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lunes, 22 de marzo de 2010

MIGUEL RIGUAL - HISTORIA PARAGUAYA - Prólogo: VERSIÓN SIMPLIFICADA Y OBJETIVA por ROQUE VALLEJOS / Texto: LA CREACIÓN DE LA REPÚBLICA.LA INDEPENDENCIA


HISTORIA PARAGUAYA
Por
MIGUEL RIGUAL
(Enlace a datos biográficos y obras
en la GALERÍA DE LETRAS del
Colección: Hacia un país de lectores.
Edición autorizada por: F.V.D.
Edición al cuidado de
ROQUE VALLEJOS
Editorial El Lector,
Asunción-Paraguay
2002 (129 páginas)


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ÍNDICE
Versión simplificada y objetiva por Roque Vallejos
LA CREACIÓN DE LA REPÚBLICA
Capítulo I: La Independencia
1. Organización en Buenos Aires de un Gobierno Nacional el 25 de mayo de 1810
2. Comisión del coronel Espínola y Peña al Paraguay
3. El Cabildo abierto de la Asunción no reconoce superioridad a la Junta de Buenos Aires
4. Reacción de la Junta de Buenos Aires: misión militar de Belgrano
5. Preparación del Paraguay para la defensa
6. Batalla de Cerro Porteño (19 de enero de 1811)
7. Batalla de Tacuarí (9 de marzo de 1811)
8. Retirada de Be1grano. Resultado de Tacuarí
9. Conspiración de los patriotas paraguayos en contra del poder español
10. Golpe del 14 de mayo de 1811
11. Instalación del gobierno provisorio
Capítulo II: Primer Congreso Nacional (17 de junio de 1811)
12. Reunión del Primer Congreso
13. Resultado del Congreso
14. Uno de los actos más importantes del Congreso: La nota del 20 de julio, grito de la Independencia del Paraguay
14. bis. Otros gritos famosos de América
15. Reacción de la Junta de Buenos Aires: misión de Belgrano y Echeverría
16. Tratado del 12 de octubre
Capítulo III: Segundo Congreso Nacional
17. Reunión del Segundo Congreso
18. Resultados del Segundo Congreso: la primera Constitución Nacional; el Consulado
19. ¿Quiénes fueron los cónsules?
Capítulo IV. Tercer Congreso Nacional
20. Reunión del Tercer Congreso
21. Resultado del Congreso: Institución de la Dictadura
22. La dictadura de Francia
Capítulo V. La obra del Dictador Francia
23. Francia defendió la independencia nacional
24. Francia hizo progresar la agricultura y la industria
25. Francia enriqueció el Estado
26. Francia fusiló a varios próceres de la Independencia
27. Francia persiguió a los extranjeros
28. Francia persiguió a la Iglesia
29. Otras medidas de Francia
30 Muerte de Francia
Capítulo VI: Cuarto Congreso Nacional
31. Reunión del Cuarto Congreso
32. Decisiones del Congreso: Institución del Segundo Consulado
33. Actos de buen gobierno durante el Segundo Consulado
Capítulo VII: El Congreso del 13 de marzo de 1844: Constitución del 44
34. Adopción de la segunda Constitución o Constitución del 44
35. Elección de don Carlos Antonio López como primer Presidente de la República del Paraguay
Capítulo VIII: Presidencia de don Carlos Á. López
36. Actos de orden político
37. Actos de orden económico
38. Actos de orden social
39. Actos de orden científico
40. Actos de orden internacional
41. Reconocimiento de la independencia nacional por la Confederación Argentina
42. Límites de la República
43. Estado de grandeza del Paraguay al morir don Carlos Antonio López

LA GUERRA DEL 70
Capítulo IX: Los antecedentes de la guerra
44. Elección del general Francisco Solano López
43. Cuestiones del Uruguay con el Imperio del Brasil
46. Guerra con Brasil: Campaña de Mato Grosso
47. Guerra con la Argentina
48. Tratado Secreto de la Triple Alianza
Capítulo X: La guerra: Campaña de Uruguayana
49. Nuestro Ejército
50. Batalla de Yatay (17 de agosto de 1865)
51. Capitulación de Uruguayana (10 de setiembre de 1865)
Capítulo XI: La guerra: Campaña de Humaitá
52. Batalla de Corrales (31 de enero de 1866)
53. Batalla de Estero Bellaco (2 de mayo de 1866)
54. Batalla de Tuyutí (24 de mayo de 1866)
55. Batalla del Sauce (16-18 de julio de 1866)
56. Entrevista de Yataity Corá (12 de setiembre de 1866)
57. Batalla de Curupayty (22 de setiembre de 1866)
58. Batalla de Tuyutí (3 de noviembre de 1867)
59. Cerco y capitulación de Humaitá (5 de agosto de 1868)
Capítulo XII: La guerra: Campaña de Pikysyry
60. Fortificación de la orilla derecha del Pikysyry
61. Batalla de Ytororó (6 de diciembre de 1868)
62. Batalla de Avay (11 de diciembre de 1868)
63. Batalla de Lomas Valentinas (21-27 de diciembre de 1868)
Capítulo XIII: La guerra: Campaña de las Cordilleras
64. Batalla de Piribebuy (12 de agosto de 1869)
65. Batalla de Acosta Ñú (16 de agosto de 1869)
66. Cerro Corá (1 de marzo de 1870)
Capítulo XIV Fin de la guerra
67. Duración de la guerra; su terminación y resultados generales
68. El Gobierno Provisorio
69. La Convención General Constituyente
70. Jura de la Constitución Nacional
71. Organización del nuevo Gobierno
72. Derechos del Paraguay sobre el Chaco
73. Algunos incidentes
Capítulo XVI: La guerra del Chaco
74. Pitiantuta (15 de junio de 1932)
75. Estigarribia y el Dr. Eusebio Ayala
76. Boquerón (29 de setiembre de 1932)
77. Hacia Saavedra
78. Campaña de Campo Vía (octubre 23-diciembre 11)
79. Armisticio de Campo Vía (diciembre 9 - enero 6)
80. Derrota de Strongest (mayo de 1934)
81. Picuiba-Carandayty
82. Victoria de El Carmen (noviembre de 1934)
83. Picuiba (diciembre 1934)
84. Ybybobo
85. Ultimas acciones
86. La paz (12 de junio de 1935)
87. Tratados de paz (21 de julio de 1938)
Capítulo XVII: Últimos gobiernos del Paraguay
Cronología
Bibliografía fundamental


VERSIÓN SIMPLIFICADA Y OBJETIVA
La pequeña obra "Historia del Paraguay" del ilustre sacerdote español MIGUEL RIGUAL, editada en la década del 50 del siglo pasado, es una versión desapasionada y esclarecedora de nuestra historia y también de nuestra intrahistoria. En cierto modo sigue los lineamientos generales que perfilados por el primer historiador de la congregación bayonesa, Cipriano Oxibar, quien en su momento redactó una obra sobre la historia del Paraguay, donde hizo acopio de fuentes primarias y utilizó a su vez datos de los grandes historiadores paraguayos de su tiempo.
La historia escrita por el Padre Miguel Rigual -cuya brillantez intelectual opacó con su voto de humildad recluyéndose en el Seminario Apostólico San José, semillero de vocaciones sacerdotales para gente sin recursos para costear sus estudios- parte de los prolegómenos de la independencia nacional. Cómo tomó Velasco los acontecimientos que derivaron en la invasión napoleónica, su repercusión en Buenos Aires y los epifenómenos que llegaron hasta el Paraguay. Sobrio a la hora de bosquejar las batallas, definir caracteres, sopesar influencias. Sin excluir totalmente al Dr. Pedro Somellera -quien se atribuyó haber sido el numen del levantamiento- hace constar en forma fehaciente su concurso con la causa nacional desde el primer momento. Sin ser admirador de Francia, ese personaje amargo empero insoslayable de nuestra independencia, con la pulcritud de un sintoísta inscribe el haber y el debe de quien fue proclamado "Dictador Perpetuo y ser sin ejemplar". Tal vez haya caído en algunas exageraciones sobre algunos tópicos, como ser: la persecución a la Iglesia. Efraím Cardozo pone muy en claro esta cuestión. Hijo del despotismo ilustrado, fue refractario a la influencia espiritual en la conformación moral de una nación. Le preocupó más el capital inmobiliario ocioso de las órdenes y la confiscó. Creó en "compensación" una remuneración similar a la que recibían los miembros del clero seglar.
El paso del tiempo hizo que se tuviera que actualizar dicha obra y esta tarea correspondió a Bernardo Capdevielle, quien estudió intensamente las misiones o "doctrinas" del Paraguay.
Al abordar la tarea desempeñada por Carlos Antonio López, hace justa ponderación y destaca -muy especialmente- cierta benignidad que signó su ejecutoria que alivió el espíritu cívico de la ciudadanía. En estupenda sinopsis hace el recuento de su ciclópea de constructor material, anotando a su vez la tímida apertura política que halla su más alta expresión en el Catecismo de 1855, ajeno por completo al Catecismo de San Alberto -autoritario e imperial- que su hijo Francisco Solano López retiró aquél de circulación, reimplantando el de San Alberto ante la expectación ominosa de la ciudadanía. Llama tal vez más por didactismo, Constituciones al "Reglamento del año 1813" y también a la "Ley que establece la Administración Política del Paraguay" (1844).
El eminente constitucionalista argentino Germán Bidart Campos, tanto como Segundo Linares Quintana y Reinaldo Vanossi -por hablar sólo de tres- consideran que cuando no hay preámbulo -esto es relativamente discutible- ni una dogmática que consagre las garantías, derechos y obligaciones de los ciudadanos, así como una parte orgánica que establezca nítidamente la división de los poderes del Estado, son sólo documentos constitucionales originarios que aspira a reproducir la Constitución material del país. En realidad lo que don Carlos quería era organizar político-administrativamente a su novel Estado.
Luis Mariñas Otero, en su importante estudio "Las Constituciones del Paraguay" (Madrid, 1978), transcribe lo siguiente: "La obra de López es determinante en la historia de su Patria, bajo su gobierno se funda una escuela de Derecho, embrión de la futura Universidad Nacional, a cargo de Juan Andrés Gelly, formado en Buenos Aires. Se contrataron profesores extranjeros, como el español Ildefonso Bermejo, y la independencia paraguaya es reconocida por Bolivia y Chile. El Paraguay es un país aislado y casi desconocido, pero en 1860 dice Lamar Scheizer: "Ser paraguayo era ser alguien" (opus cit., 64: 78).
El relato de la guerra contra la Triple Alianza es impecable. Ningún epíteto está fuera de fila. Cada cual aparece como es: genio y figura. Exalta con serenidad al Gral. José Díaz, así como lo hizo a su tiempo con el Tte. Naval Andrés Herreros, precozmente muerto, formado en la Marina inglesa.
Sobre es su relatorio sobre la postguerra del 70, la Convención Nacional Constituyente, la sanción y promulgación de la Carta Magna y una pincelada de los gobiernos que mandaron bajo su libérrimo doctrinarismo. En un momento en que un pseudorevisionismo deforma los hechos que ya forman parte de la energía de la historia -hablando en el lenguaje de Le Bon (1841-1913)- confundiendo tendenciosamente la áspera crítica que en Europa merece el revisionismo pro-nazi que trata de ignorar el Holocausto, cabe divulgar un texto objetivo para que la juventud y el ciudadano común puedan leer críticamente un trabajo inspirado sólo en el amor a la verdad. Tanto el padre Rigual como el padre Marcelino Noutz -de quienes tuve por honra ser discípulo- eran hombres profundamente principistas y hacían recaer en la libertad el valor fundante de la persona. Noutz decía que la libertad era hasta imperiosa-mente biológica, poniendo como "petición de principio" para cualquier discusión ulterior, lo que denominaba la "ley del nido". Decía Noutz que los pichones, apenas alcanzan a volar, dejan el nido sin olvidar -momo ha señalado un biólogo inglés- el "altruismo biológico" por el cual la madre, cuando percibe que el ave rapaz circunda el nido, sale a volar para atraer sobre sí el apetito del intruso. Esto se enseñaba en el Colegio de San José en la década del 60, cuando por aquí la etología aún no tenía carta de ciudadanía de ciencia de la conducta animal, homologable a la conducta humana. No olvidemos que recién Konrad Lorenz obtuvo reconocimiento oficial en 1973 cuando mereció con sus colaboradores el Premio Nobel.
ROQUE VALLEJOS
Presidente de la Academia Paraguaya de la Lengua Española.
Académico Correspondiente de la Real Academia.
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LA CREACIÓN DE LA REPÚBLICA
CAPÍTULO I
LA INDEPENDENCIA
RESUMEN:
EL 25 DE MAYO DE 1810 SE ORGANIZA EN BUENOS AIRES UN GOBIERNO NACIONAL QUE SE ATRIBUYE LA SUPREMA JURISDICCIÓN SOBRE LAS DEMÁS PROVINCIAS.
MANDA AL PARAGUAY A JOSÉ ESPÍNOLA Y PEÑA PARA OBLIGAR A NUESTRO PAÍS A ACEPTAR ESA JURISDICCIÓN.
EL CABILDO DE ASUNCIÓN, NEGÁNDOSE A ELLO, LA JUNTA DE BUENOS AIRES SE ORGANIZA UNA MISIÓN MILITAR A LAS ÓRDENES DE BELGRANO.
SE LIBRAN LAS BATALLAS DE CERRO PORTEÑO Y TACUARÍ, VIÉNDOSE BELGRANO OBLIGADO A RETIRARSE.
DESPUÉS DE TACUARÍ, LOS PATRIOTAS PARAGUAYOS CONSPIRAN CONTRA EL PODER ESPAÑOL; EL 14 DE MAYO DE 1811 ES EL DÍA DE LA INDEPENDENCIA Y SE FORMA UN GOBIERNO PROVISORIO: EL TRIUNVIRATO.

1. ORGANIZACIÓN EN BUENOS AIRES DE UN GOBIERNO NACIONAL EL 25 DE MAYO DE 1810
El 13 de mayo de 1810 llegaba a Montevideo una fragata inglesa anunciando que la metrópoli se hallaba invadida por los ejércitos de Napoleón. Las legiones francesas se apoderaron de la mayor parte de la península, lo cual ocasionó la abdicación de Carlos IV en favor de Fernando VII, la prisión de este último y la proclamación de José Bonaparte, como rey de España.
En vano trató el virrey Baltazar Hidalgo de Cisneros de ocultar al pueblo la gravedad de estos acontecimientos que enardecían el ánimo de los patriotas, pues fue destituido. El 25 de mayo de 1810, roto el vínculo que unía Buenos Aires con España, se constituyó al propio tiempo una Junta compuesta de los siguientes miembros: Presidente: Saavedra; vocales: Manuel Belgrano, José Castelli, coronel Miguel Azcuénaga, presbítero Manuel Alberti, Domingo Matheu, Juan Larrea, Juan José Paso y Mariano Moreno, estos dos últimos secretarios.
Esta junta se atribuyó la suprema jurisdicción sobre las demás provincias que dependían del Virreinato del Río de la Plata a las cuales invitó:
a) A reconocer su autoridad;
b) A enviar diputados a Buenos Aires.
Todas acataron sus órdenes, excepto tres que fueron el Alto Perú (que comprendía las intendencias de Charcas, Potosí, Cochabamba y La Paz), el Uruguay y el Paraguay.

2. COMISIÓN DEL CORONEL ESPÍNOLA Y PEÑA AL PARAGUAY
Con este fin mandó a nuestro país al coronel paraguayo José Espínola y Peña "el viviente más odiado de los paraguayos". Este había sido destituido por Velasco de su puesto de comandante de Villa Real, a causa de las numerosas quejas formuladas contra su persona, y se hallaba a la sazón en Buenos Aires, solicitando la ayuda del gobierno porteño para recuperar su cargo.
Espínola obró con tan poco acierto, tanto en Villa del Pilar como en Asunción, que el rencor del pueblo volvió a encenderse contra él; rencor que subió de punto, cuando el enviado argentino dio a conocer una credencial secreta, cuyo tenor autorizaba la remoción de Velasco.
Este, al tanto de todo, le ordenó se dirigiera a Villa Concepción. No obstante logró fugarse para Buenos Aires, a pesar de una doble expedición que salió de la capital con el intento de apresarlo.
El resultado de su misión fue, pues, nulo; contribuyó sin embargo a exaltar el ánimo de los paraguayos ante tal fracaso de la diplomacia argentina.

3. EL CABILDO ABIERTO DE LA ASUNCIÓN NO RECONOCE SUPERIORIDAD A LA JUNTA DE BUENOS AIRES
Velasco, sin consultar al Congreso, se constituyó presidente de la asamblea que el 24 de julio de 1810 se reunió en el Colegio Seminario con asistencia de más de 200 miembros. En nombre del Cabildo preconizó el reconocimiento exclusivo de la dominación española. Acto seguido, votaron todos sin discusión y "como resolución del Congreso" los cuatro puntos siguientes propuestos por el gobernador Velasco:
a) Reconocer la autoridad española.
b) Guardar amistad con la Junta de Buenos Aires sin reconocimiento de su superioridad, hasta resolución del Rey.
c) Crear una Junta de Guerra que estudie y ponga en ejecución rápida los medios más eficaces para la defensa de la provincia.
d) Comunicar esta resolución al Consejo Supremo de la Regencia y a la Junta de Buenos Aires.
Velasco clausuró el Congreso haciendo prestar a todos los diputados juramento de fidelidad a Fernando VII (El Dr. Francia proclamó en esta sesión: "El poder español ha caducado". (Vide: "Hombres y épocas del Paraguay". A. Bray, T. 1, págs. 26/27: 1996).
4. Reacción de la Junta de Buenos Aires: misión militar de Belgrano
Habiendo fracasado la misión diplomática de José Espínola y Peña destinada a llevar a cabo la sumisión pacífica del Paraguay a la Junta de Buenos Aires, ésta decretó que aquella provincia sería anexada por las armas.
Manuel Belgrano, vocal de la misma Junta, fue designado general en jefe del ejército, teniendo como segundo al mayor general José Ildefonso Machaín, paraguayo al servicio de los porteños. Belgrano salió de Buenos Aires a principios de setiembre con 200 soldados y llegó a San Nicolás de los Arroyos, donde se le incorporó una fuerza de 357 hombres. Al poco tiempo de allí, sabiendo la Junta que la situación en el Paraguay era más seria de lo que se había pensado, envió nuevas tropas a su general, el cual tuvo como base de su ejército un contingente de 950 hombres.
El 4 de diciembre, al llegar Belgrano a la costa del Paraná frente a la isla de Apypé, su ejército sumaba 1.400 soldados. Cada día su empresa militar le parecía más grandiosa y temible. Adelantar era peligroso y vergonzoso el retroceder. En vista de eso, intentando emplear nuevamente la diplomacia, despachó a dos emisarios para tratar con los paraguayos. El 19 de diciembre las tropas argentinas iniciaron el paso del Paraná. Retirándose nuestras guarniciones por orden de sus jefes, Belgrano creyó el triunfo seguro y avanzó resueltamente (El historiador Roberto Romero ha exhumado proclamas de Belgrano escritas en guaraní).

5. PREPARACIÓN DEL PARAGUAY PARA LA DEFENSA
La situación del Paraguay, bajo el punto de vista militar, era muy precaria. Testigo de ello el inventario general de la artillería, montas y municiones y demás pertrechos de guerra existentes a la sazón. No obstante, para conformarse a una de las resoluciones del Congreso del 24 de julio, Velasco levantó tropas, prohibió vender o gastar pólvora, hizo juntar las armas dispersas, armó varios buques y fortificó diversos pasos del río Paraguay.

6. BATALLA DE CERRO PORTEÑO (19 DE ENERO DE 1811)
El ejército argentino avanzó sin ningún obstáculo hasta Paraguarí, situando su campamento al pie del Cerro Mbaey, nominado más tarde Cerro Porteño.
Las tropas de Belgrano, unos 700 hombres, formaban un conjunto escogido "de orden admirable", bien armado. Los 600 soldados de Velasco venían en la mayor parte desprovistos de armas y carecían de disciplina militar: "Bultos -según Belgrano- de los cuales los más no han oído el silbido de una bala". Sin embargo, son estos improvisados soldados los que vencerán a los aguerridos argentinos, conforme las palabras que la víspera del combate dirigiera Velasco a la caballería criolla: "Vuestras lanzas son todavía más terribles que las suyas; conozco lo que valen esas armas manejadas por vuestras manos".
Nuestro ejército se hallaba acampado desde el pueblo de Paraguarí hasta el arroyo Yukyry. Comenzó la batalla a las 3 de la mañana del día 19 de enero.
Machaín, con 460 infantes, 130 soldados de caballería y 4 piezas de artillería, avanzó con ímpetu sobre el centro paraguayo de Yukyry, formado por la infantería española al mando de Velasco. Después de media hora de combate, nuestros soldados fueron desbandados y huyeron, encabezados por el mismo Velasco, hacia la cordillera de los Naranjos, olvidando el jefe español sus palabras del 8 de diciembre: "Moriré con gusto en medio de vosotros y tendré la gloria de acabar mis cansados días al frente de una provincia heroica y de unos soldados amables"..
Los paraguayos que reaccionaron se unieron a Cabañas y Gamarra y, después de una lucha prolongada, obtuvieron una completa victoria sobre Belgrano, obligándolo a huir hacia el sur. La batalla, "la más memorable que se dio en los dominios de América", según el parte de Velasco, costó a los argentinos 10 muertos, varios heridos y 120 prisioneros. Los paraguayos tuvieron 70 bajas.

7. BATALLA DE TACUARÍ (9 DE MARZO DE 1811)
Vencido Belgrano por nuestros soldados, huyó hacia el sur, fortificándose en el único paso que presentaba el río Tacuarí.
Mas allí le alcanzó el ejército patriota compuesto por 1.400 hombres. El general argentino, al frente de unos 700 soldados, se encontraba, no obstante la buena posición, acorralado en el Tacuarí. Por el sur la escuadrilla paraguaya había cortado los pasos de Itapúa y Candelaria; al norte estaban acampamentados los soldados de Cabañas y Gamarra, sobre la margen izquierda del río se encontraba un bosque impenetrable y extenso; a la espalda se desarrollaba una planicie horizontal cubierta de verdes islotes y árboles enmarañados; cerca del paso se elevaba un montículo que podía servir de castillo.
Atacar de frente posición tan bien defendida por la naturaleza parecía cosa menos que imposible. De consiguiente, Cabañas ordenó se construyera, una legua más arriba, un puente de madera con el objeto de sorprender y atacar la retaguardia enemiga. La dirección del trabajo fue encomendada al comandante Luis Caballero, padre del futuro prócer de la Independencia. El anciano jefe paraguayo respondió a esta elección con tan abnegado esfuerzo que murió poco después de terminar el puente, a resultas de las fatigas sufridas, bajo un sol ardiente, en la fragosa margen del Tacuarí. Los jefes paraguayos mandaron entonces que todos los soldados trajeran en el sombrero un ramo de laurel y en la chaqueta una cruz de palmas para distinguirse del enemigo y evitar confusiones lamentables.
El 8 de marzo a las 11 de la noche, nuestros soldados, luego de haber atravesado el referido puente, emprendieron la marcha a través de pajonales y espesos montes hacia el campamento enemigo. Inicióse el combate al amanecer del 9 de marzo y nuestra fue la victoria, porque, después de seis horas de lucha reñida contra Machaín, encontraron nuestros soldados nuevas fuerzas para derrotar aún a Belgrano que desdeñaba las ofertas de rendición que se le proponían.
Considerando toda resistencia infructuosa, el general argentino, después de haber sostenido algún tiempo el ataque, retrocedió y mandó enarbolar la bandera de parlamento. La causa de la independencia paraguaya acababa de dar un segundo paso victorioso.

8. RETIRADA DE BELGRANO. RESULTADO DE TACUARÍ
El único resultado de la victoria de Tacuarí fue la evacuación del territorio paraguayo de la orilla izquierda del Paraná; pues Cabañas no hizo prevalecer su condición de vencedor, ante las proposiciones del general vencido. Sin embargo, estas dos victorias contribuyeron a enaltecer la confianza de los paraguayos en su propio valer, confirmándose más en la creencia de su habilidad para gobernarse a sí mismos, sin recurrir a tutelas extranjeras.

9. CONSPIRACIÓN DE LOS PATRIOTAS PARAGUAYOS EN CONTRA DEL PODER ESPAÑOL
Después de la batalla de Tacuarí, los patriotas se iban dejando de Velasco; éstos, por desprecio de su conducta cobarde en la batalla de Cerro Porteño; aquellos, por enemistad; por tendencia porteña los unos; por sentimiento de independencia los otros.
Agregábanse a estos sus injusticias, como la de licenciar a la tropa sin haberle pagado el sueldo y su alianza con los portugueses del norte tendiente a buscar en ellos el sostén de su autoridad bamboleante.
En vista de ello, nuestros principales jefes patriotas, entre los cuales cabe mencionar al capitán Pedro Juan Caballero, al capitán Mauricio José Troche, al alférez Vicente Ignacio Iturbe, al teniente coronel Fulgencio Yegros, al capitán Antonio Tomás Yegros, al capitán Juan B. Rivarola, fray Fernando Caballero, al presbítero José Agustín Molas, concertaron los medios más aptos para el triunfo de la revolución.
Habían acordado esperar el regreso de Yegros, a la sazón comandante de la plaza de Itapúa; más habiendo comunicado a Iturbe un pariente suyo que Velasco se había enterado de la conspiración, se resolvió intentar el golpe en la brevedad posible. "Si nos han de ahorcar mañana, muramos hoy", dijo el doctor Somellera al capitán Caballero. Este se encargó de la dirección del movimiento, encendiendo el ánimo de los patriotas con este santo y seña: "Vencer o morir".

10. GOLPE DEL 14 DE MAYO DE 1811
En la noche del 14 de mayo, a las 10, al toque de la señal convenida, consistente en un repiqueteo de las campanas de la Catedral, Caballero, acompañado de Iturbe y de algunos partidarios, se presentó al cuartel principal.
Estaba de guardia el capitán Troche, quien con todas sus fuerzas, se adhirió al movimiento revolucionario.
Gamarra se dirigió al cuartel para persuadir a los revolucionarios que desistiesen de su propósito, pero negándole éstos la entrada, tuvo que regresar.
Pedro Juan Caballero, elegido jefe militar, luego de rechazar las proposiciones pacíficas que le hiciera Velasco por intermedio del obispo Panés, comisionó a Iturbe ante el gobernador para que acatase la Revolución: "Señor-dijo el enviado patriota a Velasco-, quince minutos traigo de plazo para llevar vuestra respuesta, pasados los cuales obrará la artillería". Velasco se negó a rendirse, pero habiéndose asomado al balcón y viendo que la artillería estaba dispuesta a hacer fuego contra su casa, comprendió que no tenía medios de resistir y contestó a Iturbe: "Dígale al comandante Caballero que estoy dispuesto a todo, pues no quiero que corra una gota de sangre". Entonces consintió en compartir el gobierno con dos socios designados por los partidos.

11. INSTALACIÓN DEL GOBIERNO PROVISORIO
El triunvirato o gobierno provisorio que debía durar hasta el Congreso próximo, quedó integrado por el gobernador, el doctor José Gaspar de Francia y el capitán Juan Valeriano Zeballos. Tal era el primer paso de la independencia que finalizaba en las primeras horas de la mañana del 15 de mayo de 1811.

BIBLIOGRAFÍA FUNDAMENTAL
- ALBERDI, Juan Bautista: "Historia de la Guerra del Paraguay”.
- CARDOZO, Efraím: "El Paraguay Colonial”, "El Paraguay Independiente".
- CARLYLE, Thomas: "El Doctor Francia".
- CHAVES, Julio César: "El Supremo Dictador", "El Presidente López".
- FURLONG CARDIFF, Guillermo: "Misiones y sus pueblos guaraníes".
- GARAY, Blas. "Compendio de la Historia del Paraguay"; "Resumen de la Historia del Paraguay”.
- GELLY, Juan Andrés: "El Paraguay. Lo que fue, lo que es, lo que será".
- GONZÁLEZ, Natalicio: "Solano López Diplomático".
- HERRERA, Luis Alberto: "El Drama del 65 (La culpa mitrista)".
- O'LEARY, Juan E.: "El héroe del Paraguay".
- BENÍTEZ, Justo P: "La vida solitaria del Dr. Francia".
- SÁNCHEZ QUELL, H.: "Estructura y función del Paraguay Colonial".
- THOMPSON, George: "La Guerra del Paraguay".
.
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viernes, 19 de marzo de 2010

MARGARITA DURÁN ESTRAGÓ - BATALLA DE TACUARY / Fuente: Suplemento Cultural del diario ABC COLOR.


(Enlace adatos biográficos y obras
en la GALERÍA DE LETRAS del
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BATALLA DE TACUARY
Pocas horas de ofensiva fueron suficientes para que las armas paraguayas
derrotaran al ejército de Belgrano en Tacuary, el 9 de marzo de 1811.
En vísperas del primer aniversario de aquella gesta,
la dotación militar de la capital solicitó la autorización
de la Junta Superior Gubernativa para evocarla con
“regocijo y demostración”.
.
Los miembros de la Junta: Fulgencio Yegros, Pedro Juan Caballero, Fernando de la Mora y el secretario Mariano Larios Galván concedieron la venia correspondiente mediante una nota dirigida a los Alcaldes de Primer y Segundo voto de la Asunción. Por tratarse de un documento inédito y breve lo transcribimos a continuación:
“Siendo sobremanera justo y plausible celebrar la memoria del memorable suceso y victoria que consiguieron las armas paraguayas, ahora un año en el combate de Tacuary, se concede a los oficiales y tropas del cuartel que puedan regocijarse esta noche, consultando en la diversión que no haya desórdenes y deserciones con el paisanaje, convidando a las personas que tengan por conveniente; y para autorizar más la memoria de tan plausible día, póngase en libertad dos presos que no sean de mayor consideración de los que se hallan arrestados por orden de esta Junta Superior y otros dos a cuenta de los Alcaldes ordinarios a quienes se presentará este Decreto, así para el cumplimiento de esta gracia como para que manden iluminar la gradería del Ilustre Ayuntamiento verificados en los corredores de este Palacio.
Lo trasladamos a Vuestra Señoría para su cumplimiento en el día sobre la parte que los comprende. Dios guarde a Vuestra Señoría muchos años. Asunción, Marzo 9 de 1812.
Fulgencio Yegros —Pedro Juan Caballero– Fernando de la Mora.
Mariano Larios Galván, Secretario”.
Hoy volvemos a conmemorar aquella victoria recordando que Buenos Aires, antigua capital del virreinato del Río de la Plata y de las Intendencias en las que se hallaba dividido aquel, no podía tolerar que la del Paraguay, con sus enormes recursos, diera las espaldas a la revolución y fortaleciera el frente español. Había que intimar al gobernador, al Cabildo y al obispo para que se sumaran a la revolución porteña. Para el efecto, en setiembre de 1810, la Junta de Buenos Aires comisionó a uno de sus integrantes, el general Manuel Belgrano, para encabezar una expedición al Paraguay.
Belgrano traía órdenes de atacar y dispersar a las fuerzas del gobernador Velasco, instaladas en los pueblos de Misiones, para luego pasar a la provincia del Paraguay a fin de ponerla “en completo orden”. También debía renovar “todo el Cabildo y funcionarios públicos, colocando hombres de entera confianza en los empleos… y si hubiere resistencia de armas, morirán el Obispo, el Gobernador y su sobrino, con los principales causantes de la resistencia”.
El ejército porteño llegó a las costas del Paraná el 4 de diciembre de 1810 y se detuvo a orillas de la isla Apipé. Allí escribió Belgrano aquel ultimátum al Gobernador, Cabildo y Obispo, al que ya se hizo referencia.
Entre tanto, la defensa paraguaya permanecía alerta en sus puestos fronterizos. En el Campichuelo del paso de Candelaria se hallaba apostado el capitán Domingo Soriano; en Itapúa el subdelegado Pablo Thompson; en Tacuary el capitán Servián; en San Cosme, el subdelegado y comandante de armas, el capitán Tomás Mármol y en Santiago, el comandante interino Pedro Nolasco Alfaro. Prestos a intervenir ante cualquier eventualidad se hallaban las compañías de Yuty, Bobí (Artigas) y Cangó (San Pedro del Paraná), al mando del capitán Vicente Antonio Matiauda.
Las primeras escaramuzas entre Buenos Aires y el Paraguay tuvieron lugar dos días después de aquel pedido de rendición de Belgrano. Un piquete de 12 voluntarios cruzó el Paraná y antes de amanecer asaltó un puesto de guardia paraguayo, capturando armas y prisioneros. A la zaga desembarcó Belgrano y luego de un breve cambio de disparos quedó desamparado el puerto de Campichuelo (Cambyretã); el capitán Soriano se vio obligado a abandonar el lugar con los pocos soldados que le quedaban. No hubo bajas en ninguno de los bandos; sin embargo, Thompson se retiró presuroso de Itapúa, sin combatir. En el pueblo quedó el administrador Rafael Díaz de los Ríos, y probablemente el cura del lugar, fray Miguel Estriche y su compañero fray Juan de las Encinas, franciscanos.
Alfaro comunicó a Velasco la caída de Itapúa; Thompson, por su parte, trató de justificar al comandante del Campichuelo señalando que cuando aquel quiso reaccionar ya estaba desamparado, excepto por 13 hombres. “La compañía de naturales (indígenas de los pueblos misioneros) —enfatiza el Subdelegado de Itapúa— no sirvió de nada. No quedó uno en el puerto”.
Seis días permaneció Belgrano en Itapúa, y el 25 de diciembre se trasladó al paso de Tacuary donde se juntó con José Ildefonso Machaín que había tomado dicha guardia. Por su parte, Rocamora, sucesor de Velasco en la gobernación de las Misiones, también cruzó el Paraná con indígenas de aquellos pueblos y por instrucciones de Belgrano permaneció en Itapúa en espera de nuevas órdenes.
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- Batalla de Paraguarí (Mba’e)
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Velasco decidió presentar batalla en Paraguarí. Envió chasques al galope a los distintos puestos de operaciones. Las campanas de todos los pueblos llamaron a combate. Los comerciantes españoles y los conventos de la ciudad entregaron sus donativos, lo mismo la Factoría de tabaco, que tuvo que echar mano a sus reservas.
Antes de partir, Velasco nombró al Cabildo de Asunción como gobernador sustituto y salió de la capital el 29 de diciembre rumbo a Paraguarí. Allí se instaló con su plana mayor, delante se colocó la división de Pedro Gracias. Al extremo, cubriendo los pasos del Caañabé la de Juan Manuel Gamarra y en el ala opuesta, la división de Manuel Cabañas.
Belgrano emplazó su cuartel general enfrente, en una elevación del terreno denominado Rombado, por su forma romboidal, aunque más conocida como cerro Mba’e. Ordenó a Machaín que rompiera el cerco enemigo ayudado de la reserva del cuartel general. La lucha fue sangrienta, era el 19 de enero de 1810. Machaín logró desbaratar la división de Pedro García y enfiló directamente a Paraguarí para prender a Velasco, quien logró huir del campo de batalla. La noticia llegó a Asunción con sabor a derrota. El pánico cundió entre los españoles. Se abandonaron las casas; el obispo Panés, los cabildantes y las familias de los comerciantes corrieron presurosos al puerto con sus cajas de caudales y en pocas horas abarrotaron 19 buques, casi todos de gran calado. En medio de la confusión, muchos vecinos fueron a los cuarteles y se hicieron de armas.
Mientras tanto, los dos frentes se batieron durante tres largas horas, pero la tenaza de las divisiones paraguayas no cedió hasta lograr el triunfo. Unos pocos hombres lograron sortear el cerco, entre ellos, el que entregó a Belgrano como trofeo, el capote de Velasco, en cuyos bolsillos se encontraron una boquilla de fumar y los lentes del gobernador. Ante la derrota porteña y a modo de consuelo, Belgrano envió aquellos presentes a la Junta de Buenos Aires; luego acordó con sus principales capitanes, emprender la retirada hasta el río Tebicuary, en espera de refuerzos.
Nunca antes se había librado en suelo paraguayo una batalla de tanta consideración como la de Paraguarí. En Asunción, el Cabildo en función de gobierno mandó celebrar tres días de luminaria y al cuarto dispuso un Te Deum en acción de gracias a Dios por la victoria”.
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- Batalla de Tacuary (Tupara’y).
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Con la victoria de Paraguarí, los comerciantes españoles, los funcionarios y los propios paraguayos partidarios del dominio español celebraron eufóricos el triunfo. Pero la guerra no había terminado.
Velasco organizó la persecución al enemigo, para lo cual nombró como comandante de avanzada a Fulgencio Yegros; este debía “pisarle los talones a Belgrano”. Se sumaron luego, Antonio Tomás Yegros con su compañía de cuarteleros, Blas José de Rojas con su infantería y el capitán Vicente Antonio Matiauda con las milicias de Yuty, Cangó y Bobí.
Belgrano se tornó más prudente y reflexivo. Al quinto día levantó campamento y se alejó del lugar instalando su cuartel en el pueblo de Santa Rosa, más cerca del Paraná. Mandó cubrir con hombres y cañones los puestos de San Cosme, Candelaria y San José y esperó que los paraguayos tomaran la iniciativa.
En el Paraguay, al otro lado del Tacuary, el comandante Luis Caballero, ultimaba los trabajos de un puente, que oculto entre la maleza, lo fueron construyendo para sorprender al enemigo por la retaguardia. Se dispuso el cruce sigiloso del ejército antes del amanecer del 9 de marzo de 1810. Quedarían en esta banda algunas piezas de artillería, unos 70 fusileros y tres compañías de lanceros.
A la madrugada se llegó al medio del puente; al bajar a tierra les esperaba un monte como de 200 metros, que para atravesarlo, tuvieron que abrir sendas con cuchillos, machetes y sables. A fin de evitar bajas paraguayas causadas por los mismos compañeros, como ocurrió en Paraguarí, todos los soldados llevaban puestos en el sombrero una rama verde de laurel, especie abundante en la zona, además, dos hojas de palmas cruzadas en el pecho.
El ejército paraguayo organizó su formación a unas seis cuadras de la capilla de Tacuary y se ordenó el ataque; la guardia enemiga compuesta de 20 hombres huyó atemorizada. En ese momento, el comandante Luis Caballero, héroe de Tacuary, cayó al suelo aquejado de un paro cardíaco.
Avanzó Machaín y ocupó las tres islas de monte cercanas a dicha capilla y desde allí abrió fuego sobre los soldados paraguayos. Se inició un duro combate, desventajoso para los que salían del monte y se hallaban en campo abierto.
Los paraguayos, mandados por el capitán Fulgencio Yegros, el comandante Juan Manuel Gamarra y el mayor Pascual Urdapilleta, comenzaron un movimiento envolvente, mientras una escuadrilla de botes armados remontaba el Tacuary. La caballería desbordó los montes y Machaín, el segundo jefe del ejército de la Junta de Buenos Aires, cayó en manos de los paraguayos juntamente con varios de sus oficiales, un centenar de soldados, piezas de artillería con el carro de municiones y todos los fusiles; muchos más que en Paraguarí.
Mientras los paraguayos reorganizaban sus filas para el asalto final, Belgrano aprovechó aquella pausa para enviar como emisario a José Alberto Cálcena y Echeverría; este llegó con una bandera blanca y pidió una tregua. Expuso que Belgrano se retiraría con todas sus tropas y que se le permitiese cruzar el Paraná sin ser molestado, bajo la promesa de dejar enteramente evacuada la provincia del Paraguay.
Cabañas, sin consultar con Velasco y en contra del parecer de Gamarra y los demás jefes, concedió capitulación a Belgrano, bajo su responsabilidad.
En un breve oficio, Cabañas autoriza a Belgrano a retirarse con sus tropas y armamentos con el compromiso de no volver a atacar al Paraguay en el futuro y que se pusiera en marcha a más tardar el día siguiente; Belgrano contesta con otro oficio, aprobando las condiciones impuestas por Cabañas.
No hubo acta de capitulación, los oficios intercambiados contienen los términos de la misma. Aunque Velasco aprobó la capitulación, al llegar al pueblo de Santa Rosa, ordenó que se cortara toda comunicación con los porteños. Allí entregó a Fulgencio Yegros su ascenso a teniente gobernador de Misiones y subdelegado de Candelaria, jurisdicción que comprendía, además de este pueblo, los de Trinidad, Jesús, Itapúa, Santa Ana, Loreto, San Ignacio Mini y Corpus. Al ser nombrado jefe de las Fuerzas del Sur, asentadas con carácter permanente en Itapúa, Yegros nombró como segundo suyo al capitán Vicente Antonio Matiauda, subdelegado de los pueblos de Yuty, Cangó y Bovi, quien pasó a residir en el cuartel de Candelaria.
La campaña militar de Tacuary tuvo un final inesperado; en el mismo campo de batalla se tramó la completa reconciliación con Buenos Aires. El odio a los porteños se trasladó al régimen colonial y gran parte de la opinión pública se volvió favorable a Buenos Aires.
La guerra porteña despertó la conciencia nacional. Sirvió para demostrar a españoles y porteños la fidelidad de los paraguayos a la causa de la Patria. Eso mismo lo expresó Velasco en carta al virrey Cisneros, al día siguiente de la victoria de Tacuary: “Como si un rayo hubiera herido los corazones de estos incomparables provincianos —señaló el gobernador— me hallé a los dos días de haberse circulado los avisos con más de 6.000 hombres, prontos a derramar la última gota de sangre antes de rendirse”.
Sin detenernos en los prolegómenos de la revolución del 14 y 15 de mayo de 1811, conviene destacar que la misma resultó ser el corolario de una conspiración gestada en las carpas de la oficialidad paraguaya, triunfadora como queda dicho, en Paraguarí y Tacuary.

Margarita Durán Estragó
6 de Marzo de 2010
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Fuente: Suplemento Cultural del diario ABC COLOR del domingo, 7 de marzo del 2010.

jueves, 18 de marzo de 2010

JOSEFINA PLÁ - LA CONQUISTA RELIGIOSA. LAS MISIONES JESUITICAS / Fuente: EL BARROCO HISPANO GUARANI. Edición digital: BIBLIOTECA VIRTUAL DEL PARAGUAY.


EL BARROCO HISPANO GUARANI
Autor: JOSEFINA PLÁ
(Enlace a datos biográficos y obras
En la GALERÍA DE LETRAS del
www.portalguarani.com )

(Primera Parte)
II
LA CONQUISTA RELIGIOSA. LAS MISIONES JESUITICAS


"La conquista del Paraguay – dice el historiador Efraím Cardozo – (1) se produjo en plena eclosión del batallador catolicismo español".
Terminada la gesta de la Reconquista, en el itinerario histórico de España coinciden cenitalmente dos acontecimientos cuya aleación fragua su grandeza ecuménica: la Contrarreforma, el descubrimiento de América. España, la descubridora de las nuevas tierras, ha asumido al propio tiempo muy en serio su papel de campeona de la Cristiandad. Para ello le han labrado ejecutoria los ocho siglos de lucha contra el moro. Ocho siglos que no han sido sólo de pelea por reconquistar su suelo sino también ocho siglos de batalla contra el infiel. "El milagro de energía humana – sigue diciendo Cardozo – que impulsó la grandiosa proeza de descubrir y dominar un mundo, sólo fue posible mediante la entrañable convicción de que los quintos españoles no corrían detrás de riquezas y poderío sino de almas que ganar para Dios". Superabundantes documentos de época no nos dejan duda alguna al respecto. El Libro Primero de las Leyes de Indias fue dedicado a la Iglesia Católica. Y la misma Ley Primera lleva al frente una invocación de Carlos Quinto que dice así: "Y creyéndome más obligado que otro príncipe alguno del mundo a procurar Su servicio y la Gloria de su Santo Nombre, y emplear todas las fuerzas y poder que nos ha dado en trabajar en que sea conocido y adorado en todo el mundo, por verdadero Dios, como lo es, Creador de todo lo visible e invisible..."
Este espíritu providencialista, de totalitarismo religioso, guió la conquista y el establecimiento del dominio español en el Paraguay, como en otras zonas americanas; pero quizás en ésta, como en ninguna, tuvo, a favor de las circunstancias, ocasión de manifestarse en su raigal y fervoroso acento original.

LAS ENCOMIENDAS
En el Paraguay, al igual que en otras áreas, existió el sistema llamado de encomiendas, con el cual la Corona quiso hallar solución inmediata a la serie de problemas de todo orden creados por la subitánea absorción de tantos nuevos súbditos a los cuales había que insertar en un nuevo orden de cosas: económico, social y cultural; pero sobre todo religioso.
En cierto modo el sistema de encomiendas venia a ser una continuación del régimen feudal, que precisamente por entonces periclitaba en Europa. Se han señalado no obstante diferencias entre ambos regímenes. El feudo era perpetuo, la encomienda vitalicia. El señor feudal tenía jurisdicción civil y criminal; el encomendero no. Es más, el sistema feudal no reconocía extinción, mientras que la encomienda, en principio, se calificó solo como un estado transitorio, destinado como se ha dicho, a ofrecer una solución inmediata a los gravísimos problemas creados por el concurso de esa masa de nuevos súbditos en circunstancias completamente inéditas.
Por la encomienda, el Gobernador asignaba un cierto número de indios a un sujeto particular, al que consideraba consciente y responsable, encomendándolos o depositándolos en él para que "los cuidase, defendiese de sus enemigos" e "hiciese instruir en oficios y sobre todo en la santa religión".
A cambio de ello, el indio debía pagar un tributo, que al principio fue en moneda, pero luego ante la incapacidad del indígena para aportar ese monto, fue trocado por la prestación de servicios personales, durante dos meses al año, al encomendero; quien, como equivalente de pago o compensación, aportaba el importe del tributo.
Nunca estuvo en el espíritu ni en la letra de las Leyes de Indias la opresión o esclavitud del indio. En su testamento la Reina Isabel insiste entrañablemente: "No consientan ni den lugar a que los vecinos y moradores de dichas islas y tierras firmes, ganados y por ganar, reciban agravio en sus personas y bienes". Y en otra parte: "Los indios son tan libres como los españoles". En 1509 instruía Fernando el Católico: "Repartan los indios para el bien espiritual de ellos: los encomenderos los amparen y defiendan de sus enemigos. "Provean ministros que los instruyan en nuestra Santa Fe". Estas palabras pasaron después a la Ley Primera, Titulo X, Libro VI de la Recopilación de dichas Leyes de Indias; fueron repetidamente glosadas en disposiciones, cédulas y ordenanzas.
No cabe pues duda acerca del espíritu que guió la institución de la encomienda. Ella no comportaba en su intención original carga pesada para el indígena; éste, por su parte se consideraba que recibía compensación suficiente en esas facilidades organizadas para su incorporación a la nueva cultura. Pero circunstancias fáciles de comprender – el paso de la impersonalidad de la ley a la práctica viciada por lo personal humano – hicieron que ella derivase rápidamente al abuso.
Quizá éste no adquirió en el Paraguay, en términos generales, los caracteres agudos que en otras áreas, ya que no existió la riqueza minera cuya explotación agravó la situación del indio; en el Perú, – por ejemplo; pero no cabe duda de que la falta de control ceñido y vigilante, el desamparo de la distancia, hacían que las paternales previsiones de la Corona cayesen con frecuencia en el vacío. Las encomiendas se despoblaban. Los indios huían y se tornaban hostiles. En treinta años, de 90.000 indios reducidos sólo quedaron 1.000 (2). La encomienda resultaba en descrédito de la Corona y la religión; en envilecimiento y merma de la población india.

RITMO LENTO EN LA CATEQUESIS
La lenta expansión de la población colonial y precariedad del núcleo español, venían a ser un obstáculo más para la conversión del indio. Hacia fines del siglo XVI los indígenas al contacto con los españoles al este del río Paraguay habían adquirido hábitos de convivencia; entre 1538 y 1610 fueron fundados Altos, Atyrá, Areguá, Caazapá, Guarambaré, Itá, Tobaty, Yaguarón, Itapé, Tabapy, todos ellos pueblos de indios, asiento de misiones franciscanas o de clérigos. Pero ya más allá del río Paraná la acción colonial resultaba inoperante; tanto franciscanos como clérigos carecían allí del apoyo militar y civil preciso para sus fundaciones, debido simplemente a la falta de brazos. No puede extrañar que la conversión no progresara, a pesar de la buena voluntad de misioneros y sacerdotes.
El avance colonizador en el área llegaba pues prácticamente a un punto muerto, dado que el procedimiento seguido hasta esos instantes, la acción militar – o eventualmente la diplomática, respaldada en la anterior – había precedido a toda acción de orden civil y por ende catequizadora. Tampoco por otra parte se disponía de brazos eclesiásticos suficientes; y además los disponibles no estaban amparados por las reglas de sus respectivos ministerios u Ordenes como para afrontar el trato directo con los indios en tales condiciones. La tarea debía plantearse en otra forma. Eliminada la acción militar como la civil esa tarea sólo podían realizarla hombres capacitados para ella por el fervor y las obligaciones de una misión activa, basada en una Regla cuyo principio era precisamente la prédica sin límites de área o de riesgo.

LA COMPAÑIA DE JESUS
Justamente a fines del XVI entraba la Compañía de Jesús en su fase de desbordante actividad. Sus milicias eran ya lo suficientemente numerosas como para asumir cualquier empresa. ¿Quién más indicado para la labor en el Paraguay que esta Orden en cuyas manos el concepto evangelizador cobraba nueva vitalidad al incorporar un cariz inédito, el de adaptación a la circunstancia?... El jesuita, hombre de acción, y no sólo de prédica o doctrina, era el señalado para esta nueva etapa colonizadora, como lo ha hecho notar Lugones (3) Aquí hallaban su puesto aquellos que eran "otros tantos soldados de un escuadrón de caballos ligeros, con el oído atento al primer toque de alarma, y aún puesto el pie en el estribo para salir a pelear las batallas del Señor" según Rivadeneyra.

LOS JESUITAS AL PARAGUAY
No están lo suficientemente aclaradas todavía todas las incidencias del proceso que tuvo como conclusión la venida de los jesuitas. Hay indicios de que la intención de adoctrinamiento por parte de los Padres se remonta ya a la mitad del siglo XVI. Desde esa fecha la Compañía trabajaba ya en el Brasil. En San Vicente se hallaba el Padre Manuel de Nóbrega cuando el jesuita Antonio Rodríguez, ex soldado portugués que había formado parte de la expedición de Mendoza, "le informó de las tribus y costumbres de los indios y de la obra catequística de un sacerdote español llamado Gabriel, que desde Asunción, disgustado con el proceder de los españoles, se había retirado al interior haciendo nueva entrada Paraguay adentro". Rodríguez sugirió al Padre Nóbrega que enviase allá una compañía, "porque hay por allá otras gentes que no comen carne humana, gente más piadosa y preparada para recibir nuestra santa fe, por tener en gran estima y crédito a los cristianos".
En 1551 el Padre Leonardo Nunes intenta poner en práctica esta idea, llevando consigo algunos lenguaraces, entre ellos el hermano Pedro Correa. Nóbrega se refiere a este proyecto al año siguiente, y resuelve realizar por su parte la intentona. El gobernador general. Tomás de Souza, que al principio había aceptado el plan, pensándolo mejor y viendo los inconvenientes que se derivarían de la marcha de Nóbrega, con más la natural defección de otros elementos misioneros, debilitando la acción evangelizadora local, se opuso a ello. El Padre Nóbrega, no obstante no desistió: se limitó a dejar el propósito para mejor ocasión (4).
Esta pareció llegar por fin para Nóbrega en 1554; y se hallaba ya preparando su partida cuando llegó el Padre Luis de Gra, a quien esperaba Nóbrega, y se mostró contrario a la empresa. Nóbrega se sometió al parecer de su compañero. Subsiguientes solicitudes suyas tropezaron con la negativa de Roma. (Hay presunción – siempre siguiendo a Porto – de que el Padre Luis de Gra habría sido designado para la misión y de que inclusive llegó a emprender el viaje).
En 1583, o sea más o menos treinta años después, se unen las dos coronas peninsulares, y surge de nuevo la idea de mandar Padres al Río de la Plata y al Paraguay. En 1584 el General Acquaviva aprueba el plan, y en 1585 el Obispo del Tucumán Francisco Vitoria intercede con el Procurador de Bahía y el Provincial del Brasil para la venida al Paraguay de una Misión de la Compañía (5).

GESTIONES E INCIDENTES
Durante su viaje al Río de la Plata, los misioneros enviados del Brasil son capturados por los piratas y a duras penas consiguen recuperar la libertad. Llegan al cabo a Córdoba, donde se encuentran con dos Padres procedentes del Perú. El 11 de agosto de 1588 arriban por fin a Asunción los PP. Saloni, Ortega y Filds, catalán, portugués e irlandés respectivamente. Cerca de dos años se pasaron recorriendo el país, queriendo lógicamente tener una idea de las condiciones en que habría de desenvolverse su labor. En 1593 se fundó la Casa de la Compañía en Villarrica. En 1594, la de Asunción. En el ínterin había regresado a su país de procedencia uno de los PP., y habían llegado a esta área nuevos y activos misioneros, entre ellos Alonso de Barzana. Sin embargo, entre esta fecha y el año 1602, los jesuitas estuvieron a punto de abandonar la empresa. Los motivos no aparecen muy claros. El P. Visitador Esteban Páez, según se deduce, habría puesto reparos al establecimiento de misiones "tan alejadas de la Provincia del Perú" lo cual hacía difícil su vigilancia y gobierno. Documentos de la época informan por otro lado de las dificultades que a poco de llegar los Padres surgieron entre ellos y la población local: la causa parece haber sido la prédica adversa a las encomiendas, de parte de los jesuitas. Fueron apedreados los Colegios, insultados los Padres; e inclusive Hernandarias, su mejor defensor, llegó a mostrárseles adverso.
Entraron sin embargo a tallar otros empeños, cuyo complejo juego es de larga exposición, pero entre los cuales merecen señalarse los choques reiterados que por esos años tuvieron las armas coloniales con los indígenas del otro lado del Paraná, y en una de cuyas incidencias los indios llegaron a apoderarse de una hermana de Hernandarias. Este, pues cambia de parecer y escribe al Rey "que no hay medio de reducir por las armas los 150.000 indios exentos de los españoles de Ciudad Real y Villarrica, pues aunque acuden a estos pueblos de paz, sirven como y cuando les parece, porque los españoles no tienen fuerza suficiente para conquistar dichos indios, ni los sujetar". A lo que contesta el Monarca. "Que aunque hubiere fuerza suficiente para conquistar dichos indios, no se ha de hacer sino con la doctrina y predicación del Evangelio, valiéndose de los religiosos de la Compañía que mando para dicho objeto..."
Y es saliendo al paso de la objeción de alejamiento antes hecha, y transcripta, que el Prepósito General Claudio Acquaviva en 1604 determinó erigir en Provincia Espiritual del Paraguay esta demarcación de Tucumán y del Río de la Plata; y en 1605 llegan por fin los Padres Jesuitas designados para llevar a cabo este objetivo. En 1609 el Padre Provincial Diego de Torres envía dos misioneros al Guairá, dos a los guaicurúes, y más tarde dos al Paraná. El 29 de diciembre del mismo año se inicia la serie de fundaciones con la de San Ignacio Guazú, a doce leguas del Paraná, a la banda del Norte, por los Padres Marcial Lorenzana y San Martín, a quienes sustituyó en 1611 el Padre Roque González de Santa Cruz. Este fue el primer jesuita salido del Colegio de Asunción, hijo de la tierra; fue incansable en la tarea misionera y murió en pleno acto fundador; ha sido elevado a los altares.
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MISIÓN LA CANDELARIA

(Grabado misionero)

AMBITO IDEAL PARA LA EMPRESA
La erección en provincia de un territorio aparentemente tan desamparado, tan alejado de los centros existentes de colonización; desorientó al principio a muchos. "Siempre entendí – dice un misionero en la Carta Anua de 1613 – cuando vi que se había movido nuestro Padre General a hacer provincia de una tierra tan pobre y desamparada, que aquí había misterio, y ya se empieza a descubrir". En efecto, el empeño no fue arbitrario ni obra del azar; no cabria pensar tal cosa de la visión siempre tensa y lúcida de los dirigentes de la Compañía. Era la intención de los jesuitas "hambrientos de almas" desarrollar aquí a plenitud el sistema que ellos concebían como el mejor para la conversión y subsiguiente conservación de los cuerpos y almas de la gente nueva. En ninguna de las otras áreas habría sido ello posible, ya por la competencia civil, ya por la de otras órdenes religiosas. La crónica demuestra que aunque en esas otras zonas se realizaron en diversos períodos intentos de establecimiento de estas comunidades de base utópica, ellas o fueron en muy pequeña escala o bien no tardaron en desaparecer en el juego de los graves intereses contrapuestos. En el Paraguay, y justamente por las circunstancias aparentemente adversas, concurrían los requisitos deseables y algunos más – la condición persuasible del indígena, la bondad de la tierra dispuesta a amparar empresas de trabajo – y con ellos, la supervivencia económica sin excesivas dificultades.
De la ausencia, por no menos aparente, al comienzo, de la competición religiosa o civil, no cabía dudar, por cuanto el propio Gobernador Hernandarias había recabado de la Corona y de los Superiores de la Orden la presencia de los jesuitas, como los únicos capaces de afrontar la tarea demostradamente imposible para la Colonia. De la índole de los naturales, no precisamente mansa en todos los casos, pero sin duda mucho más asequible y abierta a la convivencia y la persuasión que en otras regiones al este del Ande visitadas previamente por los misioneros, tenían testimonios repetidos. Además las creencias guaraníes ofrecían un sorprendente paralelismo en algunos de los casos con ciertos dogmas católicos; y esto facilitó, como veremos enseguida, el entendimiento inicial. En cuanto a la naturaleza, patentes estaban la bondad del clima, la abundancia de tierras fértiles aptas para el cultivo y la ganadería; la existencia de abundantes maderas, de manantiales y de pastos. La ausencia misma de minas los favorecida, ya que hemos visto que fue ella la que en rigor, aunque indirectamente, había creado las circunstancias propicias a la venida de los jesuitas e hizo posible su establecimiento in extenso.
En cuanto a la lejanía y aislamiento, fueron factores preciosos utilizados con lucida visión en el desarrollo del plan.

PEDAGOGIA CATEQUISTICA
En su prédica, los jesuitas emplearon todos los recursos que la psicología de su tiempo ponía a su alcance. No vacilaron por ejemplo en utilizar el ya mencionado trasfondo mítico indígena afín a las creencias cristianas en busca de coincidencias en las cuales apoyar su persuasión. Así la leyenda de Sume o Pa’i Tume, convertido en Santo Tomás; así Tupâ, convertido sin dilación en Dios Padre, como el Yvága en el Paraíso, y así sucesivamente. Ello dio lugar a que en determinado momento algunos, entre ellos el hazañoso Obispo Cárdenas, los motejase de heréticos, por haber adoptado literalmente, en su catecismo, figuras, conceptos y terminología de los mitos indígenas (Cardozo). Así pudo decir un cronista: "El que crean las obligaciones de nuestra Santa Fe, sus misterios y verdades, no les cuesta mucho". El mismo Cardozo, citado, ve en el mito de Pa’i Tume, con su profecía relativa a la venida de hombres blancos, si no el principal motivo, por lo menos un fuerte aliciente para la conversión realizada en masa en los primeros tiempos. Dice la Anua de 1616 al referirse a la Misión de San Francisco Javier: "esa profecía de la venida de los jesuitas hecha por Pa’i Tume, la hemos oído de distintas naciones y tan distantes unas de otras que en ninguna manera puede haber sospecha de habérsela comunicado los indios entre sí, y concuerda tanto, que en cosa ninguna han discrepado, por eso dejan sus tierras con tanta buena voluntad para seguirnos". "La conversión guaraní a la fe católica – dice Cardozo – fue un reencuentro". Para mejor comunicar con ellos, los jesuitas, aprendieron el guaraní, y andando el tiempo, hasta les ofrecieron libros de religión escritos en su idioma. Y como además en los Padres hallaron los indígenas médicos que los atendían y curaban, administradores que los ponían a salvo del hambre, capitanes que los llevaban con ventaja a la pelea, abogados que los defendían de los encomenderos, no se puede menos que dar la razón a Cardozo cuando dice que en los jesuitas vieron los guaraníes "su liberación" (6).
Añádase a todo esto el respeto que los Padres concedieron a la organización tribal, y la sutileza psicológica con que supieron apoyar la enseñanza sobre ciertos rasgos idiosincrásicos y determinados rasgos de la organización social del aborigen.

VICISITUDES DE LAS MISIONES
No debemos sin embargo extremar el optimismo y ver la conversión del indio en el área como una empresa fácil y sin vicisitudes. La verdad no fue tan risueña. Hubo sus altibajos, sus trágicos tropiezos, sus desengaños. La defección de chanás y jaros. La fracasada conversión de los guaraníes, que costó la vida al Padre Roque González de Santa Cruz, hoy Beato, y a sus compañeros, y que hubo de ser abandonada al cabo de diez y siete años de esfuerzos. La vuelta a la vida salvaje de los indios de las Misiones de Jesús y María de los Guenoas. El martirio de diez y seis jesuitas (7) de los que el Beato Roque y sus dos compañeros fueron los primeros. Y sobre todo la azarosa crónica de las Misiones del Guairá, que alcanzó en algunos momentos perfil épico (8) y del Tape, donde los bandeirantes reeditaron la Degollación de Inocentes (9). Las tentativas hechas para desplazar a los Padres de las Misiones de Itatines, a favor de otras Ordenes... Las Misiones no alcanzaron cierta estabilidad sino tras un largo periodo de ensayos y dramáticas pruebas.

PERIODOS EN LA HISTORIA DE LAS MISIONES
"Debemos – dice Hernán Busaniche (10) – dividir la historia de Misiones en dos períodos. El primero es el azaroso de las fundaciones, época movediza, de traslados, de guerras y asaltos, que terminó en un éxodo". Busaniche encuadra esta época entre 1609, fecha de la fundación de San Ignacio Guazú, y 1632, fecha del éxodo de las poblaciones del Guairá. Creo que quizá conviniese extender este lapso hasta 1648, fecha en la cual los guaraníes, concedido ya el permiso para usar armas de fuego, fueron declarados guarnición de frontera, poniéndose con ello a raya a los mamelucos, y asegurándose definitivamente la estabilidad de los pueblos.

PRIMERA EPOCA FUNDACIONES DEL GUAIRA
Los Padres Cataldino y Mazeta se internan en el Guairá, para establecer según Lugones, una punta de lanza para la salida al mar. Sin que ello suponga en lo más mínimo aceptar la interpretación del "imperio jesuítico" de Lugones (11) nada se opone a que pensemos que esa salida al mar pudo haber estado en el plan de los Padres; ello no sería sino una prueba más de la certera visión histórica de los hombres de Loyola. De haber proseguido y estabilizado su expansión, hasta el mar, las Misiones, quizá la historia de esta zona de América del Sur se habría escrito de distinta manera.
Los Padres mencionados fundan San Ignacio y Loreto del Guairá. En 1622 se les une el Padre Montoya, llamado "el apóstol de los guaraníes", merecedor él solo de una larga biografía. A su empuje se debe la fundación de once pueblos más. En veinte años escasos, estas trece Misiones reúnen una población de cincuenta mil almas, laboriosa y próspera; establecen talleres, levantan templos (12). En 1618 tenían "acabada su iglesia muy capaz y vistosa" en San Ignacio. La iglesia de Loreto tenía tres naves, un largo de 150 pies, un ancho de 80. "La labraron manos de indios... el cacique pone su autoridad en acarrear tierra para las paredes" (eran de encofrado) (13). En 1618 había en ambas Misiones talleres en funcionamiento.
Los templos de Loreto y San Ignacio eran los más elegantes del Paraguay. En ambos había "un ábside triple con sus respectivos altares y retablos pintados... a ambos lados de la nave central una hilera de columnas con su pedestal y capitel, con su pórtico y toda clase de ornamentos bien cincelados. Detrás de ellos, arrinconados a la pared confesonarios del mismo estilo artístico. Todo de cedro"... (14). El Gobernador Céspedes Xeria, casado con una dama fluminense, dueña de ingenios en Río (es la época en que las dos coronas peninsulares están unidas) dijo de ellas en 1628: "hermosísimas iglesias, que no las he visto mejores en las Américas que he corrido, del Perú a Chile" (15).

LA DESTRUCCION DE LAS MISIONES DEL GUAIRA
Las trece Misiones así levantadas de 1615 a 1632 se encontraban en franca prosperidad, cuando descargó sobre ellas el malón paulista: los bandeirantes o mamelucos vieron en esas poblaciones pacíficas una estupenda proveeduría de esclavos. Los misioneros, concentrando a los indígenas en pueblos, les ahorraban el trabajo de perseguirlos en las selvas... Una tras otra, las flamantes Reducciones fueron presa de los mamelucos, que se llevaron a los indios hábiles para venderlos como esclavos para los ingenios de Río. Los poblados fueron incendiados, arrasadas las iglesias. Unos pocos millares de conversos, guiados por el famoso Padre Montoya, y atravesando ríos y selvas, alcanzaron las Misiones del Paraná, donde hallaron refugio. En 1640 la Corona concede permiso a los indios misioneros para portar armas de fuego, y en 1648 los nombra "guarnición de frontera". De allí en adelante, el peligro mameluco, que no lo es sólo para las Misiones, es tenido a raya, y comienza la época estable de las fundaciones.

SEGUNDA EPOCA DE MISIONES
"Es en este período – dice Busaniche (16) – cuando se trabaja en las obras de aliento, se construyen los templos, se organiza la vida comunal, se establecen las estancias, y se cultiva la tierra, explotándose los yerbales, con lo que se crea un comercio en gran escala". En rigor, la vida comunal estaba regulada desde el comienzo, y templos como hemos visto se habían construido ya con despliegue suntuario digno de nota; pero en esta época es cuando la construcción cobra amplio vuelo. La estabilidad antes mencionada lo es sólo en cuanto se refiere a las dificultades de orden material creadas por la defensa. Porque terminadas estas dificultades, comienzan las que podrían llamarse diplomáticas. Los ciento y pico de años siguientes transcurren en un continuo estira y afloja con las autoridades de la colonia. Esta, lógicamente, no ve con buenos ojos la prosperidad de las Misiones asentada sobre la autonomía y favorecida con privilegios. Y la Corona a distancia se ve en duro aprieto para discernir lo que hay de verdadero o de falso en las acusaciones de que son continuo objeto los jesuitas. Ello da margen a una serie de órdenes y contraórdenes, cédulas y ordenanzas contradictorias, condensadas en deposiciones y reposiciones, que bien demuestran el estado de perplejidad de la metrópoli ante los distintos y contrapuestos testimonios que llegan allá. Pero entretanto como se dijo más arriba, los establecimientos se consolidan, y se fundan otros en la misma área. En total las fundaciones alcanzan a setenta y más, de las que al tiempo de la expulsión sobreviven solo treinta y dos (17).
La etapa 1648-1767 se divide a su vez en dos períodos claramente delimitados dentro del desarrollo de la cultura misionera. El primero comprende los años restantes del siglo XVII, que es cuando florecen los talleres misioneros y difunden su trabajo; se caracteriza por los materiales perecederos y los caracteres funcionales de su arquitectura. El segundo comprende desde 1700 a 1767; las Misiones económicamente arraigadas y funcionalmente organizadas sustituyen esos templos de material precario por construcciones ambiciosas en piedra o ladrillo.
Antes de entrar, sin embargo, a considerar la labor artística en ellas realizada, es conveniente esbozar una idea de lo que fue la organización y ambiente espiritual de las Misiones y la forma en que se desenvolvieron sus talleres, ya que esos factores hubieron de reflejarse forzosamente en el desarrollo del trabajo, y en ellas tienen su justificación las más de las características de su arte.

NOTAS
1) EFRAIM CARDOZO. El Paraguay Colonial. Buenos Aires 1958.
2) PADRE ANTONIO RUIZ DE MONTOYA. Memorial de 1643.
3) LEOPOLDO LUGONES. El imperio jesuítico. Buenos Aires 1945.
4) AURELIO PORTO. História das Missoes Orientais do Uruguay. Río de Janeiro 1943
5) AURELIO PORTO. Idem
6) EFRAIM CARDOZO. El Paraguay Colonial. V. s.
7) No todos víctimas de los indios de los pueblos que estudiamos, desde luego. Los más fueron víctimas de los indios chaqueños.
8) BLANCO VILLALTA. Montoya apóstol de los guaraníes. Guillermo Kraft Buenos Aires 1954
9) ANTONIO RUIZ DE MONTOYA. Memorial de 1643.
10) HERNAN BUSANICHE, Arquitectura en les Misiones Jesuíticas Guaraníes. Imp. El Litoral, Santa Fe, 1955.
11) LEOPOLDO LUGONES. El Imperio Jesuítico V. s.
12) AURELIO PORTO. V. s.
13) Anua de 1616.
14) Anua de 1616.
15) RUIZ DE MONTOYA. Memorial. V. s.
16) HERNAN BUSANICHE. La Arquitectura en las Misiones Jesuíticas guaraníes. Ed. El Litoral, Santa Fé: R. A: 1955
17) En 1746 se fundaron en la zona llamada de Tarumá otras dos Misiones, de las cuales es poca la noticia que ha quedado. Por ser su fundación de fecha próxima a la de expulsión, no tuvieron estas fundaciones ocasión de desenvolverse en forma apreciable, y fueron las primeras en desbandarse a la salida de los jesuitas, como consta del Memorial elevado en febrero de 1768 por los indios de San Luis al Gobernador Bucareli. (Ver Apéndice IV).

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Fuente: JOSEFINA PLA - EL BARROCO HISPANO GUARANI. Editorial del Centenario S.R.L. Asunción, 1975. Edición digital: BIBLIOTECA VIRTUAL DEL PARAGUAY.

viernes, 12 de marzo de 2010

JOSEFINA PLÁ - IMPACTO DE LA CULTURA DE LAS REDUCCIONES EN LO NACIONAL / Edición digital: BIBLIOTECA VIRTUAL DEL PARAGUAY - BVP.


Autora: JOSEFINA PLÁ
(Enlace a datos biográficos y obras
En la GALERÍA DE LETRAS del
www.portalguarani.com )
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(Edición digital: BIBLIOTECA VIRTUAL DEL PARAGUAY - BVP)
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1. EL SISTEMA REDUCCIONAL Y EL BEATO ROQUE
2. PUNTOS CARDINALES DE LA ORGANIZACION MISIONERA: LA CONVERSION Y SU AFIANZAMIENTO
3. LA CATEQUESIS Y LAS MANIFESTACIONES CULTURALES
4. AUTONOMIA Y AUTOSUFICIENCIA
5. EL AISLAMIENTO
6. CONSERVACION DE LAS ETNIAS
7. LA SUPERVIVENCIA DEL IDIOMA
8. ELIMINACION DE FACTORES DE DETERIORO RELIGIOSO Y MORAL
9. LOS TALLERES DE MISIONES Y EL INDIO
10. LA PROYECCION EN LA COLONIA, DE 1609 A 1767
11. LA DISPERSION DE LOS INDIOS MISIONEROS
12. LA PROYECCION EN LA COLONIA, DE 1767 A PRINCIPIOS DEL XIX.
13. RESUMEN
BIBLIOGRAFIA
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IMPACTO DE LA CULTURA DE LAS REDUCCIONES EN LO NACIONAL

Estas páginas son, más que un trabajo hecho, el esbozo o esquema de trabajo: el planteamiento de problemas, o si se quiere, de interrogantes, poco o nada transitados hasta ahora, y para cuya solución se entrevén laboriosas las posibilidades informativas.

1. EL SISTEMA REDUCCIONAL Y EL BEATO ROQUE
Que el sistema reduccional no fue invención de los Padres, parece fuera de duda; antes de la llegada de los hijos de San Ignacio al Paraguay, había sido aquí utilizado por los franciscanos, y los mismos jesuitas lo habían desarrollado en otras áreas; famosa era ya por esa época la misión de Juli. Sin embargo, aquí adoptó modalidades peculiares derivadas de la también peculiar idiosincrasia, capacidad y estructura social de los grupos humanos a los cuales sirvieron; es decir, su organización socio-cultural debió adaptarse a las condiciones y circunstancia del medio y del hombre.
Podemos dar por asentado que ese plan, tanto en lo socio-cultural como en lo económico unido al de reducción y adoctrinamiento del indio, fue madurado entre los años 1585 y 1609; es decir, en los que mediaron entre la llegada de los primeros jesuitas y la fundación inicial: casi un cuarto de siglo. Tiempo suficiente para consulta y estudio de una organización que fue, si no el nervio, sí el músculo de la existencia misma de las Misiones.
Aquí cabria ya plantear la primera interrogante: ¿qué intervención pudo tener en ese plan el Beato Roque González? Interrogante de sumo interés para cuyo despejamiento no hemos podido hallar el más mínimo indicio material, salvo el que se refiere a su actividad y participación personal en la construcción de ciertas iglesias.
Sin embargo, es razonable pensar que en la mencionada consulta y estudio del plan, mucho pudo contribuir Roque González, dado el conocimiento que tenia de la tierra y de sus gentes; de los problemas surgidos del contacto de los grupos raciales; de las necesidades de los indios; y dada la estrecha ligazón del Beato, desde el principio, con los jesuitas llegados a la tierra.
Examinando el plan de las Misiones, parece perfilarse en él la respuesta a un imaginario memorial de quejas del indio con respecto al estado de cosas significado por el establecimiento del español. En ese plan se contempla la restitución de derechos vinculados a su dignidad como individuo y a la funcionalidad de sus costumbres tradicionales, pero también a la vez un planteo exigente de los aspectos religiosos y morales representados por la nueva fe. El indio era arrancado de manos del encomendero para entregarlo a Dios. Y todo, en la organización de las Misiones, tendió a ese doble objetivo: en lo que al segundo se refiere, a él visaron todas las actividades, desde la más elemental o rutinaria hasta la más creativa, o sea la de los famosos talleres, que, lógicamente, deberían haber sido la culminación de todo un proceso cultural, pero que en las Doctrinas funcionaron desde el comienzo.
No hay datos sobre el trabajo de talleres en las Misiones fundadas entre 1609 y 1616, año en el cual hallamos en Itapúa al Padre Verger trabajando como maestro de pintura y orfebrería. Itapúa había sido fundada en 1615 por el Beato. Esta proximidad en las fechas indica que el nacimiento de los talleres, no sólo en lo que afecta a las artesanías básicas sino también a las superiores, debió ser simultáneo con el de cada Misión; aunque lógicamente conforme cada nueva Misión se afianzaba, el funcionamiento de los talleres se hiciera más eficaz y complejo en instalaciones y técnicas.

2. PUNTOS CARDINALES DE LA ORGANIZACIÓN MISIONERA: LA CONVERSION Y SU AFIANZAMIENTO
Se ha dicho ya que la vida reduccional se organizó con el indígena y para el indígena, que su objetivo fue la salvaguarda física y la salvación espiritual del indio. Finalidades perfectamente armonizadas y funcionalmente sincronizadas.
Estos objetivos operaron sobre un doble presupuesto: la reducción, o sea la concentración de núcleos indígenas en lugares adecuados, y la simultánea o ulterior aceptación, por el indio, de un nuevo sistema de creencias y de normas morales, inéditas, derivadas de aquellas.
Al ingresar en la Doctrina, el indio debía abandonar prácticas propias de su anterior estado: aborto, poligamia, canibalismo, nomadismo relativo, etc. y adquirir nuevas pautas de conducta individual y colectiva; entre ellas las del trabajo continuado (siquiera en forma moderada) y metódico. Cosa no fácil por cierto; pero que llegó a ser un hecho, prueba de la solidez con que arraigó en él la nueva conciencia; aunque se ha dicho que ésta operó en él más en el plano del corazón que en el plano de lo racional.
La conversión signada por el bautismo precisaba, si había de ser eficaz, de profundización constante para lograr la más completa identificación posible con las pautas morales. El ejercicio del trabajo encaminado a mayor gloria de Dios y mayor bienestar material y espiritual de la comunidad fue norma definitiva. De ahí la relación que pudiera llamarse vocacional, establecida entre cada acto individual o colectivo, y la finalidad espiritual, mediante la sanción religiosa. Toda actividad era referida a ese fin trascendente mediante su asociación a una práctica religiosa o edificante.

3. LA CATEQUESIS Y LAS MANIFESTACIONES CULTURALES
Las manifestaciones culturales, conforme ascienden en rango creativo, con más razón aun se convierten en otras tantas maneras de encaminar el espíritu del converso hacia lo religioso: se identifican con formas de vida espiritual. Así vemos cómo, además de las diversas prácticas religiosas propiamente dichas (misa, sacramentos, sermones, oraciones, explicación del catecismo) forman parte de esa vida espiritual la música, el canto, la danza, el teatro. Ellos, en efecto, asumen en Misiones un carácter exclusivamente religioso; las expresiones profanas correspondientes no existieron; sólo en pequeña escala quizá en el teatro. Y el trabajo material, dedicado al levantamiento y ornato de las iglesias, adquiere matiz ofrendario.
Los indígenas habían tenido sus cantos, músicas y danzas; sus atributos e instrumentos propios, como elementos de su vida social y religiosa. Los Padres desarraigaron esos cantos, danzas y adornos rituales, pero les ofrecieron otros más variados y vistosos: les hicieron olvidar sus instrumentos, pero les dieron en cambio otros más complicados y sonoros. No fue una supresión, sino una sustitución: la continuación de una vertiente psicológica; también en la vida tribal el indígena había acompañado sus actos colectivos con danza, música o canto. El P. Nóbrega se declaró en una ocasión capaz de "convertir a todos los indios con la música". De ese entusiasmo hicieron los Padres formidable auxiliar en la captación, conversión y afirmación en la fe.
Como los músicos y danzantes se elegían entre los hijos de los caciques (en cuanto tenían para ello disposiciones, por supuesto), estos ejecutantes e intérpretes constituyeron una verdadera aristocracia dentro de cada Misión: status de carácter espiritual ofrecido como un estímulo y un aliciente, como lo fueron las exenciones y distinciones ofrecidas a los artesanos superiores. La captación de las voluntades de los caciques a través de estos medios daba a los Padres situación ventajosa para el mantenimiento de la disciplina interna.
El teatro era ejercicio nuevo para el indio (1) pero halló fácil y rápida acogida en él. En las Misiones se cultivó un teatro religioso de rasgos arcaicos, adaptación por los Padres de autos viejos españoles, tal vez también de laudas o piezas primitivas italianas traducidas todas al guaraní, en parte al menos (2). En algún caso, pudieron ser piezas compuestas por los Padres mismos, aunque no hay testimonio directo de ello. Se dieron óperas de contenido religioso y edificante y hubo entremeses (ciertos indicios parecen indicar se trató de piezas de Soto y Valladares), piezas profanas moralizadoras (en algún título parece insinuarse la presencia de Moliere) e inclusive farsas elementales en las que se permitía cierta latitud expresiva o interpretativa a los actores.

4. AUTONOMIA Y AUTOSUFICIENCIA
Igualmente sabido es que las Misiones erigieron en condición básica, y a la vez en meta de su funcionamiento económico y su desarrollo social y cultural, la autosuficiencia y con ella la autonomía a todos los niveles de las necesidades internas. Estas condiciones no podían a su vez asentarse, en la práctica, sino sobre el trabajo, sometido a sistema del poblador. Así, la Doctrina era para el indio, pero el indio, a su vez, era para la Doctrina. El indio debía ser el artífice de su propio bienestar y el adelanto de la comunidad. El sistema de trabajo y distribución del producto de éste en Misiones, así como el apoyo que para el establecimiento de ellos encontraron los Padres en previas experiencias tribales, son hechos demasiado conocidos para que haya que repetirlos aquí. El Padre era la autoridad religiosa, moral y administrativa en la cumbre de la pirámide: pero lo era sólo en cuanto vocero y personero del Señor.
La autonomía y la autosuficiencia de las Misiones se perfeccionaron en el aislamiento.

5. EL AISLAMIENTO
El aislamiento más o menos absoluto de la población misionera (hubo pueblos frecuentados en cierta medida por coloniales, como San Ignacio Guazú, y hay noticia de que en otros moraron "españoles con sus familias") trajo, entre otras consecuencias importantes, la conservación de las etnias; la supervivencia del idioma y la eliminación de factores de deterioro en la disciplina religiosa y moral.

6. CONSERVACION DE LAS ETNIAS
La ordenanza por la cual no podían morar españoles ni gentes de color en pueblos de indios, fue llevada al extremo posible por los Padres. Mientras en la colonia el mestizaje seguía su curso al amparo de la elasticidad en las relaciones sexuales entre grupos raciales, con la proliferación de uniones efímeras o marginales, en las Reducciones el indio, monógamo y aislado, se conservó étnicamente puro.

7. LA SUPERVIVENCIA DEL IDIOMA
Es indudable que un cierto número de indígenas, especialmente los más próximos cotidianamente a los Padres por sus ocupaciones, los que debían realizar viajes de comercio o trabajo al exterior, o los que salieron en las múltiples expediciones de defensa o construcción de ciudades de la colonia, llegarían, con el obligado trato, a comprender e inclusive hablar en cierta medida el español. Es cierto también que los indios aprendían en la escuela a leer en castellano y hasta en latín (cosa útil, dado que esta lengua no era sólo la de la misa y los sacramentos y ciertos cantos, sino que se empleaba también en parte en los diálogos teatrales) (3) pero esto no podía, en conjunto, cambiar un estado de cosas en el cual el guaraní era el idioma cotidiano, confesiones y sermones se hacían en guaraní, y cuando los Padres establecieron una imprenta, en esta sólo se imprimieron libros en vernáculo (uno, editado en castellano, lo fue para uso de los Padres; y los tratados de astronomía, también en español, lo fueron en este idioma por razones muy distintas). Por otra parte, también el guaraní debió ser en alguna forma enseñado: de otra manera no se explica que se encontrase en cada Misión quien llevara la crónica de los acontecimientos de ella en guaraní, e inclusive escribiese un libro de sermones, como el de Nicolás Yapuguay, y que, antes y después de la salida de los Padres, hubiera quien sin dificultad redactase cartas y memoriales en esta lengua: lo cual supone el conocimiento de la grafía por los jesuitas adoptada (4). En las Misiones no se habló cotidianamente sino el guaraní, a pesar de las órdenes impartidas por la Corona. Cosa que no puede extrañar, dada la lógica funcional o de la presión demográfica, asociada a la resistencia que el indígena presentaba al uso del español ("hablámosles nosotros en nuestro idioma, respóndennos ellos en la suya", dice Cardiel). Ahora bien, el estudioso P. Bartomeu Meliá, que ha detectado sutilmente tantos puntos de interés en estas cuestiones, ha señalado la circunstancia de que el guaraní de la colonia se vio desde el primer momento de su trasmisión cercenado en su contenido por ser su vehículo la mujer, mantenida al margen de ciertos aspectos religiosos y otros, considerados atributo del varón. En las Misiones, esa circunstancia no existió, ya que el indígena acudió a ellas en masa, inclusive trayendo intacta su organización tribal; el idioma ingresó en Misiones con su contenido total e intacto. Aquí el cercenamiento surgió del abandono necesario, por parte del indio, de sus creencias previas; ese abandono abarcó al hombre y fue por tanto más extenso. La cuestión ahora es: ¿en qué medida esas creencias fueron efectivamente desarraigadas en el transcurso de las generaciones adoctrinadas, y en qué medida ellas permanecieron latentes?

8. ELIMINACION DE FACTORES DE DETERIORO RELIGIOSO Y MORAL
Es evidente que la vida de Misiones, sometida a minucioso régimen en la práctica de la religión y en la vigilancia en las costumbres, alcanzó un nivel moral muy distinto del que rigió en la Colonia; no sólo en las poblaciones de blancos, sino también en las llamadas de indios. Los robos, raptos, homicidios, no infrecuentes en esos lugares, fueron raros en Misiones. La mujer era respetada en medida desconocida en la colonia: consecuencia del matrimonio que los Padres establecieron como medida preventiva en edad temprana en ambos sexos. Lógicamente, la mujer deja de tener como en la colonia participación en aspectos rituales que en cierto grado le fueron accesibles en la vida tribal (5); en cambio, pudo formar parte de grupos de advocación y práctica religiosa. Se conserva en Misiones, a lo que parece, el derecho femenino de elección de marido, siendo acá intermediario el Padre. Se la aligera también, en cierta medida, de la pesada carga de trabajo que lleva en la tribu: ciertas artesanías pasan a ser en las Misiones ejercicio del hombre.
El desequilibrio demográfico que en ocasiones surgió en esos pueblos, especialmente durante las expediciones masculinas de construcción o de defensa en el exterior, pudo suscitar problemas a cuya solución atendieron los Padres mediante la institución del coty-guazú o casa de refugio de mujeres temporal o definitivamente solas. Las oportunidades de desvío sexual de cualquier especie fueron así infinitamente menos en Doctrinas que en la colonia, y en las que pudo haber no intervenido el factor abuso que en esta última ingería la situación de dependencia socio-económica en el caso del indio encomendado, el mestizo o el esclavo. Algunos han dicho que en Misiones no se cometía pecado mortal alguno. Esto no pasa de ser una benévola exageración o, si se quiere, una figura poética; pero que, como norma, la vida en Doctrinas fue sobria, metódica, ajustada a justicia y caridad, es indudable: en ella no se hizo sentir la prepotencia del amo, del encomendero o del poblero.
El aislamiento constituye también un factor de importancia considerable para la comprensión del arte desarrollado en los talleres de Misiones; pero no es aquí el lugar para extenderse en el estudio de este aspecto (6).

9. LOS TALLERES DE MISIONES Y EL INDIO
En su vida selvática, el indio trabajaba poco, fuera de su aporte en caza, pesca, recolección de frutos, etc., según las épocas y tribus. El nuevo régimen de trabajo exigió pues en el indio varón mucho mayor esfuerzo de adaptación que para la mujer, ya que ésta tenia de la tribu el hábito del trabajo duro. El hombre debió adaptarse a un sistema ajeno a sus ritmos y hábitos, y hacer suyas artesanías que, como el tejido o la alfarería, eran en la tribu ejercicio femenino. Hubo inclusive de familiarizarse con técnicas para él totalmente desconocidas. La adaptación, sin embargo, fue completa, hasta conseguir, en palabras de Cardiel, que "al sin oficio se le tuviese por hombre vil"; cosa por otra parte comprensible si se tiene en cuenta que el ejercicio de las artesanías superiores llevaba consigo status y ciertos privilegios económicos.
La preocupación por el indio perecedero dictó el trabajo cotidiano y colectivo (agricultura, ganadería, construcción de viviendas) así como el individual o de taller a nivel puramente utilitario (carpintería, tejido, alfarería, talabartería, cestería, etc.). La preocupación por el alma del indio adoctrinado dio origen a las artesanías de más alto nivel – arte si se quiere – innecesarias para la vida material, pero indispensables para la vida espiritual, por tanto la religiosa: edificación de iglesias, imprenta, grabado, copia de textos a mano, pintura, escultura, orfebrería, etc.
Varias de estas artesanías fueron privativas de las Misiones, es decir, no se cultivaron en la colonia (imprenta, grabado, copia a pluma de textos). En otras (talla, pintura, quizá arquitectura), los artesanos misioneros tuvieron oportunidad de adquirir habilidad técnica superior a la de sus contemporáneos coloniales, debido: Primero, a la presencia asidua de maestros; Segundo, a una mayor exigencia respecto a los productos artesanales; Tercero, al ejercicio ininterrumpido de ellas, en taller y bajo supervisión constante: aunque esto por otra parte tuvo sus repercusiones en la obra misma, en cuanto ésta no llegó a ser expresión de un posible o presunto genio creativo local.
(Acerca de la producción artesanal superior, o sea la vinculada con finalidades del culto, existe una copiosa bibliografía acumulativa de datos. El Padre Guillermo Furlong ha dejado a este respecto una obra monumental).
Los jesuitas fundaron de 1609 a 1762 más de setenta reducciones, algunas de ellas de vida efímera, obras abandonadas apenas fundadas o trasladadas a otros lugares. Subsistían a mediados del XVIII treinta. En todas ellas funcionaron talleres, aun en las de corta vida; precisos para levantar y ornar la iglesia a la cual se dedicaba primordial atención, como centro vital de la doctrina. El esfuerzo artesanal como bien se comprende, fue enorme. Los treinta templos definitivos, casi todos en piedra, forman un volumen artístico gigantesco, del cual hoy apenas subsiste un cinco por ciento; y, para ello, la mayor parte fuera del país. Una idea breve de lo que aquellos templos fueron puede darla la siguiente descripción del de Santa Rosa, hecha por el viajero francés De Moussy, en 1860; es decir, cuando ya habían transcurrido más de ochenta años de la salida de los Padres:
Está construida de piedra y madera, es decir, que las paredes están edificadas de grandes bloques de piedra rojiza sin argamasa, y la techumbre, las columnas acopladas que la sostienen y el pórtico en forma semicircular están todos revestidos de grandes piezas de madera, con maravillosa obra de artesanía. La longitud total del edificio es de sesenta metros, al entrar en el templo se siente uno sorprendido ante la riqueza y profusa ornamentación. El coro está de arriba abajo materialmente cubierto de abajo santos esculpidos en madera: un San Miguel derribando al diablo corona el arquitrabe del altar mayor. La cúpula, esculpida y pintada de rojo y oro, tiene en cada uno de los cuatro ángulos que forman los cuatro arcos que la sostienen (pechina) la estatua de un papa. Las doce columnas que de cada lado sostienen la nave, contienen la estatua de un apóstol, de tamaño natural, y las siete capillas laterales no son ni menos ricas ni menos ornamentadas. Cuatro confesionarios, ricamente esculpidos y pintados, ocupan los espacios que median entre las capillas. El baptisterio es un pequeño santuario adosado a las paredes de la iglesia; está enriquecido con un grupo escultórico en madera representando el bautismo de Jesús; la sacristía está emplazada en la cabecera de la iglesia; contiene un magnífico altar sobrecargado de esculturas, y los grandes armarios apoyados en las paredes, están también esmeradamente tallados. Una fuente de mármol, rajada por algún accidente e imperfectamente restaurada, vierte el agua en un magnífico jarrón de plata, única muestra de las riquezas de esta magnífica iglesia. La concha del pórtico está igualmente cuajada de ornamentos dorados y pintados. En la capilla de Nuestra Señora de Loreto se conservan cuadros magníficos de mano maestra, representando variadas motivos piadosos y una colección de retratos de famosos jesuitas. Siguiendo el eje en dirección norte, hay una capilla de San Isidro Labradar con un altar, estatuas y pinturas...
En conjunto, sin embargo, el arte desarrollado en las Reducciones espera aún su clarificación a la luz de la historia del arte y de la meditada crítica de sus valores. Aquí sólo interesa recalcar una vez más que las artesanías, o las artes de Misiones si se prefiere, respondieron a propósitos y objetivos netamente religiosos, es decir, estuvieron dedicados al culto y exaltación divina y, por tanto, al adoctrinamiento y confirmación de indio en la fe. Todo en él estuvo planeado para llevar a su mente y al corazón el convencimiento de su destino ultraterreno y que cada acto cotidiano podía contribuir a esa finalidad de salvación. Fuera de lo relacionado con el culto, nada se consideró digno de atención artística, aunque en los últimos tiempos y en Trinidad vemos que las viviendas indígenas ostentan en las enjutas de los arcos de sus corredores un rosetón de piedra. Los muebles bellamente tallados eran de uso religioso: cofres, bancos, sillones destinados a presbiterios o sacristías: tal vez alguno en las residencias de los Padres, aunque éstos procuraron ajustar su vida a normas lo más austeras posible. Los instrumentos musicales, que tan alto nivel de producción alcanzaron, fueron fabricados únicamente como objetos útiles para el culto o para ceremonias como procesiones, etc., nunca para esparcimiento o recreo profano y privado.
No tenemos a mano censos de obreros misioneros; pero podemos calcular que en cada Misión hubiese medio centenar de artesanos calificados. Ello daría para las treinta Misiones un total de mil quinientos artesanos. Con un número menor, y dado la reducida capacidad de esfuerzo que los cronistas coinciden en señalar en el indio, no es comprensible un volumen tal de artesanía. Si el número parece exagerado, recuérdese que en la Misión de San Miguel trabajaron durante tres años diez mil indios.
Ahora bien: ¿en qué medida esta cultura, en sus aspectos diversos, desde el idioma a las manifestaciones artísticas o literarias y especialmente la experiencia artesanal (que en ocasiones alcanzó el nivel de arte autónomo), desarrollada en el aislamiento y condicionada por él – el caso más perfecto de cultura dirigida que pueda ofrecer la historia occidental – durante ciento sesenta años, pudo tener, ya durante su fase exitosa, ya luego de la expulsión, una proyección o reflejo en la cultura general del área, es decir, en el proceso general de la colonia, de la cual pasaron esos pueblos a formar parte en 1767?

10. LA PROYECCION EN LA COLONIA, DE 1609 A 1767
La primera consecuencia del establecimiento de las Misiones en el área, se hace sentir en el plano demográfico: no sólo atrayendo a los núcleos indígenas libres, sino también promoviendo la fuga de los encomendados. En 1630, Fray Bernardino de Cárdenas se queja de que ya no se encuentra un solo indiecito "que vaya por agua o leña". La población de Misiones, durante un largo lapso, alcanza a ser mucho más numerosa que la de la colonia; y este hecho comparativo adquiere importancia mayor si se considera que se trata de indios puros, constituyendo por tanto un bloque étnico netamente diferenciado y circunscrito, contiguo al colonial en paulatino acriollamiento (7).
Por otra parte, y aunque es difícil hallar documentos que lo establezcan en forma concreta, es indudable que entre la colonia y las Misiones existió durante esos años y a partir de cierta fecha, cuando menos, un flujo comunicativo al margen de las tensiones políticas y económicas; de las crisis, algunas gravísimas, suscitadas entre ambas, y en las cuales se dio inclusive el caso de que tropas misioneras participasen de marchas sobre Asunción (8).
Españoles y criollos visitaban, aunque con las conocidas restricciones, ciertas Doctrinas; estas visitas tenían carácter comercial o laboral: hay indicios de maestros españoles laicos de oficio que residieron en Misiones; y también artesanos misioneros se trasladaron en más de una ocasión a ciudades de la colonia para trabajar en ellas. Estas últimas noticias se refieren todas ellas a edificaciones eclesiásticas, fuera de los contingentes salidos de Misiones para trabajar en defensas (construcción) en Buenos Aires y Montevideo. No sabemos hasta qué punto corresponden a este apartado los servicios rendidos a la defensa de la colonia (expediciones militares) por soldados misioneros, y de esas expediciones algunos historiadores han detallado hasta ciento setenta. La repercusión de la ausencia de estos contingentes numerosos, prolongada meses y aún años, en la vida misma de las Reducciones y los núcleos mismos así separados de su residencia habitual, podría ser objeto de consideraciones. A alguna de ellas se ha hecho referencia al hablar del idioma en Misiones.
Sabemos que los misioneros, exportadores de yerba, expidieron también en algunas ocasiones al mercado del Plata productos artesanales, como tejidos, y objetos de talla e imaginería – aunque estos últimos no parece haber alcanzado éxito – aceptando trabajos como el de la cúpula de la Catedral de Córdoba. Nada tendría de particular que también de Asunción u otras ciudades paraguayas pudieran recibir encargos en algún rubro artesanal. Artesanos misioneros trabajaron en el levantamiento de la Catedral de Asunción en 1720.
Pablo Alborno en su trabajo sobre el barroco en el área (9) dice, hablando del altar mayor de la iglesia de Capiatá, que en éste trabajó el Padre Adorno, "discípulo de los jesuitas". No sabemos de dónde sacó Alborno estos datos; pero si son ciertos, hay que admitir que Adorno sólo en los talleres misioneros pudo haber aprendido, y esto parece confirmar la existencia de un cauce de comunicación a través de la formación de artesanos aventajados para la colonia. Hay que señalar sin embargo que tampoco en ésta los productos de la imaginería misionera tuvieron mucho éxito. Las clases pudientes hacían venir sus retablos e imágenes de España o de Italia: a veces del Altiplano. Es posible, sin embargo, que esos productos hallasen un mercado entre la gente del pueblo que no podían permitirse el lujo de las costosas imágenes importadas (10).

11. LA DISPERSION DE LOS INDIOS MISIONEROS
Inmediatamente luego de la salida de los jesuitas, se inicia la diáspora de los adoctrinados. Las comunidades quedan enormemente reducidas. En los talleres, faltos de maestros (lo eran los Padres), necesariamente siguieron al principio actuando los oficiales formados por aquellos, pero la producción se resintió, también necesariamente; Primero, al no continuar la demanda; Segundo, al perder la dirección técnica.
Si hemos de creer al Padre Cardiel, los indios no podían prescindir de la dirección del maestro, "porque sin ella lo hacían todo mal". Estas palabras hemos de entenderlas en su pleno significado académico. Abandonado a sí mismo, el indígena artesano tiende a la supresión de los cánones, al uniplanismo en los relieves, a la gratuidad del movimiento, al congelamiento de las actitudes; pero todas estas contravenciones quedan, en la circunstancia, en la esfera de la inexperiencia, sin alcanzar el nivel de la voluntad de forma de la que nace un estilo.
Por otra parte, y como ya se insinuó, al salir los misioneros, disminuye pronto y se estanca luego el ritmo de trabajo en los talleres, ya que la demanda cesa: no se construyen más iglesias; se interrumpe el trabajo en las ya empezadas y las existentes no se reparan ni menos se mejoran (11).
Esto explica la dispersión de los obreros en lo que a las artesanías superiores se refiere; pero en esa dispersión, como en la del artesano menor y en la de la población en general, influye básicamente el nuevo régimen de trabajo y de retribución o distribución establecido por la nueva situación (12).
Respecto al paradero de esos contingentes prófugos, se han formulado varias suposiciones, poco plausibles por separado, pero admisibles perfectamente en combinación o simultáneamente: se trasladaron fuera del país; regresaron a la selva o se volcaron sobre la colonia.
a) Se trasladaron fuera del país
Esta suposición es plausible en lo que afecta a los artesanos mayores e inclusive a los menores. Sin embargo, repasando algunas listas de artesanos platenses de los años inmediatos a la expulsión, hallamos sólo unos pocos nombres de artesanos paraguayos; tallistas, o imagineros o carpinteros, demasiado pocos para que consideremos en ellos absorbida la diáspora. Aquí recordaremos que como una leyenda ha quedado en Buenos Aires el recuerdo del indio Francisco, al cual se atribuyen algunas imágenes estimadas del tiempo de la colonia a fines del XVIII o principios del XIX, y que era, según parece, misionero. Cabe que los más de esos artesanos se dirigieran a otros puntos como Santa Fe, Córdoba o Corrientes. En cuanto a los obreros o artesanos no calificados, se afirma que muchos hallaron ocupación como peón de campo, en Corrientes sobre todo.
En lo que se refiere a la música, encontramos un dato interesante: el del músico misionero, personaje famoso en la Buenos Aires de fines del XVIII, por su educación y atildamiento, que fue profesor, de damas especialmente, en esa ciudad y poseía una interesantísima biblioteca musical, notable para su tiempo y lugar. Quizá la biblioteca musical de la Reducción a la cual perteneció, y que pudo llevar consigo.
b) El indio regresa a la selva
Es la hipótesis más dura de aceptar y, sin embargo, igualmente cierta a escala imprecisable. Hechos concretos de aculturación observados en tribus o grupos no asimilados apoyarían la presunción. Branka Susnik, en su Indio Colonial, anota casos como el de los indios monteses. Pero siempre quedamos a oscuras respecto a la cuantía demográfica de esos elementos reincorporados a la vida primitiva, que introducen en la vida cultural de sus huéspedes nociones técnicas, motivos decorativos, necesidades nuevas. Seria interesante estudiar lo que por esta vía pudo eventualmente introducirse de materia de aspiración plástica entre los payaguás y de interesante decorativa cerámica entre los mbayás o caduveos, quienes inclusive esbozaron a partir de cierta época una tosca escultura. Rastros de esos aportes podríamos hallarlos inclusive, claro que no sin laborioso estudio, en la literatura religiosa o fabularia de ciertas tribus.
c) El indio se vuelca en la colonia
Del vuelco del indio misionero en la colonia, desde el indio agricultor y ganadero al de oficios menores, el artesano calificado, el músico, etc., tampoco hay datos directos. Es evidente sin embargo que ese vuelco se produjo, y sus pruebas se dan por indirecta vía. Branka Susnik, en la obra ya citada, trata con su característica solvencia y precisión este aspecto, aunque tampoco puede aportar datos concretos cuantitativos.
El reciente trabajo del Dr. Ernesto Maeder hace pensar que el repunte demográfico de los pueblos del Paraguay "criollo" en 1799 está en relación con el descenso en los pueblos "misioneros" (13).
Al serlo podrían seguramente arrojar luz necesaria sobre tan importante cuestión. No hay que olvidar tampoco que, simultáneamente con el vuelco de los núcleos misioneros al exterior o a la colonia, se produce un vuelco del mestizo y el criollo a los pueblos misioneros.
Ahora bien, los indígenas incorporados a la vida colonial en un proceso más o menos lento a través y a lo largo posiblemente de treinta años (aunque la fuga continua hasta entrado el XIX) pudieron hacer sentir su influencia por distintos cauces o niveles también distintos, y en medida presuntivamente diversa:
a) al nivel idiomático y racial
b) al de la vida religiosa
c) al de la vida moral
d) al de la música, canto, danza, teatro
e) al de la experiencia artesanal

12. LA PROYECCION EN LA COLONIA, DE 1767 A PRINCIPIOS DEL XIX
a) Nivel idiomático y racial
El significado e intensidad, o eficacia, de este aporte dependió, como es lógico; Primero, de la cuantía de esos contingentes y, por supuesto, de su concentración mayor o menor. Segundo, del contenido de sus experiencias culturales, en grado como en unidad. También en lo que respecta a la influencia del elemento criollo, blanco o indio volcado sobre Misiones, hay que tener en cuenta su volumen demográfico, pero en cuanto a los valores de que eran portadores, éstos no diferían de los que en la colonia actuaron sobre el elemento indio.
En las Misiones, el indio permanecía puro aún, cuando en la colonia el mestizaje llevaba ya adelantado su proceso; con la introducción del elemento mestizo y criollo en esos pueblos, se inició en ellos una tardía mestización.
En la colonia, el aflujo de indígenas puros, aunque aculturados en grado peculiar, debió hacerse sentir en ambos aspectos, el étnico y el idiomático, por lo menos hasta la extinción de las generaciones incorporadas. Para el idioma, representaba una reafirmación la presencia de estos indígenas, que no habían sentido el deseo ni la necesidad de utilizar el castellano, aunque muchos lo entendiesen y hasta fuesen capaces de escribirlo. En efecto, muchos estuvieron alfabetitados, y en alguna forma esa capacidad pudo hallar una ubicación y con ella una posibilidad de actuar. A este propósito recordamos que en tiempo de Don Carlos, doblada la mitad del XIX, la mayoría de los apellidos de maestros rurales son indígenas.
Con el guaraní que, con estos núcleos indígenas, se sumó a la colonia, es posible se incorporasen elementos o contenidos lingüísticos que el guaraní colonial había dejado caducar o inclusive no había poseído nunca a causa del hecho, ya mencionado, de su trasmisión a través de la mujer.
b) Al nivel de la vida religiosa
La vida religiosa en la capital, o en los pueblos de indios, aunque conducida en estos últimos con seráfico celo por los hijos de San Francisco, no revistió nunca el carácter rígidamente programático de la misionera. No será menester extenderse sobre las razones de esta diferencia ni acerca de la influencia deletérea del criollo, el mestizo o el negro en el desarrollo moral de estas comunidades en las cuales sólo teóricamente les estaba prohibida la entrada.
En esos pueblos, la vida cotidiana no se identificó nunca con lo religioso hasta suprimir toda diversión profana y todo acto espontáneo. Estos, en cambio tuvieron siempre cabida en la vida del indígena, el mestizo, el blanco o el negro colonial; y, así, en los pueblos no faltaron nunca festejos de carácter privado o grupal, espontáneos, aunque su reiteración los constituyese andando el tiempo en formas de vida folklórica (santo ara por ejemplo). Lo mismo diremos de los pueblos a cargo de sacerdotes; y de la capital con mayor razón.
La presencia del indio de Doctrinas, con sus pautas de vida religiosa bien definidas, pudo, en más de un caso, y – desde luego – en función del número, ejercer influencia ejemplarizadora reforzando la acción no sólo de los franciscanos y sacerdotes sino también la que los propios jesuitas pudieran ejercer indirectamente en la colonia.
Indudablemente, el contacto del indio misionero y el indio colonial en las nuevas condiciones debió constituir un doble impacto. Para el primero, la inserción en el medio se resolvió las más de las veces en la desintegración total o parcial de todo un sistema de vida: para el indio de los pueblos, el puritarismo y contracción religiosa del indio misionero pudo ocasionalmente ser espejo en el cual comprobase deficiencias propias. Es lógico que en el choque, si ambos perdieron algo de su original esquema, fuese el indígena misionero el que, separado de su medio, más perdiera. La vida cotidiana visando en cada acto a un fin o – por lo menos – a una presencia trascendente, era difícil de asimilar y más de practicar para el hombre colonial (y esto no es negar la religiosidad y practicancia de éste). Para el hombre misionero, era posible insertar su esquema propio en el medio del cual entraba a formar parte; a menos que se tratase de grupos lo suficientemente coherentes en su composición, número y propósito; y estos requisitos no es presumible coincidiesen muy a menudo.
c) Al nivel moral: conducta en la comunidad
Lo mismo puede decirse de la conducta individual y las pautas de vida comunitaria: los mismos factores que quebraron la unidad de trabajo y religión, incidieron en este nivel. Los núcleos incorporados experimentarían el impacto de la nueva situación y se dejarían ganar por ella en la medida misma de la circunstancia personal. Esto no significa a su vez negar la posibilidad de un influjo ejemplarizador ejercido en determinados casos por el indio misionero, con su conducta personal sometida a rigurosas pautas morales; esto se refiere especialmente a la acción de grupos, y sobre todo a las gentes de edad, más afirmados en su comportamiento; aunque es lógico que de estos hubiese pocos: la dispersión abarcó como siempre con preferencia a las generaciones jóvenes.
Aquí será ocasión de volver sobre un aspecto: el de la situación de la mujer en las doctrinas y en la colonia.
Aunque podemos suponer que la situación de la mujer colonial-mestiza ya en su mayoría había experimentado cambios favorables con respecto a las de las primeras generaciones (la mujer ofrecida al español como prenda de paz) continuaba sometida en gran escala a la circunstancia emergente de aquella situación inicial de minusvalía. Imposible en efecto negar que durante los siglos de colonia la mujer indígena como la mestiza, en el campo como en la ciudad, estuvieron expuestas al abuso en todas las formas, ya fuese el hombre encomendero, militar, poblero o simple individuo de su propia casta. Aparte de la sumisión a un régimen de trabajo duro (no por ser de tradición tribal menos oprimente) era víctima de atropellos difíciles de coartar de hecho; y uno de ellos, el nomadismo sexual del varón, se prolonga hasta hoy.
La mujer misionera, aunque asimismo abrumada de trabajo, asumía a los quince años su rol de esposa y madre en un hogar monógamo cuya moral era celosamente vigilada por los Padres. El severo régimen, al cual ayudó un sistema de espionaje del cual quedan indicios, reducía al mínimo las posibilidades de desviación. Como es sabido, en Misiones mujeres y hombres asistían no sólo a misa, sino a todos los actos colectivos, separadas de los hombres: inclusive en algunos de ellos (representación de farsas) les estaba vedada la asistencia.
d) Música, danza, canto y teatro
Innecesario repetir que música, canto y danza se desarrollaron en las Misiones programáticamente, en relación exclusiva con lo ritual, doctrinante o ejemplarizante. Se aprovechó para ello la inclinación y el entusiasmo que por estas manifestaciones sentía el indio. Por lo mismo que no tuvieron nunca significado recreativo o carácter espontáneo, y que estuvieron siempre ligados al programa de actividades cotidianas o no, no es probable que pudiesen tener, a través del indio misionero, proyecciones directas en la cultura profana colonial a este nivel, aunque pudieron reforzar iniciativas e incorporarse eficazmente a actividades religiosas, en las que hallarían siempre buen lugar intérpretes avezados y entusiastas como ellos lo eran. A su vez, ese mismo indio trasplantado pudo aprovechar las oportunidades que el medio le ofrecía para instrumentar en forma profana sus habilidades.
Un estudio exhaustivo, naturalmente difícil par lo tardío, podría eventualmente sacar a luz influencias misioneras en la formación de ciertas bandas típicas o tradicionales, como la conocida Peteque-Peteque de Yaguarón. De todos modos es dudoso que su capacidad, experiencia y entusiasmo quedasen inactivos en un medio donde esas habilidades han sido siempre muy apreciadas.
Teatro religioso existió como institución tradicional en la capital: hay referencias concretas a él en 1616. Las primeras noticias de representaciones datan de 1544. Que lo hubo en los pueblos, parece positivo: pero resulta difícil establecer la fecha en que empezó a manifestarse. Seria interesante saber si el indio misionero tuvo, al volcarse en la colonia, papel decisivo en la aparición de estas actividades en las comunidades del interior: en suma, si ellos las promovieron, o simplemente contribuyeron a vivificarlas. Los elencos de que tenemos noticia en la colonia, algunos de ellos tan lejos o tan cerca como 1874, estaban compuestos de indios; esto puede muy bien ser un indicio. Otro lo constituye el hecho de que el único auto conservado del que debe ser copioso repertorio, y cuya estructura idiomática ofrece rasgos típicamente misioneros, haya aparecido en área misionera, teniendo en cuenta que el relato (digámoslo así, ya que la transcripción se hizo de memoria, no existiendo texto escrito) lo realizó un anciano de Atyrá que se decía "descendiente de indios misioneros", a principios de siglo.
Por lo demás, teatro religioso se siguió dando en Misiones hasta los días mismos vísperas de la guerra de 1865-70, y algunos de los títulos se han conservado: entre ellos una de las óperas de que guardan memoria los cronistas de Misiones: El Rey Orontes.
e) Experiencia artesanal
Este es uno de los planos en que más debió hacerse sentir la presencia del indio misionero a partir de la actuación individual. Ese artesano era portador de una experiencia mucho más rica y extensa, en más de un aspecto, que su colega colonial. No tenemos muchos datos ni tampoco muchos documentos acerca del estado y desarrollo logrados por las artesanías nobles coloniales antes de esa fecha. Fray Pedro José de Parras, que visitó el país a mediados del siglo XVIII, no nos da idea de un gran savoir faire artesanal, salvo en la mueblería, es decir, en un aspecto profano. Aguirre, al hablar de la venida de Sousa Cavadas, el artista de Yaguarón, de 1752 a 1759, dice, sin duda repitiendo opiniones de contemporáneos, "que su venida fue ocasión a que mucho adelantaran los indios del país". Recordemos que la fecha es anterior a la expulsión.
Yaguarón y Capiatá se levantaron antes de 1767. Cabe recordar también que la mayoría de los templos se edifican en el interior del país a partir de esa fecha. Y esto hace pensar en la posibilidad de que en esas obras, es decir, en la edificación y subsiguiente ornamentación de esas iglesias numerosas, hayan tenido participación importante los artesanos prófugos de Misiones. Dicho en otras palabras: hay una sugestiva coincidencia en el hecho de que el florecimiento que pudiéramos llamar masivo de la pintura y escultura religiosas en el área colonial, se produzca precisamente a partir de la fecha en la cual los jesuitas abandonan el país.
Azara, en su famosa obra, nos habla de los "pintamonas" que halló en algunos pueblos de la colonia. Posiblemente, se tratase de pintores de Misiones allí actuando. La palabra pintamonas debemos tomarla en función del rabioso sentido académico de Azara, incapaz de transigir, como desde luego cualquier hijo de su tiempo, con nada que no respondiese a los cánones clásicos refrendados por el realismo renacentista. Sin contar que, para la fecha, esos pintores misioneros sin maestro habrían agravado, antes que atenuado, sus discrepancias académicas.
Rezagos artesanales misioneros podrían rastrearse aquí y allá en hechos menudos escondidos en tal cual libro extraviado: un resto de la habilidad del grabado reflejada en el estampado de naipes a principios del XIX, por ejemplo. O un atisbo de la experiencia imprentaria perdida en la anécdota, no sabemos hasta qué punto fiable, del individuo que en tiempo de Francia ofreció al Supremo componer un catecismo para su edición, grabando en relieve las planchas, es decir, por el procedimiento de los primeros incunables (14). Como es sabido, para poderse imprimir eficazmente, estas planchas deben ser diseñadas y gubiadas al revés. El hombre se pasó meses y meses diseñando y tallando en madera las planchas; cuando ellas estuvieron terminadas, las llevó al Supremo, quien se negó a seguir el juego... Posiblemente, como se ha dicho, se trate sólo de una anécdota maliciosa, pero queda en pie la alusión a un hecho que en sí mismo no podía ser fácilmente inventado: la técnica siquiera arcaica de impresión.
Un estudio sobre las artesanías nobles de la época, realizado en base a documentos plásticos existentes, o sea un estudio comparativo de trabajos misioneros auténticos y otros efectiva o presumiblemente coloniales, podría arrojar mucha luz sobre estos puntos, si no fuese ya del lado misionero tan escaso y tan disperso el material, y si no se hallase la poca ornamentación de las iglesias misioneras coloniales en muchos casos falseada por la incorporación de elementos cuya procedencia particular es de difícil o imposible rastreo.
En efecto, en 1821, y ante el avance artiguista, Francia mandó desmantelar las cinco Misiones del lado izquierdo del Paraná, transportando a la margen derecha todos, y hasta donde fue posible, los elementos móviles de las mismas: altares, sagrarios, confesionarios, imágenes, ornamentos, libros, campanas. Estos muebles y objetos hallaron depósito y almacén en las Misiones de la derecha del Paraná. A partir de esa fecha, las iglesias de nueva planta, en reparación o simplemente faltas de alguno de esos elementos, hallaron su surtido por decirlo así en ese acervo de las cinco Misiones. El trasiego continuó durante el gobierno de Don Carlos.
Igualmente interesante resulta el planteo de las proyecciones que pudo tener la presencia del artesano misionero en la colonia como consecuencia de la distinta forma en que éste accedía a su oficio. En las Misiones, como es sabido, el artesano era vocacionalmente designado; era el encargado de dar forma a las sagradas imágenes, de ornamentar la casa de Dios, y ello le investía, a los ojos de los demás y a los suyos propios, de un aura espiritual; gozaba de privilegios derivados de esa misma vocación: estaba exento del tributo per cápita; asumía por tanto dignidad peculiar y compensación mayor. En ciertos casos su nombre aparecía en la obra, como en el caso del pintor Kabiyú o del grabador Yaparí.
Todo ello configuraba un status de orden más espiritual y social que económico, pero envidiable, dado el sistema de valores que regía la vida misionera. El indio o el negro, si eran esclavos, dependían del amo, al cual pertenecían sus ganancias; servidores de aspiraciones profanas y suntuarias, si eran libres, trabajaban solos o con algún aprendiz, con todas las ventajas e inconvenientes de la pequeña industria doméstica. (Una excepción la constituyeron los joyeros, pertenecientes a un nivel social y económico más elevado; sus testamentos así lo dan a entender).
Así pues para el indio misionero la nueva circunstancia representó las más de las veces el paso del trabajo en taller al de la pequeña industria doméstica: en ciertos casos como maestro, en algunos quizá como oficial o aprendiz, o como simple asalariado en una obra dada. La pequeña industria, es decir, el trabajo independiente aunque aleatorio, fue quizás el mecanismo mediante el cual el artesano imaginero misionero dio origen al santero. La tradición de los tallistas misioneros en sus propios pueblos es rastreable, aunque débilmente, hasta la guerra grande; desaparece con ella. (El púlpito inconcluso, dorado, que se conserva en San Ignacio, pertenece a los últimos años de Don Carlos). La pérdida de la tradición local misionera, debilitada ya por la diáspora, se explica por la desaparición total de la población masculina durante la guerra.
Los tallistas de los cuales encontramos rastros, luego de la expulsión, en la colonia, son escasísimos; tienen nombres españoles y no indígenas como podría suponerse. Sin embargo, esto no significa que no puedan, con paciencia y tiempo, hallarse otros indicios fehacientes en apoyo de la participación artesanal misionera en estas iglesias.
Aquí y allá, aunque casi borrados por la acción desintegrante de la guerra del 65, que acabó con tantas manifestaciones tradicionales o las debilitó hasta hacerlas irrecuperables en sus primitivos perfiles, hallamos noticias de la proyección de otras artesanías misioneras en el resto del país. Por ejemplo: los tejedores ambulantes que antes de 1870 – hay noticias en Robertson y en Masterman – recorrían el país con su telar al hombro, deteniéndose donde sus servicios eran aceptados, armando su telar en el primer árbol disponible a espaldas de la casa, serían descendientes de los tejedores de Misiones: en la colonia sólo las mujeres tejían.
En la alfarería no se reflejó, que sepamos, influencia alguna. Los alfareros de Misiones habían alcanzado la etapa de un enlozado elemental a base de barniz de plomo; siguieron ejercitando esta artesanía hasta entrado el XIX, pero no transmitieron nada de su habilidad a los artesanos coloniales, que eran mujeres, y su artesanía pereció con ellos en las tantas veces mencionada catástrofe nacional.
Es posible que los talleres misioneros hayan influido en algo en la aculturación definitiva del ñandutí, como encaje que se prestaba sobremanera para el adorno de prendas de altar; pero teniendo presente que esta artesanía sólo podía ser trasmitida a través de la mujer, la posibilidad de proyecciones en la colonia se hace problemática, aunque no imposible. Encajes como el de Flandes, vulgo bolillos, en el cual según testigos de época eran muy hábiles las mujeres de Misiones (y que, como es lógico, se destinaban exclusivamente al ornato de prendas del culto), desvinculados de su finalidad, se perdieron: este encaje existió también en la colonia, pero, como en el caso del ñandutí, su vía de acceso no tuvo seguramente nada que ver con su ejercicio misionero.
Sobrevinieron no obstante ciertas formas de tejido al crochet o a la aguja, como los chales de Misiones, y seria interesante investigar hasta qué punto la tejeduría misionera tiene una prolongación en las colchas y frazadas que constituyen artesanía apreciada en algunos puntos de la zona, entre ellos San Miguel.

13. RESUMEN
Los datos que permitirían establecer en forma concreta, objetiva, la manera y cuantía en que la cultura misionera pudo proyectarse en la colonia durante el régimen de Doctrinas quizá ya, pero más seguramente después de la expulsión, son muy escasos y de rastreo laborioso, a causa de la dispersión de documentos, o su total ausencia en archivos, museos y monumentos.
Los pocos datos disponibles permiten, sin embargo, afirmar que esa influencia actuante en la segunda etapa se proyecta a grado diverso en distintos aspectos de la cultura colonial, aportando a ella elementos útiles cuya misma incorporación íntima a esa cultura en la mayoría de los casos hacen difícilísimos su discriminación y análisis.
Esa influencia debió reflejarse, según deducción plausible, no sólo en aportes idiomáticos, en un refuerzo de la población autóctona, es decir, una regresión en el mestizaje, sino también en un enriquecimiento en el terreno de las artesanías, también en grado diverso; nulo en algunas como la alfarería; decisivo en otras, como la talla, la pintura, etc. Ciertas técnicas o materiales en la pintura (colores, barnizado) pueden ser, mientras otra cosa no se demuestre, aporte misionero a la artesanía local.
El efecto adverso de la salida de los Padres, repercutiendo sobre el desarrollo y mantenimiento del nivel artesanal, se manifiesta en el simple hecho de la dispersión de los artesanos y consiguiente decadencia de los pueblos; en el abandono de las iglesias y otros receptáculos del culto, iniciados desde el día siguiente al de la expulsión. En la pérdida de la contracción religiosa, que hacía del trabajo un acto de fe, por encima de los intereses mundanos, exigiendo del artesano el máximo de dedicación. En la inevitable desorientación del artesano al faltar la dirección de los Padres, y al margen del pastoreo constante y exigente y la sanción religiosa de toda actividad.
Para el artesano de Misiones, el nuevo estado de cosas supone el paso del trabajo de taller religioso, con la consiguiente pérdida de status espiritual y social, a la situación de simple asalariado en unos casos, de oficial o de maestro en la pequeña industria doméstica, en otros. Para el artesano colonial pudo ser un incentivo a la competencia, y también ocasión a la adquisición de ayuda más capaz; reflejada en todo caso, en las artesanías mayores, en un aumento, en volumen y calidad, de la producción. En otras artesanías como en la de los encajes, el bordado, la alfarería, el efecto fue negativo. En los talleres misioneros se fabricaban hasta doce clases distintas de instrumentos (órganos, inclusive). Hoy, transcurridos dos siglos, sólo se fabrican en el país arpas y guitarras. Sólo falta saber si en la artesanía de estos instrumentos ejerció alguna influencia el artesano misionero.
El tema es vasto y con lo expresado sólo se plantean en principio los problemas con los cuales se encara el investigador, y algunas de las direcciones interesantes de esa posible investigación.
De haber continuado su curso la cultura misionera, luego de salidos los Padres, y ya dentro del marco colonial, sus reflejos o proyecciones sobre esta cultura habrían sido tan decisivas como extensas su aspecto experiencial. Pero esto era lógicamente y por definición misma, inimaginable; condicionada como se hallaba esa cultura por un pensamiento religioso trascendente. El mundo cultural creado por los jesuitas, sólo con ellos y por ellos podría haber continuado su curso.

BIBLIOGRAFIA
Alborno, Pablo. 1944. Arte jesuítico de las Misiones hispano-guaraníes. Asunción: Ed. Guaraní (Biblioteca de la Sociedad Científica del Paraguay, Nº 9).
Plá, Josefina. 1970. "Español y guaraní en la intimidad de la cultura paraguaya", Caravelle 14 (Tolouse): 7-21.
1972. Yaguarón. Asunción: El Centenario.
1975. El barroco hispano-guaraní. Asunción: El Centenario.
Susnik, Branislava. 1965. El indio colonial del Paraguay. I. El Guaraní colonial. Asunción.
1966. El indio colonial del Paraguay. II. Los trece pueblos guaraníes de las Misiones. Asunción.
1971. El indio colonial del Paraguay. III. El chaqueño: Guaycurúes y Chanés-Arawak. Asunción: Museo Etnográfico "Andrés Barbero".
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Fuente: OBRAS COMPLETAS. VOLUMEN II por JOSEFINA PLÁ. HISTORIA CULTURAL LA CULTURA PARAGUAYA Y EL LIBRO © Josefina Pla © ICI (Instituto de Cooperación Iberoamericana) - RP ediciones Eduardo Víctor Haedo 427. Asunción – Paraguay 1992, 352 pp. Tel: 498.040 Edición al cuidado de: Miguel A. Fernández y Juan Francisco Sánchez Composición y armado: Aguilar y Céspedes Asociación Tirada: 750 ejemplares Hecho el depósito que marca la ley. VERSIÓN DIGITAL: BIBLIOTECA VIRTUAL DEL PARAGUAY - IR AL INDICE (Accesos directos).
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