Recomendados

lunes, 16 de noviembre de 2009

NICOLÁS DEL TECHO - HISTORIA DE LA PROVINCIA DEL PARAGUAY DE LA COMPAÑÍA DE JESÚS - VOL. IV / BIBLIOTECA VIRTUAL DEL PARAGUAY (LIBRO DIGITAL 100%)


HISTORIA DE LA
PROVINCIA DEL PARAGUAY
DE LA COMPAÑÍA DE JESÚS
Volumen IV
Editorial: A. de Uribe y Compañía
Año: 1897
Versión digital:

TOMO CUARTO

HIPERVÍNCULOS


(Tomo IV) LIBRO NOVENO (160 kb.)
(Tomo IV) LIBRO DÉCIMO (133 kb.)
(Tomo IV) LIBRO UNDÉCIMO (116 kb.)


CONTENIDO DEL TOMO CUARTO:

(Tomo IV) LIBRO NOVENO (160 kb.)


CAPÍTULO PRIMERO.– Lo que sucedía en Buenos Aires y en el Tucumán.
CAPÍTULO II.– Expedición del P. Gaspar Osorio al Chaco.
CAPÍTULO III.– Mueren los PP. Alonso de Aragón y Diego Vasauri; sus alabanzas.
CAPÍTULO IV.– Lo que se hizo contra Niezú.
CAPÍTULO V.– Túrbase el orden en Iguazúa.
CAPÍTULO Vl.– Varios sucesos del Paraná.
CAPÍTULO VII.– Trátase de restaurar la reducción del Caró.
CAPÍTULO VIII.– Reorganizan los misioneros la población del Caró.
CAPÍTULO IX.– Fúndase la reducción de San Francisco Javier en el Uruguay.
CAPÍTULO X.– Fundación del pueblo de Jesús y María en el Guairá.
CAPÍTULO XI.– Túrbase el orden en la reducción de Jesús y María.
CAPÍTULO XII.– Del origen y costumbres de los mamelucos.
CAPÍTULO XIII.– Cómo fué devastado el Guairá por los mamelucos.
CAPÍTULO XIV.– Los mamelucos asaltan la reducción de San Antonio.
CAPÍTULO XV.– Es destruído por los mamelucos el pueblo de San Miguel.
CAPÍTULO XVI.– Asaltan los mamelucos la reducción de Jesús y María.
CAPÍTULO XVII.– Lo que sucedió después de lo referido.
CAPÍTULO XVIII.– Los PP. Simón Mazeta y Justo Vanfurk van detrás de los mamelucos hasta el Brasil.
CAPÍTULO XIX.– Alteraciones que hubo en el Guairá.
CAPÍTULO XX.– De cómo los magos hicieron con sus engaños que los indios adorasen unos huesos.
CAPÍTULO XXI.– Es burlado un hechicero famoso.
CAPÍTULO XXII.– Fúndase la reducción de San Pedro en el país de los gualachíes, y trabajan allí los misioneros con feliz resultado.
CAPÍTULO XXIII.– Rebelión de los calchaquíes.
CAPÍTULO XXIV.– Costumbres de los caaiguaes.
CAPÍTULO XXV. – Entrada que se hizo á los caaiguaes.
CAPÍTULO XXVI.– Fúndase en el Uruguay el pueblo de la Asunción.
CAPÍTULO XXVII.– Peléase contra Ibapiri.
CAPÍTULO XXVIII.– Échanse los cimientos de dos pueblos en el Uruguay.
CAPÍTULO XXIX. – El P. Simón Mazeta procura en el Brasil, aunque en vano, la libertad de los indios cautivos.
CAPÍTULO XXX.– Restáurase el pueblo de Jesús y María.
CAPÍTULO XXXI.– Cosas memorables que sucedieron en el Guairá.
CAPÍTULO XXXII.– Asaltan los mamelucos las reducciones de San Pablo y de la Encarnación.
CAPÍTULO XXXIII.– Los misioneros sufren persecuciones en el Guairá y en otras partes.
CAPÍTULO XXXIV.– La Compañía trabaja laudablemente en el Tucumán.
CAPÍTULO XXXV.– Fundación de las reducciones de Caapi y Caasapaguazú.
CAPÍTULO XXXVI.– Predícase el Evangelio por vez primera en la región del Tape.
CAPÍTULO XXXVII.– Los misioneros socorren á los enfermos de la peste en el Uruguay.
CAPÍTULO XXXVIII.– Lo que sucedió por aquel tiempo en Iguazúa.
CAPÍTULO XXXIX.– Varios sucesos del Paraná.
CAPÍTULO XL.– Son asaltadas las reducciones de San Javier y de San José.
CAPÍTULO XLI.– Trátase de abandonar las reducciones situadas en el país de Tayaoba.
CAPÍTULO XLII – Emigran los moradores de los tres pueblos fundados en la región de Tayaoba.
CAPÍTULO XLIII.– Asaltan los mamelucos dos pueblos de neófitos gualachíes.
CAPÍTULO XLIV.– Trabajos que pasaron los emigrantes.
CAPÍTULO XLV.– Trátase de la emigración de los indios de Loreto y San Ignacio.
CAPÍTULO XLVI.– Emigran los habitantes de San Ignacio y Loreto.
CAPÍTULO XLVII.– Trátase de continuar la emigración.
CAPÍTULO XLVIII.– Los religiosos son invitados á predicar el Evangelio en la provincia de Itatín.

(Tomo IV) LIBRO DÉCIMO (133 kb.)

CAPÍTULO PRIMERO.– Varios sucesos que ocurrieron en el Tucumán (año 1632).
CAPÍTULO II.– En medio de la guerra calchaquí, los jesuitas llevan á cabo cosas.
CAPÍTULO III.– Muere el P. Marcelo Lorenzana; sus alabanzas.
CAPÍTULO IV.– Muere el P. Francisco del Valle.
CAPÍTULO V.– Continúa la transmigración de los habitantes del Guairá.
CAPÍTULO VI.– Los emigrantes son benévolamente recibidos por
los neófitos del Paraná y Uruguay.
CAPÍTULO VII. – Los emigrados edifican pueblos.
CAPÍTULO VIII.– Admirable ejemplo de paciencia que dió el P. Antonio Ruiz.
CAPÍTULO IX.– Descripción del Tape.
CAPÍTULO X.– Fúndase el pueblo de San Miguel.
CAPÍTULO XI.– Fundación del pueblo de Santo Tomás.
CAPÍTULO XII.– Desígnanse otros lugares para fundar reducciones en ellos.
CAPÍTULO XIII.– Fructuosas tareas de los misioneros en el Uruguay.
CAPÍTULO XIV.– Trabajos que sufrieron los misioneros del Uruguay.
CAPÍTULO XV.– Del matrimonio de los guaraníes.
CAPÍTULO XVI.– Descripción de la provincia de Itatín.
CAPÍTULO XVII.– El P. Rançonnier explora la provincia de Itatín.
CAPÍTULO XVIII.– La Compañía funda cuatro pueblos en la provincia de Itatin.
CAPÍTULO XIX.– De lo mucho que trabajaron los misioneros en Itatín y de las buenas esperanzas que concibieron.
CAPÍTULO XX.– Es destruída la reducción de San José.
CAPÍTULO XXI.– Los mamelucos asaltan la reducción de los Angeles.
CAPÍTULO XXII.– Los mamelucos destruyen el pueblo de San Pedro y San Pablo.
CAPÍTULO XXIII.– Lo que sucedió en la provincia de Itatín luego que fueron destruídas sus reducciones.
CAPÍTULO XXIV.– Varios sucesos del Tucumán(año 1633).
CAPÍTULO XXV.– Nacimiento del P. Juan Darío; su educación y cargos que tuvo.
CAPÍTULO XXVI.– Algunas virtudes del Padre Juan Darío.
CAPÍTULO XXVII.– Otras virtudes del Padre Juan Darío.
CAPÍTULO XXVIII.– Son vejados los misioneros en el Paraguay.
CAPÍTULO XXIX.– Emigran los neófitos de Iguazúa y Acaray.
CAPÍTULO XXX.– De las reducciones del Uruguay.
CAPÍTULO XXXI.– Prosperidad de los pueblos de Santo Tomás y San Miguel.
CAPÍTULO XXXII.– Fundación del pueblo de San José.
CAPÍTULO XXXIII.– Fúndase la reducción de la Natividad en Ararica.
CAPÍTULO XXXIV.– Fúndase el pueblo de Santa Ana.
CAPÍTULO XXXV. – Fundación del pueblo de Santa Teresa.
CAPÍTULO XXXVI.– Principio que tuvo la reducción de San Joaquín.
CAPÍTULO XXXVII.– El Provincial Francisco Vázquez visita las reducciones del Uruguay.
CAPÍTULO XXXVIII.– Fundación de dos pueblos en Itatín.
CAPÍTULO XXXIX.– Estado de la provincia del Paraguay mientras la gobernó el Padre Vázquez.

(Tomo IV) LIBRO UNDÉCIMO (116 kb.)

CAPÍTULO PRIMERO.– Comienza á ejercer su cargo el Provincial Diego de Boroa; empresas de los jesuitas en el Tucumán (año 1634)
CAPÍTULO II.– Entrada que se hizo á los chiriguanaes.
CAPÍTULO III.– El P. Diego de Boroa visita el Paraná.
CAPÍTULO IV.– El P. Boroa visita el Uruguay.
CAPÍTULO V.– El P. Boroa visita los pueblos situados en la parte cismontana del Tape.
CAPÍTULO VI.– Va el P. Diego de Boroa á los pueblos situados en la otra orilla del Igay.
CAPÍTULO VII.– Visita el P. Boroa las reducciones situadas á esta parte del Igay.
CAPÍTULO VIII.– Lo que hicieron de particular varios misioneros.
CAPÍTULO IX.– Asesinato del P. Pedro de Espinosa.
CAPÍTULO X.– Vida del P. Pedro de Espinosa.
CAPÍTULO XI.– La Compañía abandona el Seminario de Estero y el Colegio de Esteco.
CAPÍTULO XII.– El P. Diego de Boroa visita parte de la provincia.
CAPÍTULO XIII.– Algunos sucesos ocurridos en varios Colegios de la provincia.
CAPÍTULO XIV.– Comienza á resplandecer por sus milagros una imagen de María que había en el Colegio de Santa Fe.
CAPÍTULO XV.– Varios hechos que tuvieron lugar en el Paraná.
CAPÍTULO XVI.– Hechos memorables que ejecutaron los misioneros del Uruguay.
CAPÍTULO XVII.– Entrada que se hizo al Tebicuarí.
CAPÍTULO XVIII.– Varios hechos acontecidos en la provincia del Tape.
CAPÍTULO XIX.– El P. Mendoza rescata muchos cautivos de los mamelucos.
CAPÍTULO XX.– El P. Mendoza procura la conversión de varias tribus.
CAPÍTULO XXI.– El P. Cristóbal de Mendoza es asesinado en el Ibia.
CAPÍTULO XXII.– Castigo que sufrieron los parricidas.
CAPÍTULO XXIII.– Vida del P. Cristóbal de Mendoza.
CAPÍTULO XXIV.– Los hechiceros quitan la vida á muchos hombres y niños, por lo cual son castigados.
CAPÍTULO XXV.– Vejaciones que sufrió la Compañía por defender la causa de los indios.
CAPÍTULO XXVI.– Es procurador el P. Juan Bautista Ferrusino.
CAPÍTULO XXVII.– Persecuciones que sufrieron los misioneros de ltatín.
CAPÍTULO XXVIII.– Vida y muerte del Padre Diego Rançonnier.
CAPÍTULO XXIX.– En medio de contrariedades, ejerce el P. Antonio Ruiz su cargo de Superior general de las misiones.
CAPÍTULO XXX.– Destruyen los mamelucos el pueblo de Jesús y María.
CAPÍTULO XXXI.– Asaltan los bandidos la reducción de San Cristóbal.
CAPÍTULO XXXII.– Los neófitos de Santa Ana huyen de esta reducción.
//
TOMO CUARTO
LIBRO UNDÉCIMO

CAPÍTULO XXV
VEJACIONES QUE SUFRIÓ LA COMPAÑÍA POR DEFENDER LA CAUSA DE LOS INDIOS.
** Después de la calamidad referida sobrevino otra; D. Martín de Ledesma, gobernador del Paraguay, visitó los nuevos pueblos del Paraná por mandato de la Audiencia de la Plata; llevaba el pensamiento de trasladar dos reducciones del Guairá á las inmediaciones de la Asunción, y obligar á los moradores de las restantes del Paraná y Guairá que sirviesen á los españoles de la ciudad mencionada, quienes le habían sugerido tal proyecto. Para justificarse, repetía siempre la cantinela de que los indios del Paraná habían sido conquistados por los habitantes de la Asunción, y que los del Guairá estuvieron ya en otro tiempo sujetos á la mita en provecho de los particulares. Replicaban los Padres que el Paraná tan sólo por la cruz había sido subyugado, á condición de no estar los neófitos obligados á trabajar en beneficio de nadie, y ser únicamente tributarios del rey Católico. Llevóse la cuestión á la Real Audiencia, y el P. Díaz Taño que estaba en Jesús y María fué enviado al Perú por el Provincial con los poderes necesarios. Entre tanto, marcharon á la Asunción con el gobernador los PP. Antonio Ruiz, Pedro Romero, Claudio Royer y otros antiguos religiosos, y con juramento afirmaron que los indios se habían sometido por la eficacia del cristianismo al rey de España. Esto lo confirmaron de igual manera los frailes de San Francisco y varones respetables; la Audiencia nos hizo justicia; las maquinaciones contra los desgraciados neófitos quedaron burladas, pero no destruídas, de tal manera que en los ánimos de muchos se recrudecía el deseo de oprimirlos, sin reparo alguno en derechos incontestables y en el bien general. Alguna más compasión se tenía con los emigrados del Guairá, en vista de su lamentable estado. El gobernador del Río de la Plata, D. Esteban de Avila, enemigo personal de la Compañía, pretendió molestar á los neófitos; escribió al rey de España, proponiendo la fundación de una ciudad en las márgenes del Uruguay, para sujetar, según decía, los pueblos nuevamente erigidos, medida que sería perjudicial en alto grado á nuestros indios. El Consejo de Indias ningún caso hizo del proyecto trazado por el gobernador de la Plata, pues acudió con tiempo el P. Boroa, y dióse crédito á cuanto afirmó y propuso, por ser en beneficio de Su Majestad y de la religión, y no de los particulares.
//
CAPÍTULO XXIX
EN MEDIO DE CONTRARIEDADES EJERCE El P. ANTONIO RUIZ SU CARGO DE SUPERIOR GENERAL DE LAS MISIONES.
** A fines de año, el P. Ruiz, esclarecido por sus virtudes, fué nombrado Superior general del Paraná, Uruguay y Tape, en sustitución del P. Pedro Romero. Este había gozado dicho cargo siete años y meses, y percibido tantos frutos espirituales, que á la muerte de su antecesor, el P. Roque González, se contaban solamente diez reducciones, parte en el Paraná y parte en el Uruguay; al concluir su cometido el P. Romero dejó veinticinco, sin incluir dos cuya fundación se proyectaba, y aún se esperaba crear otras; mas la peste y la guerra lo impidieron. La epidemia vino de las regiones situadas hacia el mar, y se propagó por el Tape, Paraná y Uruguay. No referiré el daño que ocasionó en cada uno de los pueblos: sólo diré que los misioneros rivalizaron en socorrer á los enfermos; en las reducciones había un Padre ó dos á lo sumo, y se veían precisados á cuidar de las necesidades temporales y espirituales de sus feligreses; en Jesús y María llegaron á contarse mil quinientos apestados; en Caró, ochocientos cincuenta: todos ellos murieron después de recibido el Bautismo. A la epidemia siguió el hambre; agregóse el temor de que los mamelucos entraran, como lo estaban proyectando y ciertos prodigios lo anunciaban, pues en San Miguel, una imagen de Cristo en la columna, sudó, y los religiosos comprendieron que en otras ocasiones tal milagro fué pronóstico de males cercanos. Un consuelo hubo en medio de tantas desgracias, y es que fueron bautizados gran número de niños y setecientos cincuenta y tres adultos en dicha población; en Santa Teresa, mil ciento cincuenta y nueve, de edad provecta; en San Cosme y Damián, seiscientas noventa y nueve personas, las más de pocos años; en Ararica, seiscientas cincuenta y cuatro; en Caró, mil sesenta y cuatro; en San José, quinientas cincuenta y siete; añádanse las que recibieron el Bautismo en los pueblos del otro lado del Igay, en el remoto de San José y en los demás del Uruguay y Paraná, con lo cual nadie pondrá en tela de juicio que este año fué gratísimo para el cielo.

CAPÍTULO XXX
DESTRUYEN LOS MAMELUCOS EL PUEBLO DE JESUS Y MARÍA.
** Cuando el P. Romero cesó en el cargo Superior general de las misiones, fué nombrado Rector de Jesús y María, en las fronteras del Tape; por hallarse expuesta dicha reducción á las invasiones de los mamelucos, ordenó el gobernador, á instancias del Provincial Diego de Boroa, que la fortificasen los neófitos, y éstos lo empezaron á realizar. Ocupados en esto, llegaron los mamelucos con mil quinientos tupís y numerosa turba de indios gentiles, á los cuales por fuerza en el camino les habían obligado á incorporarse; asaltaron el lugar que defendieron, con fortaleza, cuatrocientos neófitos nada más, pues los restantes estaban esparcidos por el campo, dedicados á la agricultura y caza. A la primera acometida ocurrió un hecho memorable, y es que paleando entre los neófitos el P. Antonio Bernal, Coadjutor, una bala le arrebató la extremidad de un dedo; puso éste sobre una medalla que llevaba de la Inmaculada Concepción, y quedó curado, salvo que se le imprimió la figura de la Virgen en la parte herida. En medio del ardor de la pelea, recibió dos arcabuzazos el P. Juan de Cárdenas, también Coadjutor; el P. Pedro Mola fué herido en la cabeza; el P. Romero corría de un lado á otro, cuidando de los que caían; animaba á los que se batían, y procuraba rechazar los agresores. En el sitio donde con mayor ímpetu cargaban los mamelucos, una mujer india, llamada María, y que hoy vive, se distinguió por su valor, pues, vestida de hombre, con una lanza dió la muerte á un feroz tupí; siguió combatiendo y animando á los neófitos: yo mismo se lo he oído referir. Como los enemigos eran más numerosos que los defensores, incendiaron la iglesia, donde estaba refugiada la gente indefensa, y se apoderaron del lugar, que se entregó con ciertas condiciones. Pero los mamelucos, quebrantaron éstas, y ejercitaron su furor contra los habitantes de Jesús y María, sin distinguir edad ni sexo, dando la muerte á muchos de ellos, no obstante las súplicas de los misioneros, que procuraban salvar la vida de sus hijos en Cristo. El P. Romero trató de rescatar, mediante precio, la mujer del principal cacique de Jesús y María, como también á otras personas; sólo pudo dar libertad á un muchacho; los invasores le arrebataron el dinero que ofrecía y los cautivos. Tomada la reducción de Jesús y María, los bandidos se esparcieron por las aldeas cercanas, reduciendo á esclavitud sus moradores; apenas la cuarta parte de éstos se salvó huyendo. En el asalto de Jesús y María murieron cincuenta y cinco de los enemigos; además, tuvieron muchos heridos. Terminada la pelea, los religiosos, disimulando el intenso dolor que experimentaban, acudieron, sin distinguir de bandos, á enterrar los muertos y confesar los moribundos. Dos muchachos educados en nuestra casa dieron un notable ejemplo: á imitación de los misioneros, cuidaban de los heridos y los consolaban hasta el último instante; conmovidos los mamelucos al ver tanta piedad, intentaron hacerles perder el afecto que profesaban á la Compañía, y para conseguirlo les presentaron dos jóvenes hermosísimas; pero ellos, aborreciendo toda deshonestidad, dijeron que habían sido educados castamente por los Padres, y aborrecían la impureza; acción loable en cristianos nuevos, de edad temprana y temperamento fogoso. Los religiosos fueron detenidos cuatro días por los mamelucos, á fin de que no avisaran á los restantes pueblos del mal próximo. Tres años hacía que se fundó la reducción de Jesús y María: los misioneros habían bautizado seis mil cincuenta y siete personas, é inscrito bastantes más en el álbum de los catecúmenos. Los neófitos que no fueron cautivados por los mamelucos se establecieron en otras poblaciones, y yo, que he sido Rector de ellos algún tiempo, veo con dolor que una reducción tan notable fuera destruída.

CAPÍTULO XXXI
ASALTAN LOS BANDIDOS LA REDUCCIÓN DE SAN CRISTÓBAL.

La reducción de San Cristóbal, notable por el número de sus habitantes, distaba dos leguas de Jesús y María; á los dos años de su fundación contaba dos mil trescientas personas bautizadas, sin incluir muchos catecúmenos y niños que no lo estaban. Habiendo llegado la noticia de la invasión, el P. Agustín Contreras, que era su Rector, llevó cuanta gente pudo á Santa Ana. Muy pronto entraron en San Cristóbal los mamelucos, y viendo el pueblo desierto, recorrieron las inmediaciones; cautivaron los moradores de las aldeas, y los cargaron de cadenas; escudriñaron las selvas, y como de costumbre, se condujeron ferozmente. Tornó á San Cristóbal el P. Contreras, y presentándose ante los mamelucos, les rogó que no se llevasen los indios cual rebaño de ovejas; nada consiguió sino dicterios y el rescate de dos muchachos, logrado á fuerza de súplicas. Los bandidos, una vez que despoblaron las cercanías, regresaron á San Cristóbal, que se hallaba medio arruinado.

CAPÍTULO XXXII
LOS NEOFITOS DE SANTA ANA HUYEN DE ESTA REDUCCIÓN.
Dirigíase el P. Romero á San Cristóbal con mil seiscientos neófitos; éstos eran, parte de los que abandonaron el pueblo de Jesús y María, parte de Santa Ana, San Cristóbal y otros lugares, y querían volver á ellos para recoger cuanto habían dejado; á los cuatro días de llegar á San Cristóbal, fueron acometidos por ciento veinte mamelucos y mil quinientos tupís; rechazados al principio los enemigos, tornaron á la carga, y como iban mejor armados que los neófitos y luchaban con más ferocidad, salieron victoriosos y cautivaron muchos de los nuestros; el P. Romero volvió por donde había ido con los neófitos que pudo salvar, y se refugió en Santa Ana. Esta reducción contaba tres mil almas, y gracias al celo del Padre José Oreghi florecían las virtudes en ella; durante la peste que poco antes se propagó, dicho religioso administró los Sacramentos á novecientas personas y enterró los cadáveres; llenó el hueco que dejaban los muertos con los indios que atrajo á la fe, los cuales fueron muchos por cierto. La reducción de Santa Ana, situada al otro lado del Igay, se hallaba expuesta á las invasiones de los mamelucos, y así se pensó en trasladarla. Entonces el Padre Ruiz, Superior general de las misiones, fué á ella, y reunió en asamblea á los religiosos y á los principales neófitos, para tratar de tal asunto. Los más opinaron que tanto los indios de Santa Ana como los de Jesús y María y San Cristóbal, debían emigrar al pueblo de la Natividad, pasando el río Igay, á fin de con esto y la proximidad de los restantes pueblos, tener defensa contra los mamelucos. Tomado este acuerdo, acudieron todos al río y pusieron las canoas cerca de un terraplén, en forma de baluarte, para en caso de necesidad atravesar la corriente y evitar que se apoderasen de ellas los mamelucos; además se pusieron centinelas en los vados y emboscadas y en los bosques de la otra ribera del Igay; los mamelucos penetraron en éstos confiadamente y fueron muertos, sin que ninguno de los nuestros pereciera.

CAPÍTULO XXXIII
LO QUE SUCEDIÓ DESPUÉS DE LA INVASIÓN DE LOS MAMELUCOS.
Los neófitos de Jesús y María que habían huído esparcieron por todas partes la noticia de la calamidad sufrida, exagerándola notablemente; decían que todas las reducciones del Tape quedaban destruídas, amenazado el Uruguay y muertos varios misioneros. El Padre Ruiz aumentó el temor; afírmase que tuvo revelación divina de que los nuevos pueblos del Uruguay serían asaltados por los bandidos; lo cierto es que, aterrado al saber que éstos andaban por el Tape, ordenó á los Padres del Uruguay que incendiasen los lugares y con los neófitos se retirasen al Paraná. Los de Caasapamini pusieron fuego al templo, y aunque el enemigo estaba cuarenta leguas, se refugiaron en el Paraná. Lo mismo hicieron los de Caró; los de Caapi y Caasapaguazú empezaban á huir, cuando llegaron órdenes del P. Diego de Boroa, Provincial, disponiendo que nadie se moviese hasta que él estudiara el asunto. El Provincial había tenido noticia de la invasión yendo desde la Asunción al Paraná; llegado á esta provincia, se encontró con mil quinientos neófitos de Caasapamini, quienes se negaban á volver á su patria; fueron recomendados á los de Itapúa. Poco después halló los de Caró, quienes se establecieron en las reducciones próximas, mientras se decidía la reedificación del pueblo abandonado. En esto supo el P. Boroa que el P. José Oreghi y neófitos que iban con él se hallaban perdidos sin acertar á salir en medio de los bosques; tres días duró la incertidumbre consiguiente, pasados los cuales se supo que por fin estaban salvos. Solicitó el P. Boroa la protección del gobernador del Paraguay contra los bandidos; éste contestó que también los de Itatín sufrían vejaciones de los mamelucos, y que él no podía con pocas fuerzas atender á tantos peligros. El hijo del gobernador de la Plata, capitán del ejército español, y la ciudad de San Juan, que de igual modo fueron requeridos, negaron su apoyo. Viéndose abandonado el P. Boroa, corrió al Tape; congregó en breve los neófitos dispersos por aquí y por allí, eligió los más robustos y esforzados, y con ellos pasó el Igay, para, cuando menos, aterrar á los bandidos. Mas éstos se hallaban ya lejos con su presa, habiendo dejado los pueblos llenos de cadáveres de hombres y mujeres; en Jesús y María profanaron suciamente las ruínas de la iglesia. Mandó el Provincial enterrar los muertos y dió cuenta de la invasión al rey Católico en una carta, la cual, arrojada con mala fe al mar doscientas leguas antes de llegar á Portugal, milagrosamente apareció en el puerto de Lisboa y llegó á manos de Su Majestad, para honra de la Compañía y baldón de los facinerosos. Los neófitos de las reducciones destruídas se establecieron en los campos de Caró y Caasapamini con sus misioneros, para vivir allí mientras se reedificaban los pueblos. Los mamelucos se llevaron al Brasil veinticinco mil personas, entre neófitos, catecúmenos y gentiles reducidos, sin contar los que fallecieron en el camino. Quedaron los religiosos sin esperanza de fundar reducciones al otro lado del Igay y temerosos de nuevos y mayores males que, en efecto, sucedieron; de ellos hablaré más adelante.

No hay comentarios:

Publicar un comentario