HISTORIA DE LA
PROVINCIA DEL PARAGUAY
DE LA COMPAÑÍA DE JESÚS
Volumen V
Autor: NICOLÁS DEL TECHO
Editorial: A. de Uribe y Compañía
Año: 1897
Versión digital:
BIBLIOTECA VIRTUAL DEL PARAGUAY
Volumen V
Autor: NICOLÁS DEL TECHO
Editorial: A. de Uribe y Compañía
Año: 1897
Versión digital:
BIBLIOTECA VIRTUAL DEL PARAGUAY
TOMO QUINTO
HIPERVÍNCULOS
(Tomo V) LIBRO DUODÉCIMO (141 kb.)
(Tomo V) LIBRO DECIMOTERCERO (101 kb.)
(Tomo V) LIBRO DECIMOCUARTO (77 kb.)
CONTENIDO DEL TOMO QUINTO
LIBRO DUODÉCIMO
CAPÍTULO PRIMERO.– Vida y virtudes de los PP. César Gracián y Blas Gutiérrez.
CAPÍTULO II.– Congregación provincial que se celebró en la ciudad de Córdoba.
CAPÍTULO III.– Últimos años del P. Antonio Ruiz.
CAPÍTULO IV.– Virtudes y hechos memorables del P. Antonio Ruiz.
CAPÍTULO V.– Destrucción del pueblo de San Joaquín.
CAPÍTULO VI.– Asaltan los mamelucos la reducción de Santa Teresa.
CAPÍTULO VII.– Desórdenes que hubo en la provincia del Tape.
CAPÍTULO VIII.– Refiérense varios sucesos del Uruguay.
CAPÍTULO IX.– Muere el P. Nicolás Henard; sus alabanzas.
CAPÍTULO X.– Algunos hechos de los jesuitas de Córdoba en el Tucumán (1638).
CAPÍTULO XI.– Varias excursiones que se hicieron por el Tucumán (1635).
CAPÍTULO XII.– Fúndase una reducción en el país de los ocloyas.
CAPÍTULO XIII.– Destruyen los mamelucos las reducciones de San Carlos y de los Apóstoles San Pedro y San Pablo.
CAPÍTULO XIV.– Los indios abandonan sus pueblos, después de pelear contra los mamelucos.
CAPÍTULO XV.– Vicisitudes de la guerra, y emigración de los neófitos de San Nicolás á la orilla citerior del Uruguay.
CAPÍTULO XVI.– Son derrotados los mamelucos por los neófitos.
CAPÍTULO XVII.– Comienzan á emigrar los neófitos del Tape.
CAPÍTULO XVIII.– Continúa la emigración de los neófitos del Tape.
CAPÍTULO XIX.– Trabajos que pasaron los emigrantes.
CAPÍTULO XX.– Concédense á los neófitos armas de fuego.
CAPÍTULO XXI. – Después de la emigración, los misioneros recorren el campo en busca de los indios que andaban fugitivos.
CAPÍTULO XXII.– Entrada que se hizo á los pueblos gentiles del Paraná.
CAPÍTULO XXIII.– Los de Itatín son afligidos con varias calamidades.
CAPÍTULO XXIV.– Los jesuitas recorren fructuosamente el Tucumán.
CAPÍTULO XXV.– La reducción fundada en el país de los ocloyas es entregada á los franciscanos.
CAPÍTULO XXVI.– Los PP. Gaspar Osorio y Antonio Ripario van á la provincia del Chaco.
CAPÍTULO XXVII.– Muerte de los PP. Gaspar Osorio y Antonio Ripario.
CAPÍTULO XXVIII.– Hechos memorables del P. Gaspar Osorio.
CAPÍTULO XXIX.– Vida del P. Antonio Ripario.
CAPÍTULO XXX.– Virtudes de los PP. Juan Cereceda y Gonzalo Juste.
CAPÍTULO XXXI.– El P. Diego de Alfaro es muerto por los mamelucos.
CAPÍTULO XXXII.– Vida del P. Diego de Alfaro.
CAPÍTULO XXXIII.– El P. Claudio Ruyer, sucesor del P. Alfaro, procura la conversión de los indios caracarás.
CAPÍTULO XXXIV. – Refiérense varios sucesos ocurridos en la Asunción.
CAPÍTULO XXXV.– El P. Boroa visita la provincia de Itatín.
CAPÍTULO XXXVI.– Entrada que se hizo al Tape (año 1640).
CAPÍTULO XXXVII.– Expédición que se hizo á Livi.
CAPÍTULO XXXVIII.– Explórase la región superior del Uruguay.
CAPÍTULO XXXIX. – De la guerra calchaquí.
CAPÍTULO XL.– Varios sucesos ocurridos en el Paraná y el Uruguay.
CAPÍTULO XLI.– Es Procurador el P. Francisco Díaz Taño.
CAPÍTULO XLII.– Alborotos que hubo en Río Janeiro.
CAPÍTULO XLIII.– Alteróse el orden en la ciudad de San Pablo.
CAPÍTULO XLIV.– Alabanzas de quienes defendieron á los indios.
CAPÍTULO XLV.– Llegan á Buenos Aires el P. Francisco Díaz Taño y sus compañeros de viaje.
LIBRO DÉCIMOTERCERO
CAPÍTULO PRIMERO.– El P. Francisco Lupercio visita la provincia del Paraguay (año 1641).
CAPÍTULO II.– Lo que llevaron á cabo los misioneros en el Tucumán.
CAPÍTULO III.– La Compañía vuelve á establecerse en el valle de Calchaquí.
CAPÍTULO IV.– Yendo los misioneros de camino á los abipones, predican á los mataraes.
CAPÍTULO V.– Expedición á los abipones.
CAPÍTULO VI.– Costumbres de los abipones.
CAPÍTULO VII.– Los mamelucos son derrotados por los neófitos.
CAPÍTULO VIII.– Lo que sucedió después de la batalla.
CAPÍTULO IX.– Dos muchachas cautivas huyen de los mamelucos.
CAPÍTULO X.– Recobran su libertad muchos cautivos.
CAPÍTULO XI.– El P. Francisco Lupercio visita el Paraná y el Uruguay.
CAPÍTULO XII.– Provechosa excursión que se hizo desde Córdoba.
CAPÍTULO XIII.– Expediciones de los jesuitas de Estero.
CAPÍTULO XIV.– Muere El P. Horacio Morelli; sus alabanzas.
CAPÍTULO XV.– Hechos que tuvieron lugar en varios Colegios.
CAPÍTULO XVI.– Conmemórase por los neófitos el primer centenario de la Compañía.
CAPÍTULO XVII.– Feliz muerte de dos cónyuges.
CAPÍTULO XVIII.– Dos muchachas huyen de la cautividad de los mamelucos.
CAPÍTULO XIX.– Son castigados los vejadores de los neófitos.
CAPÍTULO XX.– Vida del P. Alonso Nieto de Herrera.
CAPÍTULO XXI.– Lo que se hizo en el Colegio de Córdoba.
CAPÍTULO XXII.– Vida y misiones del Padre Juan Díaz de Ocaña.
CAPÍTULO XXIII.– Inténtase en vano entrar á la provincia del Chaco.
CAPÍTULO XXIV.– Cosas memorables que sucedieron en el valle de Calchaquí.
CAPÍTULO XXV.– Vida y muerte del P. Pedro Marqués.
CAPÍTULO XXVI.– Cosas que sucedieron en el Uruguay.
CAPÍTULO XXVII.– El Provincial Francisco Lupercio visita la región de Itatín.
CAPÍTULO XXVIII.– Expedición que se hizo á Villarica.
LIBRO DÉCIMOCUARTO
CAPÍTULO PRIMERO. – Controversia que hubo sobre la consagración del Obispo del Paraguay.
CAPÍTULO II.– Atribúyese á la Compañía el hallazgo de oro en el Uruguay.
CAPÍTULO III.– Renuévase la calumnia referente al oro del Uruguay.
CAPÍTULO IV.– Canta la palinodia nuestro calumniador y es castigado.
CAPÍTULO V.– Dos oidores de la Real Audiencia de Charcas buscan de nuevo el oro del Uruguay.
CAPÍTULO VI.– Es acusada la Compañía de haber enviado fuera de América oro del Uruguay; demuéstrase la falsedad de esto.
CAPÍTULO VII.– Invéntase contra los jesuitas la calumnia de que se oponían al pago de los servicios reales.
CAPÍTULO VIII.– Servicios que han prestado los religiosos en el Paraguay.
CAPÍTULO IX.– Imposturas tocantes á la traducción del Catecismo por los misioneros.
CAPÍTULO X.– Sana doctrina de la Compañía referente á la consagración de los Obispos.
CAPÍTULO XI. – Lo que llevaron á cabo los misioneros de Córdoba.
CAPÍTULO XII.– Breve recopilación de lo que sucedió en varios lugares.
CAPÍTULO XIII.– Muere una viuda por defender su honestidad.
CAPÍTULO XIV.– Graves turbaciones que hubo en Santa Fe, pueblo de Itatín.
CAPÍTULO XV.– El P. Romero predica el Evangelio al otro lado del río Paraguay.
CAPÍTULO XVI.– El P. Romero echa los cimientos de la reducción de Santa Bárbara.
CAPÍTULO XVII.– Los indios se conjuran para dar muerte al P. Romero.
CAPÍTULO XVIII.– Son asesinados los Padres Mateo Fernández, Pedro Romero y el neófito González.
CAPÍTULO XIX.– Lo que sucedió después del martirio del P. Romero.
CAPÍTULO XX.– Vida del P. Pedro Romero.
CAPÍTULO XXI.– De la oración, mortificación y obediencia del P. Romero.
CAPÍTULO XXII.– Otras virtudes del P. Romero.
CAPÍTULO XXIII.– Muere el P. Juan Eugenio Valtodano; sus alabanzas.
CAPÍTULO XXIV.– Estado de la provincia.
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TOMO QUINTO
LIBRO DECIMOCUARTO
CAPÍTULO PRIMERO
CONTROVERSIA QUE HUBO SOBRE LA CONSAGRACIÓN DEL OBISPO DEL PARAGUAY.
** El año 1644 suscitóse una cuestión que se ha hecho célebre, tocante á la consagración de D. Bernardino de Cárdenas, Obispo del Paraguay. Hallándose éste en el Perú, recibió una Real cédula de Felipe IV, en la que le manifestaba haberlo propuesto para la mencionada Sede é implorado la confirmación pontificia. Como le agradaba el honor conferido, se desesperaba con la tardanza del Papa en despachar las Bulas, por más que éste no solía poner obstáculos á la presentación hecha por el monarca, y autorizaba con frecuencia para que un Obispo solo, en vez de tres, verificase la consagración. Llevado de su impaciencia, discurrió un medio de conseguir lo que deseaba, pretextando interpretar la voluntad del Romano Pontífice, á fin de no quebrantar violentamente el derecho canónico. Consultó sobre el particular á nuestro Colegio de Córdoba, y por unanimidad contestaron los religiosos que lo que intentaba era opuesto á las decisiones de los Concilios y Papas, á la doctrina de los sabios y á las costumbres de la Iglesia. Pero el carro del orgullo no obedece á riendas. Sin esperar las Bulas, D. Bernardino de Cárdenas se hizo consagrar por un solo Obispo; tomó posesión de la diócesis, y dió principio á una época de agitaciones, no ya en la capital, mas también en todo el país: de ellas se podía escribir larga historia; yo, temeroso de no ser imparcial, me limito á narrar el origen y raíz de los tumultos que luego acontecieron. Lo que no pasaré por alto son las calumnias que se inventaron contra la Compañía, y que muy pronto quedaron aniquiladas; lo mejor es presentarlas unidas, sin guardar el orden cronológico, para que con una mirada se tenga idea de ellas. Teniendo el Obispo de su parte, nuestros enemigos renovaron sus antiguas falsedades y forjaron otras nuevas: la peor fué una tocante al oro imaginario del Uruguay, ya refutada hasta la saciedad otras veces. Pero como conviene dar á cada uno lo que es suyo, y atribuir á cada alfarero sus cántaros, examinaremos con detenimiento la cuestión desde sus comienzos.
CONTROVERSIA QUE HUBO SOBRE LA CONSAGRACIÓN DEL OBISPO DEL PARAGUAY.
** El año 1644 suscitóse una cuestión que se ha hecho célebre, tocante á la consagración de D. Bernardino de Cárdenas, Obispo del Paraguay. Hallándose éste en el Perú, recibió una Real cédula de Felipe IV, en la que le manifestaba haberlo propuesto para la mencionada Sede é implorado la confirmación pontificia. Como le agradaba el honor conferido, se desesperaba con la tardanza del Papa en despachar las Bulas, por más que éste no solía poner obstáculos á la presentación hecha por el monarca, y autorizaba con frecuencia para que un Obispo solo, en vez de tres, verificase la consagración. Llevado de su impaciencia, discurrió un medio de conseguir lo que deseaba, pretextando interpretar la voluntad del Romano Pontífice, á fin de no quebrantar violentamente el derecho canónico. Consultó sobre el particular á nuestro Colegio de Córdoba, y por unanimidad contestaron los religiosos que lo que intentaba era opuesto á las decisiones de los Concilios y Papas, á la doctrina de los sabios y á las costumbres de la Iglesia. Pero el carro del orgullo no obedece á riendas. Sin esperar las Bulas, D. Bernardino de Cárdenas se hizo consagrar por un solo Obispo; tomó posesión de la diócesis, y dió principio á una época de agitaciones, no ya en la capital, mas también en todo el país: de ellas se podía escribir larga historia; yo, temeroso de no ser imparcial, me limito á narrar el origen y raíz de los tumultos que luego acontecieron. Lo que no pasaré por alto son las calumnias que se inventaron contra la Compañía, y que muy pronto quedaron aniquiladas; lo mejor es presentarlas unidas, sin guardar el orden cronológico, para que con una mirada se tenga idea de ellas. Teniendo el Obispo de su parte, nuestros enemigos renovaron sus antiguas falsedades y forjaron otras nuevas: la peor fué una tocante al oro imaginario del Uruguay, ya refutada hasta la saciedad otras veces. Pero como conviene dar á cada uno lo que es suyo, y atribuir á cada alfarero sus cántaros, examinaremos con detenimiento la cuestión desde sus comienzos.
CAPÍTULO VII
INVÉNTASE CONTRA LOS JESUITAS LA CALUMNIA DE QUE SE OPONIAN AL PAGO DE LOS SERVICIOS REALES.
** A más de las consejas refutadas urdieron otra los enemigos de la Compañía: esparcieron el rumor de que los jesuitas disuadían á los neófitos de pagar las rentas á Su Majestad, y asintieron á ella el vulgo y las autoridades. Pero el oidor D. Juan Blásquez de Valverde inspeccionó, por mandato de la Audiencia de Charcas, las reducciones del Paraná y Uruguay, y escribió al monarca diciéndole que nadie como los neófitos pagaba las contribuciones puntualmente y de buen grado; advertiré que la fábula en cuestión iba dirigida, no sólo contra los religiosos extranjeros, sino contra los españoles. Algunos que deseaban con vehemencia reducir á la servidumbre los indios, se quejaron de tener la Compañía sobre éstos un dominio absoluto; su pretexto era que los neófitos, durante el primer año de su conversión, ni satisfacían tributos ni trabajaban en provecho de particulares. Semejante imputación era la mejor apología nuestra y del tacto y prudencia del rey Católico. Diré lo que había en el asunto. Ninguna cosa espantaba tanto á los indios como el servicio personal en favor de los españoles; así que los misioneros, de acuerdo con los magistrados y gobernadores, cuando entraban en países de gentiles, nada les proponían sino la fe católica y la obediencia á Su Majestad; luego con suavidad les inculcaban la conveniencia de que trabajaran á jornal y pagasen alguna contribución al monarca, ya que éste los defendía de sus enemigos y enviaba á su costa desde Europa sacerdotes que los instruyeran. Estas leyes, aprobadas por el rey, fueron ampliadas, y así los neófitos, durante el primer decenio á contar de su conversión, estaban libres de toda gabela: aún pareció pequeño tal plazo y se duplicó más adelante, pues los indios no habían perdido por completo su rudeza; prefiere Su Majestad la salvación de las almas á llenar las arcas de su tesoro, y traer los indios con beneficios á espantarlos con imposiciones. Además no ignoraba las continuas vejaciones que los miserables neófitos sufrieron de los mamelucos; que muchos emigraron de su patria y otros fueron reducidos á esclavitud; los restantes se veían precisados á rechazar de continuo el enemigo: por lo tanto, era justo que nada se les exigiera. Los perseguidores de los indios echaban á perder tan prudentes medidas; clamaban que los neófitos eran inútiles á la sociedad, y con capa de la conveniencia pública, buscaban su interés privado. Fuéronse lentamente disipando semejantes calumnias y la importuna ambición de sus autores. Los indios del Paraná y Uruguay, después que tuvieron paz algún tiempo, reedificaron sus pueblos é iglesias, y pasados los veinte años de indulto, prometieron satisfacer tributos conforme al censo hecho por el oidor D. Juan Blásquez de Valverde.
CAPÍTULO VIII
SERVICIOS QUE HAN PRESTADO LOS RELIGIOSOS EN EL PARAGUAY.
** Hubo quienes intentaron convencer al rey de España de que no se debían llevar á expensas del Erario jesuitas al Paraguay. La verdad es que se angustiaba Satanás viendo cómo tantos ilustres varones, gloria de las Universidades de Europa, cual soldados aguerridos, iban á disputarle su imperio. Creo haber impugnado lo suficiente á tales detractores con lo que en este libro he consignado, al reseñar tantas naciones sometidas al rey Católico, sin más armas que la cruz; tan extensas regiones regadas con el sudor y la sangre de los misioneros; tantos millares de hombres convertidos al cristianismo. Pero viva el monarca español, quien á pesar de estar ocupado en frecuentes guerras y tener su tesoro casi agotado, gasta sus recursos en enviar religiosos y proveer á sus necesidades; sin esto, muchos miles de gentiles gemirían todavía, bajo el yugo del demonio, ó serían presa de lobos rapaces. Mas los hombres desocupados, para que nada les quedase por decir contra los jesuitas, argumentaron que éstos enseñaban á los neófitos doctrinas falsas y rayanas en la herejía: así lo denunciaron á las autoridades.
CAPÍTULO IX
IMPOSTURAS TOCANTES A LA TRADUCCIÓN DEL CATECISMO POR LOS MISIONEROS.
** Examinando con detenimiento las acusaciones mencionadas, se vió cómo se reducían á decir lo siguiente: que los jesuitas, al traducir en el idioma guaraní los nombres de Dios, de Jesucristo y la Virgen, se valían de palabras usadas por los bárbaros en un sentido pagano y conocidas antes por los hechiceros. Con facilidad y prontitud se defendió la Compañía haciendo ver que tales vocablos habían sido usados durante un siglo sin oposición alguna por parte de los hombres doctos. El Padre José Anchieta, famoso por sus milagros, y peritísimo en la lengua indígena del Brasil, notó muy bien que tanto en ésta como en la guaraní se empleaban los mismos términos para designar al Señor, á su Hijo y á María: ambas eran sumamente parecidas. Los Obispos del Paraguay, muchos sabios esclarecidos, los frailes mercenarios, dominicos y franciscanos, quienes con anterioridad trabajaron en la conversión de los indios, usaron dichas palabras sin escrúpulo alguno. Aquel santísimo religioso, Fr. Luis Bolaños, estrella de la Orden franciscana y de América, quien por acuerdo tomado en dos Concilios provinciales tradujo con felicidad el Catecismo y luego lo revisó, empleó las frases inculpadas á la Compañía. Un Sínodo celebrado en Lima ordenó á los catequistas que, al explicar la fe católica, se valieran de los vocablos aceptados por los Concilios diocesanos. De aquí dedúcese lógicamente que habremos de tener por herejes á dichos Sínodos, Obispos, religiosos ilustres, inquisidores del Brasil que aprobaron la traducción y á toda la antigüedad, ó de lo contrario, no atacar injustamente el proceder de la Compañía.
CAPÍTULO X
SANA DOCTRINA DE LA COMPAÑÍA REFERENTE Á LA CONSAGRACION DE LOS OBISPOS.
** De otra cosa fuimos acusados los misioneros del Paraguay, no solamente ante los Tribunales, sino también en reuniones públicas y privadas: consultados en lo que toca á la consagración de los Obispos, respondimos que nadie podía recibirla sin haber llegado á su poder las Bulas pontificias; la declaración posterior del Papa confirmó nuestra doctrina; según ella, el creado Obispo, faltándole tal requisito, ninguna jurisdicción tiene. De manera que, lejos de ser cismática la Compañía, se mostró fiel al espíritu de Roma. Dejo para otra ocasión referir las turbulencias que hubo con motivo de nuestra actitud; más adelante penetraré en tan confuso laberinto y diré la verdad de lo que sucedió.
CAPITULO XI
LO QUE LLEVARON Á CABO LOS MISIONEROS DE CÓRDOBA.
** En medio de estas agitaciones, la Compañía trabajaba en amplísimas regiones. Celebróse en Córdoba una Congregación provincial, y fué nombrado Procurador el P. Juan Pastor, en quien concurrían suma destreza en los negocios y autoridad ganada con muchos años de misiones entre los indios; especialmente se distinguió en la entrada que se hizo al país de los abipones. El P. Pedro Herrera y otro jesuita recorrieron los alrededores de Córdoba; confesaron á cuatro mil indios y negros que vivían en multitud de parajes; bautizaron setenta y siete personas; prometieron á una tribu errante que solicitó el Bautismo, que se lo administrarían cuando se estableciera en un pueblo, y negándose á ello, encomendaron el asunto á Dios, que aprovecharía el momento oportuno. El Colegio de Córdoba perdió dos religiosos, de quienes haré mención por distintas causas. El uno era el P. Francisco de Córdoba, aragonés: se le concedió la gracia de hacer los cuatro votos, por ser buen predicador; pero falto de piedad y díscolo, ofendió á iguales y Superiores; lo recluyeron en un calabozo del Colegio, de donde huyó al Perú, y engañó á los Oidores y á los mismos jesuitas; llevado á Córdoba, acabó sus días en la cárcel, no sin arrepentimiento. El otro fué Marco Antonio Deyotaro, nacido en Salas, en el reino de Nápoles: emitió los cuatro votos, y se distinguió por su inocencia y lo que trabajó en la conversión de los indios y en mejorar las costumbres de los españoles; sabía los idiomas del país, y vivió en el Paraguay desde la fundación de la provincia. Gobernó el Seminario de Estero, y no quiso ser Rector de Colegio alguno. Lo calumniaron gravemente; pero él sufrió los ataques resignado, confiando en el Señor. Todos los días oraba mentalmente cinco horas, y así adquiría las virtudes en que brillaba. A sus funerales asistieron las Ordenes monásticas y los principales ciudadanos, lamentando la muerte de tan distinguido varón.
CAPÍTULO XII
BREVE RECOPILACIÓN DE LO QUE SUCEDIÓ EN VARIOS LUGARES.
** Los jesuitas del Colegio de Buenos Aires bautizaron algunos indios y abolieron la supersticiosa costumbre de los neófitos, quienes llevaban consigo los huesos de sus antepasados; otras cosas hicieron propias de expediciones apostólicas. Una india preñada de seis meses, estando gravemente enferma, se lamentaba de morir sin que el feto recibiera el Bautismo; agradó al Señor tan santa queja: apenas espiró la doliente, le sacaron el niño del vientre y lo cristianaron; poco después el alma de éste volaba al cielo. Los misioneros de Estero administraron los Sacramentos á muchas personas; los de Rioja trabajaban sin descanso dentro y fuera de la ciudad. Allí acaeció un hecho memorable. Baltasar Alegría, joven español vivía amancebado con una mujer mestiza, y no se apartaba del pecado ni por respeto á Dios ni por temor de los hombres: un rayo hirió gravemente á su concubina; entonces se arrepintió ésta y comenzó en penitencia á castigar su cuerpo; el antiguo amante la perseguía, no pudiendo seducirla: un día la llevó por fuerza al bosque próximo; la ató á un árbol desnuda, y sacando un puñal la dijo: «El demonio nos llevará juntos á los dos.» Luego le dió azotes con las riendas del caballo; á los seis golpes cayó muerto el español, y su cadáver quedó horriblemente desfigurado. En San Miguel un negro, tenido por cristiano, en la última enfermedad se quiso confesar: en efecto, se confesó, y al punto se le mostró la Virgen acompañada de dos ángeles, rodeada de luz; se presentó al negro, que parecía correr, y le dijo: «¿Dónde vas?» Contestó éste: «Al cielo.» María le replicó: «No puedes entrar en él, pues no eres cristiano.» Retrocedió el negro, y la Virgen le mandó que se estuviera quedo, pues muy pronto lo bautizaría un jesuita; desapareció la visión y el negro volvió en sí; recapacitó seriamente, y halló ser verdad que no había recibido el Bautismo. Instruyóse en la doctrina cristiana, y á las dos horas de entrar en el seno de la Iglesia falleció. Los jesuitas de San Miguel salieron á los pueblos indios; desbarataron las intrigas de los hechiceros, y extirparon los vicios y la idolatría. Alguna esperanza se concibió de convertir á los calchaquíes; no se bautizó á los adultos de esta nación por ser gente depravada, pero sí á trescientos niños; creíase poder hacer algún día con los mayores otro tanto. Los Padres Torreblanca y Parricio recorrieron dos veces todo el valle de Calchaquí con regular fruto. Los pulares, taguingastas y gualsines pidieron que la Compañía se estableciera entre ellos; pero no se pudo acceder á tal súplica considerando haber hecho bastante con la ocupación del valle de Calchaquí, desde el cual se harían excursiones á los pueblos mencionados.
INVÉNTASE CONTRA LOS JESUITAS LA CALUMNIA DE QUE SE OPONIAN AL PAGO DE LOS SERVICIOS REALES.
** A más de las consejas refutadas urdieron otra los enemigos de la Compañía: esparcieron el rumor de que los jesuitas disuadían á los neófitos de pagar las rentas á Su Majestad, y asintieron á ella el vulgo y las autoridades. Pero el oidor D. Juan Blásquez de Valverde inspeccionó, por mandato de la Audiencia de Charcas, las reducciones del Paraná y Uruguay, y escribió al monarca diciéndole que nadie como los neófitos pagaba las contribuciones puntualmente y de buen grado; advertiré que la fábula en cuestión iba dirigida, no sólo contra los religiosos extranjeros, sino contra los españoles. Algunos que deseaban con vehemencia reducir á la servidumbre los indios, se quejaron de tener la Compañía sobre éstos un dominio absoluto; su pretexto era que los neófitos, durante el primer año de su conversión, ni satisfacían tributos ni trabajaban en provecho de particulares. Semejante imputación era la mejor apología nuestra y del tacto y prudencia del rey Católico. Diré lo que había en el asunto. Ninguna cosa espantaba tanto á los indios como el servicio personal en favor de los españoles; así que los misioneros, de acuerdo con los magistrados y gobernadores, cuando entraban en países de gentiles, nada les proponían sino la fe católica y la obediencia á Su Majestad; luego con suavidad les inculcaban la conveniencia de que trabajaran á jornal y pagasen alguna contribución al monarca, ya que éste los defendía de sus enemigos y enviaba á su costa desde Europa sacerdotes que los instruyeran. Estas leyes, aprobadas por el rey, fueron ampliadas, y así los neófitos, durante el primer decenio á contar de su conversión, estaban libres de toda gabela: aún pareció pequeño tal plazo y se duplicó más adelante, pues los indios no habían perdido por completo su rudeza; prefiere Su Majestad la salvación de las almas á llenar las arcas de su tesoro, y traer los indios con beneficios á espantarlos con imposiciones. Además no ignoraba las continuas vejaciones que los miserables neófitos sufrieron de los mamelucos; que muchos emigraron de su patria y otros fueron reducidos á esclavitud; los restantes se veían precisados á rechazar de continuo el enemigo: por lo tanto, era justo que nada se les exigiera. Los perseguidores de los indios echaban á perder tan prudentes medidas; clamaban que los neófitos eran inútiles á la sociedad, y con capa de la conveniencia pública, buscaban su interés privado. Fuéronse lentamente disipando semejantes calumnias y la importuna ambición de sus autores. Los indios del Paraná y Uruguay, después que tuvieron paz algún tiempo, reedificaron sus pueblos é iglesias, y pasados los veinte años de indulto, prometieron satisfacer tributos conforme al censo hecho por el oidor D. Juan Blásquez de Valverde.
CAPÍTULO VIII
SERVICIOS QUE HAN PRESTADO LOS RELIGIOSOS EN EL PARAGUAY.
** Hubo quienes intentaron convencer al rey de España de que no se debían llevar á expensas del Erario jesuitas al Paraguay. La verdad es que se angustiaba Satanás viendo cómo tantos ilustres varones, gloria de las Universidades de Europa, cual soldados aguerridos, iban á disputarle su imperio. Creo haber impugnado lo suficiente á tales detractores con lo que en este libro he consignado, al reseñar tantas naciones sometidas al rey Católico, sin más armas que la cruz; tan extensas regiones regadas con el sudor y la sangre de los misioneros; tantos millares de hombres convertidos al cristianismo. Pero viva el monarca español, quien á pesar de estar ocupado en frecuentes guerras y tener su tesoro casi agotado, gasta sus recursos en enviar religiosos y proveer á sus necesidades; sin esto, muchos miles de gentiles gemirían todavía, bajo el yugo del demonio, ó serían presa de lobos rapaces. Mas los hombres desocupados, para que nada les quedase por decir contra los jesuitas, argumentaron que éstos enseñaban á los neófitos doctrinas falsas y rayanas en la herejía: así lo denunciaron á las autoridades.
CAPÍTULO IX
IMPOSTURAS TOCANTES A LA TRADUCCIÓN DEL CATECISMO POR LOS MISIONEROS.
** Examinando con detenimiento las acusaciones mencionadas, se vió cómo se reducían á decir lo siguiente: que los jesuitas, al traducir en el idioma guaraní los nombres de Dios, de Jesucristo y la Virgen, se valían de palabras usadas por los bárbaros en un sentido pagano y conocidas antes por los hechiceros. Con facilidad y prontitud se defendió la Compañía haciendo ver que tales vocablos habían sido usados durante un siglo sin oposición alguna por parte de los hombres doctos. El Padre José Anchieta, famoso por sus milagros, y peritísimo en la lengua indígena del Brasil, notó muy bien que tanto en ésta como en la guaraní se empleaban los mismos términos para designar al Señor, á su Hijo y á María: ambas eran sumamente parecidas. Los Obispos del Paraguay, muchos sabios esclarecidos, los frailes mercenarios, dominicos y franciscanos, quienes con anterioridad trabajaron en la conversión de los indios, usaron dichas palabras sin escrúpulo alguno. Aquel santísimo religioso, Fr. Luis Bolaños, estrella de la Orden franciscana y de América, quien por acuerdo tomado en dos Concilios provinciales tradujo con felicidad el Catecismo y luego lo revisó, empleó las frases inculpadas á la Compañía. Un Sínodo celebrado en Lima ordenó á los catequistas que, al explicar la fe católica, se valieran de los vocablos aceptados por los Concilios diocesanos. De aquí dedúcese lógicamente que habremos de tener por herejes á dichos Sínodos, Obispos, religiosos ilustres, inquisidores del Brasil que aprobaron la traducción y á toda la antigüedad, ó de lo contrario, no atacar injustamente el proceder de la Compañía.
CAPÍTULO X
SANA DOCTRINA DE LA COMPAÑÍA REFERENTE Á LA CONSAGRACION DE LOS OBISPOS.
** De otra cosa fuimos acusados los misioneros del Paraguay, no solamente ante los Tribunales, sino también en reuniones públicas y privadas: consultados en lo que toca á la consagración de los Obispos, respondimos que nadie podía recibirla sin haber llegado á su poder las Bulas pontificias; la declaración posterior del Papa confirmó nuestra doctrina; según ella, el creado Obispo, faltándole tal requisito, ninguna jurisdicción tiene. De manera que, lejos de ser cismática la Compañía, se mostró fiel al espíritu de Roma. Dejo para otra ocasión referir las turbulencias que hubo con motivo de nuestra actitud; más adelante penetraré en tan confuso laberinto y diré la verdad de lo que sucedió.
CAPITULO XI
LO QUE LLEVARON Á CABO LOS MISIONEROS DE CÓRDOBA.
** En medio de estas agitaciones, la Compañía trabajaba en amplísimas regiones. Celebróse en Córdoba una Congregación provincial, y fué nombrado Procurador el P. Juan Pastor, en quien concurrían suma destreza en los negocios y autoridad ganada con muchos años de misiones entre los indios; especialmente se distinguió en la entrada que se hizo al país de los abipones. El P. Pedro Herrera y otro jesuita recorrieron los alrededores de Córdoba; confesaron á cuatro mil indios y negros que vivían en multitud de parajes; bautizaron setenta y siete personas; prometieron á una tribu errante que solicitó el Bautismo, que se lo administrarían cuando se estableciera en un pueblo, y negándose á ello, encomendaron el asunto á Dios, que aprovecharía el momento oportuno. El Colegio de Córdoba perdió dos religiosos, de quienes haré mención por distintas causas. El uno era el P. Francisco de Córdoba, aragonés: se le concedió la gracia de hacer los cuatro votos, por ser buen predicador; pero falto de piedad y díscolo, ofendió á iguales y Superiores; lo recluyeron en un calabozo del Colegio, de donde huyó al Perú, y engañó á los Oidores y á los mismos jesuitas; llevado á Córdoba, acabó sus días en la cárcel, no sin arrepentimiento. El otro fué Marco Antonio Deyotaro, nacido en Salas, en el reino de Nápoles: emitió los cuatro votos, y se distinguió por su inocencia y lo que trabajó en la conversión de los indios y en mejorar las costumbres de los españoles; sabía los idiomas del país, y vivió en el Paraguay desde la fundación de la provincia. Gobernó el Seminario de Estero, y no quiso ser Rector de Colegio alguno. Lo calumniaron gravemente; pero él sufrió los ataques resignado, confiando en el Señor. Todos los días oraba mentalmente cinco horas, y así adquiría las virtudes en que brillaba. A sus funerales asistieron las Ordenes monásticas y los principales ciudadanos, lamentando la muerte de tan distinguido varón.
CAPÍTULO XII
BREVE RECOPILACIÓN DE LO QUE SUCEDIÓ EN VARIOS LUGARES.
** Los jesuitas del Colegio de Buenos Aires bautizaron algunos indios y abolieron la supersticiosa costumbre de los neófitos, quienes llevaban consigo los huesos de sus antepasados; otras cosas hicieron propias de expediciones apostólicas. Una india preñada de seis meses, estando gravemente enferma, se lamentaba de morir sin que el feto recibiera el Bautismo; agradó al Señor tan santa queja: apenas espiró la doliente, le sacaron el niño del vientre y lo cristianaron; poco después el alma de éste volaba al cielo. Los misioneros de Estero administraron los Sacramentos á muchas personas; los de Rioja trabajaban sin descanso dentro y fuera de la ciudad. Allí acaeció un hecho memorable. Baltasar Alegría, joven español vivía amancebado con una mujer mestiza, y no se apartaba del pecado ni por respeto á Dios ni por temor de los hombres: un rayo hirió gravemente á su concubina; entonces se arrepintió ésta y comenzó en penitencia á castigar su cuerpo; el antiguo amante la perseguía, no pudiendo seducirla: un día la llevó por fuerza al bosque próximo; la ató á un árbol desnuda, y sacando un puñal la dijo: «El demonio nos llevará juntos á los dos.» Luego le dió azotes con las riendas del caballo; á los seis golpes cayó muerto el español, y su cadáver quedó horriblemente desfigurado. En San Miguel un negro, tenido por cristiano, en la última enfermedad se quiso confesar: en efecto, se confesó, y al punto se le mostró la Virgen acompañada de dos ángeles, rodeada de luz; se presentó al negro, que parecía correr, y le dijo: «¿Dónde vas?» Contestó éste: «Al cielo.» María le replicó: «No puedes entrar en él, pues no eres cristiano.» Retrocedió el negro, y la Virgen le mandó que se estuviera quedo, pues muy pronto lo bautizaría un jesuita; desapareció la visión y el negro volvió en sí; recapacitó seriamente, y halló ser verdad que no había recibido el Bautismo. Instruyóse en la doctrina cristiana, y á las dos horas de entrar en el seno de la Iglesia falleció. Los jesuitas de San Miguel salieron á los pueblos indios; desbarataron las intrigas de los hechiceros, y extirparon los vicios y la idolatría. Alguna esperanza se concibió de convertir á los calchaquíes; no se bautizó á los adultos de esta nación por ser gente depravada, pero sí á trescientos niños; creíase poder hacer algún día con los mayores otro tanto. Los Padres Torreblanca y Parricio recorrieron dos veces todo el valle de Calchaquí con regular fruto. Los pulares, taguingastas y gualsines pidieron que la Compañía se estableciera entre ellos; pero no se pudo acceder á tal súplica considerando haber hecho bastante con la ocupación del valle de Calchaquí, desde el cual se harían excursiones á los pueblos mencionados.
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