la misma ciudad de Buenos Aires para la defensa común y para procurar la felicidad de ambas provincias y las demás del continente bajo un sistema de mutua unión, amistad y conformidad, cuya base sea la igualdad de derechos". Poco después, permitieron el retorno del teniente Abreu, llevando seguridades de que la Provincia del Paraguay deseaba mantener buenas relaciones con Portugal.
En pocas palabras, sin desconocer aún la autoridad del monarca cautivo, los paraguayos decidieron asegurar sus fueros, libertad y dignidad frente a Buenos Aires y Portugal. Desde los primeros momentos, quienes lideraron el movimiento de mayo de 1811 dejaron en claro que no tenían el propósito de someter la provincia a autoridades foráneas, optando en todo caso por constituir una confederación, como "sistema de mutua unión, amistad y conformidad, cuya base sea la igualdad de derechos".
El 28 de mayo siguiente, el gobernador y sus m asociados convocaron a la junta general. Antes de su reunión, la posición política que se estaba configurando en el Paraguay fue transmitida indirectamente a Buenos Aires. Si en el bando del 17 de mayo se enunció la idea de la confederación como base de unión con las demás provincias, el que se dictó el 30 de mayo para comunicar la evacuación de Corrientes, incluyó otro principio que se convertiría en un eje fundamental de la política exterior del Paraguay en los años subsiguientes, como era el de la no injerencia en las cuestiones internas de las otras provincias. Después de reiterar el propósito del gobierno paraguayo de "conservar la tranquilidad interior y la paz, unión y buena armonía con la ciudad de Buenos Aires y las demás del continente, siempre que pueda efectuarse de un modo digno y compatible con el decoro y libertad de esta antigua, vasta y respetable provincia de la Asunción", se declaraba lo siguiente: "así como [la provincia del Paraguay] no se entromete, ni se entrometerá jamás en el régimen interior de otras provincias, en la forma de su gobierno, o administración, en la provisión de sus cargos, ni menos en disponer de su debilidad o de sus fuerzas, tampoco consentirá que sin la asistencia, influjo o cooperación de sus representantes legítimos y sin la precisa igualdad de derechos, por las miras mal entendidas del interés común o solamente por la prepotencia y ambición o tomando ocasión de las convulsiones de una anarquía, [se] intente someterla, disponer de su suerte o hacerse el árbitro de su felicidad, despojándola anticipadamente de la verdadera libertad civil".
Con estos preliminares, y previa suspensión en el cargo y apresamiento del gobernador Velasco por considerarse demostrada su connivencia con los portugueses, se realizó la junta General o Congreso de junio de 1811. Tenía más las características de un Cabildo abierto que las de un Congreso representativo. Sus más de 250 miembros habían sido invitados por el gobierno, con excepción de seis diputados que representaban a las principales villas y poblaciones del interior. El Congreso aprobó por amplia mayoría la creación de una Junta Superior Gubernativa, presidida por Fulgencio Yegros e integrada con cuatro vocales. Pese a que de esta manera se estableció un gobierno propio y autónomo, constituyéndose el Paraguay de hecho en Estado independiente, se continuó invocando la fidelidad a Fernando VII, de manera puramente formularia. El Congreso de 1811 adoptó además otras decisiones que definían la política internacional a ser observada por la nueva junta Gubernativa. En primer lugar, se decidió que la provincia "no sólo tenga amistad, buena armonía y correspondencia con la ciudad de Buenos Aires y demás provincias confederadas, sino también se una con ellas para el efecto de formar una sociedad fundada en principios de justicia, equidad y de igualdad". El Paraguay reclamaría el libre comercio, la supresión del estanco de tabaco, y participaría del Congreso General, con la salvedad de que cualquier reglamento o Constitución adoptado por el mismo, sólo le obligaría después de ser aprobado por una junta plena y general de sus habitantes y moradores. Entre tanto, se gobernaría por sí mismo, "sin que la Excelentísima Junta de Buenos Aires pueda disponer o ejercer jurisdicción sobre su forma de gobierno, régimen, administración ni otra alguna causa correspondiente a esta misma provincia". Se suspendía finalmente "todo reconocimiento de las Cortes, Consejo de Regencia y toda otra representación de la autoridad suprema o superior de la nación en estas provincias hasta la suprema decisión del Congreso General que se halla próximo a celebrarse en Buenos Aires".
ACUERDO CON BUENOS AIRES
La primera comunicación del gobierno paraguayo a la junta de Buenos Aires desde los hechos del 14 y 15 de mayo fue despachada con fecha 20 de julio de 1811. En la nota, las autoridades paraguayas explicaron antes que nada los fundamentos de su constitución, señalando cuanto sigue: "No es dudable que abolida o deshecha la representación del Poder Supremo recae éste o queda refundido naturalmente en toda la Nación. Cada pueblo se considera entonces en cierto modo participante del atributo de la soberanía y aun los ministros públicos han menester su consentimiento o libre conformidad para el ejercicio de sus facultades. De este principio [...] se deduce ciertamente que reasumiendo los pueblos sus derechos primitivos, se hallan todos en igual caso y que igualmente corresponde a todos velar sobre su propia conservación". Tras referirse a los antecedentes y desarrollo del movimiento de mayo y el Congreso de junio, en la nota se consignaba que: "Este ha sido el modo como ella [la provincia] por sí misma y a esfuerzos de su propia resolución se ha constituido en libertad y en el pleno goce de sus derechos, pero se engañaría cualquiera que llegase a imaginar que su intención había sido entregarse al arbitrio ajeno y hacer dependiente su suerte de otra voluntad. En tal caso, nada más habría adelantado, ni reportado otro fruto de su sacrificio, que el cambiar unas cadenas por otras y mudar de amo". Pero la junta, en consonancia con lo resuelto por el Congreso, anunciaba la decisión de unirse con Buenos Aires y las demás ciudades en confederación, "no sólo para conservar una recíproca amistad, buena armonía, comercio y correspondencia, sino también para formar una sociedad fundada en principios de justicia, de equidad y de igualdad". Se transmitieron igualmente las demás resoluciones que guardaban relación con Buenos Aires, inclusive la de que hasta tanto se aprobara en junta plena lo resuelto por el Congreso General de las Provincias del Plata, el Paraguay se gobernaría por sí mismo, sin injerencia alguna de la junta bonaerense.
Se ha pretendido ver en la propuesta de confederación tan solo un recurso utilizado por el Paraguay para reafirmar internamente su independencia, sin romper con Buenos Aires, dada la significación que tenía el comercio con ese puerto, y la expectativa abierta por las promesas de que sería enteramente libre en lo sucesivo. Pero si bien la evolución de los acontecimientos parecería demostrar que efectivamente la opción paraguaya por la confederación no era sincera, no puede dejar de recordarse que justamente en los meses que siguieron a la revolución del Paraguay el centralismo de Buenos Aires -particularmente durante la gestión del Triunvirato, el órgano ejecutivo que reemplazó a partir de 1811 a la Junta de Gobierno y a la llamada junta Grande- se haría sentir con mayor intensidad, destruyendo prácticamente cualquier ilusión en cuanto a relaciones equitativas.
Sea lo que fuere, la revolución paraguaya se produjo en momentos adversos para la autoridad bonaerense tanto en el Alto Perú como en la Banda Oriental, y esto facilitó el reconocimiento precario de la situación creada en el Paraguay. El gobierno de Buenos Aires no acompañaba la idea de la confederación, pero encontraba en la apertura del gobierno paraguayo una oportunidad para asegurar su neutralidad e incluso su apoyo en las apuradas circunstancias por las que pasaba. Antes de recibir la nota del 20 de julio, pero quizás conociendo los bandos de mayo y la reunión del Congreso, despachó hacia el Paraguay en misión especial a Manuel Belgrano y Vicente Anastasio Echevarría, quienes debían abogar por la subordinación de los paraguayos a Buenos Aires, en aras del interés común. Se les autorizó empero a dejar de lado ese objetivo en caso de no poder alcanzarlo, y simplemente "unir ambos Gobiernos bajo un sistema ofensivo y defensivo contra todo enemigo que intentase atacar los respectivos territorios".
La junta paraguaya sólo permitió el arribo de Belgrano y Echevarría luego de recibir la respuesta de la junta de Buenos Aires a la nota del 20 de julio. Tal respuesta tenía fecha de 28 de agosto y estaba redactada en términos satisfactorios, pues expresaba que: "si es la voluntad decidida de esa Provincia [del Paraguay] gobernarse por sí y con independencia del Gobierno provisional, no nos opondremos a ello, con tal que estemos unidos y obremos de absoluta conformidad para defendernos de cualesquier agresión exterior". Desde luego, el reconocimiento de la independencia era limitado, pues se subordinaba a lo que resolviese el Congreso General.
En ese marco, la Junta Superior Gubernativa del Paraguay y los comisionados de Buenos Aires negociaron un tratado, que fue suscrito el 12 de octubre de 1811. Por el mismo, el Paraguay reafirmó su independencia y la posesión de territorios disputados, comprometiéndose en contrapartida a una problemática alianza, concebida en términos tan ambiguos que nunca llegó a cumplirse y sí a provocar desinteligencias entre las partes. En el tratado se determinó que el gobierno de Buenos Aires, de conformidad con su contestación del 28 de agosto, se allanaba a la independencia paraguaya y no pondría reparo al cumplimiento y ejecución de las resoluciones del Congreso de junio de 1811. Se estipuló también la extinción del estanco del tabaco, el pago en Asunción y no en Buenos Aires de la sisa y arbitrio por la yerba exportada, la cancelación de los impuestos al comercio en el lugar de la venta y la posibilidad de que Buenos Aires pudiera gravar en forma moderada la importación de los productos paraguayos. La alianza entre el Paraguay y Buenos Aires se acordó de la manera siguiente: "deseando ambas partes contratantes estrechar más y más los vínculos y empeños que unen y deben unir ambas provincias en una federación y alianza indisoluble, se obliga cada una por la suya no sólo a conservar y cultivar una sincera, sólida y perpetua amistad sino también de auxiliarse y cooperar mutua y eficazmente con todo género de auxilios según permitan las circunstancias de cada una, toda vez que los demande el sagrado fin de aniquilar y destruir cualesquier enemigo que intente oponerse a los progresos de nuestra justa causa y común libertad". En cuanto a los límites, se dejó al Paraguay en posesión del partido de Pedro González y del departamento de Candelaria, hasta tanto el Congreso General determinase "la demarcación fija de ambas provincias". De esta forma, el territorio misionero quedó dividido: los departamentos de Santiago y Candelaria permanecieron bajo la jurisdicción del Paraguay, y los de Yapeyú y Concepción, bajo la de Buenos Aires. El departamento de Candelaria comprendía tres pueblos en la margen derecha del Paraná y cinco en la margen izquierda del mismo río.
El tratado de 1811 empero sólo constituyó un paréntesis en los conflictos entre el Paraguay y Buenos Aires. La solicitud de auxilios para la adquisición de armas y municiones formulada por el gobierno paraguayo no fue atendida. El Paraguay tampoco accedió al requerimiento de tropas hecho por Buenos Aires, amparándose en la amenaza portuguesa contra su territorio. Serios incidentes se sucedieron durante el primer año de vigencia del tratado. El más importante de ellos fue provocado por la fijación en Buenos Aires de un impuesto al tabaco, que se aplicaría también al procedente del Paraguay, en violación de lo estipulado en 1811. La alianza, en consecuencia, no pudo consolidarse, y Buenos Aires comenzó a tomar medidas para presionar al Paraguay por medio de trabas a su comercio.
LA PROCLAMACIÓN DE LA REPÚBLICA EN 1813
En el segundo semestre de 1812, el Paraguay era la única provincia del Plata que practicaba de hecho la independencia absoluta. Así estaban las cosas, cuando el gobierno de Buenos Aires hizo pública la decisión de convocar una Asamblea General Constituyente de las Provincias Unidas del Río de la Plata. Fundándose en que la representación debía ser lo más completa posible para un Congreso de "tan alto carácter e importancia", invitaba a los vecinos libres y patriotas a elegir diputados. Según lo dispuesto, en su calidad de capital de provincia, a Asunción le correspondía elegir y enviar dos diputados.
Paralelamente a la llegada del llamamiento para la Asamblea, el estado de las relaciones entre Asunción y Buenos Aires, por las referidas cuestiones de auxilios y las medidas coercitivas impuestas al comercio paraguayo, se tensó aún más. La junta Gubernativa resolvió, entonces, no disponer el envío de diputados y asumir una actitud de expectativa. Estas circunstancias determinaron que, en los primeros meses de 1813, Buenos Aires acreditase una misión a cargo de Nicolás de Herrera. Se le instruyó que debía "expresar al gobierno paraguayo los sentimientos amistosos del gobierno de las Provincias Unidas y reiterar su firme adhesión a los principios y convenios que unen a los dos países", así como "persuadir de la necesidad y conveniencia del nombramiento de diputados a la asamblea que se halla funcionando [...], exponer las ventajas del vínculo de anexión, objeto preferente de la misión y tocar los resortes necesarios para determinar el envío de diputados". En el caso de que Paraguay se negase a esto último, Herrera debía promover el nombramiento de un plenipotenciario con quien se negociaría en Buenos Aires.
Una vez presentadas las credenciales y expuestos los objetos de su misión, la junta acordó dejar al arbitrio y deliberación de la provincia la determinación de enviar o no diputados a la Asamblea General de Buenos Aires. Para ello convocó a un nuevo congreso que abrió sus sesiones el 30 de setiembre y al que asistieron, según consta en el bando correspondiente, mil diputados. En el transcurso de las deliberaciones se resolvió la redacción de un proyecto de Reglamento gubernamental, que fue aprobado el 12 de octubre. Compuesto de 17 artículos, en el primero se establecía "no enviar ahora diputados de esta provincia a la Asamblea formada en Buenos Aires". Asimismo, se dejaba investidos del gobierno a dos cónsules, "que se denominarán de la República del Paraguay", recayendo tal designación en las personas de Fulgencio Yegros y José Gaspar Rodríguez de Francia. Se establecía, asimismo, en el artículo decimocuarto, "como ley fundamental y disposición general, perpetua e invariable, que en lo venidero se celebrará anualmente un Congreso General de la Provincia [... para] tratar como pueblo libre y soberano lo más conducente a la felicidad general, a mejorar su gobierno si fuese necesario, y a ocurrir a cualquier abuso que pueda producirse".
Este Reglamento de Gobierno fue el primer instrumento adoptado como Ley Fundamental del Paraguay. Quedó así proclamada la República, la primera de Sudamérica, y se creó un nuevo sistema de gobierno. Surgió, de pleno derecho, el Estado Paraguayo y se rompió todo lazo con España y con Buenos Aires.
Conocidas las resoluciones del Congreso, Nicolás de Herrera reiteró, en una serie de conferencias mantenidas con el cónsul Francia antes de dar por concluida su misión, la conveniencia de un nuevo tratado de alianza y comercio que asegurase las relaciones amistosas entre el Paraguay y las Provincias Unidas. Sin embargo, no fue posible avanzar en tal sentido y Herrera retornó a Buenos Aires con las manos vacías: sin diputados, sin alianza y sin auxilios.
Si se mira con atención la documentación reproducida en este relato, al desencadenarse los acontecimientos en 1810 los líderes paraguayos, al igual que otros dirigentes regionales, comenzaron por demandar igualdad más que independencia. Buscaron, en esos primeros momentos, la autonomía más que la separación, y se mostraron permeables a una unión política con las demás provincias del Río de la Plata; de hecho, ofrecieron la alternativa de la confederación. Sólo después, cuando sus demandas de autonomía y de igualdad fueron rehusadas, el Paraguay optó abiertamente por la emancipación política.
DICTADURA DEL DOCTOR FRANCIA Y AISLAMIENTO INTERNACIONAL
Al breve gobierno de los cónsules Fulgencio Yegros y José Gaspar Rodríguez de Francia, sucedió la larga dictadura del segundo, que se extendió de 1814 a 1840. Las diferencias con el gobierno de Buenos Aires y su creciente hostilidad hacia la República del Paraguay, así como la inestabilidad generada por las luchas armadas en el litoral paranaense, que ponían en riesgo las operaciones mercantiles por las continuas intervenciones y vejámenes a la navegación fluvial, determinaron la reducción significativa del comercio del Paraguay con el exterior y una interrupción casi completa de los contactos formales con otros gobiernos. Se interrumpió también el comercio con los portugueses de Mato Grosso por el norte, y el antiguo Fuerte Borbón, transformado en Fuerte Olimpo, se constituyó en la última frontera del país en el Alto Paraguay.
El aislamiento se impuso, gradualmente, ante las amenazas externas y, en palabras del dictador Francia, para no tolerar trabas arbitrarias de "impuestos, registro, puerto preciso, derecho de tránsito u otra cualquier invención semejante sugerida por el espíritu de piratería y depredación que escandalosa y desaforadamente se ha querido introducir y acostumbrar". Se acomodaba, de todos modos, perfectamente al sistema de gobierno y los objetivos políticos del doctor Francia, centrados en "conservar la paz, la quietud y la tranquilidad interior y exterior", al igual que la independencia del país.
En realidad el aislamiento nunca fue total; el dictador Francia buscó armonizarlo con relaciones comerciales que permitieran satisfacer las necesidades mínimas del Paraguay. Así se pudo adquirir lo que necesitaba el país, como armas, textiles y metalurgia, pagando lo comprado en especie, principalmente con yerba mate, tabaco y cueros. Sólo una pequeña proporción de la yerba y el tabaco existentes se colocaba de esta manera, y la declinación de las exportaciones produjo un estancamiento muy notorio de las actividades económicas. El comercio quedó subordinado a objetivos políticos, y debía necesariamente atender en forma prioritaria los intereses del Estado.
Restringido, y prohibido después, el arribo de buques extranjeros hasta el puerto de Asunción, y limitadas a casos muy excepcionales las licencias para que embarcaciones paraguayas salieran del país, el dictador permitió en forma intermitente que comerciantes correntinos llegasen hasta el puerto de la Villa del Pilar. Se desarrolló por allí durante las décadas de 1820 y 1830 un intercambio mercantil modesto e irregular. Desde Corrientes, los productos del Paraguay eran reexportados hacia otros puertos del litoral y sobre todo a Buenos Aires.
En la década de 1820 se habilitó también el pueblo de indios de Itapúa, sobre el río Paraná para el comercio con el exterior. Si Pilar estaba preferentemente destinada al comercio con correntinos, Itapúa (la actual Encarnación) lo estaba para comerciantes que venían del Brasil, lo cual no significaba que los productos paraguayos adquiridos allí fueran destinados necesariamente al mercado brasileño, pues en gran medida se dirigían hacia los del Plata. Para trasladarse hasta Itapúa, los mercaderes debían atravesar el territorio de las antiguas Misiones jesuíticas, entre los ríos Uruguay y Paraná, desde San Borja, en Río Grande del Sur. En los años anteriores esas tierras habían sido asoladas por los tenientes de José Artigas, por fuerzas militares provenientes del Brasil y por bandidos; pero a finales de 1821, tropas paraguayas volvieron a ocupar la margen derecha del Paraná, de donde habían sido desalojadas en 1815, y se hicieron fuertes en el territorio misionero, estableciendo guardias hacia el oeste, en San Miguel y la Tranquera de Loreto, para controlar e impedir el paso de los correntinos. El dictador Francia alegó los derechos del Paraguay sobre ese territorio hasta el río Uruguay, reclamado igualmente por la Provincia de Corrientes. En la década de 1830, el Paraguay construyó un recinto amurallado frente a Itapúa, en la margen izquierda del Paraná, antigua rinconada de animales durante la época de los jesuitas, que se conoció como Campamento de San José de la Rinconada o Trinchera de los Paraguayos, y que guardaba el cruce del río.
En Itapúa operó durante muchos años un comercio permanente, pero de poca monta, por las condiciones impuestas por el dictador y las dificultades derivadas de las largas distancias que había que recorrer. El trayecto entre la Trinchera de los Paraguayos y el puesto de Hormiguero, por donde se cruzaba el río Uruguay hasta San Borja, se efectuaba mediante caravanas de carretas, escoltadas a veces por fuerzas militares paraguayas, con el objeto de evitar que sean atacadas por bandoleros. De San Borja, la carga se despachaba principalmente a Porto Alegre o Montevideo, a través del puerto del Salto Oriental. La ruta terrestre era más costosa y peligrosa que la fluvial, y esto incrementaba en mucho los precios de los productos transportados por esa vía.
No cualquier paraguayo podía llegar hasta Itapúa para comerciar con los brasileños. Era necesaria una licencia o autorización del dictador, que en principio sólo se acordaba a los propios productores para comerciar la yerba y el tabaco cultivados por ellos mismos, en cantidades por lo general menores a las disponibles.
Si bien existió durante esos años un comercio mezquino con el exterior, la salida de paraguayos al extranjero se volvió prácticamente imposible. La correspondencia con el exterior fue suprimida, y las relaciones oficiales con otros países se redujeron a su mínima expresión. El Paraguay se mantuvo irreductiblemente neutral y prescindente en los conflictos y disputas que se sucedían en la región.
Las comunicaciones con el gobierno de Buenos Aires se interrumpieron por completo. Con el Brasil, se dieron algunos contactos. A mediados de la década de 1820, el Imperio envió un cónsul y agente comercial al Paraguay, con la finalidad de evitar cualquier entendimiento entre los gobiernos de Asunción y Buenos Aires, que amenazaba en esos momentos la posesión brasileña en la Banda Oriental, incorporada al Imperio como Provincia Cisplatina. El agente, Antonio Manuel Correa da Cámara, pudo llegar hasta Asunción en 1825 y fue recibido por el doctor Francia, quien le formuló diversos reclamos. Partió luego con el compromiso de obtener satisfacciones y ventajas para el Paraguay. Pero como regresó sin nada, debió permanecer casi dos años en Itapúa, sin obtener autorización para proseguir su viaje hasta Asunción. Finalmente, se le informó que el gobierno paraguayo consideraba inoportuna su misión, pues sus actos "no manifestaban sinceridad y buena fe". Tras el acuerdo entre el Imperio y las Provincias Unidas del Río de la Plata, y la independencia uruguaya, el interés brasileño en cultivar relaciones con el Paraguay disminuyó, sin perjuicio del comercio que se desarrollaba entre San Borja e Itapúa.
Al concluir el gobierno del doctor Francia, la emancipación del Paraguay no había sido reconocida formalmente por otros Estados, pero se había consolidado firmemente en el interior del país. Existía la conciencia de que se lo gobernaba desde Asunción, por funcionarios nacidos en el territorio de la República; y pese a que los límites territoriales no estaban definidos, sí lo estaban las zonas de frontera, donde los contactos con el exterior se efectuaban sólo con consentimiento del gobierno.
GUERRA Y POSGUERRA DEL CHACO
En la década de 1920, la controversia con Bolivia por el Chaco Boreal se complicó aún más, con motivo de la progresiva ocupación militar del territorio en disputa. Los continuos choques entre patrullas y posiciones avanzadas fueron desgastando las relaciones bilaterales, y produjeron incidentes y rupturas. La opinión pública de los dos países reclamó repetidamente soluciones de fuerza que limpiasen el honor nacional ultrajado, y pusieran fin a lo que se calificaba como intransigencia del adversario para reconocer las pretensiones íntegras de cada país. Se intensificaron los preparativos militares. La guerra se consideró inevitable y estalló finalmente en 1932. Fue una nueva sangría para el Paraguay, que estaba rehabilitándose tras el desastre de la anterior conflagración. Las hostilidades sólo pudieron detenerse en 1935, y en 1938 se suscribió el tratado de paz y límites que puso término a la larga controversia. La diplomacia paraguaya, libre de esa preocupación, se ocupó preferentemente después de la guerra de asegurar condiciones más ventajosas para su comercio exterior y su desarrollo económico.
FRICCIONES E INCIDENTES PREVIOS A LA GUERRA
En la década de 1920 las fuerzas del Paraguay y de Bolivia avanzaron sus posiciones militares hasta encontrarse en el interior del Chaco Boreal. En 1921, el Paraguay despachó expediciones y estableció el fortín General Delgado, en la zona del Pilcomayo, al norte de Bruguez y al sur del Estero Patiño. Bolivia reclamó, y el gobierno de Asunción consiguió con tal motivo reforzar su posición sobre las líneas del statu quo, señalando "que los piquetes paraguayos sobre el Estero Patiño [...] habían sido destacados para policiar posiciones de tiempo atrás ocupadas por el Paraguay, más de cincuenta leguas acá de la zona delimitada como litigiosa por el protocolo [de 1907]". De todos modos, la guerra civil de 1922 y 1923 determinó que se retiraran las guarniciones de los fortines Bruguez y Delgado. Tras concluir la rebelión, en 1924, se tuvo conocimiento de que las fuerzas bolivianas, que hasta pocos meses antes se habían mantenido en la margen izquierda del Pilcomayo al norte del Estero Patiño, estaban ya muy adentro del territorio chaqueño aproximándose hacia el río Paraguay.
En efecto, en 1922 el presidente Bautista Saavedra dispuso el establecimiento de nuevos fortines hacia el este del Pilcomayo. Se fundaron los fortines Muñoz y Saavedra,
así como un puesto de vigilancia en Agua Rica. Después, el avance siguió hacia el norte levantándose los fortines Alihuata y Arce y los puestos adelantados Castillo y Yucra. La constatación de esta nueva realidad sorprendió al gobierno paraguayo a poco de concluida la guerra civil. La reacción comenzó a esbozarse durante la presidencia provisoria del doctor Luis A. Riart, pero se concretó firmemente durante el mandato de Eligio Ayala entre 1924 y 1928. El presidente Ayala describió la situación encontrada y la decisión consiguiente, en estos términos: "Mientras el pueblo paraguayo otra vez más se desgarraba a sí mismo, las fuerzas militares bolivianas usurpaban las tierras que habían quedado desamparadas de nuestra parte. El gobierno del Paraguay que surgió de entre los escombros dejados por la sedición se encontró con este drama [...]. Al cabo de muchos días de opinar incesante y continuo, el gobierno optó por esta decisión fundamental: ocupar el Chaco, urgentemente, y entre tanto formar el ejército, y adquirir el material indispensable para la defensa del territorio contra el evento de una agresión''.
El plan se cumplió sin aspavientos, con la mayor reserva posible. Gran parte de los ingresos y ahorros presupuestarios fueron destinados a la adquisición de armamentos y elementos militares, y a la organización de las instituciones castrenses. Se fue jalonando el interior del territorio chaqueño con pequeñas guarniciones militares, los fortines, que subsistían en precarias condiciones, en muchos casos muy cerca de los fortines bolivianos. En la segunda mitad de la década de 1920 comenzó a implementarse también uno de los mayores esfuerzos de colonización del interior del territorio chaqueño, con los mennonitas, bajo el amparo de una ley sancionada en el año 1921. Para la adquisición de armas y elementos militares el gobierno del presidente Ayala, animado del propósito de mantener el secreto, recurrió a la colaboración del gobierno argentino. Se acordó que el del Paraguay indicaría la clase y cantidad de armas que deseaba adquirir y el de Argentina dispondría que la Comisión Técnica de Adquisiciones que tenía en Europa, aconsejara los sistemas y métodos más ventajosos. Esta gestión pretendía también reforzar el "apoyo moral" del gobierno de Buenos Aires, para el caso de que el enfrentamiento en el Chaco se desencadenase antes de la llegada de los armamentos contratados.
Eusebio Ayala, quien se desempeñaba como ministro plenipotenciario en Estados Unidos, recibió el encargo de trasladarse a Europa para formalizar los primeros contratos. Sin embargo, resultó necesario que algún jefe militar paraguayo se hiciese cargo de estas gestiones. El presidente Eligio Ayala confió tal misión al general Manlio Schenoni, dando así por primera vez intervención a los militares paraguayos en el asunto. Explicó en tal sentido: "Algún choque [de los bolivianos] con nuestras posiciones podría producirse de un momento a otro. Guardábamos el secreto de estas gestiones a nuestros amigos más íntimos; los jefes y oficiales del ejército no sabían nada de ellas, y mientras de Europa no nos llegaban más que las informaciones de las dificultades, de los entorpecimientos y de los retardos de la adquisición, éramos acusados por todo el mundo, el ejército también, de indolentes, de traidores a nuestros deberes públicos. No será posible nunca traducir las torturas morales que padecíamos, en esos trances''.
El primer incidente serio provocado por la proximidad de las guarniciones militares se produjo en 1927, cuando fuerzas bolivianas detuvieron y dieron muerte al teniente paraguayo Adolfo Rojas Silva, en las proximidades del fortín Sorpresa. El incidente impulsó la reactivación de las negociaciones diplomáticas. Aceptados los buenos oficios que el gobierno argentino tenía ofrecidos desde 1924, en virtud de un protocolo suscrito en Buenos Aires en abril de 1927 por el diputado y ex ministro paraguayo en Bolivia Lisandro Díaz León y el canciller boliviano Alberto Gutiérrez, se realizaron en Buenos Aires conferencias entre delegados del Paraguay y Bolivia en los años 1927 y 1928. La delegación del Paraguay planteó como cuestión previa el restablecimiento del statu quo de 1907, pero la delegación boliviana rechazó la interpretación paraguaya en cuanto a los alcances y la vigencia de dicho statu quo. El sometimiento de la cuestión principal a un arbitraje de derecho tampoco pudo prosperar. El gobierno argentino propuso entonces el retiro por ambos países de los fortines más próximos y el establecimiento de una zona desmilitarizada, a fin de evitar choques en el territorio en disputa. Las delegaciones no pudieron ponerse de acuerdo en torno a esta propuesta y las conferencias se suspendieron sin resultado alguno.
En diciembre de 1928 tropas paraguayas atacaron y destruyeron el fortín boliviano Vanguardia establecido poco antes al norte de Bahía Negra. El incidente motivó la ruptura de relaciones diplomáticas; fuerzas militares de Bolivia, después de intentar sin éxito la toma del fortín paraguayo Galpón, -el más próximo a Vanguardia-, ocupó y retuvo el fortín Boquerón, en el interior del Chaco, a título de represalias. Los dos gobiernos, conscientes de que no estaban aún en condiciones de afrontar una guerra, sometieron el incidente a una Comisión de Investigación y Conciliación, que sesionó en Washington con representantes de Colombia, Cuba, Estados Unidos, México y Uruguay. En setiembre de 1929, la Comisión dispuso la reconstrucción del fortín Vanguardia por el Paraguay y la devolución del fortín Boquerón por parte de Bolivia, restituyendo el statu quo anterior a los hechos de diciembre. Se restablecieron además las relaciones diplomáticas.
No obstante, no se reanudaron las negociaciones para una solución pacífica de la controversia y los preparativos militares se intensificaron. En 1931, un entredicho entre las representaciones del Paraguay y Bolivia en Washington en torno a la llegada al Paraguay de dos modernas cañoneras que le aseguraban el dominio del río, provocó nuevamente la ruptura de relaciones. A finales de ese año, se consiguió instalar en la capital estadounidense una conferencia, bajo los auspicios de una Comisión de Neutrales, para discutir un Pacto de No Agresión, que conjurase los posibles enfrentamientos entre las guarniciones chaqueñas. Estando en curso esas negociaciones, se iniciaron las hostilidades en el Chaco.
LA DIPLOMACIA PARAGUAYA DURANTE LA GUERRA DEL CHACO
La causa principal de la Guerra del Chaco fue la larga y frustrante controversia diplomática en torno al dominio del Chaco Boreal, que conllevó la ocupación militar del territorio en disputa, y predispuso a la opinión pública de ambos países hacia la opción bélica. Desde luego, también entraron a tallar factores económicos. Los establecimientos forestales y ganaderos del Chaco, muchos de ellos pertenecientes a capitales argentinos, aportaban una parte muy significativa de los ingresos fiscales del Paraguay. Estaba además el petróleo, descubierto en los extremos de la parte occidental del Chaco, y cuya explotación había sido concedida por el gobierno de Bolivia a la Standard Oil, de Nueva Jersey. Las dificultades que encontró esta empresa estadounidense para extraer el petróleo boliviano por territorio argentino, reafirmaron la decisión del gobierno de Bolivia de asegurar un puerto propio sobre el río Paraguay, que facilitase la exportación de dicho producto. En 1931, ante la falta de respuestas, la empresa disminuyó la producción y empezó a retirar sus equipos y maquinarias. La restricción de las operaciones de la Standard Oil en la región era además un interés del gobierno de Argentina y de los capitales británicos que operaban allí.
Por otra parte, la situación interna de los dos países que se enfrentaron en el Chaco se había complicado mucho en los años previos al estallido de la guerra. En Bolivia, el gobierno del presidente Daniel Salamanca afrontaba desde 1931 una crisis política y económica muy delicada. Se ha sostenido que las decisiones adoptadas por él en cuanto a las acciones militares de 1932, a más de basarse en la confianza en las fuerzas propias y el menosprecio de las del adversario, estuvieron motivadas por el temor de que el colapso económico llevase a Bolivia hacia la anarquía social. Durante los años previos a la guerra, Salamanca había sostenido una posición radical en cuanto a la cuestión del Chaco, planteando que Bolivia mantuviese sus pretensiones sobre la totalidad del territorio chaqueño y lo ocupase efectivamente. Al asumir el gobierno, en 1931, dio instrucciones de "extender y consolidar la posesión boliviana, a todo el territorio no ocupado todavía por el Paraguay", con la orden expresa de "no provocar rozamiento alguno con las posiciones paraguayas".
Por la indebida aplicación de esas instrucciones, se produjo el hecho puntual que provocó el estallido de la guerra en junio de 1932, que fue el desalojo por fuerzas bolivianas del fortín paraguayo "Carlos Antonio López", situado a la vera de la laguna Pitiantuta. Tropas del Paraguay recuperaron la laguna en julio siguiente, y Bolivia, que presentó el hecho como una agresión inmotivada, ocupó los fortines paraguayos Corrales, Toledo y Boquerón, a fines del mismo mes. Se pensó que después de estas pretendidas represalias las gestiones diplomáticas pondrían término al incidente, como había ocurrido en el caso del fortín Vanguardia. Complementando los esfuerzos de la Comisión de Neutrales de Washington, los países del continente se dirigieron a los gobiernos del Paraguay y Bolivia el 3 de agosto de 1932, solicitándoles que sometieran la cuestión a un arreglo amistoso, y sentando la doctrina de que no se reconocería en América la validez de adquisiciones territoriales obtenidas por la fuerza de las armas. El Paraguay transmitió su adhesión a la doctrina y aceptó que la controversia se solucionase por medios pacíficos, pero Bolivia opuso reparos.
En su mensaje al Congreso, de agosto de 1932, el presidente boliviano respondió en forma indirecta argumentando lo siguiente: "No es posible que Bolivia se resigne a ser una nación perpetuamente enclaustrada [...]. Bolivia tiene en la vertiente oriental de sus montañas, grandes riquezas petrolíferas, con varios pozos ya perforados que podrían entrar en inmediata explotación. Harto necesita de esos recursos y se ve obligada a contemplarlos como riqueza estéril. Bolivia no puede llevar esos petróleos a la Argentina, porque este país, en vista de sus intereses, le cierra el paso con fuertes derechos protectores. El remedio natural y lógico sería el de construir un oleoducto al río Paraguay. Pero allí está la República del Paraguay, detentadora de territorios bolivianos, cerrándole también el paso. Bolivia no puede resignarse a vivir miserablemente como país aislado del mundo y tiene que buscar las condiciones necesarias a la plenitud de su vida".
Las hostilidades no pudieron ser detenidas, pese a que varias gestiones se efectuaron para tal fin entre 1932 y 1935, a impulsos de la Comisión de Neutrales de Washington (que lideraba el gobierno de Estados Unidos), los países vecinos y la Sociedad de Naciones.
En mayo de 1933, el Paraguay declaró el estado de guerra con Bolivia, a fin de hacer cumplir a los Estados limítrofes los deberes de la neutralidad. Pudo interrumpir
de tal manera el aprovisionamiento a las fuerzas bolivianas por territorio argentino; pero no consiguió frenar el libre tránsito hacia Bolivia por Chile, en donde los bolivianos pudieron además contratar mineros para reemplazar al personal movilizado y oficiales para su ejército. El Paraguay aseguró en contrapartida el apoyo efectivo del gobierno argentino, del que obtuvo armas, municiones, elementos sanitarios y combustible, que resultaron fundamentales para la prosecución de las operaciones.
El fracaso de las gestiones de la Comisión de Neutrales y de los países vecinos para obtener el cese de fuego y la solución del conflicto por medios pacíficos, además de la formalización del estado bélico, determinaron una intervención más activa de la Sociedad de Naciones, de la que eran miembros tanto el Paraguay como Bolivia, y cuyo Pacto constitutivo obligaba a los dos países a no recurrir a la guerra. El Consejo de este organismo, que sesionaba en Ginebra, dispuso en mayo de 1933 el envío a Sudamérica de una comisión encargada de obtener el cese de hostilidades en el Chaco y, de ser posible, negociar un acuerdo para el sometimiento de la cuestión fronteriza a arbitraje. Una postergación solicitada por los beligerantes, demoró el viaje de los comisionados hasta los últimos meses de 1933. Las ilusiones de que la comisión de la Sociedad de Naciones pudiera conseguir la paz entre el Paraguay y Bolivia se desvanecieron a principios de 1934. En mayo de ese año, presentó su informe, en el que señalaba, entre otras conclusiones, que la medida práctica para terminar la guerra era evitar que ambas partes adquiriesen más armamentos y municiones. La Asamblea del organismo internacional adoptó en noviembre de 1934 recomendaciones para el arreglo del conflicto e impuso el embargo de armas a los beligerantes. El gobierno paraguayo declaró impracticables las recomendaciones de la Asamblea, y el infortunado trámite de la cuestión del Chaco ante la Sociedad de Naciones, concluyó con el retiro del Paraguay de dicho organismo en febrero de 1935, ante la decisión que aprobó de mantener a su respecto la prohibición de venta de armas, y de levantarla para Bolivia.
Las gestiones de paz se trasladaron entonces a Buenos Aires, donde en mayo de 1935 quedó constituido un grupo mediador con representantes de los países vecinos y de los Estados Unidos de América, bajo la presidencia del Ministro de Relaciones Exteriores de Argentina, Carlos Saavedra Lamas. Días después llegaron a esa capital los cancilleres del Paraguay y de Bolivia y se adelantaron las negociaciones para poner fin a la guerra, en un contexto que parecía favorable. En efecto, durante el primer semestre de 1935 las acciones bélicas se estancaron y ninguno de los dos beligerantes se sentía capaz de obtener la victoria definitiva, mediante la rendición incondicional del enemigo.
El 9 de junio se alcanzó un acuerdo y el día 12 se suscribió el Protocolo de Paz, por el cual se acordó la cesación de las hostilidades, sobre la base de las posiciones alcanzadas por uno y otro ejército. Se decidió además la desmovilización de los combatientes, y el establecimiento de una Conferencia de Paz para resolver la cuestión de límites. Al mediodía del 14 de junio se ejecutó el cese del fuego en los frentes de batalla del Chaco. Una Comisión Militar Neutral fijó mediante hitos las posiciones en que se encontraban los contendientes. En los meses inmediatos se concretó la desmovilización de las fuerzas militares. Más de 54 mil bolivianos y 46 mil paraguayos dejaron el Chaco, quedando aproximadamente cinco mil efectivos por cada parte en el territorio chaqueño. Después de esto, la Conferencia de Paz declaró, en octubre de 1935, la terminación de la guerra.
En los tres años que duró el conflicto, el Paraguay movilizó unos 140.000 hombres, equivalentes a más del 15 por ciento de su población, y en torno a 36.000 de los movilizados murieron en el Chaco; Bolivia movilizó aproximadamente 200.000, de los que perecieron más de 50.000. Al finalizar la conflagración, Bolivia mantenía unos 2.500 prisioneros paraguayos y se calcula que el Paraguay capturó cerca de 21.000 prisioneros bolivianos, de los que más de cuatro mil habrían fallecido en cautiverio.
LA CONFERENCIA DE PAZ Y EL TRATADO DE LÍMITES CON BOLIVIA
La Conferencia de Paz del Chaco se instaló en Buenos Aires en julio de 1935, con la presencia de delegaciones del Paraguay y de Bolivia, así como de los países neutrales que habían integrado el grupo mediador (Argentina, Brasil, Chile, Estados Unidos de América, Perú y Uruguay). Según Efraím Cardozo, asesor y secretario general de la delegación paraguaya: "Pronto se vio que la Argentina y el Brasil, que llevaban la voz cantante entre los mediadores, estaban de acuerdo en impedir que el Paraguay cosechara todos los frutos de la victoria. Renacieron viejos temores, que se creían sepultados en Cerro Corá, y se decidió no reconocer al Paraguay su calidad de país vencedor. Cuando el 15 de octubre de 1935 la Conferencia formuló una propuesta de arreglo, éste incluía la cesión a Bolivia de una parte del río Paraguay y de cerca de la mitad del Chaco recuperado por las armas paraguayas. La indignación paraguaya fue grande. La propuesta fue rechazada con energía". Bolivia tampoco la aceptó.
La consideración de la cuestión de fondo fue postergada y la Conferencia se ocupó de la repatriación de los prisioneros de guerra. La diferencia muy sustancial en cuanto al número de los prisioneros que mantenía el Paraguay (unos 17.000) frente a los que quedaron en Bolivia (en torno a 2.500), daba al gobierno paraguayo un elemento de presión muy importante. Se argumentó por consiguiente que no cabía la liberación total de los cautivos hasta la conclusión de un tratado definitivo de paz. Las presiones de los mediadores fundadas en razones de carácter humanitario, y probablemente también las dificultades financieras del gobierno de Asunción, permitieron resolver la cuestión. Por un Acta Protocolizada, el Paraguay y Bolivia acordaron en enero de 1936 la devolución recíproca e inmediata de los prisioneros de guerra, con la fijación de una suma por los gastos de manutención, que obviamente dejaba un saldo sustancialmente mayor para el Paraguay. Se confirmaron además las medidas de seguridad en el Chaco sobre la base de las posiciones determinadas por la Comisión Militar Neutral, consolidándose así el nuevo estatuto territorial provisorio.
Los cambios de gobierno en el Paraguay y en Bolivia impulsaron a que la Conferencia de Paz buscase en el año 1936 mejorar el régimen de seguridad creado por él protocolo de 1935. En enero de 1937, el Paraguay consintió en liberar el tránsito para el comercio por el camino entre Santa Cruz y Villamontes, que en parte había quedado dentro de las posesiones que le fueron reconocidas provisionalmente. En abril siguiente se dictó una reglamentación sobre las funciones de control y vigilancia de la Conferencia en el Chaco, que no llegó a ejecutarse, por las diferencias de interpretación suscitadas en torno a sus cláusulas principales.
En 1937, un nuevo cambio de gobierno en el Paraguay, modificó la integración de la delegación paraguaya ante la Conferencia de Paz, que volvió a ser presidida, como en la primera etapa, por el doctor Gerónimo Zubizarreta. La nueva delegación objetó el reglamento de las funciones de control y vigilancia, por considerar que no se ajustaba a las disposiciones del protocolo de 1935, y se evaluó entonces la posibilidad de reglamentar el compromiso de "no agresión".
Efraím Cardozo, delegado del Paraguay ante la Conferencia en este periodo, ha sintetizado de la siguiente manera los hechos que tuvieron lugar en el año 1938, hasta la concreción del acuerdo final: "La Conferencia de Paz no insistió en nuevos reglamentos de seguridad y reanudó sus empeños para la solución del problema de fondo. El 25 de mayo de 1938, se incorporaron a su seno el canciller del Paraguay, Cecilio Báez, y el de Bolivia, Eduardo Diez de Medina. Se les propuso una línea de frontera que implicaba la cesión a Bolivia de un sector, si bien reducido, del litoral: el llamado "puerto psicológico". Rechazado el proyecto, se formuló otro en el que ya no aparecía esta concesión. Diez de Medina lo aceptó. Era la primera vez, en el litigio, que Bolivia renunciaba a su aspiración portuaria. Zubizarreta presentó una contrapropuesta con las líneas interiores más avanzadas; no fue aceptada por la Conferencia, que insistió en su plan [...]. Se sugirió como solución un arbitraje de equidad sobre la zona comprendida entre las líneas del Paraguay y de la Conferencia, esta última ya aceptada por Bolivia, a la cual en realidad quedaba reducido el litigio. Surgió una disidencia en la delegación paraguaya, donde nació la fórmula, pues Zubizarreta no la aceptó. El canciller Báez la apoyó una vez que supo que el general Estigarribia [ex comandante de las fuerzas paraguayas en el Chaco], accidentalmente en Buenos Aires en viaje desde Washington, la aprobaba, por considerar que los puntos esenciales de la posición jurídica e histórica del Paraguay quedaban salvados".
Así, en julio de 1938, luego de tres años de negociaciones se alcanzó un entendimiento, que permitió la suscripción en ese mismo mes del Tratado de Paz, Amistad y Límites entre las Repúblicas de Bolivia y el Paraguay. Se decidió que la línea divisoria entre ambos países debía ser establecida por medio de un arbitraje de equidad en base a las últimas propuestas aceptadas por cada uno de ellos. En realidad, los límites habían sido acordados previamente y el arbitraje constituyó sólo un procedimiento utilizado para hacer más aceptable el arreglo por las opiniones públicas de los ex beligerantes. En el Paraguay, el tratado fue sometido a un plebiscito, en el que votaron por su aprobación más de 135 mil electores, y en contra unos 13 mil. El Colegio Arbitral constituido por representantes de Argentina, Brasil, Chile, Estados Unidos de América, Perú y Uruguay dictó su fallo en octubre de 1938. Por el mismo, Bolivia preservó la zona petrolífera en el extremo occidental del Chaco, pero quedó excluida del litoral del río Paraguay al sur de Bahía Negra; y el Paraguay ratificó su dominio sobre la mayor parte del territorio en disputa.
La demarcación de los límites paraguayo-bolivianos demandó varios años. La Comisión Mixta constituida para el efecto por el artículo 5° del tratado de 1938 presentó la Memoria Final de sus trabajos recién en abril de 2009. En la oportunidad, los ministros de Relaciones Exteriores de los dos países, juntamente con el de la República Argentina que intervino en representación de los Estados mediadores, al tiempo de manifestar la conformidad de sus gobiernos con la labor cumplida, declararon concluidos los trabajos demarcatorios. Posteriormente, en junio del mismo año, se suscribió en la localidad chaqueña de Mariscal Estigarribia un Protocolo Adicional al Tratado de Paz, Amistad y Límites de 1938, por el cual se constituyó la Comisión Mixta Demarcadora de Límites, que ya no incluye representación de los mediadores, y se encargará de erigir en el terreno hitos de segundo y tercer orden, efectuar el control y el mantenimiento de los hitos, y abrir picadas que permitan la visibilidad entre los mismos.
La frontera paraguayo-boliviana está formada por once hitos principales que se extienden desde el río Pilcomayo (I, Esmeralda; II, 10 de Octubre; III, Villazón o Sargento Rodríguez; IV, 27 de Noviembre o Gabino Mendoza; V, Cerro Capitán Ustares o Coronel Cabrera; VI, Palmar de las Islas; VII, Coroneles Sánchez; VIII, Cerro Chovoreca; IX, Cerrito jara), hasta el río Negro (X, 12 de Junio) y sigue luego por el cauce de éste hasta su desembocadura en el río Paraguay en la denominada Bahía Negra (XI, Confluencia de los Ríos Negro u Otuquis y Paraguay).
NUEVOS ENTENDIMIENTOS CON ARGENTINA Y BRASIL
La conclusión de la controversia por el Chaco en 1938 y la afirmación del orden interno con la elección como Presidente de la República del general José Félix Estigarribia en 1939, permitió que el gobierno paraguayo se concentrase en la negociación de nuevos acuerdos con los países vecinos, destinados a impulsar su postergado desarrollo económico. El conflicto con Bolivia había obligado en gran medida a priorizar la buena relación con Argentina, en aras de la consecución del objetivo paraguayo de asegurar el dominio de ese territorio. Consagrada la paz y definidos los límites, el Paraguay podía buscar un mayor equilibrio en sus relaciones exteriores, y reducir la dependencia en que se encontraba respecto de la Argentina. Se inició así, -o cobró impulso, si se quiere-, lo que se designaría como la "política pendular" del Paraguay, que en realidad consistió en el aprovechamiento de las fricciones o rivalidades regionales para obtener ventajas en beneficio del país. Además, se incrementaron notablemente los lazos con Estados Unidos de América, que prestaría asistencia técnica y financiera al Paraguay, con un significativo impacto económico y político.
1939 fue un año clave en tal sentido. Durante la visita al Brasil del presidente electo del Paraguay, José Félix Estigarribia, en junio de ese año, se suscribió un acuerdo en el que se sentaron las bases para la conexión ferroviaria y el intercambio cultural y económico entre ambos países. Se materializaron así intenciones esbozadas desde bastante tiempo atrás. Brasil se comprometió a proseguir la construcción de la vía férrea entre Campo Grande y Ponta Porá y a iniciar la construcción de otra entre Rolandia y Guaíra, y el Paraguay, a prolongar la vía férrea Concepción-Horqueta hasta Pedro Juan Caballero y a construir una más desde Asunción hasta el Salto del Guairá. El acuerdo constituía una comisión de ingenieros encargada de proporcionar elementos para estudiar la construcción, "en cooperación", de esta doble ligazón. Se decidió analizar también el mejoramiento del transporte fluvial, así como la facilitación del tránsito fronterizo de personas y productos, y el gobierno brasileño acordó becas y facilidades para estudiantes paraguayos.
De Brasil, Estigarribia pasó a la Argentina, donde en julio de 1939 se firmaron igualmente importantes acuerdos: el Tratado Complementario de Límites, que resolvió el diferendo sobre la delimitación territorial en la cuenca del Pilcomayo; y convenios sobre tráfico fronterizo; establecimiento de una agencia del Banco de la Nación Argentina en el Paraguay; exposición de producciones artísticas o industriales; intercambio de profesores, cultores del arte, las ciencias, periodistas y estudiantes; y facilidades de tránsito por territorio argentino de inmigrantes con destino al Paraguay. Antes de esto, en el mismo año 1939 el general Estigarribia, en su carácter de ministro plenipotenciario ante el gobierno de Washington, formalizó con el Secretario de Estado de ese país, el acuerdo por el que se concedió tres millones de dólares para la construcción de una carretera de Asunción hacia el este, en dirección a la frontera con el Brasil, y medio millón más para fortalecer las reservas del Banco de la República. Asimismo, el gobierno estadounidense se comprometió a enviar misiones técnicas para colaborar en la modernización del sistema financiero y la atención de la salud pública en el Paraguay. Con la cooperación estadounidense, y el acercamiento al Brasil en procura de alternativas para la comunicación con el exterior, se pretendía ciertamente disminuir la dependencia de Argentina, sin descartar la profundización y ampliación de las relaciones con este país que tanto representaba para el Paraguay.
Tras la inesperada muerte de Estigarribia, asumió la presidencia de la República el general Higinio Morínigo, quien gobernó el Paraguay de 1940 a 1948. Se dieron en ese tiempo grandes avances en las relaciones vecinales. En junio de 1941, el ministro de Relaciones Exteriores paraguayo Luis A. Argaña realizó una visita oficial al Brasil, y suscribió con su homólogo brasileño, Oswaldo Aranha, una decena de acuerdos. Por uno de ellos, se determinaron las condiciones para construir el ferrocarril de Concepción a Pedro Juan Caballero, con aportes del tesoro brasileño. Brasil concedió al Paraguay un depósito franco en el puerto de Santos y se establecieron comisiones mixtas para proponer las bases de un tratado de comercio y navegación, y estudiar los problemas de navegación del río Paraguay. Las afinidades ideológicas entre los gobiernos de Getulio Vargas e Higinio Morínigo estimulaban el estrechamiento de las relaciones bilaterales. Como Estigarribia en 1939, Argaña pasó en 1941 del Brasil a la Argentina y allí firmó un Convenio sobre Facilidades a la Navegación y otro que aclaraba disposiciones del Acuerdo sobre Dragado y Balizamiento del río Paraguay, concretando además un empréstito de veinte millones de pesos.
Más adelante, en agosto de 1941, por primera vez un presidente brasileño llegó al Paraguay. La visita de Getulio Vargas constituyó un acontecimiento extraordinario. Se formalizó el canje de ratificaciones de los acuerdos suscritos en junio anterior, y antes de que concluyera ese año, en noviembre, se inauguró en Asunción una agencia del Banco do Brasil. En 1942 llegó una Misión Militar brasileña para la instrucción de oficiales de caballería. Después, el Banco do Brasil concedió al Banco de la República del Paraguay un crédito por una suma equivalente a cinco millones de dólares para financiar un plan de obras públicas y de fomento de las industrias agropecuarias, con una tasa de interés excepcionalmente baja. Desde 1944 actuó en Asunción una Misión Cultural Brasileña, que contribuyó a la conformación de la Escuela de Humanidades, transformada luego en Facultad de Filosofía.
Argentina no quedó atrás. En agosto de 1942, condonó la deuda de guerra del Paraguay, dando lugar a que Brasil hiciera lo propio al año siguiente. Funcionó asimismo en el Paraguay una Misión Naval Argentina. En 1943, el presidente Morínigo visitó Brasil y Argentina, y realizó una gira continental que incluyó Estados Unidos, México, Panamá, Venezuela, Colombia, Ecuador, Perú, Chile y Bolivia.
Se celebraron también nuevos acuerdos destinados a facilitar y estimular el comercio exterior paraguayo. En mayo de 1943 se firmó un Tratado de Comercio y Navegación con Brasil, que no llegó a entrar en vigencia, y en noviembre del mismo año, el Tratado de Comercio con Argentina, fundado en un sistema de preferencias arancelarias y en el reconocimiento mutuo del trato de nación más favorecida. Se constituyó asimismo una comisión encargada de considerar la ampliación de este tratado, hasta llegar a un régimen de unión aduanera total. En diciembre de 1943, el gobierno argentino concedió al Paraguay depósitos francos en Buenos Aires y Rosario.
LA ASISTENCIA ESTADOUNIDENSE, LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL Y LA GUERRA FRÍA
La concreción de la asistencia técnica y financiera de Estados Unidos al Paraguay, en 1939, dio inicio a un estrechamiento muy notorio de las relaciones bilaterales entre ambos países, que hasta entonces no habían sido muy intensas, fuera del interés demostrado por el gobierno estadounidense en la solución del conflicto por el Chaco Boreal, y de algunas inversiones en ganadería y frigoríficos. Para la concreción de tal asistencia predominaron en su momento las consideraciones políticas y de seguridad por sobre las objeciones de orden técnico. El gobierno de Estados Unidos quería apoyar al futuro gobierno de Estigarribia y al mismo tiempo neutralizar las simpatías que Alemania llegó a concitar en el Paraguay, especialmente entre los residentes alemanes y en una parte del alto mando de las fuerzas armadas.
La muerte de Estigarribia, en setiembre de 1940, interrumpió las negociaciones que estaban en curso para implementar un programa de cooperación mucho más ambicioso. De todos modos, su sucesor, el general Morínigo, aun cuando al principio no mostró igual determinación en cuanto al entendimiento con Estados Unidos y el rechazo al nazismo alemán, dio continuidad a la política desarrollada por Estigarribia, reconociendo obviamente el valor que tenía para el país la asistencia estadounidense. Mora y Cooney apuntaron que: "Entre 1941 y 1943, Washington abrió la llave de las donaciones e inició una ofensiva diplomática para obtener los medios de poder blando y duro necesarios para mantener al Paraguay dentro de su esfera".
El ingreso de Estados Unidos a la Segunda Guerra Mundial, permitió al presidente Morínigo reafirmar su opción por el buen entendimiento con Estados Unidos, despejando las dudas que existieron al respecto, aunque esforzándose por evitar que la adhesión oficial a la "causa de las democracias" le enajenase el apoyo de jefes militares que lo respaldaban y que sentían admiración por los alemanes. En enero de 1942, de conformidad con lo recomendado por la Tercera Reunión Consultiva de los Cancilleres americanos, el gobierno del Paraguay, -que hasta entonces había permanecido neutral en el conflicto-, declaró la ruptura de las relaciones políticas, comerciales y financieras con los gobiernos de Alemania, Italia y Japón.
A mediados de 1942, se aprobó un nuevo paquete de ayuda, destinado a financiar proyectos de obras públicas, agricultura, salud y desarrollo industrial. En diciembre del mismo año se acordó el establecimiento en el Paraguay del STICA (Servicio Técnico Interamericano de Cooperación Agrícola), que suministró asistencia técnica, recursos y capacitación para el desarrollo de la producción agraria. Al año siguiente se convino el envío por Estados Unidos de una Misión Militar Aérea, y poco después de otra Misión Militar con instructores para la Escuela Superior de Guerra. Las relaciones culturales se incrementaron y el comercio bilateral creció en forma extraordinaria. Naturalmente, la ayuda estadounidense no era gratuita; y el gobierno del Paraguay debió comportarse durante la guerra como un "buen amigo", aplicando las medidas que se estimaban necesarias para contrarrestar cualquier acción que pudiera ser favorable a los países del Eje (Alemania, Italia y Japón).
En febrero de 1945, cuando ya la Guerra Mundial se acercaba a su fin, el Paraguay se declaró en estado de guerra con las potencias del Eje, con lo que aseguró su intervención en las deliberaciones que se darían entre las Naciones Aliadas vencedoras, para conformar un nuevo orden internacional. El Paraguay fue en consecuencia uno de los fundadores de la Organización de las Naciones Unidas.
Tras la conclusión de la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos presionó para que se llevase a cabo una apertura democrática en el Paraguay. El restablecimiento de las libertades públicas en el país duró muy corto tiempo. Entre marzo y agosto de 1947, se desarrolló una cruenta guerra civil en la cual el gobierno de Morínigo, -que contó con el apoyo del Partido Colorado-, se enfrentó a una gran parte de los jefes y oficiales del ejército, a los que se asociaron figuras destacadas de la Concentración Febrerista, del Partido Liberal y del Partido Comunista. La presencia de estos últimos permitió a la propaganda oficial presentar el movimiento como auspiciado y dominado por el comunismo internacional. El gobierno solicitó aviones, armas y municiones tanto a Estados Unidos como al Brasil para enfrentar la sublevación, pero ambos países decidieron mantenerse neutrales. El Brasil, gobernado en ese entonces por el general Eurico Gaspar Dutra, ejercitó una mediación que no dio resultados positivos.
Francisco Doratioto ha sintetizado las consecuencias de estos hechos para las relaciones exteriores del Paraguay, señalando que: "La negativa brasileña a proporcionar armamento a Morínigo y la insistencia en que las dos partes en conflicto negociasen contrastaba con la ambigua posición de Perón [el presidente de Argentina], que apoyaba, formalmente, los esfuerzos brasileños para iniciar una mediación pacificadora pero, en la práctica, cerraba los ojos ante el contrabando de armas procedentes de Argentina para las tropas de Morínigo o, incluso, las entregaba oficialmente. Con esto, Perón se apartaba del Partido Liberal, que tenía afinidades históricas con Argentina, pero era coherente con la ideología peronista, antiliberal y nacionalista autoritaria, que coincidía con la ideología de Morínigo y de sectores del Partido Colorado. Terminada la guerra civil, la influencia argentina sobre el gobierno paraguayo se fortaleció, en detrimento de las influencias brasileña y norteamericana". Las vinculaciones con el Brasil se enfriaron, pero fueron mejorando luego lentamente, "sin llegar a ser estrechas, con los colorados que se sucedieron en el poder hasta 1954".
Tras la guerra civil de 1947 la atención de Estados Unidos hacia el Paraguay disminuyó, sobre todo porque debió concentrarse en otras regiones. El gobierno paraguayo se alineó claramente del lado estadounidense dentro del nuevo orden bipolar, que tuvo a Estados Unidos y la Unión Soviética como cabezas de los sistemas de alianza conformados para regir el mundo de la posguerra. Como indicaron Mora y Cooney, el gobierno de Washington siguió de todos modos interesado en la estabilización política y económica del Paraguay, añadiendo que: "Con el programa [...] llamado Punto IV, mediante el cual Estados Unidos suministró ayuda económica y técnica para aliviar las dificultades financieras y la falta de desarrollo científico en los países en vías de desarrollo, la ayuda económica norteamericana llegó a 7,2 millones de dólares entre 1947 y 1953, y los préstamos de las entidades internacionales -sobre las cuales Estados Unidos tenía una influencia decisiva- alcanzaron los 6,6 millones de dólares. Era un importe considerable, dado que la ayuda anual norteamericana a América Latina durante aquel periodo no alcanzaba en promedio los 30 millones de dólares". El comercio entre el Paraguay y Estados Unidos era relevante. Las inversiones estadounidenses se ubicaban después de las argentinas, y se concentraban en sectores importantes como la explotación ganadera, la curtiembre y la exploración de petróleo.
Por lo demás, los gobiernos colorados mantuvieron entre 1948 y 1954 una firme posición anticomunista, aunque al gobierno de Washington le preocupaba más que esto la vinculación del Paraguay con el peronismo argentino, que se hizo muy estrecha durante la presidencia de Federico Chaves (1949-1954). Para el gobierno de Chaves, las buenas relaciones con Argentina le aseguraban el incremento de los ingresos económicos y el control de los elementos de oposición que residían mayoritariamente en territorio argentino. En 1949, se celebró un nuevo convenio con Argentina sobre comercio y régimen financiero.
Dentro de los planes de política internacional implementados durante la segunda presidencia de Juan Domingo Perón, que pretendían la unificación económica de los países americanos, la complementación que consolidara su desarrollo y la elevación de los medios de vida de sus habitantes, el gobierno argentino suscribió en agosto de 1953 con el del Paraguay un Convenio de Unión Económica, que reafirmaba los propósitos de cooperación ya expresados en el tratado de 1943. El convenio contemplaba la coordinación de políticas económicas y de planes para expandir la producción y asegurar la estabilidad de reservas, la concesión de facilidades para inversiones entre los dos países, acuerdos para actividades de exploración de minerales y petróleo, eliminación de impuestos sobre el comercio y facilidades para la importación de mercaderías de terceras naciones.
Así estaban las cosas, cuando se produjeron los acontecimientos que llevaron al poder al general Alfredo Stroessner.
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Por razones de espacio, resulta imposible consignar todas las fuentes utilizadas o consultadas, que incluyen documentación inédita, y documentación publicada en memorias administrativas, colecciones de tratados o compilaciones de correspondencia diplomática, así como una gran cantidad de libros, folletos y artículos. Se mencionan apenas algunas obras, que pueden servir para profundizar el estudio de los temas tratados en este libro, por constituir buenas síntesis o, principalmente, por ser el resultado de investigaciones basadas en fuentes primarias. El libro inédito de Francisco Doratioto, Relafes Brasil-Paraguai. Afastamento, tensões e reaproximação (1889-1954), que aparecerá próximamente, ha sido fundamental para la redacción de los capítulos correspondientes a esos años.
ARTÍCULOS SOBRE EL LIBRO PUBLICADOS EN http://www.abc.com.py/
CÓMO REACCIONÓ EL PARAGUAY ANTE LA PRIMERA GUERRA MUNDIAL
Cuando en 1914 estalló en Europa la Gran Guerra, el Paraguay no tuvo mayores problemas que resolver, luego de que se decretara su neutralidad en el conflicto. Como resultado de la Guerra contra la Triple Alianza, la presencia internacional del país era escasamente significativa.
Así señala la apertura del capítulo dedicado a la reacción de nuestro país ante la Primera Guerra Mundial, en el libro “Historia de las relaciones internacionales del Paraguay”, que contiene pasajes de nuestra historia muy poco conocidos, como este de las primeras décadas del siglo XX, por ejemplo.
En dicha obra, sus autores, Ricardo Scavone Yegros y Liliana Brezzo, retratan cómo se relacionó nuestro país con el mundo en sus diferentes etapas históricas.
Este libro es el número 19 de la Colección La Gran Historia del Paraguay, de la Editorial El Lector, que se publicará con el ejemplar de ABC Color el domingo próximo. Se trata del penúltimo libro de la serie, que consta de 20 volúmenes.
A continuación, un pasaje del capítulo dedicado por Scavone Yegros y Brezzo a la postura paraguaya ante la primera conflagración mundial (1914-1919).
Condicionada su política exterior por el Brasil y la Argentina, los asuntos extrarregionales tenían limitada importancia para los dirigentes paraguayos. Mientras la guerra se mantuvo dentro del continente europeo, el Paraguay experimentó tan solo los efectos de la contienda en su vida económica: el conflicto mundial, interrumpiendo las comunicaciones y los intercambios, originó una difícil situación por la brusca y considerable disminución de los ingresos aduaneros, que constituían su fuente principal de recursos.
Pero los nuevos acontecimientos, a partir de que Alemania declarara la guerra submarina sin restricciones, en enero de 1917, plantearon al gobierno del presidente Manuel Franco problemas de otro orden. Alemania notificó a los países neutrales que evitaran enviar sus naves a las zonas bloqueadas, ya que si lo hacían serían hundidas sin aviso previo.
Los Estados Unidos rompieron sus relaciones diplomáticas con Alemania inmediatamente y notificaron de ello a los países neutrales el 5 de febrero, expresándoles su deseo de que adoptaran una actitud similar.
Entre los países de la región, la Argentina respondió a Estados Unidos que su diversa situación geográfica, política y comercial la colocaba en condiciones distintas para afrontar y solucionar el problema suscitado por la nota alemana. A partir de ese momento se generó una situación tensa entre la Argentina, por un lado, y Estados Unidos y las potencias aliadas por el otro, que esperaban un apoyo abierto. La tensión se mantuvo durante todo el año 1917, durante el cual fueron utilizadas fuertes presiones para que el gobierno de Yrigoyen cambiara el rumbo de su política neutralista. En Estados Unidos y en Europa, excepto en Alemania, la actitud argentina fue duramente criticada, y se la contraponía a la del Brasil, que apoyó abiertamente a Washington.
En el seno del Gobierno paraguayo, la posición del Gobierno argentino ante la contienda provocó la mayor atención. La respuesta a la nota en la que el representante estadounidense le comunicara la declaración de guerra a Alemania, había sido redactada en términos similares a la de la Argentina: “El Paraguay siente profundamente que procedimientos militares del imperio alemán opuestos a los principios y convenciones que fundan y reglan los derechos neutrales en la guerra marítima hayan obligado a los Estados Unidos de América a apelar a las armas para restablecer en ese respecto el orden jurídico por la reivindicación de aquellos derechos. En este concepto tengo el encargo de manifestar a Vuestra Excelencia que el Paraguay y su gobierno acompañan en estos momentos con la más viva simpatía a los Estados Unidos de América y al Gobierno americano”.
La actitud de solidaridad moral, dentro de los deberes de la neutralidad, fue la que el presidente Manuel Franco juzgó que debía adoptar respecto a Estados Unidos y los demás gobiernos de América comprometidos en el conflicto.
Con motivo de estos sucesos, el representante argentino en el Paraguay, José María Cantilo, conversó varias veces con el ministro de Relaciones Exteriores Manuel Gondra quien, además de muy conocedor de la política americana, se había manifestado desde el comienzo de la contienda gran admirador del presidente Woodrow Wilson y de su gobierno.
La entrada de Estados Unidos en la guerra desplazaba, para Gondra, el eje de la misma, y hacía indispensable un “cierto grado” de solidaridad con el gobierno de Washington. Esta actitud, prestigiada por un hombre de su talla, encontró adhesión en muchos círculos. Para el 4 de julio, se proyectó en Asunción una manifestación de simpatía a los países aliados que, aunque llevada a cabo con prescindencia del gobierno, fue seguida de cerca por la Argentina.
Así señala la apertura del capítulo dedicado a la reacción de nuestro país ante la Primera Guerra Mundial, en el libro “Historia de las relaciones internacionales del Paraguay”, que contiene pasajes de nuestra historia muy poco conocidos, como este de las primeras décadas del siglo XX, por ejemplo.
En dicha obra, sus autores, Ricardo Scavone Yegros y Liliana Brezzo, retratan cómo se relacionó nuestro país con el mundo en sus diferentes etapas históricas.
Este libro es el número 19 de la Colección La Gran Historia del Paraguay, de la Editorial El Lector, que se publicará con el ejemplar de ABC Color el domingo próximo. Se trata del penúltimo libro de la serie, que consta de 20 volúmenes.
A continuación, un pasaje del capítulo dedicado por Scavone Yegros y Brezzo a la postura paraguaya ante la primera conflagración mundial (1914-1919).
Condicionada su política exterior por el Brasil y la Argentina, los asuntos extrarregionales tenían limitada importancia para los dirigentes paraguayos. Mientras la guerra se mantuvo dentro del continente europeo, el Paraguay experimentó tan solo los efectos de la contienda en su vida económica: el conflicto mundial, interrumpiendo las comunicaciones y los intercambios, originó una difícil situación por la brusca y considerable disminución de los ingresos aduaneros, que constituían su fuente principal de recursos.
Pero los nuevos acontecimientos, a partir de que Alemania declarara la guerra submarina sin restricciones, en enero de 1917, plantearon al gobierno del presidente Manuel Franco problemas de otro orden. Alemania notificó a los países neutrales que evitaran enviar sus naves a las zonas bloqueadas, ya que si lo hacían serían hundidas sin aviso previo.
Los Estados Unidos rompieron sus relaciones diplomáticas con Alemania inmediatamente y notificaron de ello a los países neutrales el 5 de febrero, expresándoles su deseo de que adoptaran una actitud similar.
Entre los países de la región, la Argentina respondió a Estados Unidos que su diversa situación geográfica, política y comercial la colocaba en condiciones distintas para afrontar y solucionar el problema suscitado por la nota alemana. A partir de ese momento se generó una situación tensa entre la Argentina, por un lado, y Estados Unidos y las potencias aliadas por el otro, que esperaban un apoyo abierto. La tensión se mantuvo durante todo el año 1917, durante el cual fueron utilizadas fuertes presiones para que el gobierno de Yrigoyen cambiara el rumbo de su política neutralista. En Estados Unidos y en Europa, excepto en Alemania, la actitud argentina fue duramente criticada, y se la contraponía a la del Brasil, que apoyó abiertamente a Washington.
En el seno del Gobierno paraguayo, la posición del Gobierno argentino ante la contienda provocó la mayor atención. La respuesta a la nota en la que el representante estadounidense le comunicara la declaración de guerra a Alemania, había sido redactada en términos similares a la de la Argentina: “El Paraguay siente profundamente que procedimientos militares del imperio alemán opuestos a los principios y convenciones que fundan y reglan los derechos neutrales en la guerra marítima hayan obligado a los Estados Unidos de América a apelar a las armas para restablecer en ese respecto el orden jurídico por la reivindicación de aquellos derechos. En este concepto tengo el encargo de manifestar a Vuestra Excelencia que el Paraguay y su gobierno acompañan en estos momentos con la más viva simpatía a los Estados Unidos de América y al Gobierno americano”.
La actitud de solidaridad moral, dentro de los deberes de la neutralidad, fue la que el presidente Manuel Franco juzgó que debía adoptar respecto a Estados Unidos y los demás gobiernos de América comprometidos en el conflicto.
Con motivo de estos sucesos, el representante argentino en el Paraguay, José María Cantilo, conversó varias veces con el ministro de Relaciones Exteriores Manuel Gondra quien, además de muy conocedor de la política americana, se había manifestado desde el comienzo de la contienda gran admirador del presidente Woodrow Wilson y de su gobierno.
La entrada de Estados Unidos en la guerra desplazaba, para Gondra, el eje de la misma, y hacía indispensable un “cierto grado” de solidaridad con el gobierno de Washington. Esta actitud, prestigiada por un hombre de su talla, encontró adhesión en muchos círculos. Para el 4 de julio, se proyectó en Asunción una manifestación de simpatía a los países aliados que, aunque llevada a cabo con prescindencia del gobierno, fue seguida de cerca por la Argentina.
10 de Agosto de 2010
LIBRO “HISTORIA DE LAS RELACIONES INTERNACIONALES DEL PARAGUAY”
“Historia de las relaciones internacionales del Paraguay”, de los historiadores Ricardo Scavone Yegros y Liliana M. Brezzo, es un libro realmente apasionante y sumamente novedoso dentro de la historiografía nacional.
La obra analiza el movimiento histórico de las relaciones internacionales del Paraguay desde el proceso de la independencia, en los comienzos del siglo XIX, hasta la transición a la democracia, en la última década del siglo XX y primera del XXI.
Este es el volumen número 19, del total de 20, de la Colección La Gran Historia del Paraguay, de la Editorial El Lector, que llega al público domingo tras domingo con el ejemplar de ABC Color.
Esta es la primera parte de una entrevista con Scavone Yegros y Brezzo, en la que ambos responden en forma conjunta sobre el enfoque de su trabajo, en el que enfatizan la importancia de analizar las relaciones internacionales en su conjunto, más allá de la simple historia diplomática.
–¿Cuál es la perspectiva desde la que analizan la historia de las relaciones internacionales del Paraguay?
–Los estudios históricos sobre asuntos internacionales, desde la perspectiva de la historia diplomática, han tenido una atención destacada en el Paraguay.
El interés por el proceso de la independencia y los antecedentes internacionales y las negociaciones posbélicas correspondientes a la Guerra contra la Triple Alianza y a la del Chaco concentraron una serie de esfuerzos meritorios.
–¿Cómo eran esos estudios?
–Esos estudios analizaban las relaciones del Estado paraguayo con otros Estados, centrándose en el papel desempeñado por los hombres de gobierno, sus ministros, representantes y agentes. Sin desconocer la importancia de estos presupuestos, entendemos que esta perspectiva no es suficiente para comprender la riqueza del movimiento histórico de las relaciones internacionales del Paraguay.
–¿Por qué?
–Creemos, por ejemplo, que las condiciones geográficas, los movimientos demográficos, los intereses económicos y financieros, los rasgos de la mentalidad colectiva y las grandes corrientes sentimentales son fuerzas profundas que han ido formando la urdimbre de las relaciones entre grupos humanos y en gran medida han determinado su carácter.
Por lo tanto, el hombre de Estado no puede desentenderse de ellas al decidir o proyectar; está sometido a su influencia y ha de calibrar necesariamente los límites que imponen a su actividad.
–Ustedes sostienen entonces que, en el presente, la historia de las relaciones internacionales constituye un campo de estudio más amplio que el de la historia diplomática ¿Qué cuestiones referidas al Paraguay podrían mencionar que dan cuenta de esta renovación?
–En el presente se avizoran nuevos horizontes en el estudio de la historia de las relaciones internacionales del Paraguay, en el que apenas hemos dado algunos pasos.
Resulta urgente, por ejemplo, estudiar la importancia de la emigración paraguaya y las repercusiones que tuvo en la política exterior, la actitud de Paraguay ante el proceso de integración regional, el papel del Poder Legislativo, los partidos políticos, los medios de comunicación y la opinión pública como elementos de control e influencia en la elaboración y ejecución de la política exterior, la mentalidad colectiva de la sociedad paraguaya frente a las relaciones internacionales del Estado, entre otras cuestiones.
–En el capítulo dedicado a la emancipación política paraguaya exponen que dicho proceso fue precipitado por factores externos y que la independencia no se formalizó de un día para el otro. ¿Cuál es el alcance de esta perspectiva?
–Desde una dimensión regional e internacional, puede sostenerse que el movimiento independentista paraguayo cobró impulso en medio de una complejidad de factores y agentes: ante la crisis de la monarquía hispánica, fue preciso definirse contra José Bonaparte, el rey impuesto por Napoleón, y mantener fidelidad a Fernando VII, el rey depuesto, considerar las apelaciones de las juntas revolucionarias de España, las del Consejo de Regencia, las de Carlota Joaquina, prestar atención al expansionismo portugués y, sobre todo, a los movimientos de Buenos Aires.
La obra analiza el movimiento histórico de las relaciones internacionales del Paraguay desde el proceso de la independencia, en los comienzos del siglo XIX, hasta la transición a la democracia, en la última década del siglo XX y primera del XXI.
Este es el volumen número 19, del total de 20, de la Colección La Gran Historia del Paraguay, de la Editorial El Lector, que llega al público domingo tras domingo con el ejemplar de ABC Color.
Esta es la primera parte de una entrevista con Scavone Yegros y Brezzo, en la que ambos responden en forma conjunta sobre el enfoque de su trabajo, en el que enfatizan la importancia de analizar las relaciones internacionales en su conjunto, más allá de la simple historia diplomática.
–¿Cuál es la perspectiva desde la que analizan la historia de las relaciones internacionales del Paraguay?
–Los estudios históricos sobre asuntos internacionales, desde la perspectiva de la historia diplomática, han tenido una atención destacada en el Paraguay.
El interés por el proceso de la independencia y los antecedentes internacionales y las negociaciones posbélicas correspondientes a la Guerra contra la Triple Alianza y a la del Chaco concentraron una serie de esfuerzos meritorios.
–¿Cómo eran esos estudios?
–Esos estudios analizaban las relaciones del Estado paraguayo con otros Estados, centrándose en el papel desempeñado por los hombres de gobierno, sus ministros, representantes y agentes. Sin desconocer la importancia de estos presupuestos, entendemos que esta perspectiva no es suficiente para comprender la riqueza del movimiento histórico de las relaciones internacionales del Paraguay.
–¿Por qué?
–Creemos, por ejemplo, que las condiciones geográficas, los movimientos demográficos, los intereses económicos y financieros, los rasgos de la mentalidad colectiva y las grandes corrientes sentimentales son fuerzas profundas que han ido formando la urdimbre de las relaciones entre grupos humanos y en gran medida han determinado su carácter.
Por lo tanto, el hombre de Estado no puede desentenderse de ellas al decidir o proyectar; está sometido a su influencia y ha de calibrar necesariamente los límites que imponen a su actividad.
–Ustedes sostienen entonces que, en el presente, la historia de las relaciones internacionales constituye un campo de estudio más amplio que el de la historia diplomática ¿Qué cuestiones referidas al Paraguay podrían mencionar que dan cuenta de esta renovación?
–En el presente se avizoran nuevos horizontes en el estudio de la historia de las relaciones internacionales del Paraguay, en el que apenas hemos dado algunos pasos.
Resulta urgente, por ejemplo, estudiar la importancia de la emigración paraguaya y las repercusiones que tuvo en la política exterior, la actitud de Paraguay ante el proceso de integración regional, el papel del Poder Legislativo, los partidos políticos, los medios de comunicación y la opinión pública como elementos de control e influencia en la elaboración y ejecución de la política exterior, la mentalidad colectiva de la sociedad paraguaya frente a las relaciones internacionales del Estado, entre otras cuestiones.
–En el capítulo dedicado a la emancipación política paraguaya exponen que dicho proceso fue precipitado por factores externos y que la independencia no se formalizó de un día para el otro. ¿Cuál es el alcance de esta perspectiva?
–Desde una dimensión regional e internacional, puede sostenerse que el movimiento independentista paraguayo cobró impulso en medio de una complejidad de factores y agentes: ante la crisis de la monarquía hispánica, fue preciso definirse contra José Bonaparte, el rey impuesto por Napoleón, y mantener fidelidad a Fernando VII, el rey depuesto, considerar las apelaciones de las juntas revolucionarias de España, las del Consejo de Regencia, las de Carlota Joaquina, prestar atención al expansionismo portugués y, sobre todo, a los movimientos de Buenos Aires.
12 de Agosto de 2010
ANTICOMUNISMO Y RELACIONES CON LOS ESTADOS UNIDOS DE AMÉRICA
Historia de las Relaciones Internacionales del Paraguay”, de Ricardo Scavone Yegros y Liliana M. Brezzo, es el penúltimo libro de la Colección La Gran Historia, de la Editorial El Lector, que se publica hoy con la edición de ABC Color. Uno de los capítulos de esta apasionante obra se refiere a las relaciones con los Estados Unidos durante la dictadura stronista.
Los autores señalan que Paraguay reafirmó durante el gobierno del general Stroessner su alineamiento internacional –desde una posición periférica–, con Estados Unidos, la potencia predominante en el hemisferio americano.
Tal alineamiento aseguró al país la continuidad de la asistencia técnica y financiera estadounidense.
En los años críticos transcurridos entre 1954 y 1961, cuando Stroessner se esforzaba por consolidar su régimen, el monto total de la ayuda norteamericana (excluyendo la ayuda militar) y de los préstamos otorgados por instituciones crediticias internacionales controladas por Estados Unidos llegó a 53,2 millones de dólares (o sea 2,74 por ciento del producto interno bruto), con un promedio de 6 millones por año. Era una suma considerable, teniendo en cuenta que el Presupuesto Nacional Paraguayo era de 21 millones de dólares en 1959. El Paraguay figuraba entre los tres mayores beneficiarios de la ayuda estadounidense a América Latina en aquel periodo. En términos comparativos, el total de la ayuda norteamericana antes de 1954 alcanzó menos de diez millones de dólares.
AYUDA MILITAR
En cuanto a la ayuda militar, su monto total llegó a casi 10 millones de dólares durante los años 1954-1959. Entre los años 1959-1961, cuando el régimen enfrentó varias acciones de insurgencia, la ayuda en camiones, armas pequeñas, artillería liviana, municiones y entrenamiento llegó casi a 5 millones de dólares. Es difícil imaginar cómo hubiera podido sobrevivir y consolidarse el régimen de Stroessner sin el apoyo político, económico y militar de Washington”.
Este apoyo incluyó también el asesoramiento prestado en los años 1956 a 1958, por parte del coronel Robert Thierry, a la Dirección de Asuntos Técnicos, que llegó a especializarse en la aplicación de sofisticados métodos de tortura a los opositores al gobierno acusados de comunistas.
Las relaciones con Estados Unidos se mantuvieron cordiales incluso durante la administración del presidente Kennedy, que buscó a través del programa denominado “Alianza para el Progreso” fortalecer la democracia en el continente. En 1961, un enviado especial del Gobierno estadounidense, el embajador Adlai Stevenson, expresó al presidente del Paraguay que la obtención de asistencia financiera, en lo sucesivo, dependería de la presencia de la oposición en el Congreso “mediante elecciones libres”. A criterio de Mora y Cooney: “Aunque el mensaje público de Washington a Asunción ponía énfasis en las reformas estructurales, el propósito de la visita de Stevenson fue realmente una cuestión de imagen política, o sea, obtener concesiones de forma para justificar el apoyo político, económico y militar norteamericano”.
“Durante los años críticos de la Alianza (1962-1966), el régimen de Stroessner recibió 41 millones de dólares de asistencia norteamericana; estos, sumados a los créditos blandos de bancos privados norteamericanos e instituciones crediticias internacionales controladas por Estados Unidos, alcanzaron los 73 millones de dólares. La ayuda militar (5,5 millones) elevó la suma total a más del 5 por ciento del producto interno bruto paraguayo”.
La asistencia estadounidense continuó intensa durante el gobierno del presidente Johnson. El Paraguay sostuvo en esos años una sólida posición anticomunista y apoyó las iniciativas estadounidenses en los foros globales y regionales. Las coincidencias con Estados Unidos quedaron manifiestas en la actitud del gobierno de Asunción frente a la Revolución Cubana.
EL CASO RICORD
A principios de la década de 1970, las relaciones paraguayo-estadounidenses se agriaron con motivo de las dilaciones y dificultades suscitadas en el proceso para la extradición del francés Auguste Ricord, residente en el Paraguay y reclamado por tráfico de heroína a los Estados Unidos.
El caso afectó seriamente la imagen internacional del país y de su gobierno, a los que se vinculó con el tráfico de drogas ilícitas, pese a que el Paraguay ratificó en 1971 la Convención Única de las Naciones Unidas sobre Estupefacientes de 1961, y adoptó en 1972 una ley para la represión del narcotráfico y la prevención y rehabilitación de la dependencia de drogas.
Además, se intensificaron las denuncias por violaciones sistemáticas de los derechos humanos por parte del Gobierno paraguayo, formuladas por organismos no gubernamentales y en el propio Congreso de Estados Unidos. Esto condicionó un cambio radical en las relaciones entre el Paraguay y los Estados Unidos durante la presidencia de Jimmy Carter.
Los autores señalan que Paraguay reafirmó durante el gobierno del general Stroessner su alineamiento internacional –desde una posición periférica–, con Estados Unidos, la potencia predominante en el hemisferio americano.
Tal alineamiento aseguró al país la continuidad de la asistencia técnica y financiera estadounidense.
En los años críticos transcurridos entre 1954 y 1961, cuando Stroessner se esforzaba por consolidar su régimen, el monto total de la ayuda norteamericana (excluyendo la ayuda militar) y de los préstamos otorgados por instituciones crediticias internacionales controladas por Estados Unidos llegó a 53,2 millones de dólares (o sea 2,74 por ciento del producto interno bruto), con un promedio de 6 millones por año. Era una suma considerable, teniendo en cuenta que el Presupuesto Nacional Paraguayo era de 21 millones de dólares en 1959. El Paraguay figuraba entre los tres mayores beneficiarios de la ayuda estadounidense a América Latina en aquel periodo. En términos comparativos, el total de la ayuda norteamericana antes de 1954 alcanzó menos de diez millones de dólares.
AYUDA MILITAR
En cuanto a la ayuda militar, su monto total llegó a casi 10 millones de dólares durante los años 1954-1959. Entre los años 1959-1961, cuando el régimen enfrentó varias acciones de insurgencia, la ayuda en camiones, armas pequeñas, artillería liviana, municiones y entrenamiento llegó casi a 5 millones de dólares. Es difícil imaginar cómo hubiera podido sobrevivir y consolidarse el régimen de Stroessner sin el apoyo político, económico y militar de Washington”.
Este apoyo incluyó también el asesoramiento prestado en los años 1956 a 1958, por parte del coronel Robert Thierry, a la Dirección de Asuntos Técnicos, que llegó a especializarse en la aplicación de sofisticados métodos de tortura a los opositores al gobierno acusados de comunistas.
Las relaciones con Estados Unidos se mantuvieron cordiales incluso durante la administración del presidente Kennedy, que buscó a través del programa denominado “Alianza para el Progreso” fortalecer la democracia en el continente. En 1961, un enviado especial del Gobierno estadounidense, el embajador Adlai Stevenson, expresó al presidente del Paraguay que la obtención de asistencia financiera, en lo sucesivo, dependería de la presencia de la oposición en el Congreso “mediante elecciones libres”. A criterio de Mora y Cooney: “Aunque el mensaje público de Washington a Asunción ponía énfasis en las reformas estructurales, el propósito de la visita de Stevenson fue realmente una cuestión de imagen política, o sea, obtener concesiones de forma para justificar el apoyo político, económico y militar norteamericano”.
“Durante los años críticos de la Alianza (1962-1966), el régimen de Stroessner recibió 41 millones de dólares de asistencia norteamericana; estos, sumados a los créditos blandos de bancos privados norteamericanos e instituciones crediticias internacionales controladas por Estados Unidos, alcanzaron los 73 millones de dólares. La ayuda militar (5,5 millones) elevó la suma total a más del 5 por ciento del producto interno bruto paraguayo”.
La asistencia estadounidense continuó intensa durante el gobierno del presidente Johnson. El Paraguay sostuvo en esos años una sólida posición anticomunista y apoyó las iniciativas estadounidenses en los foros globales y regionales. Las coincidencias con Estados Unidos quedaron manifiestas en la actitud del gobierno de Asunción frente a la Revolución Cubana.
EL CASO RICORD
A principios de la década de 1970, las relaciones paraguayo-estadounidenses se agriaron con motivo de las dilaciones y dificultades suscitadas en el proceso para la extradición del francés Auguste Ricord, residente en el Paraguay y reclamado por tráfico de heroína a los Estados Unidos.
El caso afectó seriamente la imagen internacional del país y de su gobierno, a los que se vinculó con el tráfico de drogas ilícitas, pese a que el Paraguay ratificó en 1971 la Convención Única de las Naciones Unidas sobre Estupefacientes de 1961, y adoptó en 1972 una ley para la represión del narcotráfico y la prevención y rehabilitación de la dependencia de drogas.
Además, se intensificaron las denuncias por violaciones sistemáticas de los derechos humanos por parte del Gobierno paraguayo, formuladas por organismos no gubernamentales y en el propio Congreso de Estados Unidos. Esto condicionó un cambio radical en las relaciones entre el Paraguay y los Estados Unidos durante la presidencia de Jimmy Carter.
14 de Agosto de 2010
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